La noticia de la detención de Paolo Gabriele no se hizo pública hasta el sábado 26 de mayo, a través de un breve comunicado del padre Federico Lombardi:
Confirmo que la persona arrestada el miércoles por la tarde por posesión ilícita de documentos reservados, encontrados en su casa situada en territorio vaticano, es el señor Paolo Gabriele, que permanece en estado de detención.
Se ha concluido la primera fase de «instrucción sumaria» bajo la dirección del promotor de Justicia, profesor Nicola Picardi, y ha comenzado la fase de «instrucción formal», dirigida por el juez instructor, profesor Piero Antonio Bonnet.
El imputado ha nombrado a dos abogados de su confianza, habilitados para actuar ante el Tribunal Vaticano, y ha tenido la posibilidad de reunirse con ellos. Podrán asistirlo en las sucesivas fases del procedimiento. El imputado goza de todas las garantías jurídicas previstas por los códigos penales y de procedimiento penal en vigor en el Estado de la Ciudad del Vaticano.
La fase de instrucción proseguirá hasta que se adquiera un cuadro adecuado de la situación objeto de investigación; después, el juez instructor procederá al sobreseimiento o al envío a juicio[17].
El miércoles 30 de mayo, al final de la Audiencia General, Benedicto XVI declaró:
Los acontecimientos que han tenido lugar en estos días sobre la curia y mis colaboradores han traído tristeza a mi corazón, pero no ha ofuscado nunca la firme certeza de que, no obstante la debilidad del hombre, las dificultades y las pruebas, la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo y el Señor no le negará jamás su ayuda para sostenerla en su camino […]. Sin embargo, se han multiplicado las conjeturas, amplificadas por algunos medios de comunicación, del todo gratuitas y que han ido más allá de los hechos, ofreciendo una imagen de la Santa Sede que no corresponde a la realidad. Deseo por tanto alentar y renovar mi confianza, mi ánimo a mis más estrechos colaboradores y a todos aquellos que, diariamente, con fidelidad, con espíritu de sacrificio y en el silencio me ayudan en el cumplimiento de mi ministerio.
El mismo día, el diario L’Osservatore Romano publicó una entrevista al obispo Giovanni Angelo Becciu, sustituto del secretario de Estado. Se llegaba a decir que la misma entrevista había sido propiciada por su jefe, el cardenal Tarcisio Bertone. «En las personas con quienes me he encontrado en estas horas —afirmó Becciu—, tras mirarnos a los ojos, ciertamente he descubierto desconcierto y preocupación, pero también he visto la decisión de continuar el servicio silencioso y fiel al papa». Como es lógico, esta es la actitud que se viene respirando cada día en la vida de las oficinas de la Santa Sede y del pequeño mundo vaticano, pero, obviamente, no es noticia en el diluvio mediático que se ha desencadenado tras los graves y desconcertantes sucesos de los últimos meses. En este contexto, monseñor Becciu midió con suma precisión sus palabras para subrayar «el resultado positivo de la investigación, aunque se trata de un resultado amargo. Además, preocupan y entristecen por las modalidades de la información, que suscitan reconstrucciones fantasiosas que de ningún modo corresponden a la realidad». Nuevamente, un alto cargo de la curia acusaba a la prensa de tergiversar las informaciones desveladas por los documentos filtrados por Paolo Gabriele. El sustituto explicó en la entrevista cuál es el estado de ánimo de Benedicto XVI:
Entristecido, porque, de acuerdo con lo que se ha podido certificar hasta ahora, alguien cercano a él parece responsable de comportamientos injustificables desde cualquier punto de vista. Ciertamente, en el papa prevalece la piedad por la persona implicada. Pero no deja de ser verdad que el ataque que ha sufrido es brutal. Benedicto XVI ha visto cómo se publicaban documentos robados de su casa, papeles que no son simplemente correspondencia privada, sino informaciones, reflexiones, manifestaciones de conciencia, incluso desahogos que ha recibido únicamente en razón de su ministerio. Por eso el Pontífice está especialmente dolido, entre otras razones por la violencia sufrida por los autores de las cartas o de los escritos dirigidos a él.
