La última cena

Durante los meses siguientes, parecía que todo el mundo quería olvidar el caso y dejar que Dino Boffo desapareciese de la escena. Pero el periodista no estaba dispuesto, y el miércoles 6 de enero de 2010 escribió una carta dirigida a monseñor Georg Gänswein, secretario privado del papa Benedicto XVI.

Tras hacer un breve repaso de los hechos y alguna que otra apreciación, en el texto, de cinco folios, el dimitido Boffo intentaba buscar un apoyo tácito, incluso alguna palabra de apoyo, del secretario o del propio papa. «A día de hoy no puedo desmentir objetivamente a todos los que declaran y afirman que Vian (director del L’Osservatore Romano) es el verdadero instigador de mi vicisitud», afirmó Boffo en la carta a Gänswein. Asimismo declaró haberse enterado de que quien entregó a Feltri (director de Il Giornale) el documento falsificado que se utilizó para organizar la campaña mediática de desprestigio contra de él había sido el director de otra cabecera de la Iglesia, Giovanni Maria Vian, de quien Boffo dijo:

Él no solo le facilitó la carta anónima (a Feltri), la que en el mes de mayo circulaba en el entorno de la Universidad Católica y en la curia romana, que tenía como objetivo el obstaculizar la confirmación de mi cargo en el órgano de control de la misma Universidad, es decir, el Instituto Giuseppe Toniolo de Estudios Superiores, sino que es quien ha garantizado que el hecho jurídico que la carta mencionaba se refería a una historia de homosexualidad irrefutable, de la que yo era el protagonista, siendo yo —según este odioso cotilleo— un homosexual conocido en varios ambientes, empezando por el entorno eclesiástico, donde podía valerme de coberturas para que pudiera seguir en mi trabajo de director responsable en distintas cabeceras de la Conferencia Episcopal Italiana.

Sobre las supuestas motivaciones de Vittorio Feltri y de Giovanni Maria Vian, Boffo explicó:

Vian deseaba mi salida de la Dirección del Avvenire con la intención de evitar que se produjera una campaña mediática en el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana, entre la Presidencia del cardenal Camillo Ruini y el cardenal Angelo Bagnasco. Feltri solo deseaba golpear a quien se había atrevido a criticar la vida privada de Silvio Berlusconi.

En otro interesante párrafo, Dino Boffo hacía referencia a la posible participación del cardenal Tarcisio Bertone en toda la trama:

Si le soy sincero, tengo que decirle que yo no creo que el cardenal Bertone supiera hasta los más mínimos detalles lo que estaba haciendo Vian, pero puede que Vian contara con la posibilidad, como ya había pasado antes, de actuar interpretando los mensajes de su superior: una vez alejado Boffo, iba a faltar alguien que actuase con el fin de que existiera una continuidad entre la Presidencia (CEI) de Camillo Ruini y la de Angelo Bagnasco. Más de uno puede haber supuesto una conexión entre la actuación de Vian y Bertone, teniendo en cuenta que el portavoz del mismo Berlusconi, Bonaiuti, se atrevió a contestar, sin que se grabara: «Hemos hecho un favor a Bertone. De aquí, probablemente, el malestar inicial de Berlusconi por los acontecimientos, para luego marcar las distancias de la campaña de desprestigio, y al final se involucró —y esto es cierto— para que Feltri se retractara».

Sin duda alguna, tras explicar los detalles de la trama contra él, Dino Boffo deseaba una reacción por parte de Gänswein o del Sumo Pontífice:

Pero ahora me pregunto: ¿qué se va a hacer? Le doy mi palabra de que por mi parte no haré nada en absoluto para que salga esta versión de los hechos: los intereses superiores de la Iglesia siguen guiando mis acciones. Es verdad que he perdido mi trabajo, en el que tenía puestas muchas expectativas, pero no busco venganza. También es verdad que lo que ha pasado ya no es un secreto en la redacción de Il Giornale, y por eso los entresijos podrían salir en cualquier momento. Ya no falta quien está intentando llegar a la verdad por su propia cuenta. Por esto motivo, monseñor, creo justo informarle de lo que he llegado a conocer para que esté preparado por algo que dentro de poco podría pasar.

¿Estaba Boffo planteando una amenaza velada a Georg Gänswein o, sencillamente, le informaba de lo ocurrido y lo descubierto hasta el momento?

El lunes 11 de enero, Boffo recibió una llamada telefónica de monseñor Gänswein. Al parecer, según se desprende de la segunda carta que le envió, el martes 12 de enero de 2010, el secretario de Benedicto XVI estaba molesto con Boffo por el tono de su primera misiva, del 6 de enero: «Monseñor reverendísimo, en primer lugar quiero agradecerle con sinceridad la caridad sacerdotal y la franqueza con las que me ha hablado en la llamada de ayer día 11 de enero de 2010. Dios sabe cuánto siento haberle molestado hasta tal punto». Parece ser que monseñor Gänswein se encontraba contrariado por las acusaciones directas de Boffo a Gian Maria Vian, director de L’Osservatore Romano, y a Tarcisio Bertone. También el secretario de Benedicto XVI intentaba buscar alguna explicación sobre el origen del rumor de la supuesta homosexualidad de Boffo. El periodista escribió esto a Gänswein en su segunda carta:

