En la sala, en la parte más alta de la torre, se hallaban seis personajes: tres de ellos se hacían llamar «señores» o «reparadores», un hombre del pueblo (en lamentable estado) que era su prisionero, y dos garriones. La sala tenía un aspecto teatral y extraño, de dimensiones irregulares, revestida con pesadas cortinas de terciopelo marrón. En un extremo de la estancia, un ventanuco dejaba penetrar un rayo de luz de un color ambarino ahumado, como si el cristal estuviera manchado de polvo… lo que no era el caso; de hecho, la propia naturaleza del vidrio era muy especial y producía notables efectos. Al otro lado de la habitación había una puerta baja, de acero, con forma trapezoidal.
El cautivo, inconsciente, estaba aprisionado en una complicada estructura articulada. La parte superior de su cráneo había sido retirada y, sobre el desnudo cerebro, descansaba una gelatina amarilla cubierta de estrías. Por encima colgaba una cápsula negra, un objeto curiosamente feo, sencilla combinación de vidrio y metal. Su superficie estaba recubierta por una docena de protuberancias parecidas a verrugas; cada una de ellas proyectaba en la gelatina un rayo de temblorosas radiaciones.
El prisionero era un hombre joven de piel clara y rasgos sin mucha distinción. Los cabellos, por lo que podía verse, eran rojizos. La frente y los pómulos eran amplios, la nariz redondeada, la boca tranquila y amplia y las mandíbulas un poco por encima del firme mentón; la cara mostraba un aspecto de infantil idealismo. Los señores, o «reparadores» (término este último un tanto caído en desuso y empleado sólo raramente) eran de otra especie. Dos de ellos eran tipos altos y delgados, de piel absentada, de nariz delgada y larga, bocas saturnianas, cabellos negros y pegados al cráneo. El tercero era más viejo, más pesado, y sus facciones denotaban astucia, bajo una mirada brillante e inflamada y piel rubicunda con una tonalidad subyacente de un enfermizo color magenta. El Señor Fray y el Señor Fanton mostraban un desdén altanero, mientras que el Gran Señor Dugald el Boimarc parecía oprimido por algún tipo de inquietud y una cólera crónica. Los tres, miembros de una raza especialmente conocida por sus refinadas orgías, parecían desprovistos del más mínimo resto de humor; severos, incapaces de gozar de los más ínfimos placeres y diversiones.
Los dos garrriones, en el fondo de la sala, eran antropomorfos, de un color negrizo y marrón purpúreo, sólidos y macizos. En sus ojos, unos bulbos negro mate, podían verse reflejos internos parecidos a estrellas; a cada lado de sus caras había matas de pelo negro.
Los señores vestían trajes negros de corte refinado y bonetes de hilos metálicos adornados con joyas. Los garriones llevaban arneses de cuero negro y mandiles de buriel de color ocre.
Fray se hallaba cerca de un panel de control, y explicaba las funciones del aparato.
—En primer lugar, hay un período de unión, mientras cada rayo busca una sinapsis. Cuando los rayos se detienen, lo que acaba de pasar, y las agujas coinciden - Fray señaló dos flechas negras de rumbos diferentes —, deja de existir, no siendo otra cosa que un organismo no desarrollado, un pólipo con algunos reflejos musculares. Los circuitos neurales están clasificados en el ordenador por campos y complejidad de interconexión, en siete niveles. —El Señor Fray examinó la gelatina amarilla, en la que los rayos exploratorios no levantaban otra cosa que montículos luminosos—. El cerebro ha sido estructurado en siete zonas… Para llevarlas a las condiciones deseadas, liberamos el control de zonas específicas y, si es necesario, limitamos o, incluso, suprimimos otras. Ya que el Señor Dugald no tiene intención de rehabilitarle…
Fanton habló con voz ronca.
—Es un pirata. Debe ser desterrado.
—… liberaremos los niveles uno por uno, hasta que se halle dispuesto a proporcionar los datos precisos que desea el Señor Dugald. Aunque, lo reconozco, sus motivos sobrepasen mi entendimiento.
—El Señor Fray lanzó una incierta mirada al Gran Señor Dugald.
—Para mí, mis motivos son más que suficientes —respondió Dugald—, y os conciernen más de lo que suponéis. ¡Adelante!
Latiendo con el mismo ritmo que el pulso del prisionero. La respiración del joven se hizo silbante, gimió, se revolvió débilmente contra sus ataduras. Trabajando con seguridad, Fray superpuso círculos concéntricos sobre la marca y efectuó un ajuste final.
