El estilo de Schute Cobol era sensiblemente diferente del de Helfred Cobol. Era un hombre más joven, de maneras más puntillosas, con una forma de vestir impecable, más ceremonioso en sus relaciones con los beneficiarios. Era activo y conciso, su rostro estaba demacrado, la boca caída y los cabellos se encrespaban detrás de la cabeza. En sus visitas preliminares, explicó a todos que él entendía el trabajo como respeto literal de los Reglamentos del Servicio de Protección Social. Hizo entender claramente tanto a Ghyl como a Amianto su desaprobación sobre lo que él consideraba un modo de vida relajado.
—Cada uno de vosotros, con capacidad por encima de la media, según el coeficiente psíquico, tiene una producción sensiblemente inferior a la norma del coeficiente. Tú, joven Ben Tarvoke, estás muy lejos frecuentar habitualmente tanto la escuela de la Hermandad como el Templo.
—Yo mismo me ocupo de su instrucción —explicó Amianto con voz controlada.
—¿Eh? ¿Y qué le enseña? ¿Cosas suplementarias sobre la talla de madera?
—Le he enseñado a leer, y a escribir, así como lo que sé de cálculo y, de modo satisfactorio, le he explicado algunas cosas más.
—Sugiero encarecidamente que se prepare con más seriedad para pasar el Segundo Estatuto del Templo. Según mis archivos, su presencia es irregular, y no hace ninguna carrera satisfactoriamente.
Amianto se encogió de hombros.
—Quizá más adelante…
—¿Y usted? —preguntó Schute Cobol—. Parece que durante los últimos catorce años no ha ido al Templo más que dos veces, y que ha saltado sólo una vez.
—Han sido más. ¿Son exactos esos archivos?
—¡Claro que lo son! ¡Qué pregunta! ¿Tiene usted sus propios archivos, si me permite preguntarlo?
—No.
—En ese caso, ¿por qué no ha saltado más que una sola vez durante los pasados quince años?
Amianto se pasó preocupado la mano por el cabello. —Ya no estoy ágil. No me sé las carreras… y me falta tiempo. Schute Cobol abandonó finalmente el taller. Ghyl miró a Amianto, esperando algún comentario, pero su padre no hizo más que un movimiento fatigado con la cabeza y volvió a inclinarse sobre el biombo.
La plancha de cien caras de Amianto recibió una nota de 9503 en el Juicio, es decir, que fue clasificada como Perfecta, y la media de sus obras sometidas al jurado alcanzó los 8626, lejos de la «Primera Categoría», o categoría destinada a la exportación.
La única plancha de Ghyl recibió 6855. Estaba bastante por encima del límite de 6240 de la «Segunda Categoría», o biombos de «Uso Doméstico», y, consecuentemente, fue colocada en los almacenes de la Ciudad Este. Ghyl fue felicitado por la habilidad del diseño, pero también fue exhortado a dar prueba de más finura y delicadeza en la ejecución.
Ghyl, que esperaba una nota de «Primera Categoría», quedó decepcionado. Amianto se negó a emitir el menor comentario sobre el juicio[6]. Simplemente dijo:
—Empieza otro trabajo. Si nuestras obras les gustan, las clasificarán entre las «Primeras», si no las pondrán con las «Segundas» o las «Rechazadas». Hay que hacer cualquier cosa para satisfacer a los jueces. No es tan difícil.
—Muy bien —declaró Ghyl—. Mi próxima plancha tendrá por título: Jóvenes muchachas abrazando a los chicos.
—Hmmm. Tienes sólo doce años… Más valdría que esperases un año o dos. ¿Por qué no pruebas con un motivo que valga para todo, por ejemplo sauces y pájaros?
Y pasaron los meses. A pesar de la evidente desaprobación de Schute Cobol, Ghyl fue muy poco tiempo al Templo, y evitó el colegio de la Hermandad. Por Amianto, aprendió el Primer Arcaico, y lo que su padre sabía de la historia humana.
—Los hombres son originarios de un solo mundo, un planeta llamado Tierra, al menos eso es lo que se admite generalmente. Los terrestres aprendieron a lanzar cohetes al espacio, y ahí empezó la historia de la humanidad, aunque supongo que la Tierra tendrá una historia anterior. Los primeros hombres que pusieran pie en Halma encontraron en ella colonias de insectos, tan grandes como niños, que vivían en madrigueras y túneles. Hubo grandes batallas que terminaron con la destrucción de los insectos. Encontrarás frescos que representan a esos seres en la Sala de las Curio… ¿Ya los has visto?
Ghyl inclinó la cabeza.
—Esos bichos siempre me han dado pena.
—Sí, quizá… Los hombres no han sido nunca muy misericordiosos. Hubo muchos conflictos; todos han sido olvidados. No somos un pueblo histórico; parece que vivimos día a día… o, más exactamente, de un Juicio a otro.
