11

El trayecto a lo largo del Insse era agradable. La cápsula de la Línea Elevada se deslizaba sobre cojines magnéticos, sin sacudidas ni ruidos; por las ventanas, el Insse reflejaba la luz del sol. De vez en cuando, se cruzaban bosquecillos de sauces, o túmulos cubiertos de acacias o hierba negra. En la otra orilla se encontraban pastizales donde revoloteaban pájaros biloa.

Ghyl se retrepó en su asiento, perdido en sus pensamientos. Era tiempo, pensó, de ampliar el horizonte de su vida, de anexionar nuevos territorios. Schute Cobol ciertamente habría desaprobado aquella escapada, y quizá fuese ésa la razón por que había aceptado tan deprisa la invitación de Floriel. Una patada en las narices de Schute Cobol. Si fuera más fácil viajar, llegar de un modo u otro a la independencia financiera.

La cápsula se detuvo en la estación de Grigglesby; Ghyl descendió y recibió la maleta del eyector. ¡Qué lugar más encantador!, pensó. Enormes manzanos tristes colgaban por encima de los edificios marrones del pequeño almacén, su follaje amarillo verdoso flotaba en la luminosidad ahumada del sol, llenando el aire de un agradable aroma.

Ghyl recorrió la rivera, caminando por una alfombra de hojas muertas. Cerca de la otra orilla, una chica de cabellos oscuros, vestida con un traje blanco, retozaba perezosamente a bordo de una canoa. Vio que la observaba y le sonrió agitando la mano; luego, la corriente la hizo desaparecer en una curva del río que llevaba a una pequeña rada entre sombras. Era como si nunca, nunca, una chica en traje blanco se hubiese dejado llevar por un río bañado por el sol… Ghyl sacudió la cabeza y sonrió ante sus propios pensamientos.

Continuó a lo largo de la orilla, y llegó muy pronto a un pontón que llevaba, a través de las zarzas, a una casa de color azul claro, bajo un cerezo.

Ghyl caminó por las planchas abiertas, hasta una baranda que daba sobre el río. Floriel, con cortos pantalones blancos, estaba sentado en ella, así como una hermosa chica rubia en la que reconoció a Rathe. La joven inclinó la cabeza, sonrió con un fingido entusiasmo y Floriel se levantó de un salto.

—¡Al fin llegas! ¡Me alegra verte! Trae la maleta, te voy a enseñar tu cuarto.

A Ghyl le dieron una pequeña habitación de miraba al río, con ondulaciones de luz amarillo ocre corriendo por el techo. Se cambió, eligiendo ropa más ligera y amplia, y salió a la baranda. Floriel le puso un vaso de ponche en la mano, señalando una tumbona.

—Ahora, ¡relájate! ¡Vaguea! Eso es algo que los beneficiarios nunca habéis sabido hacer. ¡Os aterrorizáis y os empequeñeces cuando el delegado de la Hermandad señala con su sucia uña el más pequeño error! ¡Muy poco para mí!

—También para mí —suspiró Sonjaly, apretándose contra Floriel y mirando a Ghyl de un modo enigmático.

—Tampoco a mí me gusta —confesó Ghyl—. Si supiera vivir de otro modo.

—¡Hazte nocop!

—¿Y luego? Todo lo que sé hacer es tallar biombos. ¿A quién se los vendería? Ciertamente, a la Hermandad no. Ella se ocupa de sus propios negocios.

—¡Hay medios, muchos medios!

—No lo dudo, pero no quiero robar.

—Todo depende —afirmó Sonjaly, que parecía recitar una lección— de a quién se robe.

—Creo que robar a los señores es lícito —añadió Floriel—. Y quizá a algunos otros organismos importantes.

—A los señores, de acuerdo —aprobó Ghyl—. O casi de acuerdo, de todos modos. Consideraría cada caso por separado.

Floriel se rió y agitó el vaso.

