(Personajes: El Relator, el sargento Mácferson, el médico forense Trenche, el mucamo Alberto y el detective O’Cónnor).
RELATOR. —El asesino del doctor Winthrop Brett nunca fue habido. El doctor Brett fue el primer psicoanalista norteamericano, uno de los primeros discípulos directos de Freud. Fue hallado muerto de dos tiros en su consultorio el 22 de noviembre de 1900, un día muy frío. El sargento Mácferson no pudo hallar ninguna pista de significancia; no había huella de pies ni de dedos, el asesino llevaba guantes, entró y salió sin ser visto y en el libro de consultas no había ningún nombre para las 15 horas. El sargento llamó a su paisano Patricio O’Cónnor, pesquisa del Scotland Yard, Londres, que estaba de paso por Nueva York.
O’CÓNNOR. —¿Está todo igual?
ALBERTO. —Sí. Así encontré todo anoche cuando llegué. Llamé enseguida a la policía. No he tocado nada.
SARGENTO. —Yo tampoco.
O’CÓNNOR. —¿El cadáver contra aquella pared, frente a la caja de fierro abierta, como ahora?
SARGENTO. —Sí. En medio dese charco de sangre.
O’CÓNNOR. —¿El grifo del agua fría abierto?
SARGENTO. —Medio abierto. Así estaba.
O’CÓNNOR. —¿Aquel papel en el suelo al lado del radiador?
SARGENTO. —Así estaba. Es la primera hoja del diario La Nación. El resto del diario está allí, sobre la mesa.
O’CÓNNOR. —¿Se fijó en la hoja, sargento?
SARGENTO. —Sí. Estaba arrugada.
O’CÓNNOR. —No toda.
SARGENTO. —Así es. Por el medio hay una faja de unos cinco dedos arrugada, el resto no.
O’CÓNNOR. —¿Qué quiere decir?
SARGENTO. —¡Que el diablo me lleve si lo sé!
O’CÓNNOR. —¿No le parece que esa parte ha sido mojada, y después se secó? Está ondulada.
SARGENTO. —Sí, ahora que me lo dice caigo. Así es: mojada y después secada.
O’CÓNNOR. —¿Está seguro? ¡No la toque!
SARGENTO. —Sí, es seguro. ¿Qué otra cosa podría ser? Pero ¿qué sacamos deso?
O’CÓNNOR. —Oiga, Alberto. ¿Usted no tocó nada, ni el cuerpo ni nada?
ALBERTO. —No, nada, inspector.
O’CÓNNOR. —¿Sabía alguien que usted no volvía hasta las 19?
ALBERTO. —Eso lo sabe todo el mundo. El jueves es mi día de salida.
O’CÓNNOR. —¿Tenía el doctor Brett una cita para las 15, dijo usted? ¿Cómo lo sabe?
ALBERTO. —Sí. Cuando ayer mañana vine a pedir licencia, estaba dando hora por teléfono; se interrumpió un momento y me dijo: «Puede irse, Alberto: hasta las 7 no lo necesito» y siguió hablando, y oí que decía: «a las tres en punto».
O’CÓNNOR. —¿Oyó la voz del interlocutor?
ALBERTO. —Nada. Ni rastro.
O’CÓNNOR. —¿Pudo oír la otra persona que usted no volvería hasta las 19?
ALBERTO. —Seguro. Por supuesto.
O’CÓNNOR. —Gracias. No se vaya, doctor Trenche; dígame, ¿cuál será su informe?
DOCTOR. —Muerte por dos balazos por la espalda, uno d’ellos atravesó el pulmón derecho; los dos mortales.
O’CÓNNOR. —¿Por qué tanta sangre?
DOCTOR. —El otro balazo cortó la arteria que llamamos abdominalis. Muerte enseguida.
O’CÓNNOR. —Dígame, sargento. ¿Estaba abierta como ahora la caja de fierro?
SARGENTO. —Lo mismo. Con las llaves puestas.
O’CÓNNOR. —¿Falta algo allí dentro?
SARGENTO. —Eso no sé. Plata hay bastante adentro.
DOCTOR. —Falta algo, inspector. La libreta tapas verdes.
O’CÓNNOR. —¿Qué es eso?
DOCTOR. —La libreta donde anotaba sus casos. Se la vi guardar con llave una vez en el cofre. Y allí está la caja de metal de la libreta: mas de la libreta, minga.
