Desde septiembre de 2006, cuando el papa Benedicto XVI destituyó como secretario de Estado al hasta entonces todopoderoso cardenal Angelo Sodano, las cabezas de los «diplomáticos» comenzaron a rodar por la escaleras vaticanas al más puro estilo renacentista. Con Sodano salían también los números tres y cuatro de la Secretaría de Estado: monseñor Pietro Parolin, que fue nombrado nuncio en Venezuela, y monseñor Gabriele Caccia, que ocuparía el mismo cargo en Líbano. El cardenal Joseph Levada, hombre contrario a las directrices de Sodano, fue llamado para sustituir a Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe. Dos importantes «antisodanistas» fueron nombrados prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y secretario de la Congregación para el Culto Divino, respectivamente: los cardenales Iván Días y Malcolm Ranjith Patabendige. Por último, el papa elevó a la púrpura cardenalicia a Joseph Zen Ze-kiun, el combativo arzobispo de Hong Kong. Angelo Sodano era un hombre que prefería no herir la sensibilidad de Pekín, por lo que el nombre de Zen Ze-kiun jamás había entrado en las quinielas para los consistorios.
De este modo, los «diplomáticos» fueron marginados en los nuevos nombramientos. El cardenal canadiense Marc Ouellet fue designado prefecto de la Congregación para los Obispos. Ouellet era el editor de la revista Communio, de la que Ratzinger fue uno de sus fundadores, pero también el líder de la llamada «revolución tranquila» para la progresiva y exitosa secularización de Canadá. El cardenal brasileño João Bráz de Aviz fue elegido por Benedicto XVI para hacerse con las riendas de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, sustituyendo al cardenal Franc Rodé. Con el cese de este, el nuevo Sumo Pontífice deseaba pasar página en el caso de Marcial Maciel, pues tanto el cardenal esloveno como Angelo Sodano habían sido considerados los grandes protectores de los Legionarios de Cristo.
Asimismo el cardenal Leonardo Sandri era removido de su puesto como sustituto de la Secretaría de Estado y reemplazado por el cardenal Fernando Filoni, antiguo nuncio papal en Filipinas, Jordania e Irak y uno de los pupilos de Bertone. Lo cierto es que, en los últimos meses, las relaciones entre Filoni y Bertone se han deteriorado a causa del llamado «asunto chino», pues, al parecer, Filoni deseaba enviar una importante cantidad de dinero a una misión en Taipei, pero Bertone y el propio papa le aconsejaron que no lo hiciera, pues sería considerado por el Gobierno chino como una «intromisión» y provocaría una tensión innecesaria entre la Santa Sede y Pekín. Filoni no escuchó las advertencias y envió el dinero. La protesta formal diplomática desde Pekín no se hizo esperar. Desde ese momento, Filoni es considerado un «traidor» para Bertone o, incluso, un cardenal que podría convertirse en «diplomático», seguro como está de que Sodano lo recibiría con los brazos abiertos. El 10 de mayo de 2011, el cardenal Filoni fue sustituido por el arzobispo Giovanni Angelo Becciu, miembro de la facción de los «focolares» y, además, un defensor de Bertone.
Otra facción que aún no habría decidido su apoyo a «diplomáticos» o «bertonianos» es la de los «ambrosianos». Aunque el nombre procede del llamado rito ambrosiano o milanés, una de las prácticas latinas medievales que aún subsisten en la Iglesia católica, el nombre de la facción procede de aquellos que han estado unidos por el llamado «sector milanés». El principal dirigente de esta facción sería el cardenal Attilio Nicora, presidente de la Autoridad de Investigación Financiera (AIF) de la Santa Sede. Nicora fue una pieza clave en los meses finales del pontificado de Juan Pablo II, cuando el cardenal Angelo Sodano le pidió que realizase un boceto para reformar la Constitución Apostólica Pastor Bonus, que hasta ese momento estructuraba la administración y gobierno de la Iglesia. El proyecto, mantenido en secreto, tenía como fin adelgazar la burocracia de la curia. El diseño de Nicora conllevaba incorporar Pontificios Consejos a congregaciones, y los prefectos de estas formarían parte de un Comité de Gestión de la Iglesia, que haría las funciones de la Primera Sección (de Asuntos Generales) y esta desaparecería como tal, manteniéndose únicamente la encargada de las Relaciones con los Estados. También se concentrarían todas las universidades católicas de todo el mundo bajo el control de una única Universidad de Roma.