—¡Ghyl, eres demasiado serio, demasiado concienzudo! Siempre quieres alcanzar algún principio imposible, como un loco que se tira al barro a por una anguila.

Ghyl también se rió.

—Si yo soy demasiado serio, tú eres demasiado irreflexivo.

—Bah. ¿Lo es el mundo? ¡Claro que no! El mundo es audaz, aventurado, errático, despreocupado. Ser responsable es estar desfasado, ¡es estar loco!

Ghyl pensó en ello unos momentos.

—Quizá sea ése el caso en un mundo entregado a sí mismo. Pero la sociedad impone un orden. Al vivir en una sociedad, la seriedad no es locura.

—¡Es completamente idiota! —Y Floriel siguió diseccionando la irracionalidad de ciertas prácticas de las Hermandades, de los rituales del Templo, de los Reglamentos del Servicio de Protección Social; nada que Ghyl pudiera refutar.

—Estoy de acuerdo en que nuestra sociedad es absurda —reconoció—, pero ¿debemos cortar la cabeza de alguien porque a esa persona le duele la cabeza? Las Hermandades, la Protección Social, poco importa hasta qué punto sean a veces insensatas, son organismos necesarios. Incluso los señores sirven a una causa.

—¡Necesitamos cambiar! —declaró Floriel—. Los señores tenían, en un principio, un capital y conocimientos técnicos muy valiosos. Eso es innegable. Pero han recuperado varias veces el capital inicial. ¿Sabes lo que representa el 1,18 por ciento de nuestra renta total? ¿No? ¡Bien, una cifra enorme! ¡Con los años, es algo astronómico! De hecho, es increíble que tan pocos señores puedan tener tantos créditos. Los yates espaciales no cuestan tanto. Y he oído decir que sus casas están muy lejos de estar pavimentadas con oro. Nion Bohart conoce a un fontanero que se ocupa de las canalizaciones de sus casas y, según dice, muchas son bastante austeras.

Ghyl se encogió de hombros.

—No me importa. Pueden gastarse el dinero dónde o cómo quieran, aunque preferiría que comprasen mis biombos antes que, digamos, sedas pintadas de Lu-Hang. Pero no creo que suprimir a los señores sea algo que me preocupe. Nos dan un espectáculo teatral, de elegancia.

—Mi fin más querido es el de vivir como un señor —declaró Floriel—. ¿Suprimirlos? ¡Por nada del mundo! Aunque sean parásitos.

Sonjaly se levantó. No llevaba más que una falda corta y una blusa muy ancha. Al pasar delante de Ghyl contoneó provocativamente su cuerpo delicado. Floriel le hizo un guiño a Ghyl.

—Échanos más ponche y pavonéate un poco menos. ¡Ya sabemos lo guapa que eres!

Sonjaly fue muy generosa con el ponche.

—Bella, sí, ¿pero qué consigo con ello? Quiero viajar, y Floriel no me llevaría ni a los Montes de Meagher. —Con aire animado, tomó con la mano el mentón de Ghyl—. ¿Y tú?

—Soy tan pobre como él —respondió Ghyl—, y no soy un ladrón. Yo tengo que ir a pie, y si quieres viajar conmigo, eres bienvenida.

Sonjaly hizo un gesto teatral y se fue al interior de la casa. Floriel se inclinó hacia Ghyl y le murmuró apresuradamente:

—Sobre el tema de la chica a la que quería invitar, te diré que en la que pensaba estaba ocupada. Sonjaly ha probado con Gedée…

—¿Qué? —exclamó Ghyl, aterrado.

—Estudia para aprobar el examen de embaladora de pescado.

—¿Embaladora de pescado?

—Ya sabes… el embalaje es meter los peces en cartones y cajas. Es un arte… en fin, eso es lo que me ha dicho Gedée. Se les coge de las aletas, se sujeta al espécimen con cuidado, así, y con un movimiento circular se les meten los tentáculos por la boca.

—Ahórrame los detalles —suplicó Ghyl—. Y también a Gedée.