Respecto al hecho de la filtración de documentos, que Bertone había calificado en su momento de «poco importantes», Becciu afirmó todo lo contrario:
Considero que la publicación de las cartas robadas es un acto inmoral de inaudita gravedad. Sobre todo, repito, porque no se trata únicamente de una violación, ya en sí gravísima, de la reserva a la que cualquiera tiene derecho, sino también de un vil ultraje a la relación de confianza entre Benedicto XVI y quien se dirige a él, aunque fuera para expresar en conciencia una protesta. Razonemos: no solo se han robado documentos al papa; se ha violado la conciencia de quien se dirige a él como al Vicario de Cristo, y se ha atentado contra el ministerio del Sucesor del Apóstol Pedro. Varios documentos publicados se enmarcan en un contexto que se supone de total confianza. Cuando un católico habla al Romano Pontífice, tiene el deber de abrirse como si estuviera ante Dios, también porque se siente garantizado de una absoluta reserva.
Monseñor Giovanni Angelo Becciu no dejó escapar la oportunidad de atacar abiertamente a la prensa por hacerse eco de las filtraciones:
Pienso que en estos días, por parte de periodistas, además del deber de informar de lo que está sucediendo, debería haber también una preocupación ética, es decir, deberían tener la valentía de distanciarse netamente de la iniciativa de un colega suyo que no dudo en definir como criminal. Un poco de honradez intelectual y de respeto de la ética profesional más elemental no harían mal al mundo de la información.
Becciu expresó también su opinión sobre la importancia de los documentos filtrados:
Me parece que detrás de algunos artículos se esconde una hipocresía de fondo. […] Muchos documentos publicados no revelan luchas o venganzas, sino la libertad de pensamiento que, en cambio, según las acusaciones, la Iglesia no permite. En suma, no somos momias, y los diversos puntos de vista, incluso las valoraciones opuestas, son más bien normales. Si alguien se siente incomprendido, tiene pleno derecho a dirigirse al Pontífice. ¿Dónde está el escándalo? Obediencia no significa renunciar a tener un juicio propio, sino manifestar con sinceridad y hasta el fondo la propia opinión, para después acatar la decisión del superior. Y no por cálculo, sino por adhesión a la Iglesia querida por Cristo. Son elementos fundamentales de la visión católica.
Y monseñor Becciu terminó la entrevista respondiendo sobre las supuestas luchas intestinas dentro del Vaticano:
Yo no percibo ese ambiente y es lamentable que se tenga una imagen tan deformada del Vaticano. Pero esto nos debe hacer reflexionar y nos debe estimular a todos a esforzarnos a fondo por reflejar una vida más marcada por el Evangelio[18].
Las declaraciones del alto miembro de la curia no calmaron los ánimos; más bien al contrario. Los rumores volvieron a desatarse, llegando incluso a afirmarse que el Sumo Pontífice, muy afectado por la detención de Paolo Gabriele, habría pensado presentar su dimisión y retirarse a un monasterio en Baviera. El jueves 31 de mayo de 2012 la Oficina de Prensa de la Santa Sede salió nuevamente al paso de las informaciones en los medios italianos con la siguiente nota de prensa:
Respecto a las preguntas sobre una posible dimisión del papa, hipótesis mantenida por diversos medios de comunicación, el padre Lombardi afirmó que se trata de elucubraciones de algunos periodistas sin base a la realidad. La curia ha expresado su solidaridad al Pontífice y sigue trabajando en plena comunión con el Sucesor de Pedro: «Este es precisamente el momento adecuado para demostrar estima, aprecio por el Santo Padre, por el servicio que realiza; para mostrar plena solidaridad con él y, por tanto, demostrar unión, unidad y coherencia en el modo de hacer frente a esta situación». El padre Lombardi subrayó que es importante que la comunicación sobre este evento doloroso para el papa y la Iglesia esté inspirada en criterios de verdad rigurosa: «Me parece —dijo— que existe una línea de voluntad de verdad, de claridad, de voluntad de transparencia que, aunque necesita tiempo, avanza. Estamos tratando de gestionar una situación nueva. Buscamos la verdad, intentamos entender qué ha sucedido objetivamente. Pero, antes de hablar, es necesario haberlo entendido con seguridad, por respeto a las personas y a la verdad».