Hablábamos del cotilleo [sobre la homosexualidad de Boffo] que parece ser que había llegado a algunas oficinas, según lo que tengo entendido, y yo le conté en confianza el único rastro que de alguna manera me podía sugerir una conexión, que tenia a que ver con monseñor Piovano. Tras la llamada, se me ha ocurrido que —en el año 2000 o 2001— oí que un tal monseñor Pío Pinto[92], que en aquel entonces trabajaba en la Sacra Rota, al que había conocido en el año en el que me alojaba en un piso que me había sido ofrecido en la buhardilla del Palacio de Propaganda Fide, en Piazza di Spagna, no había hablado bien de mí. Este monseñor, hombre peculiar y visionario, vivía en el mismo palacio que yo y de vez en cuando coincidíamos y charlábamos un rato, con el compromiso de ir algún día a cenar. Pero para mí esto no tenía mucho interés, porque las charlas curiales no se me dan bien. Lo he definido como un hombre peculiar porque muchas veces por la noche dejaba el portal abierto y yo, regresando, me daba un gran susto. Un día, cuando yo ya no vivía en este palacio, me dijeron que este monseñor tenía sospechas explicitas de mí (sobre su homosexualidad). Honestamente, esto no me turbó en exceso y también recuerdo haber contestado a mi divertido interlocutor que Pinto probablemente había tomado a unos compañeros de Sat2000 que solían visitarme por la tarde, por no sé quiénes (¿otros homosexuales?) —el canal TV era muy reciente en aquel entonces y por eso para mí era muy importante aprovechar todas las ocasiones para conocer a hombres y mujeres—. Para mí, el asunto estaba zanjado y, de hecho, casi lo había olvidado.

En otro párrafo, parece que Boffo se reafirmaba en sus comentarios y sospechas contra Giovanni Maria Vian, el director del periódico vaticano:

Permítame subrayar que las responsabilidades de Vian se sitúan en otro nivel. Vian encuentra una carta anónima de la que se nota claramente que es una falsificación (¿acaso existen documentos de la República Italiana en los que en las imputaciones a cargo de un hombre de cincuenta años se hacen mencionando el nombre de sus padres?), así como difamatorio (en la documentación de la Fiscalía de Terni nunca se hace referencia a ningún tipo de hechos relacionados con la homosexualidad, de lo que Feltri al final tuvo que darse cuenta). ¿Y qué hace [Vian]? Lo coge y lo pasa —siendo el director de L’Osservatore Romano— a un compañero periodista conocido por ser un desaprensivo, garantizando la autenticidad del documento, para ser usado en una campaña pública (e instrumental) en contra del director de otro periódico católico. ¿Cuál es el sentido moral y eclesiástico de tal actuación?

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Dino Boffo, director del diario Avvenire, escribe al secretario del papa, Georg Gänswein, para denunciar el complot que se ha organizado contra é l y que ha provocado su dimisión. 6 de enero de 2010.

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Ahora estaba claro que la llamada de monseñor Gänswein a Dino Boffo se había centrado en el origen de los rumores sobre su supuesta homosexualidad:

Monseñor, no le puedo esconder que algo en su muy amable llamada de ayer me había dejado atónito en un primer momento. Pero le puedo asegurar delante de Dios que estoy sereno, y que no tengo dudas de que también en estas circunstancias el principio de verdad se impondrá. Vuelvo a repetir: si fuera un homosexual, y más un homosexual impenitente, ¿ningún compañero de las tres redacciones con los que he compartido horas, días, años, con los que he tratado todo tipo de asuntos y publicado la posición de la Iglesia sobre todos los temas de actualidad, se habría enterado de que algo no funcionaba? ¿De verdad hubiese podido conservar el aprecio de mis compañeros como creyentes y como padres?

También, monseñor, no siendo más un adolescente, mi vida ha pasado, como la de todos, por diversos ambientes. De los treinta a los cuarenta, fui animador del semanal diocesano de Treviso y presidente de una Acción Católica muy animada, que cada año organizaba una cincuentena de campamentos de verano (¿conoce Lorenzago? Esta era una de las sedes de nuestros campamentos). ¿Le parece posible que nadie se haya dado cuenta de nada? Entre los veintidós hasta los treinta años fui el más joven dirigente del Centro Nacional de Acción Católica (en aquel entonces, situada en via della Conciliazione 1, el verdadero presidente era el profesor Agnes), y junto a mí se criaron decenas y decenas de jóvenes, con los cuales Juan Pablo II contaría para lanzar sus JMJ. ¿Le parece posible que también en aquella época nadie tuviera nada que decir en mi contra? Al final, puedo decirle que en los últimos nueve años he vivido en una habitación dentro de un piso más grande, y la propietaria, madre esmerada de dos hijos, cuando, hace un mes, al terminar el arrendamiento me despedí, estuvo a punto de llorar. ¿Puede ser que estando la entrada a mi habitación visible desde su cocina, ella no hubiera visto nada?