—Mejor será —le confirmó Floriel—. Podrás ir al Baile del Condado con las manos libres, y podrás mirar todo lo que quieras. Es muy probable que haya algunos señores y sus damas.

—¡No me digas! ¿Cómo lo sabes?

Floriel señaló con el dedo.

—Mira allí abajo, donde la curva del río. ¿Ves aquel punto blanco? Es el Pabellón del Condado. Más allá hay un parque muy grande, propiedad del Señor Aldo el Línea Subterránea. Durante el verano, muchos señores y damas —sobre todo jóvenes— bajan de sus moradas, ¡y se reúnen en el Baile del Condado! Apuesto a que habrá cincuenta o más a nuestro lado.

—Y cien garriones —añadió Ghyl—. ¿Los garriones irán disfrazados, con antifaces y todo lo demás?

Floriel se echó a reír.

—¡Qué espectáculo! Ya veremos. Te has traído disfraz, ¿verdad?

—Sí. No gran cosa. Seré un guerrero zamboliano.

—No está mal. Yo seré un pierrot. Nion va a vestirse de hombre-serpiente de Jeng.

—¡Oh! ¿También estará Nion?

—Sí. Estamos asociados, por decirlo de alguna manera. Como puedes imaginarte, nos llevamos bastante bien.

Frunciendo ligeramente las cejas, Ghyl bebió un poco de ponche. Floriel estaba tranquilo y amable, y Ghyl podía relajarse y disfrutar de las divagaciones de su amigo. Nion, por el contrario, siempre había suscitado en Ghyl una impresión de desafío vago e informal. Ghyl vació el vaso. Ignoraría a Nion completamente; permanecería tranquilo frente a toda provocación.

Floriel tomó la jarra, para servir un poco más de ponche, pero vio que estaba vacía.

—¡Eh, la de dentro! —le gritó a Sonjaly—. Prepáranos un poco más de ponche y serás una buena chica.

—¡Prepáratelo tú mismo! —respondió una voz irritada—. Estoy echada.

Floriel fue al interior con la jarra. Ghyl escuchó las sordas palabras de un altercado; luego, Floriel volvió con una jarra llena hasta los bordes.

—Ahora, háblame de ti. ¿Cómo te las arreglas sin tu padre? ¿No te sientes muy solo en la casa?

Ghyl respondió que vivía modestamente, pero de un modo adecuado, y que, en efecto, a veces, se sentía bastante solo en el taller.

Las horas fueron pasando. Comieron queso y encurtidos y más tarde, todos se metieron en el río para nadar. Nion Bohart llegó en el mismo instante en que salían del agua.

—¡Ola! ¡Ola! ¡Criaturas de las olas! ¡Veo que también ha venido Ghyl! ¡Cuánto tiempo hace! ¡Y Sonjaly! ¡Qué adorable criatura… sobre todo con eso tan pequeño y mojado! Floriel, no te la mereces, ya te lo he dicho.

Sonjaly le dirigió a Floriel una mirada de desprecio.

—Me paso el tiempo diciéndoselo, pero no me cree.

—Habrá que hacer algo al respecto. Bueno, Floriel, ¿dónde puedo abrir las maletas? ¿En la habitación de siempre? Está bien para el viejo Nion, ¿verdad? Da igual, con cualquiera me vale.

—¡Basta! Siempre pides y siempre tienes la mejor cama de la casa.

—En ese caso… ¡las mejores camas!

—Sí, sí, evidentemente… ¿Te has traído el traje?

—Naturalmente. Este va a ser el Baile del Condado más lujoso de todos los tiempos. Nos encargaremos de ello. ¿Qué estáis bebiendo?

—Ponche de Montaraza.

—Si me lo permites, tomaré un poco.

—Déjame a mí —dijo Sonjaly. Inclinándose con ligereza, le pasó un vaso a Nion. Floriel se apartó disgustado, visiblemente contrariado.

