Paul Marcinkus, el ladrón que surgió del frío

En septiembre de 1950 aparece por vez primera por los penumbrosos despachos vaticanos un joven que había sido ordenado sacerdote tan solo tres años antes procedente del frío Chicago, con el fin de realizar un curso en la Universidad Gregoriana. Mide casi un metro noventa, pesa noventa kilos y es aficionado al boxeo. Él mismo se definió como un «niño de la calle» que tuvo que aprender a defenderse en la dureza del barrio de Cicero, cuartel general de Al Capone. Su nombre es Paul Casimir Marcinkus, hijo de inmigrantes lituanos. Tras un corto paso por la Gregoriana decide dirigir sus miras hacia la Pontificia Academia Eclesiástica, lugar donde se forma la élite de la diplomacia de la Santa Sede. Con solo treinta años ocupa ya un puesto de nivel medio en la Secretaría de Estado bajo el pontificado de Pío XII y son muchos los que creen que Marcinkus tiene el apoyo del poderoso cardenal Giovanni Benelli, secretario en la nunciatura de Irlanda, o del también poderoso y ferviente anticomunista cardenal Francis Spellman, quien maneja las relaciones entre el Vaticano y Washington[23]. En realidad, quien protege bajo cuerda al apuesto religioso es nada más y nada menos que el subsecretario de Estado, Giovanni Battista Montini, el futuro Pablo VI[24].

En ese momento, las arcas vaticanas están a rebosar. Tras la muerte de Bernardino Nogara, el banquero papal, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) cuenta con un fondo de 500 millones de dólares, a los que hay que sumar los 940 millones en depósitos en el Instituto para las Obras de Religión (IOR) y que genera en intereses una cantidad cercana a los cuarenta millones de dólares al año. El llamado «Vaticano S. A.» es ese momento toda una realidad gracias a Nogara, a quien el propio Spellman calificaría de este modo: «Después de Cristo, lo más grandioso que ha tenido la Iglesia católica es Bernardino Nogara»[25].

Marcinkus tiene un perfil más cercano al de un banquero que al de un religioso. Fuma puros Montecristo, bebe coñac francés, frecuenta las fiestas y las reuniones de la alta sociedad italiana, se maneja entre los campos de golf y las sacristías, y, como dice el periodista Gianluigi Nuzzi en su magnífico libro Vaticano, S. A., «prefiere los gimnasios a las iglesias». Pero su momento llega cuando Giovanni Battista Montini es elegido Sumo Pontífice, sucediendo a Juan XXIII, en el cónclave que dio comienzo el 19 de junio de 1963 y que terminó dos días más tarde, el 21 de junio, después de cinco fumatas negras.

Montini es un defensor de cambiar absolutamente las reglas del juego en cuanto a materia financiera se refiere y se plantea desarrollar una política agresiva y audaz en el terreno de las inversiones. El cardenal estadounidense Francis Spellman será uno de los arquitectos de esa nueva política y será él quien recomiende vehementemente a Paul Marcinkus al papa[26]. Dos acontecimientos pondrán a Marcinkus en la senda del Sumo Pontífice: la primera tiene lugar en Roma, cuando, durante una visita al centro de la capital italiana, Pablo VI está a punto de ser aplastado por la muchedumbre. El corpulento y deportista religioso entra en acción y aparta a la gente, protegiendo con su propio cuerpo al Pontífice. Al día siguiente, Pablo VI ordena que Marcinkus se convierta en una especie de guardaespaldas privado. Desde ese momento, la figura de este religioso de enorme estatura no se separará de Pablo VI.

El segundo acontecimiento, que le elevaría a los altares del IOR, sucede en 1970, durante un viaje a Filipinas. Un enajenado mental se lanza armado con un cuchillo contra el papa, siendo detenido por el fornido guardaespaldas. Este hecho le lleva a convertirse en confidente del poderoso secretario del papa, el padre Pasquale Macchi, quien poco después se convertirá en el prefecto de la Entidad, el Servicio Secreto vaticano[27]. En 1971 Paul Marcinkus es nombrado obispo y elegido como secretario del Banco Vaticano, y es entonces cuando pronuncia una frase que le hará celebre: «¿Se puede vivir en este mundo sin dinero? No se puede dirigir la Iglesia con oraciones a María»[28].