—Me gustaría visitar otros mundos —dijo Ghyl soñadoramente—. Sería maravilloso que pudiéramos conseguir créditos suficientes para irnos a vivir a otra parte y ganarnos allí la vida labrando biombos, ¿verdad?
Amianto sonrió con un cierto pesar.
—En otros mundos, no crecen maderas como el ing o el arzack, o el daban, el sark o el hacknut… Y además, las obras de Ambroy son famosas. Si trabajásemos en otra parte…
—¡Podríamos decir que somos de Ambroy! Amianto, poco convencido, sacudió la cabeza.
—Nunca he oído decir que alguien lo haya hecho. El Servicio de Protección Social no lo aprobaría, estoy seguro.
Cuando cumplió catorce años, Ghyl fue admitido en el Templo como miembro con todos los derechos, y fue puesto en una clase de adoctrinamiento religioso y sociológico. El Guía Saltador explicó las Carreras Elementales con más cuidado que los precedentes instructores de Ghyl.
—Las carreras son, evidentemente, simbólicas, pero, a la vez, facilitan una variedad infinita de relaciones con la realidad. Ahora ya conocéis los diversos casos, virtudes y vicios, blasfemias y devociones que representan. El que es sincero afirma su ortodoxia saltando la carrera tradicional, yendo de un símbolo a otro, evitando los vicios y apoyándose en las virtudes. Incluso las personas de más edad y los enfermos se esfuerzan en saltar varias veces cada día.
Ghyl saltó y brincó con los otros, y finalmente alcanzó un grado de precisión pasable, y así no fue dejado en cuarentena.
Durante el verano de sus quince años, su clase hizo una peregrinación de tres días a Rabia Scrap, en los Montes de Meagher, para estudiar y examinar el Glifo. Tomaron la Línea Elevada hasta la lejana ciudad de Libón y, luego, acompañados por un carro que transportaba sacos de dormir y provisiones, partieron a pie hacia las colinas.
La primera noche, el grupo acabó a los pies de una cima rocosa, junto a un estanque bordeado de rosales y sauces. Encendieron hogueras, hubo canciones y discusiones. Ghyl nunca había conocido momentos más agradables; la aventura estaba sazonada por la lejana presencia de los wirwams, una raza de seres medio inteligentes, de unos dos metros y medio de alto, de pesadas cabezas ornadas con largos hocicos, de ojos opalescentes y negros, pieles duras y correosas con manchas purpúreas, negras y marrones. Los wirwans, según el Guía Saltador, eran indígenas de Halma, y vivían ya en los Montes de Meagher cuando llegaron los seres humanos.
—Si veis alguno, no os acerquéis —les advirtió el guía, un hombre de una seriedad exagerada, que nunca sonreía—. Son inofensivos y temerosos, pero sabemos que atacan a los hombres si son molestados. Podremos ver alguno, entre las peñas, aunque viven en túneles y madrigueras de los que apenas se alejan.
Uno de los muchachos, un chico descarado llamado Nion Bohart, observó:
—Proyectan la mente; leen los pensamientos, ¿verdad?
—¡Eso es absurdo! —respondió el Guía—. Eso sería un milagro, y no conocen a Finuka, única fuente de milagros.
—He oído decir que no hablan —insistió Nion Bohart, con cierta obstinación irreverente—. Proyectan sus pensamientos muy lejos siguiendo un método que nadie comprende. Su jefe cambió de tema bruscamente.
—Ahora, todos a la cama. Mañana es un día importante; escalaremos Rabia Scrap y veremos el Glifo.
A la mañana siguiente, tras un desayuno compuesto por té, galletas y ciruelas de mar secas, los chicos se pusieron en marcha. El campo era estéril: rocas y pendientes cubiertas de arbustos espinosos y agrestes.
Al mediodía, alcanzaron Rabia Scrap. Durante alguna antigua tempestad, la escarpa fue alcanzada por rayos que dejaron complicadas marcas en una protuberancia de roca negra. Algunas de ellas, a las que los sacerdotes rodearon con una estructura de oro, parecían caracteres arcaicos que dijeran:
¡FINUKA ORDENA!
