8

La plaza de Undle estaba fría y muy tranquila cuando Ghyl llegó a su casa. Damar, una estrecha franja muy baja en el cielo, iluminaba las negras formas sin detallarlas. No había ninguna luz visible, y el aire era frío y cortante; los únicos sonidos audibles eran los de los arrastrados pasos de Ghyl.

Entró en el taller. El olor a madera y aceite de acabado llegó a su nariz, tan familiar, tan reconfortante, recordándole con tanta intensidad todo lo que amaba que sus ojos se llenaron de lágrimas.

Se detuvo para escuchar el silencio y, acto seguido, subió la escalera.

Amianto no estaba dormido. Ghyl se desvistió y fue a la cama de su padre para contarle lo que había pasado aquella noche. Amianto no hizo ningún comentario. Ghyl, escrutándole vanamente en la oscuridad, fue incapaz de adivinar cuál era su opinión sobre aquel sucio asunto.

—Bueno, ahora vé a acostarte —dijo Amianto finalmente—. No has hecho mal a nadie ni nadie te lo ha hecho a ti; has aprendido muchas cosas. Podemos considerar esta noche como aprovechada. Un poco reconfortado, Ghyl se tendió en la cama y se durmió verdaderamente agotado. Se despertó con la mano de Amianto en el hombro.

—El Agente de la Protección Social está aquí. Quiere hablarte de lo que pasó anoche.

Ghyl se vistió, se lavó la cara con agua fría y se peinó para atrás. Bajando a la primera planta, reconoció a Schute Cobol, sentado a la misma mesa que Amianto, bebiendo té, aparentemente en cordial relación. Sin embargo, la boca de Schute Cobol estaba un poco más crispada y pálida que de costumbre, con un lejano reflejo en los ojos. Saludó a Ghyl con una brusca inclinación de cabeza dirigiéndole al tiempo una mirada de prudente evaluación, como si fuera un desconocido.

La discusión empezó en un tono de cortés reserva. Schute Cobol no le preguntó a Ghyl más que su versión de los hechos de la noche precedente. Luego, sus preguntas fueron haciéndose más agudas y sus comentarios más cortantes; Ghyl estaba más irritado que humillado.

—¡Le he dicho la verdad! Por lo que sé, no hubo nada irregular; ¿por qué da a entender que soy un Caótico?

—No dejo entender nada de nada. Usted solo se ha metido en el lío. Ha sido muy irresponsable eligiendo a sus amigos. De hecho, añadida ésta a su anterior falta de ortodoxia, me veo obligado más a reservarme un juicio sobre usted que a darle mi confianza, como es el caso automático para los beneficiarios normales.

—En ese caso, si no tengo su confianza, es inútil que diga nada más. ¿Para qué gastar saliva?

La boca de Schute Cobol se convirtió en una estrecha raya y se volvió hacia Amianto.

—Y usted, Ben Tarvoke, debe entender que ha sido muy débil como padre. ¿Por qué no le inculcó a su hijo más respeto por nuestras instituciones? Creo que se habrá llevado algún reproche al respecto hace ya tiempo.

—Sí, creo recordar algo parecido —dijo Amianto con la sombra de una sonrisa.

Schute Cobol se hizo aún más cortante.

—¿Contestará a mis preguntas? Recuerde que es en usted en quien reside la responsabilidad fundamental de estos tristes sucesos. Un padre debe decirle la verdad a su hijo, sin falsedades ni ambigüedades.

—¡Ah, la verdad! —se preguntó soñadoramente Amianto—. ¡Si pudiéramos reconocerla sólo con verla! ¡Sería tranquilizador! Schute Cobol sorbió a causa del disgusto.

—Esa es la base de todos sus problemas. La verdad es la ortodoxia, ¿qué otra cosa podría ser? No necesitamos tener más seguridad que la de los reglamentos.

Amianto se levantó, se detuvo, con la manos en la espalda, mirando por la ventana.

—Antes vivía Emphyrio, el héroe —dijo—. La verdad que él expresaba era tal que los monstruos se detuvieron para escucharla. Me pregunto si enumeraría los Reglamentos de la Protección Social por mediación de su tablilla mágica.