Muchos vaticanistas analizaron esta reforma y la consideraron «abrumadora y necesaria», pero si se hubiese llevado a cabo, habría permitido a Angelo Sodano mantener su liderazgo dentro del aparato curial al unir la Presidencia del Comité de Gestión y el cargo de decano del Sacro Colegio Cardenalicio. Desde este poder bicéfalo, le habría resultado fácil controlar los mecanismos y resortes en un próximo cónclave. Lo cierto es que nunca se confirmó este encargo de Sodano a Nicora, pero todos estos rumores y habladurías recogidos en los pasillos vaticanos apuntarían a un escenario más complejo y diverso en la guerra desatada entre facciones dentro de la curia con el fin de colocarse en la pool position ante un próximo cónclave. El cardenal Tarcisio Bertone vendría a representar todo lo que funciona mal dentro del aparato vaticano: claras omisiones y desafortunadas decisiones, un manejo personalista de la maquinaria vaticana, que ni siquiera buscaría una «tripulación» de confianza. Este es el panorama con el que se llegará al próximo cónclave tras la muerte de Benedicto XVI.
A pesar de que los cardenales tienen estrictamente prohibido presentar su candidatura o hacer propaganda de sí mismos, sí se les permite el intercambio de opiniones y buscar apoyos para terceros. Esta será una de las piezas clave antes de que el maestro de Celebraciones Litúrgicas Pontificias dé la solemne orden de ¡Extra omnes! (¡Fuera todos!), el inicio al cónclave en el que los cardenales electores elegirán al Summum Pontificem número 266. Entre las poderosas facciones que entrarán en el cónclave se encuentran los «bertonianos», los «diplomáticos» y los «ratzingeristas». Del primer grupo forman parte, además de, claro está, Bertone, importantes cardenales, como Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación; Domenico Calcagno, presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA); Giuseppe Versaldi, presidente de la Prefectura de Asuntos Económicos o Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de Cultura y de las comisiones de Arqueología Sacra y de la Herencia Cultural de la Iglesia.
De la segunda facción, liderada por el cardenal no elector Angelo Sodano, formarían parte personajes tan importantes como el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el cardenal Jean-Louis Tauran, responsable de Biblioteca y Archivos Vaticanos y presidente de Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso; el cardenal Antonio Maria Vegliò, presidente del Pontificio Consejo para la Atención Espiritual a los Emigrantes e Itinerantes o monseñor Ettore Balestrero, subsecretario de Relaciones con los Estados.
En la tercera facción, el grupo más cercano al actual papa y que no ha tomado partido por ninguna de las anteriores, el líder sería el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Causa de los Santos. En este grupo se concentrarían, además, otros nombres; como el del cardenal Raymond Burke; el poderoso cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos; William Levada, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos o el cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para el Fomento de la Unidad de los Cristianos.
Otras facciones y partidos menores, aunque no menos importantes a la hora de nivelar la balanza en uno u otro sentido, serían los mencionados «focolares» (defensores del movimiento creado en 1943, en Trento, por Chiara Lubich), los «ambrosianos» (sector milanés), el «Partido Romano» (en su mayor parte, italianos que han pasado por la curia romana); los «pastoralistas» (italianos que no han pasado por la curia romana), los «extranjeros» (no italianos cansados de la mala imagen transmitida por la Iglesia), los «opusianos» (miembros del Opus Dei o cercanos a su pensamiento) o la «Masónica» (que aunque no tienen nada que ver con la francmasonería, tienen una estructura de poder que recuerda a la articulación de la masonería). En este último grupo se encontrarían aquellos miembros de la curia romana que están en contra de las aspiraciones de poder por parte de grupos como el Opus Dei, Comunión y Liberación o los Caballeros de Colón, cuyo máximo líder es Carl Anderson, miembro del Consejo del IOR.
