El sábado 12 de noviembre de 2011 se recibió en la Secretaría del Sumo Pontífice una carta que, a simple vista, podría parecer una simple muestra de respeto de Adolfo Nicolás, el tradicionalmente llamado «Papa negro», a Benedicto XVI. Sin embargo, si analizamos los hechos que llevaron al general de los jesuitas a enviarla, podemos ver en ella una clara llamada de atención sobre la situación que estaba viviendo la Iglesia. La carta venía acompañada de otro escrito, redactado por un acaudalado matrimonio de Holanda, y, como hemos dicho, iba dirigida directamente a Benedicto XVI.
Nacido en la localidad palentina de Villamuriel de Cerrato el 29 de abril de 1936, Adolfo Nicolás se incorporó al seminario de Alcalá de Henares en 1953 con la clara intención de convertirse en jesuita. En 1961 se trasladó a Tokio, donde terminó sus estudios de Teología, siendo ordenado sacerdote en 1967. En 1971, tras finalizar su doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana, regresó al continente asiático, donde, hasta el año 2004, asumió diversas misiones en Asia, principalmente relacionadas con la inmigración. Desde esta fecha hasta 2008 fue presidente de la Conferencia de Provinciales de Asia Oriental y Oceanía, pero el 19 de enero de ese año, los 217 jesuitas electores reunidos en Roma con motivo de la 35ª Congregación General lo nombrarían trigésimo prepósito general de la influyente Compañía de Jesús, cargo conocido como «papa negro». Así, Adolfo Nicolás, hombre abierto y experto en el diálogo interreligioso, venía a suceder al polémico Peter Hans Kolvenbach.
Seis días después de su elección, el padre Adolfo Nicolás tuvo su primer encuentro con la prensa italiana. El nuevo general de la Compañía de Jesús dijo: «Ustedes los periodistas dicen que soy tipo Arrupe, tipo Kolvenbach, mitad y mitad, al cincuenta por ciento, pero nadie ha dicho todavía que tengo un diez por ciento de Elvis Presley. Pero se podría decir y no sería una sorpresa. Todo esto es falso. Yo no soy Arrupe […]». Durante el encuentro, un periodista del diario La Stampa le preguntó sobre su relación con el papa Benedicto XVI. Nicolás aclaró que tenían «cierta» distancia teológica y precisó:
La distancia es más teórica en la imaginación de algunos; se trata de un coloquio que continúa, porque creo que la teología es siempre diálogo. Lo que es más importante es la búsqueda de la verdad, y la búsqueda de la verdad inspirada en la Palabra de Dios, en la vida de la Iglesia, en la vida de los cristianos. Es en este diálogo donde se pueden encontrar, quizá, en algunas cuestiones, las diferencias, pero siempre en la búsqueda común de la verdad[2].
Pero existía un punto aún mayor de posible desencuentro con el Vaticano que el simple hecho teológico: la transparencia. Adolfo Nicolás afirmó: «Yo pienso ser transparente. […] Transparencia es una actitud responsable para el bien de los otros, no para nosotros. No es tan importante lo que la gente piense de mí; es más importante el bien de los demás». Es en esta perspectiva donde podemos ubicar el documento que envió Nicolás a Benedicto XVI el 12 de noviembre de 2011:
Adolfo Nicolás, el «papa negro» de los jesuitas, escribe al Papa. 12 de noviembre de 2011.
Santo Padre:
He tenido el honor y privilegio de encontrar y hablar con el Señor Huber y la señora Aldegonde Brenninkmeijer, grandes benefactores de la Iglesia y de la Compañía de Jesús desde hace mucho tiempo.
Lo que más me impresiona cuando hablo con ellos es su sincero y profundo amor hacia la Iglesia y al Santo Padre, y también su compromiso en hacer algo que pueda influir en la que consideran una grave crisis en la Iglesia.