Ante el Glifo sagrado había sido construida una inmensa plataforma, con una Carrera Elemental incrustada en bloques de cuarzo, jaspe, sílex rojo y ónice. Durante una hora, el guía y los estudiantes efectuaron ejercicios rituales y, después, cogiendo sus pertrechos, treparon hacia la cima de la escarpa y establecieron en ella un campamento. La vista era soberbia. Ghyl nunca había podido ver tan lejos. Al este, se encontraba un valle profundo, luego las masas decrecientes de los Montes de Meagher, la región de los wirwans. Al norte y al sur, las crestas se elevaban a lo lejos para convertirse en algo informe cerca de Bauredel, al norte, y en las Grandes Llanuras de Alkali, al sur, Al oeste se extendía la zona deshabitada de Fortinone, una extensión de colores marrones, grises, verdes y negros descoloridos, todo ello bañado por la tonalidad amarillo ocre de la luz del sol, como si estuviera bajo una capa transparente de viejo barniz. A lo lejos, brillaba un reflejo plateado, como una vibración de color: el océano. Una región moribunda, con más ruinas que casas habitadas, y Ghyl se preguntó a lo que se habría parecido dos mil años antes, cuando las ciudades todavía estaban intactas. Sentado en una piedra, con las rodillas recogidas entre los brazos, Ghyl pensó en Emphyrio y reemplazó los lugares descritos en la leyenda por los del paisaje. Allí, en los Montes de Meagher, Emphyrio se había enfrentado a la loca llegada de la luna loca, Sigil —que bien podría haber sido Damar. Allí, aquella gran ranura, al noreste: ¡seguramente el Puerto de Deal! Y, allí, el campo de batalla donde Emphyrio había hablado por mediación de la tablilla mágica. ¿Los monstruos? ¿Quiénes, sino los wirwans…? Una autoritaria llamada interrumpió los ensueños de Ghyl; era el jefe del grupo anunciando que faltaba leña para el fuego. La magia del momento quedó rota y pronto fue reemplazada por otra: el espectáculo de la puesta del sol al oeste, con el paisaje y el cielo bañados por un triste resplandor… el color del ámbar envejecido.
De las marmitas, apoyadas en trípodes, salía un apetitoso olor a jamón y lentejas; las hogueras de zarzas crepitaban; el humo se elevaba de entre el polvo. La escena pinzó un profundo nudo en la mente de Ghyl, enviando a su piel singulares temblores. Del mismo modo, alrededor de hogueras parecidas, se habían acurrucado sus primitivos ancestros: en la Tierra o en el cualquier otro planeta lejano donde los hombres habían, por primera, confirmado su identidad. Nunca le supo tan bien una comida. Tras la cena, con las hogueras de llamas moribundas y los imponentes cielos, tan cercanos, se sintió como en la cumbre de alguna nueva y maravillosa comprensión. ¿De sí mismo? ¿Del mundo? ¿De la naturaleza del hombre? No podía estar seguro. El conocimiento se aferraba en el borde de su mente, tembloroso… El Guía Saltador también estaba siendo inspirado por el maravilloso aspecto del cielo nocturno. Lo señaló y afirmó:
—¡Ante nosotros, y me gustaría que todo el mundo lo viera, se extiende una magnificencia que se sitúa más allá del concepto humano! ¡Observad el brillo de las estrellas de Mirabilis, y allí, más arriba, el borde de la Galaxia! ¿No es magnífico? Tú, Nion Bohart, ¿en qué piensas? ¿No te cautiva el cielo hasta lo más profundo de tu ser?
—Sí, en efecto —reconoció Nion Bohart.
—Es la grandeza, la grandeza más noble y majestuosa. ¡Si no tuviéramos otras indicaciones tangibles, siempre podríamos encontrar aquí la justificación de todos los saltos para mayor gloria de Finuka!
Poco antes, entre los fragmentos y trozos de documentos que había en la carpeta de Amianto, Ghyl dio con algunas líneas de un diálogo filosófico que le había obsesionado y que, en aquel momento, inocentemente, repitió en voz alta:
En una situación de infinidad, cada posibilidad, poco importa hasta qué punto lejana, debe encontrar su expresión física.
¿Cuál es el significado: sí o no?
A la vez los dos, y ninguno de ellos.
El responsable del grupo, molesto por la interrupción que había hecho desaparecer la atmósfera que intentaba crear, preguntó con voz glacial:
—¿Qué es esa ambigüedad oscurantista? No he entendido nada.
—Pues es bastante sencillo —dijo Nion Bohart con voz cansina. Era un muchacho que tendría un año más que Ghyl, con inclinaciones a mostrarse impertinente.
—Quiere decir que todo es posible.
—No todo —observó Ghyl—. El significado es más profundo; ¡creo que es una idea muy importante!
—¡Bah, tonterías! —gruñó el responsable—. ¿Quizá te dignarías a explicarlo?
Ghyl se convirtió súbitamente en el punto de interés de toda la asamblea y se sintió molesto e incapaz de hablar, hasta tal punto que no fue capaz de entender plenamente el texto que le habían pedido que explicara. Miró alrededor del círculo formado por las hogueras, descubriendo que todos los ojos estaban fijos en él. Habló con voz balbuceante y dubitativa:
—Mi interpretación del texto es la siguiente: El cosmos es probablemente infinito, lo que quiere decir… bueno, infinito. Así que hay situaciones locales… en número desmesurado. La verdad es que, en una situación de infinitud, hay un potencial ilimitado de condiciones locales; también, en alguna parte, hay algo que obligatoriamente existe aunque no importe lo que sea. Quizá es así. No sé realmente cuáles son las posibilidades…
—¡Vamos, vamos! —le interrumpió el Guía Saltador con voz de aburrimiento—. Hablas y no dices nada. ¡Explícanos ese truco de teatro con palabras sencillas!