Entre los «focolares» destacarían el cardenal Giovanni Becciu, sustituto de la Secretaría de Estado; Ennio Antonelli, expresidente del Pontifico Consejo para la Familia o el cardenal brasileño João Bráz de Aviz, actual prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Entre los «ambrosianos» figurarían Attilio Nicora, presidente de la Autoridad de Investigación Financiera (AIF) y el cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente del Pontificio Consejo de la Interpretación de los Textos Legislativos. En el «Partido Romano» sobresale su líder, el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, pero también al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. Entre los «pastoralistas» también hay miembros de la curia, como los cardenales Camillo Ruini, Dionigi Tettamanzi, Angelo Bagnasco o el propio Angelo Scola. En los «extranjeros», liderados por el cardenal brasileño Odilo Pedro Scherer y el hondureño Oscar Andrés Maradiaga, destacan además los cardenales Christoph Schönborn, al ghanés Peter Turkson, o al canadiense Marc Ouellet. El grupo de los «opusianos» estaría liderado por el cardenal español Julián Herranz, pero además formarían parte de la facción el cardenal peruano Juan Luis Cipriani, el italiano Francesco Monterisi y el mexicano Norberto Rivera.
El domingo 15 de julio de 2012, después del Angelus, el papa Benedicto XVI anunció que estaba preparando una reflexión ética «sobre algunas medidas que se están adoptando en el mundo para contener la crisis económica y financiera». Estas medidas éticas se publicarán como parte de su mensaje anual para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 2013. En el texto, el Sumo Pontífice afrontará también «la crisis de las instituciones y de la política, que es también preocupante crisis de la democracia». El comunicado de la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha asegurado que el mensaje del papa no solo hablará sobre la crisis económica, sino también sobre la «crisis del hombre, de los derechos fundamentales, de libertad de conciencia, de expresión y de libertad religiosa, pero también de los valores y de la moral». ¿Un mensaje a los suyos? Podría ser, o, al menos, como tal lo han calificado los principales vaticanistas.
La detención del mayordomo papal Paolo Gabriele, que supuso el inicio de todo el escándalo, ha traído un auténtico tsunami al interior de la Santa Sede. Nunca antes un Sumo Pontífice había estado tan desnudo. Documentos confeccionados para ser leídos en exclusiva por Benedicto XVI y por su más cerrado círculo, que debían ser clasificados como «secretos» y enterrados en el Archivo Secreto Vaticano, han sido entregados por un «topo» a divesos medios de comunicación. A este fenómeno se le ha bautaizado con el nombre de Vatileaks, si bien todo sabemos que este no va a ser el último fenómeno histórico, político o económico que azotare a la Santa Sede. Esperando aún que las aguas del tsunami comiencen a retirarse tras los daños causados, ha sido el propio papa Benedicto XVI quien ha definido a la perfección lo ocurrido:
Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica será parecido a un hombre sabio que ha construido su casa sobre la roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se precipitaron sobre esta casa, pero esta no cayó, porque estaba construida sobre la roca.
A día de hoy, un papa más encerrado en sí mismo y desconfiado tras la traición de su querido Paoletto, ha estrechado aún más el círculo de lo que él llama «su familia», es decir, sus dos secretarios, el alemán monseñor Georg Gänswein, y el sacerdote maltés Alfred Xuereb, las dos monjas alemanas del Movimiento Schonstatt, sor Birgit Wansing, que le ayuda en los trabajos de estudio y escritura, e Ingrid Stampa, quien, como ya dijimos, es la única capaz de descifrar la letra de Su Santidad, y Carmela, Loredana, Cristina y Rosella, las cuatro mujeres de Memores Domini, el movimiento de laicas de Comunión y Liberación que siguen los preceptos de obediencia, pobreza y castidad, y que le ayudan y atienden en todo momento. Tal vez a Josep Ratzinger le gustaría vivir solo para estás ocho personas, pero por ahora, y hasta que Dios y el Espíritu Santo no dispongan lo contrario, Benedicto XVI seguirá siendo el líder espiritual de casi 1200 millones de católicos repartidos por todo el mundo.