El padre Lombardi explicó a los periodistas que sería necesario esperar para tener un cuadro completo de la situación, ya que las investigaciones y los interrogatorios formales se encuentran aún en un nivel preliminar. Los órganos interesados en esta fase son la magistratura vaticana y la comisión cardenalicia.
El director de la Oficina de Prensa refirió también que ayer por la mañana el único acusado, Paolo Gabriele, mantuvo un diálogo con sus abogados, que probablemente presentarán una instancia de libertad vigilada o arresto domiciliario para su defendido. Asimismo, el padre Lombardi desmintió algunos detalles publicados por la prensa, como que en la casa de Gabriele se hubieran encontrado paquetes de documentos preparados para ser enviados a destinatarios específicos. «El material encontrado en manos del ayuda de cámara —dijo el Padre Lombardi— está siendo aún estudiado y catalogado».
La justicia penal del Estado Vaticano comenzó los interrogatorios a Paolo Gabriele. El martes y el miércoles 5 y 6 de junio, el mayordomo sufrió dos sesiones interminables de preguntas en presencia de sus dos abogados, Carlo Fusco y Cristiana Arru. Los fiscales y los agentes del Servicio Secreto y de la Gendarmería no se enfrentaban a un caso de tanta envergadura desde que, el 14 de enero de 1998, el cabo Cedric Tornay asesinase, antes de suicidarse, a Alois Estermann, comandante de la Guardia suiza, y a la esposa de este, la venezolana Gladys Meza Romero, en el apartamento privado del jefe del Ejército papal. Este era realmente el primer caso de espionaje ocurrido en el interior de los muros vaticanos desde que la Entidad descubriera en la década de los sesenta que Alighiero Tondi, jesuita y secretario del papa Pablo VI, era en realidad un topo del KGB[19].
Fueran los que fuesen los motivos que llevaron a Paolo Gabriele a robar documentos al papa, todo el mundo se preguntaba quién era realmente este hombre de cuarenta y dos años que entró en 2006 al servicio de Benedicto XVI como ayudante de cámara. Paolo Gabriele comenzó su servicio dentro de los apartamentos papales, hace más de una década, tras prestar servicio en la Casa Pontificia, a las órdenes de monseñor James Harvey. Cuando Angelo Gugel, el mayordomo principal, decidió retirarse, Gabriele pasó a ocupar esa posición. Los que le conocían lo definían como un hombre de muy buena presencia, tímido, reservado, extremadamente religioso y absoluto devoto de la santa polaca Faustina Kowalska, conocida popularmente como Santa Faustina, la monja fallecida en Cracovia en 1938 cuando tenía treinta y tres años. Gabriele trabajó durante un tiempo para el anterior papa, Juan Pablo II, hasta que finalmente se convirtió en el jefe de ayudas de cámara de Su Santidad en 2006. No solo le despertaba o le ayudaba a desvestirse antes de acostarse, sino que le pasaba las gafas, le doblaba los periódicos, e incluso cubría a Benedicto XVI con su gran paraguas negro. Todo por el papa.
El sábado 23 de junio varios medios de comunicación italianos y extranjeros se hacían la misma pregunta: ¿dónde está el mayordomo del papa? Habían transcurrido treinta y un días desde que Paolo Gabriele fuera detenido por los agentes vaticanos. Encerrado en una celda de cuatro por cuatro metros, el mayordomo permanecía las veinticuatro horas del día incomunicado. No veía absolutamente a nadie; la comida se la pasaba un soldado de la Guardia suiza por debajo de la puerta a través de una trampilla, y ni siquiera tenía algo que leer, pues se le había negado un ejemplar de la Biblia. Algunos periódicos afirmaban que el Vaticano y su Guardia suiza tenían sometido a Gabriele a «un sistema carcelario parecido al cubano o al de Guantánamo».