Los ojos del joven perdieron el brillo. Vio al Señor Fanton y al Señor Dugald; el disco negro, en la pantalla, se estremeció bruscamente. Vio a los garriones; el disco negro se retorció. Giró la cabeza, mirando a través del ventanuco. El sol, al oeste, estaba bajo. Por una curiosa propiedad óptica del cristal, parecía ser un disco gris pálido rodeado por un halo rosado y verde. El punto, en la pantalla, dudó y se contrajo lentamente.
—Fase uno —anunció Fray—. Sus respuestas genéticas han sido restauradas. ¿Habéis notado hasta qué punto le ha turbado ver a los garriones?
—No es de extrañar —gruñó el anciano Señor Dugald—. No pertenecen a su patrimonio genético.
—¿Y por qué ha reaccionado de un modo similar al vernos a nosotros? —preguntó Fanton fríamente.
—¡Bah! —refunfuñó el Señor Dugald—. Tampoco nosotros pertenecemos a su pueblo.
—Exacto —aprobó Fray—, incluso después de tantas generaciones. El sol, por el contrario, desempeña el papel de un punto de referencia en el origen de las coordenadas mentales. Es un símbolo importante.
Apretó el segundo botón. El disco negro explotó en pedazos. El joven gimoteó, se retorció y, finalmente, se tensó. Fray hizo algunos ajustes y redujo una vez más la forma al tamaño de un disco diminuto. Pulsó el botón del estimulador. El joven descansó tranquilamente. Su mirada recorrió la sala, yendo del Señor Fray al señor Dugald, de los garriones a su propio cuerpo. El disco negro mantenía la misma forma y posición.
—Fase dos —anunció Fray—. Reconoce las cosas, pero es incapaz de establecer relaciones entre ellas. Sabe, pero aún no es consciente, ni puede establecer diferencias entre sí mismo y lo que le rodea. Todo es parecido; las cosas y su contenido emocional son idénticas, sin ningún valor para lo que deseamos obtener. Pasemos a la fase tres.
Oprimió el tercer botón y el círculo negro, concentrado, se dilató. Fray efectuó nuevos ajustes, comprimiendo la mancha hasta convertirla en un disco pequeño y denso. El joven se incorporó, miró fijamente los cierres metálicos que le apretaban muñecas y tobillos y observó a Fanton y a Dugald. Fray se dirigió a él con una voz clara y fría.
—¿Quién eres?
El hombre frunció el ceño; se humedeció los labios. Habló, y su voz parecía venir de muy lejos.
—Emphyrio.
Fray agachó la cabeza rápidamente. Dugald le miró sorprendido.
—¿Qué significa eso?
—Una unión errante, una oscura identificación, nada más. Debemos esperar algunas sorpresas.
—Pero ¿no tendría que dar respuestas exactas?
—Exactas con respecto a su experiencia, y según su punto de vista. —La voz de Fray se hizo algo más seca—. No podemos esperar respuestas acordes con la lógica cósmica universal… si es que eso existe. —Se volvió hacia el joven—. ¿Y cuál es tu nombre de nacimiento?
—Ghyl Tarvoke.
Fray inclinó bruscamente la cabeza.
—¿Quién soy yo?
—Un Señor.
—¿Sabes dónde te encuentras?
—En algún sitio por encima de Ambroy.
Fray se dirigió a Dugald.
—Actualmente, puede comparar sus percepciones con sus recuerdos; puede hacer identificaciones cualitativas. Sin embargo, aún no es consciente. Si tuviera que ser rehabilitado, éste sería el punto inicial del proceso, pues todas sus asociaciones son fácilmente accesibles. Pasemos a la Fase cuatro.
Fray apretó el cuarto botón e hizo los correspondientes ajustes. Ghyl Tarvoke hizo una mueca de dolor y agitó puños y tobillos.
—Ahora puede hacer apreciaciones cuantitativas. Puede percibir las relaciones y establecer comparaciones. Está, en cierto sentido, lúcido. Pero todavía no está consciente. Si hubiera que rehabilitarlo, habría que hacer algunos ajustes en este punto. Fase cinco.
Acabó la Fase cinco. Aterrado, Ghyl Tarvoke miró a Fray, Dugald, Fanton y los garriones.
—Su escala de tiempo ha sido restaurada —hizo notar Fray—. Ha recuperado la memoria. Con un inmenso esfuerzo, podríamos obtener datos objetivos desprovistos de alteraciones emocionales; la verdad desnuda, por decirlo de algún modo. En algunas situaciones, eso es deseable, pero ahora no descubriríamos nada. No puede tomar decisiones, lo que constituye una barrera para el lenguaje consciente, que es un proceso continuo de toma de decisiones, la elección entre dos sinónimos, los diferentes grados de acentuación, los diversos sistemas de sintaxis. Fase seis.