Schute Cobol también se levantó. Habló con una voz desprovista de pasión, y con un tono estrictamente oficial.

—Le he explicado cuidadosamente lo que la Protección Social espera a cambio de las ventajas que le da. Si quiere seguir beneficiándose de ellas, debe obedecer los reglamentos. ¿Tiene alguna pregunta que hacer?

—No.

Schute Cobol se inclinó rápidamente. Se dirigió a la puerta y, volviéndose, añadió:

—Incluso Emphyrio, si viviera en nuestros días, tendría que obedecer los Reglamentos. No puede haber excepciones. —Se marchó, Amianto y Ghyl le siguieron mientras bajaban al taller. Ghyl se dejó caer sobre su banco, tomando el mentón entre las manos.

—Me pregunto si eso es verdad. ¿Habría obedecido Emphyrio los Reglamentos de la Protección Social?

Amianto se sentó en su sitio.

—¿Quién sabe? No habría enemigo ni tiranía que combatir… excepto la incompetencia y, quizá, la malversación. De lo que no cabe duda es que trabajamos mucho y sacamos muy poco por ello.

—Lo seguro es que no se convertiría en un nocop —dijo Ghyl soñadoramente—. ¿Quién sabe? Quizá fuese alguien que trabajase dura y honestamente, pero fuera de los registros de la Protección Social.

—Es posible. Puede que intentara ser elegido Alcalde de la ciudad para que subieran las retribuciones.

—¿Cómo podría? —preguntó Ghyl, interesado.

Amianto se encogió de hombros.

—El Alcalde no tiene poder real… aunque la Carta le nombre jefe ejecutivo de la ciudad. Podría exhortarnos a construir fábricas para que produjéramos nosotros mismos las cosas que necesitamos pero que, actualmente, estamos importando.

—Lo que permitiría que se hablase de duplicación.

—La duplicación no es mala en sí misma, pues no disminuiría la reputación de nuestros artesanos.

Ghyl sacudió la cabeza.

—El Servicio de Protección Social no lo permitiría.

—Sin duda. A menos que Emphyrio fuera verdaderamente elegido Alcalde.

—Algún día, conoceré el resto del relato. Sabremos lo que pasó.

Amianto, escéptico, hizo un movimiento de cabeza, como si sus pensamientos hubieran ido muchas veces por el mismo camino.

—Después de todo, es probable que Emphyrio haya sido tan sólo un personaje de leyenda.

Ghyl siguió sentado reordenando negras ideas. Luego, preguntó:

—¿No hay manera de conocer toda la verdad?

—Probablemente no en Fortinone. El Historiador debe saberlo.

—¿Quién es el Historiador?

Amianto, perdiendo todo interés por la conversación, empezó a afilar las gubias.

—En un lejano planeta, por lo que me han dicho, el Historiador registra todos los acontecimientos de la historia de la humanidad.

—¿También de Halma y de Fortinone?

—Probablemente.

—Y, ¿cómo llegan esas informaciones al Historiador?

Amianto, inclinándose sobre el biombo, hizo correr el cincel.

—No hay problema. Emplea corresponsales.

—Qué idea más rara —observó Ghyl.

—Muy rara, en efecto.

Al otro lado de la plaza de Undle, a unos cuantos pasos del Pasadizo de Gosgar, había una puerta con un reloj de arena azul pintado en un trozo de madera y cuatro tramos de escalera conducían al desván. Allí vivían Sonjaly Rathe y su madre. Sonjaly era una joven menuda y esbelta, excepcionalmente hermosa, con cabellos rubios e inocentes ojos grises. Ghyl la encontraba encantadora. Desgraciadamente, Sonjaly era un poco coqueta, y era plenamente consciente de sus encantos. Siempre estaba dispuesta a hacer una mueca provocativa, o un hábil movimiento de cabeza.

Un mediodía, Ghyl estaba sentado con Sonjaly en el Café Campan, intentando mantener una conversación seria a la que la joven no contestaba más que con suaves palabras inconsecuentes. Fue entonces cuando Floriel apareció y Ghyl frunció el ceño y se envaró en el asiento.