—Bien, puede que en algunas regiones del espacio, según las leyes del azar, un dios como Finuka pueda existir, y ejercer un control local. Puede ser aquí mismo, en el Continente Norte, o en todo el planeta. En otros lugares, podría no haber dioses. Todo depende de las posibilidades de existencia de la clase particular del dios. —Ghyl titubeó; luego, humildemente, añadió—. Ignoro, claro está, cuáles son las posibilidades.
El Guía Saltador respiró profundamente.
—¿Se te ha ocurrido pensar que los individuos que intentan evaluar las posibilidades o probabilidades de existencia de su dios se enorgullecen de ser espiritual e intelectualmente superiores al dios?
—No veo ninguna razón por la que podamos tener un dios que no sea un estúpido —murmuró Nion Bohar a media voz, lo que permitió que el guía no pudiera entender sus palabras.
Dirigiéndole apenas una mirada, prosiguió:
—Es una posición, me atrevería a decir, arrogante sin más preámbulos. Y, además, no hay que olvidar que la situación local no puede ser puesta en duda. El Glifo dice: «¡Finuka ordena!». ¡Eso significa claramente que Finuka lo controla todo! No solamente unos cuantos acres aquí y allá. Si ése fuera el caso, el Glifo diría: Finuka ordena en la comunidad de Elbaum, en el Solar de Brueben, y en las regiones pantanosas de Dodrechten, o mencionaría algún tipo de restricciones bastante parecido. ¿No es evidente? Pero lo que el Glifo dice es que «¡Finuka ordena!», lo que quiere decir que Finuka gobierna y juzga en todas partes. Basta, no escuchemos más tiempo estas estupideces. Ghyl prefirió callarse. El responsable del grupo llevó de nuevo su atención a los cielos y señaló con el dedo varios cuerpos celestes.
Uno a uno, los muchachos fueron cayendo en un sueño profundo. Muy temprano, a la mañana siguiente, levantaron el campamento, saltaron un ejercicio final ante el Glifo y descendieron de la colina hacia la estación de la Línea Elevada de la cercana ciudad minera.
Durante todo el viaje de vuelta, el responsable no le dirigió la palabra ni a Nion ni a Ghyl pero, cuando estuvieron de vuelta en el Templo, los dos fueron transferidos a una sección especial para chicos difíciles, turbulentos o recalcitrantes. El responsable de la sección era un adoctrinador especial y resuelto.
La clase, para sorpresa de Ghyl, contaba con su antiguo amigo Floriel Huzsuis, convertido en un muchacho dulce y no convencional, casi femeninamente hermoso. Floriel había sido juzgado no porque causara problemas debidos a su obstinación o insolencia, sino por sus ensueños despierto, que iban acompañados por una media sonrisa involuntaria, como si encontrara la instrucción divertida, bajo todos sus aspectos, lo que estaba muy lejos de ser la verdad. Pero el pobre Floriel, en razón de su expresión, era continuamente reprendido por bufón y falta de seriedad.
El adoctrinador, el Saltador Honson Ospude, era un hombre alto, siniestro, de rostro hermético y apasionado. Se consagraba intensamente a su sacerdocio, ignorando lo que era la alegría, el humor, deseando imponer las idea de su cargo por la fuerza de su propia y ferviente ortodoxia. Pese a ello, era un hombre erudito, de amplia audiencia, que introducía docenas de temas interesantes en la rutina del trabajo de clase.
—Cada sociedad es construida sobre una base de postulados —declaró cierto día—. Hay muchos postulados entre los que elegir una sociedad: podemos sacarlos de la multitud de civilizaciones galácticas diferentes. La de Fortinone, naturalmente, es una de las más esclarecidas; está basada en las aspiraciones más elevadas del espíritu humano. Somos un pueblo feliz. Los axiomas que modelan nuestras vidas son indecibles, pero indiscutibles; y, cosa igual de importante, son eficaces. Nos garantizan la seguridad frente a la indigencia, y ofrecen a cada uno de nosotros, mientras demos prueba de seriedad y asiduidad, la oportunidad de convertirnos en financieramente independientes.
Al oír aquello, Nion Bohart no pudo reprimir una risotada.
—¿La independencia financiera? Si se raptase a un señor, quizás.
Honson Ospude, ni ultrajado ni embarazado por la interrupción, aceptó el desafío.
—Aunque se consiguiera raptar a un señor, nadie se beneficiaría de ello. Los demás señores no pagarían el rescate. No vivimos en una época de barbarie. Los nobles no están obligados a pagar ningún tipo de rescate y, en consecuencia, no puede haber motivación financiera que justifique el rapto.