Me pidieron la garantía de que esta carta, escrita con el corazón, llegará a las manos de Vuestra Santidad, sin intermediarios. Por este motivo he pedido a padre Lombardi [portavoz de la Santa Sede y miembro de la Compañía de Jesús] que actúe como mensajero. Pido perdón con humildad si esta no fuese la manera apropiada.
Comparto las preocupaciones del señor y la señora Brenninkmeijer y me siento prendado de que estos fieles laicos se tomen tan en serio la responsabilidad de hacer algo para la Iglesia. También me anima mucho ver y oír que tienen actitudes y orientaciones totalmente en armonía con las indicaciones contenidas en las reglas recibidas por nuestro fundador San Ignacio como su regulador para el sentire cum Ecclesia.
Como ya sabe, la Compañía de Jesús sigue estando totalmente al servicio del Santo Padre y de la Iglesia.
Como ya dijimos, a simple vista el texto podría ser simplemente una sencilla muestra de respeto de unos laicos hacia el Santo Padre. Sin embargo, es mucho más que eso: se trata de una clara llamada de atención del «papa negro» al papa de Roma. «Lo que más me impresiona cuando hablo con ellos es su sincero y profundo amor hacia la Iglesia y al Santo Padre, y también su compromiso en hacer algo que pueda influir en la que consideran una grave crisis en la Iglesia». Y dos párrafos más abajo: «Comparto las preocupaciones del señor y la señora Brenninkmeijer». De hecho, este es el principal punto de inflexión del asunto. Tanto la carta de Nicolás como la escrita por los Brenninkmeijer constituyen una clara acusación contra la curia vaticana en particular y la jerarquía católica en general. En el texto que dirigen al papa, los Brenninkmeijer denuncian el papel del dinero en muchos departamentos de la Iglesia, y lanzan una crítica abierta al Pontificio Consejo para la Familia, al que acusan de «servirse de colaboradores demasiado ingenuos y acríticos, en lugar de emplear personajes que puedan y quieran actuar en el sentido marcado por el Concilio Vaticano II». Después de un sincero comentario sobre la gran cantidad de creyentes europeos cultos que abandonan la Iglesia, aunque no su fe, Huber y Aldegonde Brenninkmeijer centran su ataque en el joven arzobispo de Utrech Willem Jacobus Eijk[3]. Los laicos lo tachan de «conservador», tanto en el campo teológico-litúrgico como en el moral. Eijk se había hecho famoso en Holanda debido a sus explosivas declaraciones sobre la homosexualidad, el consumo de drogas, la unión de parejas fuera del matrimonio, la manipulación genética o la eutanasia (sobre estos dos últimos aspectos había basado monseñor Eijk sus tesis doctorales en Medicina y Filosofía).
Las cartas de Adolfo Nicolás y del matrimonio Brenninkmeijer se recibieron a mediados de noviembre, justo en el momento en el que comenzaban a barajarse los nombres de aquellos obispos que serían elevados al cardenalato en el consistorio del 18 de febrero del año siguiente. En esa lista estaba Eijk. Al parecer, según algunos vaticanistas, lo único que lograron las cartas fue reforzar la posición de Ratzinger con respecto a su apoyo al «conservador» monseñor Willem Jacobus Eijk. En efecto, haciendo caso omiso de los dos escritos, Benedicto XVI entregó el birrete cardenalicio a Eijk, lo confirmó como miembro de la Congregación para el Clero y, por si fuera poco, lo nombró miembro de la importante Congregación para la Educación Católica. Quizá Benedicto XVI vio en la carta del general de los jesuitas una clara interferencia en su liderazgo. Lo cierto es que, a pesar de los consejos de Nicolás y del matrimonio Brenninkmeijer, el papa reforzó a los «conservadores» en una sede como la de Utrech. Su Eminencia el cardenal Willem Jacobus Eijk, fiel seguidor del cardenal Bertone, representa lo que ya muchos han definido como la «juventud neoconservadora» entre los ancianos miembros de la curia y del Sacro Colegio Cardenalicio.