—Tu padre me ha dicho que estarías por aquí —explicó Floriel, dejándose caer en una silla—. ¿Qué estáis bebiendo? ¿Pomardo? No, para mí no. Camarera, una copa de vino de Edel, por favor; Blanco Amanour.

Ghyl se encargó de las presentaciones, y Floriel preguntó:

—Supongo que ya sabréis las noticias.

—¿Noticias? La elección del nuevo Alcalde será el mes que viene. He terminado un biombo nuevo. Sonjaly acaba de salir de la Hermandad de Marmolistas para entrar en la de Preparadoras de pastas, pasteles y tartas.

—No, no —gimió Floriel—. ¡Quiero decir verdaderas noticias! Nion Bohart ha terminado con el Escuadrón de Limpieza. Quiere celebrarlo y ha organizado una reunión para esta tarde.

—¿Oh, de verdad? —Ghyl se irritó, mirando el interior de su copa.

—De verdad. Será en el Sauce Torcido. Lo conoces, ¿verdad?

—Claro —respondió Ghyl, sin querer quedar como un ignorante ante los ojos de Sonjaly.

—En el Solar de Foelgher, en el estuario… Pero lo mejor será que te acompañe, porque si no jamás lo encontrarás.

—No estoy seguro de ir. Sonjaly y yo…

—También puede venir ella, ¿por qué no? —Floriel se volvió hacia Sonjaly, que se mostró escandalosamente provocativa—. Te gustará el Sauce Torcido, es un lugar encantador, con una vista maravillosa. Las gentes más interesantes y hábiles se reúnen en él, y algunos nocops. Incluso señores y damas… disfrazados, naturalmente.

—¡Parece encantador! ¡Me gustaría tanto poder ir!

—Tu madre no estaría de acuerdo —afirmó Ghyl, más bruscamente de lo que habría querido—. Nunca te permitirá ir a una taberna.

—Pues que no lo sepa —declaró Sonjaly con una impertinencia que Ghyl encontró sorprendente—. Además, esta noche trabaja; tiene que ocuparse de la comida de un banquete de la hermandad.

—¡Magnífico! ¡Excelente! Entonces, no hay problema —declaró calurosamente Floriel—. ¡Iremos todos juntos!

—Bueno, vale —respondió Ghyl morosamente—. Supongo que no tengo elección.

Sonjaly se encogió de hombros.

—Oye, si encuentras mi compañía tan molesta, si quieres no voy.

—¡No, claro que no! —protestó Ghyl—. No has debido entenderme…

—No te he interpretado mal —declaró Sonjaly, ultrajada—, y estoy segura de que Ben Huzsuis me dirá dónde se encuentra el Sauce Torcido y podré encontrar el camino yo sola aun en la oscuridad.

—¡No seas ridícula! —dijo Ghyl secamente—. Iremos todos juntos.

—Eso está mejor.

Ghyl se puso los pantalones color ciruela, humedeció y repasó la casaca, puso refuerzos nuevos en los botines y pulió hasta que brillaron las perneras de doradillo. Con una mirada de soslayo hacia Amianto —que conservaba un aire de estudiado desinterés— se puso en las rodillas dos cintas negras de puntas flotantes, y se peinó con fijador los cabellos marrón dorados, casi negros. Con otro vistazo rápido hacia Amianto, se arregló la punta de las mechas, que pasaban por encima de sus orejas elegantemente, vueltas hacia arriba.

Floriel quedó sinceramente sorprendido por la elegancia de Ghyl. Su amigo llevaba un gracioso conjunto verde oscuro, con un bonete de terciopelo negro. Juntos fueron a la casa del reloj de arena azul, en el Pasadizo de Gosgar. Sonjaly salió antes de que llamaran y les recomendó silencio.

—Mi madre todavía está en casa. He dicho que iba a visitar a Gedée Anstrut. Me espera en la esquina.

Cinco minutos más tarde, estaban junto a ella, un poco acalorada, con la cara aún más encantadora debido a su travesura.

—Quizá podríamos llevar a Gedée con nosotros, es simpática y le gusta salir. No creo que haya estado nunca en una taberna. Ni yo, claro.