—Me parece que si un señor tuviera que elegir entre pagar o morir, ignoraría el pacto y obedecería a los raptores —observó Ghyl, quizá en sordina.
Honson Ospude cambió la mirada de Nihon Bohart a Ghyl, y luego recorrió con la vista toda la clase; todos los alumnos le miraban con interés.
—Parece que tenemos por aquí una buena colección de bandidos en potencia. Bueno, muchacho, puedo advertiros de una cosa: sólo encontraréis penas y aflicciones si trabajáis para el caos. Los reglamentos son la única, y débil, barrera que separa el salvajismo de la paz social: romped la barrera y no sólo os destruiréis a vosotros mismos, sino que destruiréis a los demás. Por hoy, basta… Pensad en lo que os he dicho. ¡Todos a Correr!
Con el tiempo, algunos de los miembros de la clase, entre los que estaban Floriel Huzsuis, Nion Bohart, Mael Villy, Uger Harspitz, Shulk Odlebush, y uno o dos más, se unieron para formar una banda tomando a Nion Bohart, un joven agitado, temerario y peleón, por jefe oficioso. Nion Bohart tenía un año o dos más que los demás: era alto y de hombros anchos, elegante como un señor, de hermosos ojos verdes, de boca fina que se torcía ligeramente hacia abajo en el lado derecho y hacia arriba en el izquierdo. Desde varios puntos de vista, Nion Bohart era un compañero divertido, siempre dispuesto a hacer alguna perrería, aunque parecía que nunca le atraparían por sus ladroneadas. Siempre eran el obstinado Uger Harspitz o el soñador Floriel los descubiertos y castigados por las maldades urdidas por Nion Bohart.
Ghyl se mantenía fuera del grupo, aunque sentía afecto por Floriel. Las hazañas de Nion Bohart parecían rozar la irresponsabilidad, y Ghyl pensaba que su control sobre la imaginación de Floriel era lamentable y contraproducente.
Honson Ospude detestaba a Nion Bohart, pero intentaba tratar lo más justamente posible al insolente joven. Nion Bohart, sin embargo, así como otros miembros de su grupo, se dedicaban a poner su serenidad a prueba, poniendo en duda sus hipótesis, sopesando el valor de la ortodoxia universal, saltando como por error en los símbolos incorrectos (incluso en los blasfemos) durante las ceremonias que inauguraban y cerraban cada curso. Ghyl, simplemente deseoso de llamar la atención lo menos posible, se comportaba discretamente, para disgusto de Floriel y de Nion Bohart, que habrían deseado que participase más activamente en sus actividades. Ghyl apenas se reía de sus acciones, y su asociación con el grupo era casi inexistente.
Pasaron los años. Finalmente, según los reglamentos del Templo, los cursos acabaron. Ghyl, con dieciocho años, dejó la clase como beneficiario responsable presuntamente de Fortinone.
Para celebrar su salida de la escuela, Amianto consultó a los vendedores de comida y encargó un gran festín: pájaros de biloa asados en salsa de bayas de sauce, pez bufón, confitura de pasta de mariscos, corpentina, rollos con algas marinas negro púrpura que eran conocidos como libretas, pastelillos, galletas, tartas y helados diversos, así como abundante vino de Edel.
Para la fiesta, Ghyl invitó a Floriel, que no tenía padre, y cuya morosa madre se negó a festejar el suceso. Los dos jóvenes se atiborraron de dulces mientras que Amianto se dedicó a probar un poco de esto o a catar algo de aquello.
Ghyl se sintió decepcionado al constatar que Floriel, inmediatamente después de la comida, empezaba a mostrar signos de impaciencia, intentando hacer comprender que tenía que irse.
—¿Qué? —exclamó Ghyl—. ¡El sol todavía no se ha puesto! Quédate a cenar.
—Cenar, ¡bah!; estoy tan lleno que apenas puedo moverme… Bueno, para ser sincero, Nion me ha hablado de una reunión en un lugar que conocemos, y quiere que yo asista. ¿Por qué no te vienes?
—No tengo costumbre de ir a casa de nadie sin que me inviten.
Floriel sonrió enigmáticamente.
—No te preocupes por eso. Nion me ha dicho que te llevase.
Aquella última frase era una mentira manifiesta, pero Ghyl, tras media docena de vasos de vino, se sentía en condiciones para seguir la celebración de su éxito. Recorrió la habitación con la mirada, en dirección al lugar donde Amianto ayudaba al vendedor de comidas a embalar los potes, cacerolas y sartenes.
—Le voy a preguntar a mi padre lo que le parece.