O’CÓNNOR. —¿Había en esa libreta datos peligrosos para los clientes, cosas personales, secretas, comprometedoras?
DOCTOR. —Más que probable. Y eso explicaría una cosa: la ingente fortuna del psicoanalista. Supo hacer uso de la libreta.
O’CÓNNOR. —¿Qué quiere usted decir? ¿Chantaje? ¿Extorsión? ¿Torcedor, como dicen en mi tierra? ¿Es posible esa canallada en un médico famoso?
DOCTOR. —Vea, inspector, diga usted mismo. El psicoanalista Brett en dos años compró dos autos, una casa de campo sobre el Hudson, y un departamento en calle 5; y me callo otras cosas. ¿Cree usted que eso se puede hacer con 4 horas de consulta 3 veces a la semana?
O’CÓNNOR. —De modo que según usted tiene que haber habido alguna persona interesada en eliminarlo…
DOCTOR. —¿Alguna? Más de media docena. Vea, inspector, Dios me perdone, ese hombre está mejor muerto que vivo.
SARGENTO. —Se sabe que tres personas lo amenazaron de matarlo. Dos hombres y una mujer.
O’CÓNNOR. —Se sabe. ¿Cómo?
SARGENTO. —Aquí Alberto lo oyó.
O’CÓNNOR. —Vos, Albertito, sos de los que escuchan a la puerta…
ALBERTO. —¡Yo no, señor! ¡Si lo dijeron a gritos! ¡Lo amenazaron a gritos!
O’CÓNNOR. Dos hombres y una mujer. Humm. Óigame, doctor, y ya lo dejo irse, ¿puede alguno abrir ese cofre y sacar la libreta después de muerto el dueño sin mancharse de sangre?
DOCTOR. —No sé. Sí. No. Sí. Es decir…
O’CÓNNOR. —Fíjese bien.
DOCTOR. —No. No puede, sin mancharse los zapatos. El charco es muy grande y la caja está lejos.
O’CÓNNOR. —¿Y las medias?
DOCTOR. —También las medias casi seguro. Tuvo que pasar por encima del cadáver; y la camisa está pasada de sangre.
O’CÓNNOR. —¿Se manchó las medias?
DOCTOR. —Me parece probable,
O’CÓNNOR. —Yo estoy seguro, doctor. ¡Sargento!
SARGENTO. —¡A la orden!
O’CÓNNOR. —El asesino es una mujer.
SARGENTO. —¿Cómo lo sabe?
O’CÓNNOR. —Busquen a la mujer que lo amenazó. Aquí en el libro de consultas deben estar todas las clientas, con dirección y todo. Alberto debe conocer de vista a la mujer de marras.
SARGENTO. —¿De qué? ¿Y cómo sabe usted que fue una mujer?
(El detective se ríe, saluda con la mano y se va).
RELATOR (Al público). —¿Cómo supo el Inspector que era una mujer? ¿Lo saben ustedes? Tienen todos los datos que tuvo él. ¿Cómo lo sacó?
(Pausa).
Solución
RELATOR. —No atinan. La mujer se manchó de sangre las medias: medias claras de nailon, desas que están ahora de moda. Era peligrosísimo para ella si se lo veían; un varón no pudo ser, por los pantalones y por las medias negras u oscuras, pues estamos en invierno: además un varón no usa medias largas sino calcetines. La mujer tuvo que lavarse las medias en el grifo de agua fría; que es mejor que la caliente para manchas de sangre. Después la puso a secar sobre el radiador, poniendo un papel debajo: no tenía apuro, el mucamo no volvería hasta las siete: la faja mojada en la mitad de la hoja indica también medias de mujer. Al sacar las medias, cayó la hoja; si se le hubiera ocurrido eliminarla, no sabríamos absolutamente nada… Pero la dejó allí.
SARGENTO. —¡Por San Patricio! ¡Así es! Ahora que me lo dicen caigo. Mi paisano O’Cónnor es grande.
ALBERTO. —Así tuvo que haber sido…
SARGENTO. —¡Al galope a buscar a esa mujer!
(Salen los dos).
RELATOR. —No encontraron a la mujer. Había salido de viaje la tarde misma del crimen, y nunca nadie la volvió a ver. En el archivo del Departamento Homicidios está el legajo de Muerte del Dr. Brett con esta inscripción: INCONCLUIDO.