Ghyl concedió permiso a la presencia de Gedée con disgusto, aunque aquello anulaba toda esperanza de pasar una hora o dos a solas con Sonjaly. Igualmente, le impondría un sacrificio financiero, a menos que Floriel fuera persuadido a comportarse como un caballero servicial; pero aquélla era una dudosa esperanza, dado que Gedée era alta y delgada, con la nariz aquilina y la cabeza desgraciadamente sembrada con pelos negros e hirsutos, que peinaba con raya al medio por delante y como un muchacho por detrás.

Sin embargo, Sonjaly había propuesto llevar a su amiga y, si Ghyl se hubiese negado, habría estado enfadada toda la velada. Gedée Anstrut aceptó con premura el acompañarles y Floriel, como Ghyl había adivinado, hizo entender rápidamente que no tenía interés en participar en las distracciones de Gedée.

Los cuatro tomaron la Línea Elevada rumbo a Foelgher Sur, y bajaron a pocos metros del parque de Hyalis. Treparon por una pequeña colina, un afloramiento de la misma cresta que, lejos, al norte de Veige, se convertía en las Colinas de Dunkum. Pero en aquel lugar el río estaba cercano, a sus pies, reflejando el polvo leonado, violeta, oro y naranja de la puesta del sol. El Sauce Torcido estaba a dos pasos: un edificio destartalado, al aire libre cuando el tiempo lo permitía y con las persianas bajadas y los postigos cerrados cuando soplaba el viento. Las especialidades de la casa eran las anguilas, los espárragos en salsa de especias y un vino claro y ligero de la región costera de Ambroy.

Nion Bohart todavía no había llegado, y los cuatro se sentaron a una mesa. Se acercó un camarero y se enteró que Gedée estaba terriblemente hambrienta, pues todavía no había cenado. Ghyl la miró de mala manera mientras la chica devoraba una impresionante cantidad de anguilas y espárragos. Floriel dijo que esperaba comprar o construir un barco de vela, y Sonjaly se mostró muy interesada por aquel tipo de embarcación, y por los viajes en general, y los dos se dedicaron a charlar animadamente mientras Ghyl, sentado a su lado, observaba a Gedée desesperadamente mientras ella atacaba el plato de anguilas pedido para Sonjaly que acababa de decidir que no tenía más hambre.

Llegó Nion Bohart acompañado de una joven, de uno o dos años mayor que él, vestida con cierto rebuscamiento. Ghyl creyó conocer en ella a una de las chicas sentadas en el diván del Albergue de Keecher. Nion se la presentó con el nombre de Marta, sin hacer referencia a su Hermandad. Un instante más tarde, llegaron Shulk Uger, y al poco Mael Villy, escoltando a una joven de aspecto bastante vulgar, lejos de la discreción, sobre todo por sus cabellos de color rojo ardiente. Como para poner de relieve su desdén hacía la ortodoxia, llevaba un traje ceñido de piel de pez negro, que ocultaba muy poco —si es que ocultaba algo— los contornos de su cuerpo Sonjaly levantó las cejas en señal de desprecio; Gedée, limpiándose la boca con el dorso de la mano, la miró fijamente, sin expresión, como si no tuviera ningún interés.

Les llevaron unas jarras de vino y las copas fueron llenadas y vaciadas. Al fin, el atardecer se convirtió en noche. Encendieron linternas de colores y un concertista de laúd, que decía provenir de las Islas de Mang, interpretó canciones de amor de aquel país.

Nion Bohart estaba extrañamente taciturno. Ghyl supuso que su experiencia le había hecho más sabio, o que quizá le había convertido en menos extravagante. Pero, tras una o dos copas de vino, una mirada en dirección a la puerta y un rápido vistazo a Sonjaly, Nion adelantó la silla y se convirtió en lo que siempre fuera: un ser amenazante y cínico, y, sin embargo, extrovertido y alegre, todo ello a la vez. Para alivio de Ghyl, Shulk Odlebush se puso a hablar con Gedée, y le llenó la copa de vino hasta el borde. Ghyl acercó su silla a la de Sonjaly, que se reía de lo que decía Floriel. Se volvió hacia Ghyl, sin verle, como si él no estuviera allí. Ghyl inspiró profundamente, abrió la boca para hablar, la cerró, y se retiró de un salto.

