Varias investigaciones llevadas a cabo por diversos periodistas dirigieron sus sospechas hacia el poderoso monseñor Paul Marcinkus, entonces presidente del IOR. ¿Era Paul Marcinkus quien se escondía tras el apodo del Americano y quien realizó casi una veintena de llamadas tras los primeros días de la desaparición de Emanuela en 1983? La misma Policía italiana llegó a creerlo: los investigadores del caso pensaban que Marcinkus hablaba, cuando supuestamente realizaba las llamadas bajo el nombre del Americano, al cardenal Casaroli en nombre de la Magliana, la banda criminal mafiosa de Roma, que había prestado una importante cantidad de dinero al IOR para ser enviada después al sindicato polaco Solidaridad de Lech Walesa. La Policía intentó detener a Marcinkus para interrogarlo, pero el papa Juan Pablo II jamás lo permitió, concediéndole la inmunidad diplomática incluso en su retiro en una pequeña iglesia de Arizona. Nadie podía tocarlo.
En los primeros meses de 2008, a través de confidentes de la organización criminal, la Policía pudo saber que el IOR debía una enorme suma de dinero a la Magliana y que el secuestro de Emanuela Orlandi era una forma de obligar al Banco Vaticano a pagar la deuda. Los titulares de todos los medios de comunicación apuntaban nuevamente al polémico Paul Marcinkus, cuya imagen se deterioró aún más cuando entró en juego una mujer llamada Sabrina Minardi, la que fuera amante del poderoso padrino de la banda de la Magliana, Enrico de Pedis. Minardi contó a la Policía que era la encargada de proporcionar jovencitas a monseñor Marcinkus para sus orgías, y que este estaba implicado en el secuestro de Emanuela Orlandi. El escándalo estaba servido. El 25 de junio de 2008, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, emitió un comunicado con la siguiente declaración:
La trágica desaparición de la joven Emanuela Orlandi (en 1983 n.d.r.) ha vuelto a la actualidad en el mundo de la información italiana.
Llama la atención la forma en que sucede, con la amplísima divulgación en los medios de comunicación de informaciones reservadas, que no se someten a ninguna comprobación, procedentes de un testimonio de valor muy dudoso.
Sin demostrar ni respeto ni humanidad ante personas que tanto han sufrido, se reaviva de esa forma el profundo dolor de la familia Orlandi.
Se difunden acusaciones infamantes y sin fundamento contra el arzobispo Marcinkus, muerto desde hace tiempo e incapaz de defenderse.
No queremos interferir de modo alguno con las tareas de la magistratura, que debe verificar rigurosamente, como es su deber, hechos y responsabilidades. Pero al mismo tiempo no podemos dejar de manifestar disgusto y reprobación por unas formas de información más en sintonía con el sensacionalismo que con las exigencias de la seriedad y la ética profesional[102].