Amianto no hizo objeción alguna a la salida y Ghyl se puso un pantaloncillo corto nuevo de color ciruela, una casaca negra con arabescos escarlatas y un sombrero negro ribeteado. Con las nuevas ropas, Ghyl se sentía con buen aspecto, y Floriel le dio su opinión francamente:
—Un conjunto encantador; comparado contigo, es como si fuera vestido de harapos… Bueno, después de todo, no todos podemos ser ricos y elegantes. Vamos, el sol se pone y no quiero perderme nada.
Para celebrar la ocasión, tomaron la Línea Elevada del Sur para atravesar Hoge, y adentrarse en Cato. Salieron a la superficie y caminaron hacia el este, por un barrio de antiguas y singulares edificaciones, hechas de piedra y ladrillos negros y que, por un capricho de la fortuna, habían resistido la última devastación.
Ghyl estaba turbado.
—Creía que Nion vivía en el otro lado de Hoge, en Foelgher.
—¿Quién dijo que íbamos a su casa?
—¿Dónde vamos?
Floriel hizo un gesto enigmático.
—¡Lo verás en un momento! —Le llevó a un paseo húmedo, lleno del olor de los años, le hizo atravesar un portal por encima del cual había colgada una linterna con bombillas verdes y encarnadas y le hizo entrar en una taberna que ocupaba toda la planta baja de una de aquellas casas.
En una mesa, al otro lado de la sala, Mael ViUy les llamó.
—¡Son Floriel y Ghyl! ¡Venid aquí!
Atravesaron la sala, en dirección a la mesa en la que sus amigos se servían cerveza y vino generosamente. Se sentaron y les pusieron unas jarras en las manos. Nion Bohart brindó:
—Para que un botón crezca en la boca de Honson Ospude y para que todos los Guías saltadores hagan carreras a pie; ¡que prueben la Doble Sinceridad Va y Viene Ochenta y Nueve, se caigan de tripa y den con la nariz en la Corrupción Animal!
Entre bravos y aleluyas, los camaradas se bebieron las copas. Ghyl lo aprovechó para observar lo que le rodeaba. La habitación era grande, con columnas esculpidas que soportaban un antiguo techo elegante de escayola verde con cuadrados amarillos. Las paredes estaban salpicadas de suave color escarlata, el suelo era de piedra. La luz procedía de cuatro candelabros que soportaban una docena de lamparillas. Sentados en una alcoba, una orquesta de tres músicos interpretaba jigas y tonadas a la cítara, la flauta y los timbales. Por debajo de la orquesta, en un largo diván, había sentadas veinte jovencitas con diversos ropajes, unos relucientes, otros severos, pero todos ellos caracterizados por un toque fantasioso, que las dejaba aparte del resto de las mujeres de Ambroy. Finalmente, Ghyl comprendió dónde se encontraba: en una de aquellas tabernas más o menos legales que ofrecían vino y comida, música y diversiones, y también los servicios de un equipo de anfitrionas. Ghyl observó con curiosidad a las chicas alineadas. Ninguna era particularmente atractiva o apetecible, pensó, y algunas hasta eran verdaderamente grotescas, con trajes increíblemente complicados y un maquillaje casi ultrajante que no conseguía disimularlas el rostro.
—¿Ves alguna que te guste? —le preguntó Nion Bohart a Ghyl—. Esta noche están todas aquí. Los negocios van mal. ¡Elige la que prefieras, y ella te rascará los dedos de los pies!
Ghyl sacudió la cabeza para indicar su repugnancia, y miró hacia las otras mesas.
—¿Qué lugar crees que es éste? —le preguntó Floriel.
—Innegablemente espléndido, pero debe ser muy caro.
—Menos de lo que piensas, si uno se queda lejos de las chicas, y si sólo se bebe cerveza.
—Una lástima que no haya venido el viejo Honson Ospude, ¿verdad? —gritó Shulk Odlebush—. Se iba a coger una tajada de las que no sabes dónde está arriba y dónde abajo.
—¡Me gustaría verle arreglárselas con aquella gorda! —observó Uger Harspitz, con una sonrisa taimada—. La de la boa de plumas verdes. ¡Menudo cuerpo a cuerpo!
En la sala entraron tres hombres y dos mujeres. Los hombres avanzaban mirando un tanto precavidamente, mientras que las mujeres, por contraste, parecían más tranquilas, incluso insolentes. Nion le dio un codazo a Floriel, le murmuró algo al oído, y Floriel, a su vez, se volvió hacia Ghyl.
—Son nocops; aquellos cinco que se acaban de sentar.
Ghyl miró furtivamente, fascinado, a los cinco personajes que, tras echar rápidas miradas a todos los rincones, se relajaron en los asientos.
—¿Son criminales… o simples no beneficiarios? —le preguntó Ghyl a Floriel.
El último le pasó la pregunta a Nion, que respondió con pocas palabras y con una pequeña y cínica sonrisa. Floriel le repitió las palabras a Ghyl.