Nion estaba hablando, contando lo que le había pasado en el Servicio de Protección Social. Todos se callaron para escucharle. Explicó cómo había sido conducido a la oficina, cómo se había desarrollado el interrogatorio, las severas amenazas contra cualquier contacto futuro con los contrabandistas. Le advirtieron que la carga de su barra sería elevada, y que se arriesgaba a la rehabilitación. Gedée, masticando el último espárrago, preguntó:

—Hay algo que nunca he comprendido: los nocops no son beneficiarios, ni figuran en los registros, ni tienen barras de conducta. Bueno… un nocop, ¿puede ser rehabilitado?

—No —respondió Nion—. Si un nocop es juzgado culpable, es expulsado más allá de una de las cuatro fronteras. Un simple vagabundo es enviado al este, a Bayron. Un contrabandista lo paga más caro, es mandado a las Llanuras de Alkali. Los grandes criminales son enviados a los primeros centímetros de Bauredel. El Inquisidor social me explicó todo esto. Le dije que no era un criminal, que no había cometido una falta tan grande, pero me respondió que había infringió los reglamentos. Le repliqué que quizá había que cambiar los reglamentos, pero no se rió.

—¿No hay ningún modo de modificar los reglamentos? —preguntó Sonjaly.

—No tengo ni idea —reconoció Nion Bohart—. Supongo que el Controlador Jefe hace lo que cree que es mejor.

—En cierto sentido, es muy extraño —dijo Floriel—. Me pregunto cómo empezaría todo esto. Ghyl se inclinó hacia adelante.

—En los tiempos antiguos, Thadeus era la capital de Fortinone. El Servicio de la Protección Social no era más que una rama del Gobierno del Estado. Cuando Thadeus fue destruida, no hubo más Gobierno, y nadie que pudiera cambiar los Reglamentos del Servicio de Protección Social. Por eso no ha habido cambios. Todos se volvieron para mirarle.

—Vaya —se admiró Nion Bohart—, ¿cómo te has enterado de todo eso?

—Por mi padre.

—Si eres tan sabio, dinos, ¿cómo se podrían cambiar actualmente los Reglamentos?

—Al no haber Gobierno del Estado, el Alcalde quedó como cabeza del Gobierno hasta que el Servicio de Protección Social hizo de él una figura inútil.

—El Alcalde no puede hacer nada —musitó Nion Bohart—. Simplemente es el guardián de los archivos de la ciudad; un personaje insignificante.

—¡Venga! ¡Sigue! —gritó Floriel, temiendo que le insultaran—. ¡Os diré que el Alcalde es primo de mi madre! ¡Es obligatorio que sea un buen tipo!

—Al menos no puede ser un bandido o un rehabilitado —dijo khyl—. Si un hombre como Emphyrio fuese elegido —incidentalmente, las elecciones tienen lugar el mes que viene—, podría modificar las cláusulas de la Carta de la Ciudad de Ambroy, y el Servicio de Protección Social tendría que obedecer.

—¡Ja, ja! —se rió Mael Villy—. ¡Piensa un poco! ¡Todas las retribuciones aumentadas! ¡Los agentes limpiando las calles y soltando a los castigados!

—¿Quién puede ser elegido como Alcalde? —preguntó Floriel — ¿Cualquiera?

Ghyl siguió hablando:

—En general, el Consejo de Señores de las Hermandades, nombra a uno de sus miembros. Siempre es elegido, luego reelegido, y habitualmente se queda con el cargo hasta que muere.

—¿Quién era Emphyrio? —preguntó Gedée—. Ya he oído antes ese nombre.

—Un héroe mítico —respondió Nion Bohart—. Es parte del folklore interestelar.

—Quizá sea una estúpida —anunció Gedée con determinada sonrisa—, pero ¿para qué serviría elegir a un héroe mítico como alcalde? ¿Qué ganaríamos nosotros?

—No he dicho que tuviéramos que elegir a Emphyrio —explicó Ghyl—. He dicho que un hombre como Emphyrio querría cambiar por completo las cosas.

Floriel empezaba a emborracharse. Se rió, bastante tontamente.

—¡Elegid a Emphyrio, héroe mítico o no!