Pulsó el sexto botón. El disco negro se expandió violentamente hacia un lado, en una nube de gotas. Fray retrocedió, sorprendido. Ghyl Tarvoke lanzó unos gritos de bestia salvaje, rechinó los dientes, tiró de las ataduras. A toda prisa, Fray hizo unos cuantos ajustes, reteniendo los retorcidos elementos, comprimiéndolos en un disco agitado por las sacudidas. Ghyl Tarvoke se quedó sentado, jadeando, mirando a los señores con odio, fijamente.
—Bien, Ghyl Tarvoke, ¿qué piensas de ti mismo? —preguntó Fray.
El joven miró uno por uno a los señores, sin responder.
Dugald dio un paso hacia un lado.
—¿Hablará?
—Hablará —afirmó Fray—. Mirad: está consciente, se controla totalmente.
—Me pregunto qué es lo que sabe —murmuró Dugald soñadoramente. Miró agudamente a Fanton y a Fray—. ¡Recordad que soy yo quien hace las preguntas!
Fanton le miró con severidad.
—Casi parece que compartes un secreto con él.
—Pensad lo que queráis— respondió Dugald, cortante —¡pero acordaos de que soy yo quien tiene la autoridad!
—¿Cómo íbamos a olvidarlo? —replicó Fanton antes de darse la vuelta.
A sus espaldas, Dugald contestó:
—¡Si quieres mi puesto, tómalo! ¡Pero quédate también con las responsabilidades!
Fanton le hizo cara nuevamente.
—No quiero nada tuyo. Acuérdate quién ha sido la víctima de este desgraciado individuo.
—Tú, yo, Fray, cada uno de nosotros; es lo mismo. ¿Le habéis oído emplear el nombre de Emphyrio?
Fanton se encogió de hombros; Fray intervino con desenvoltura:
—Bien, volvamos con Ghyl Tarvoke. Todavía no es un individuo por completo. Todavía le falta la utilización de sus conexiones libres, la red flexible. Es incapaz de ser espontáneo. No puede disimular, pues no puede creer. No puede esperar, ni siquiera hacer proyectos; en consecuencia, no tiene voluntad alguna. De este modo, podremos oír la verdad. —Se sentó en un banco mullido y puso en marcha un grabador.
Dugald avanzó, cuadrándose ante el prisionero.
—Ghyl Tarvoke, queremos saber cuál es el móvil de tus crímenes.
Fray intervino con una ligera ironía.
—Sugiero que hagas las preguntas un poco más concisas.
—¡No, no! —replicó Dugald—. Vosotros no podéis entender el sentido de mis preguntas.
—Todavía no las has hecho —hizo notar Fray, siempre cortés pero un poco agrio.
Ghyl Tarvoke tiró con dificultad de las ataduras que le sujetaban. Con irritación, dijo:
—Si soltáis esto estaré más cómodo.
—¡Poco importa que lo estés! —ladró Dugald—. Vas a ser desterrado a Bauredel. ¡Vamos, habla!
—Exacto —murmuró Fray—. Tiene razón.
—Recuerdo hechos de toda una vida. Os los contaré.
—Prefiero que hables de lo que nos interesa —le interrumpió Dugald.
La frente de Ghyl se arrugó.
—Completad el proceso para que pueda pensar.
Dugald miró a Fray con indignación; Fanton se echó a reír.
—¿No es eso una manifestación de voluntad?
Fray se rascó el largo mentón.
—Creo que esa observación es fruto del razonamiento y no de la emoción. —Se dirigió a Ghyl—. ¿No es verdad?
—Sí.
Fray se encaminó a la consola de control y pulsó el séptimo botón. El disco negro se desintegró en una bruma de gotas. Ghyl Tarvoke emitió un gemido de agonía. Fray se lanzó sobre los controles; las gotas se fundieron en una sola y adquirieron finalmente su forma inicial.
Ghyl estaba sentado, más tranquilo.
—Así que vais a matarme —dijo al fin.
—Ciertamente. ¿Crees merecer algo mejor?
—Sí.
—¿Y por qué le hiciste tanto mal a gente que no te había hecho nada? —gritó Fanton—. ¿Por qué? ¿Por qué?
—¿Por qué? —gritó Ghyl—. ¡Para triunfar! ¡Para darle un significado a mi vida, para marcar el cosmos con mi huella! ¿Es justo que deba nacer, vivir y morir sin tener más importancia que una brizna de hierba de la que cubre las Colinas de Dunkum?
Fanton rió amargamente.
—¿Eres mejor que yo? Yo vivo y moriré según la misma sinrazón. ¿Quién se acordará de nosotros?
—Vosotros sois vosotros y yo soy yo —respondió Ghyl Tarvoke—. Yo no estoy satisfecho con mi suerte.
—Y haces bien —respondió el señor Dugald con una helada sonrisa—. Dentro de tres horas serás expulsado. ¡Vamos, habla ahora o nunca podrás hacerte oír!