—No está seguro. Cree que trafican con la «recuperación»: los viejos metales, viejos muebles, viejas obras de arte… Probablemente, con todo a lo que puedan echar mano.
—¿Cómo sabe Nion todo eso?
Floriel se encogió de hombros.
—Sabe un montón de cosas. Creo que su hermano es un nocop… o lo era. No estoy muy seguro. Los tipos que son dueños de esta taberna también son nocops.
—¿Y ellas? —Ghyl hizo un signo con la cabeza dirigido a las chicas del diván.
Floriel le preguntó a Nion, y también recibió una rápida respuesta.
—Todas beneficiarias. Pertenecen a la Hermandad de las Matronas, Enfermeras y Mujeres de su Casa.
—Oh.
—A veces, vienen por aquí algunos señores. La última vez que estuve, con Nion, había dos señores y sus damas, bebiendo cerveza y comiendo bocadillos como estibadores del puerto.
—¿Es verdad?
—Pura verdad —afirmó Nion que se acercó para unirse a la conversación—. Puede que luego vengan algunos señores, ¿quién sabe? Toma, amigo mío, Una jarra… ¡Es cerveza bien buena y fuerte!
Ghyl dejó caer la cerveza.
—¿Por qué iban a querer bajar los señores y sus damas a un sitio como este?
—¡Porque aquí hay vida! ¡Excitación! ¡Gente real! ¡No ovejas ahorra créditos!
Ghyl, estupefacto, movió la cabeza.
—Creí que cuando bajaban al suelo iban a divertirse a Luschein, a las Islas de Mang, o a cualquier otro sitio lejos de Fortinone.
—Es cierto, pero a veces también les resulta fácil bajar al viejo Albergue de Keecher. Todo es bueno para escapar del aburrimiento de sus torres.
—¿El aburrimiento?
—Claro. ¿Crees que la vida de los señores está sólo hecha con vino de Gade y viajes por el espacio? Muchos de ellos encuentran que el tiempo pasa muy lentamente.
Ghyl reflexionó sobre aquella nueva imagen de la vida de los señores. ¿Y los navíos aéreos que les llevaban de aquí para allá, no sólo a Luschein y las Islas de Mang, sino también a Monyajudos, las desiertas Islas de Para, o los Glaciares de Wewar? La idea no era muy convincente. Pero… ¿quién podía decirlo?
—¿Vienen sin los garriones?
—Eso no lo sé. Aquí en la taberna nunca se han visto garriones. Quizá monten guardia fuera, arriba.
—Mientras no traigan un Agente Especial —sugirió Mael Villy, echando un vistazo por encima del hombro.
—No te preocupes, ya saben que estás aquí —observó Nion Bohart—. Lo saben todo.
—Quizá el gamón y el agente de la Protección Social se sienten uno al lado del otro detrás de la cortina —añadió Ghyl con una sonrisa.
Nion Bohart dio un fuerte pisotón.
—No, los agentes vienen a divertirse con las chicas, como todos los demás.
—¿También los señores? —preguntó Ghyl.
—¿Los señores? ¡Ja! Tendrías que verles. ¡Y las damas! ¡Son más lascivas todavía!
—¿Habéis oído hablar del Señor Mornune el Spay? —preguntó Uger Harspitz—. ¿Sabéis cómo sedujo a la novia de mi primo? En un lugar a orillas del Insse… un lugar de recreo. ¿Bazen? ¿Grigglesby? Me he olvidado del nombre… De todos modos, mi primo fue llamado fuera por un mensaje urgente y, cuando volvió, el Señor Mornune estaba con la chica. Al día siguiente, no apareció para el desayuno, y le escribió a mi primo que se encontraba de maravilla, y que Mornune se la llevaba de viaje, a los Cinco Mundos, y más allá. ¿No es eso vida?
—Todo cuanto se necesita para eso es recibir el 1,18 por ciento de todas las importaciones y exportaciones —dijo Nion Bohart siniestramente—. ¡Si lo tuviera, seduciría a tantas chicas como ellos!
—Puedes probar con tu único crédito y los dieciocho billetes —le sugirió Shulk Odlebush—. Pregúntale a la gorda de la boa verde.
—Bah. Ni siquiera daría un billete… Pero ¡bueno! Si es mi amigo Aunger Wennach. ¡Eh! ¡Aunger! ¡Por aquí! ¡Ven con mis amigos!
Aunger Wermach era un joven vestido de un modo exagerado, con calzas blancas y puntiagudas y un sombrero amarillo con botones negros. Nion Bohart se lo presentó al grupo.
—Aunger es un nocop, ¡y está orgulloso por ello!
—¡Exactamente! —declaró Aunger Wermach—. Pueden llamarme Caótico, ladrón, paria… como quieran… ¡mientras no me metan en su maldito registro de la Protección Social!