—¡Eso es! —gritó Mael—. ¡Elijamos a Emphyrio! ¡Estoy dispuesto!

Gedée arrugó la nariz en signo de desaprobación.

—Sigo sin ver lo que ganaríamos con ello.

—No obtendríamos nada real —explicó Nion Bohart—, sería simplemente una extravagancia; una farsa, si lo prefieres. Una patada en la nariz de la Protección Social.

—Me parece idiota —rezongó Gedée—. Una chiquillada.

No hacía falta la desaprobación de Gedée para estimular la aprobación de Ghyl.

—A falta de algo mejor, los beneficiarios podrían ser conscientes del hecho de que la existencia consiste en algo distinto a conseguir los créditos de la Protección Social.

—¡Exactamente! —exclamó Nion Bohart—. ¡Bien dicho, Ghyl! ¡Nunca me hubiera imaginado que fueses tan revolucionario!

—No lo soy, créeme… Pero, sin embargo, el beneficiario medio necesitaría ser un poco estimulado.

—Sigo creyendo que es una idiotez —volvió a refunfuñar Gedée y, tomando la copa, bebió un largo trago.

—Podría, al menos, intentarse. ¿Qué hay que hacer para ser Alcalde? —preguntó Floriel.

—Personalmente —dijo Nion Bohart—, puedo responder que —aunque mi madre no sea prima del Alcalde— la cosa es muy sencilla. El propio Alcalde se ocupa de la elección, puesto que en teoría esta función está por encima de las competencias del Servicio de Protección Social. Un candidato debe pagar una caución de cien créditos al Alcalde titular, que debe poner el nombre del candidato en la lista electoral de la Explanada Municipal. El día de las elecciones, todos los que quieren votar van a la Explanada, miran los nombres de las listas y anuncian su elección a un escriba que lleva un libro de cuentas.

—Entonces, basta con tener cien créditos —concluyó Floriel—. Yo doy diez ahora mismo.

—¿Qué? —cloqueó Sonjaly—. ¿Dejarías sin su puesto al primo de tu propia madre?

—Es un viejo polichinela muy débil. No hace ni un mes, mi madre y yo nos cruzamos con él por la calle y fingió no vernos. ¡Toma, te doy quince créditos!

—¡Yo no daré ni un billete usado! —gruñó Gedée—. Es ridículo, y pueril. Hasta puede que sea antirreglamentario.

—Cuenta conmigo para diez créditos —declaró Ghyl inmediatamente—. O, mejor, con quince.

—Daré cinco —dijo Sonjaly mirando pícaramente a Nion Boharí.

Shukl, Mael y Uger se ofrecieron voluntarios para dar diez créditos, y las dos chicas que habían ido con Nion y Shulk prometieron riendo dar cinco créditos cada una.

Nion estaba sentado, mirando una cara, luego otra, con los párpados casi cerrados y una media sonrisa en los labios.

—Según mis cálculos, tenemos setenta y cinco créditos. Bueno, yo pongo veinticinco para llegar a los cien y, lo que es más importante, le llevaré el dinero al Alcalde.

Gedée se levantó de la silla, y murmuró algo al oído de Sonjaly, que frunció las cejas y la hizo un gesto de impaciencia.

Floriel llenó las copas a su alrededor y brindó.

—¡Por la elección de Emphyrio como Alcalde! Todos bebieron y, al acabar, Ghyl tomó la palabra.

—Otra cosa, supongamos que por un azar fantástico, Emphyrio fuera elegido. Entonces, ¿qué?

—Bah, algo así no pasará —replicó Nion—. ¿Y si pasase? Haría Pensar al pueblo.

—El pueblo haría mejor en reflexionar sobre su propia conducta —declaró Gedée secamente—. Encuentro todo esto realmente abominable.

—Oh, Gedée. No te las des de nada. Después de todo, esto no pasa de ser una farsa —declaró Floriel.

Gedée se dirigió a Sonjaly.

—¿No te parece que ya es hora de volver a casa?

—¿Por qué tanta prisa? —se extrañó Floriel—. ¡La noche es joven!

—Claro —le hizo eco Sonjaly—. Vamos, Gedée, no tengas tanta prisa. ¡No podemos volver a casa tan pronto! Nuestros amigos pensarían que somos dos idiotas.