La desaprobación de Floriel no influyó en lo más mínimo en Sonjaly, o en Nion, y, durante el resto de la tarde, flirtearon con más audacia que nunca, cambiando miradas, contactos inopinados que eran más que caricias apenas disimuladas. Floriel se empezó a poner nervioso. Finalmente, dejó escapar un comentario sarcástico al que Sonjaly dio una réplica mordaz, y Floriel perdió el control.

—¡Haced lo que queráis! No os lo puedo impedir y, aunque pudiera, no lo haría. ¡Ya hay demasiadas manifestaciones de autoridad!

Nion se rió de muy buen humor.

—Floriel, eres un idealista tan grande como Ghyl. La autoridad es necesaria, incluso es buena… ¡sobre todo, si soy yo quien la ejerce!

—Es extraño —murmuró Floriel—. Ghyl me ha dicho lo mismo.

—¿Qué? —preguntó Ghyl, sorprendido—. Nunca he dicho eso. Según yo, la organización es necesaria para la vida social… ¡eso ha sido todo!

—¡Exacto! —afirmó Nion—. Incluso los Caóticos están de acuerdo en ese punto, por paradójico que pueda parecer. Y tú, Ghyl, ¿sigues siendo un buen beneficiario?

—No realmente… No soy más que lo que soy. Noto que debería instruirme.

—Una pérdida de tiempo. Otra vez tu idealismo. La vida es demasiado corta para reflexionar. ¡No hay que ser indeciso! ¡Cuándo se quieren las dulzuras de la existencia, debe uno esforzarse por conseguirlas!

—Y también prepararse a correr para cuando el propietario venga a vengarse.

—Eso también. No soy vanidoso: reconozco que echaría a correr. No tengo intención de dar buen ejemplo a nadie.

Ghyl soltó una risotada.

—En cierto sentido, al menos eres honesto.

—Yo también lo supongo. Los Agentes de la Propiedad Social sospechan que he cometido algunas faltas de delicadeza. Sin embargo, no pueden demostrar nada.

Ghyl miró el majestuoso río. Aquella vida, a pesar del caprichoso carácter de Sonjaly, y el peleón espíritu de Floriel, parecía más alegre y normal que su rutina habitual: esculpir, pulir, salir del taller para ir a buscar la comida, comer, dormir… siempre las mismas cosas. ¡Y todo para lograr a fin de mes la subvención fija!

Si Floriel podía ganar lo bastante para vivir a gusto y ocioso en aquella villa a orillas del río, ¿por qué no iba a poder él hacer otro tanto?

¿Ghyl Tarvoke un nocop? ¿Por qué no? No había necesidad de robar, delatar o ser un proxeneta. Sin duda había métodos para ganar créditos legítimamente, o casi legítimamente. Ghyl se volvió hacia Nion.

—Cuando uno se convierte en nocop, ¿qué hace para vivir?

Nion le miró, un poco burlón, pero evidentemente era consciente de lo que pasaba por la mente de Ghyl.

—No hay problema. Hay docenas de modos de mantenerse a flote. Si alguna vez te decides, ven a verme. Con tu aire tan respetable, te las arreglarás muy bien. Nadie sospechará que cometas prácticas dudosas.

—Lo recordaré.

El sol se estaba poniendo, el cielo ardía en un crepúsculo como Ghyl no veía desde la infancia, cuando muy a menudo observaba el astro brillante hundiéndose en el océano, en las Colinas de Dunkum.

—Es hora de vestirse para el baile —indicó Floriel—. La música va a empezar en cosa de media hora, y no queremos perdernos nada. Voy a traer la canoa para que podamos cruzar el río.

Atravesó el pontón para ir a la orilla. Ghyl se fue a su habitación y, cuando salió, sorprendió a Nion y Sojanly abrazados apasionadamente, lo que ya no dejaba ningún lugar a la duda.

—Perdonadme —dijo.

No le prestaron la menor atención y se volvió a su habitación.