—¡Siéntate, Aunger… y bébete una jarra de cerveza! Ya veis, es un buen tipo.
Aunger se puso un taburete entre las piernas y aceptó la jarra de cerveza.
—¡Feliz vida a todos!
¡Y polvo en los ojos de los Controladores del Agua! —propuso Nion.
Ghyl bebió con los demás. Cuando Aunger Wermach se alejó, le pidió explicaciones a Floriel, que le hizo un guiño cargado de intención y Ghyl entendió inmediatamente la referencia a los «Controladores del Agua», los agentes de la Protección Social que patrullaban por la orilla para detener a los contrabandistas que traficaban con artículos baratos, de todas partes, fabricados a mano, y por debajo de los precios de Fortinone. Así que aquel hombre era un contrabandista: una sanguijuela antisocial y un especulador… aquello era lo que Ghyl había aprendido en las reuniones de la Hermandad.
Ghyl se encogió de hombros sin decir palabra. Quizá el contrabando violaba los Reglamentos de la Protección Social, lo mismo que los duplicados de Amianto. Pero, en cualquier caso, su padre no había sido motivado por el lucro. Su padre casi no era una sanguijuela antisocial, y ciertamente no un especulador. Ghyl suspiró y se encogió de nuevo de hombros. Aquella noche estaba dispuesto a no emitir juicio alguno.
Dándose cuenta de que tenía la jarra vacía, Ghyl se encargó de llenarla, y lo mismo hizo con las otras jarras de la mesa. Luego se retrepó en el asiento para observar los acontecimientos de la velada.
Dos jóvenes se aproximaron para hablar con Aunger Wermach; se acercaron unas sillas. Ghyl no les fue presentado. Sentado al otro lado de la mesa, casi estuvo al margen de la conversación, lo que le venía muy bien. Con la cabeza bastante ligera, decidió no seguir bebiendo cerveza. Tendría que pensar en volver a casa. Habló con Floriel, que le miró con el rostro ausente y la boca entreabierta en una vaga sonrisa. Floriel estaba borracho, con naturalidad, de un modo distendido que dejaba suponer una larga práctica. Floriel dijo algo sobre los alojamientos de las chicas, pero Ghyl no estaba muy entusiasmado con aquel proyecto. Sobre todo por el conjunto de mujeres ajadas y lastimeras que tenía a la vista. Se lo dijo a Floriel, que le aconsejó que se tomara un par de jarras de cerveza.
Estaba a punto de partir cuando, al otro lado de la mesa, notó cierta tensión. Aunger Wermach hablaba casi mudamente con sus dos amigos. De soslayo, le observaban un grupo de cuatro hombres que acababa de entrar: Agentes Especiales de la Protección Social. Era evidente, incluso para Ghyl. Nion Bohart estaba sentado, observando con interés su jarra de cerveza, pero Ghyl vio que sus manos se ocultaban bajo la mesa.
Todo pasó muy rápidamente. Los Agentes Especiales del Servicio de Protección Social se acercaron a la mesa. Aunger Wermach y sus dos amigos se apartaron de un salto, derribaron a los agentes, corrieron hacia la puerta y desaparecieron casi antes de que la mente pudiera entender lo que pasaba. Nion Bohart y Shul Odlebush se levantaron, encolerizados.
—¿Qué quiere decir esto?
—¿Que qué quiere decir? —dijo secamente uno de los Agentes Especiales—. Sencillamente, que tres hombres han salido sin nuestro permiso.
—¿Y para qué les hacía falta? —preguntó Nion irritadamente.
—Agentes de la Protección Social, Servicios Especiales… ¿qué os creíais?
—Bueno —respondió Nion virtuosamente—, ¿por qué no lo dijeron? Entraron tan furtivamente que mis compañeros les deben haber tomado por criminales y han preferido irse.
—Venid —dijo el agente—. Todos. Hay algunas preguntas que necesitan respuesta. Y, por favor —añadió, dirigiéndose a Nion Bohart—, ten la amabilidad de recoger el paquete que has tirado al suelo cuando nos has visto y devuélvemelo.
Los jóvenes fueron conducidos a un furgón y llevados al Centro de Detención de Hoge.
Ghyl fue soltado dos horas más tarde. No fue interrogado más que ligeramente. Respondió con la triste verdad y le dieron instrucciones de que volviera a su casa. Floriel, Mael Vuly y Uger Harspitz fueron soltados tras recibir algunas advertencias. Nion Bohart y Shulk Odlebush tenían en su poder unos paquetes con artículos de contrabando y tuvieron que pagar por su conducta antisocial. Su Salario Base fue reducido diez créditos por mes y tuvieron que trabajar durante dos meses en el Escuadrón Móvil de la Limpieza Moral y Material, recogiendo inmundicias por las calles, y también tuvieron que efectuar un día por semana ejercicios purificadores intensivos en el Templo.