—¡Vale, pues yo me vuelvo a casa!

—¡Pues yo no! —respondió secamente Sonjaly—. ¿De acuerdo?

—No puedo volver sola. Es una parte muy peligrosa de la ciudad. —Gedée se levantó y esperó.

—Oh, conforme —murmuró Ghyl—. Haríamos mejor en irnos, Sonjaly.

—¡No quiero irme! Estoy pasándomelo bien. ¿Por qué no llevas a Gedée a su casa y luego vuelves?

—¿Qué? Mientras voy a Brueben y vuelvo estaréis a punto de marcharos.

—Seguramente no, muchacho —afirmó Nion Bohart—. Celebramos mi liberación, y hemos salido para estar en vela toda la noche. De hecho, vamos a ir a un sitio que conozco en el que nos encontraremos con otros amigos.

Ghyl se volvió hacia Sonjaly.

—¿No quieres acompañarnos? Podríamos discutir en el camino…

—¡Caramba, Ghyl! ¿Es eso todo lo que me puedes ofrecer cuando me estoy divirtiendo?

—Oh, está bien. —Ghyl se volvió hacia Gedée—. Vámonos.

—¡Qué gente tan vulgar! —declaró Gedée en cuanto hubieron salido de la taberna—. Creí que sería más agradable, de otro modo no habría venido. ¡Creo que tus amigos son nocops! ¡Habría que denunciarles!

—No son nada parecido, son como yo.

Gedée emitió un pensativo gruñido y no añadió nada.

Cuando llegaron al Solar de Brueben, después de haber tomado la Línea Elevada, se dirigieron a pie hacia la Plaza de Undle; la atravesaron y entraron en el Pasadizo de Gosgar camino de la casa de Gedée. La chica abrió la puerta y se volvió para mirar a Ghyl con una sonrisa tímida que dejó al descubierto todos sus dientes.

—Bueno, ya estamos aquí, y bastante lejos de gente poco recomendable. No hablo de Sonjaly, claro; ella es un poco picara y perversa… ¿Quieres entrar? Te preparo un té. Después de todo, no es tan tarde.

—No, gracias. Mejor me vuelvo a la reunión.

Gedée le cerró la puerta en las narices. Ghyl se fue y regresó a la Plaza de Undle. En el taller brillaba una débil luz; Amianto debía estar esculpiendo algún biombo, o absorto en la lectura de algún antiguo documento. Ghyl contuvo el paso y se preguntó si a su padre le gustaría ir con él. Era probable que no… Pero, mientras atravesaba la plaza, miró varias veces por encima del hombro hacia la luz solitaria, detrás de las ventanas de cristales de color ámbar.

Tomó de nuevo la Línea Elevada, llegó a Foelgher Sur, subió la cresta del Sauce Torcido. Para desconsuelo de Ghyl, todo había terminado; salvo el portero y un camarero, la taberna estaba vacía.

Ghyl se dirigió al último.

—Los que se sentaban a esta mesa… ¿Han dicho a dónde iban?

—No, señor; no a mí, ni al portero, en todo caso. Todos estaban muy contentos y riendo; habían bebido mucho vino. No lo sé.

Ghyl descendió la colina lentamente. ¿Habrían ido al Albergue de Keecher, en Cato? Era poco probable. Ghyl se rió huecamente y partió a pie entre las sombrías calles de Foelgher que devolvían el eco de sus pasos, pasando ante depósitos de piedra y casuchas de antiguos ladrillos negros. La bruma procedía del estuario y formaba halos húmedos alrededor de las pocas farolas. Finalmente, melancólico y con los hombros caídos, llegó con paso pesado a la Plaza de Undle. Se detuvo, la cruzó lentamente yendo hacia el Pasadizo de Gosgar y siguió hasta la puerta con el reloj de arena azul. Sonjaly vivía en la tercera planta. Por las ventanas no se veía ninguna luz. Ghyl se sentó en la escalinata y esperó. Pasó media hora. Ghyl suspiró y se levantó. Probablemente, habría vuelto a casa hacía mucho tiempo. Se fue a su casa y se acostó.