La verdad

Era el día tercio antes de los Idus de las Kalendas Griegas cuando nos visitaron los dos alumnos de la escuela de Pirro de Cirenaica; que no se ha de confundir con el otro Pirro de Pérgamo, el que ganó la batalla llamada «victoria de Pirro», que fue peor que una derrota; por lo cual murió de un ladrillazo en la cabeza que le propinó una vieja desde el balcón veredero. Mas estotros eran verdaderos pirrónicos; y venían con su Bedela, una gurisa de las que llamamos aquí ñanduzas o sea, con minifaldas; los cuales alumnos traían de su Didactós un mensaje consistente en esta pregunta:

—¿Qué es la verdad?

Sonrió Sócrates al leer el pergamino y preguntó a Critias:

—¿Qué es la verdad, oh hijo de Octopus?

—Es una mujer desnuda que está en el fondo de un pozo.

—Bien. Y si no estuviera desnuda sino vestida ¿sería la verdad?

—No lo sería, oh Sócrates, ni tampoco si la sacaran del pozo.

—¿Sería pues mentira?

—Indudablemente: lo que no es verdad es mentira.

—Y dime, oh eximio, ¿una mona está desnuda o vestida?

—Depende, oh maestro: hay algunas monas que se visten de seda; pero por regla general están desnudas.

—Y si una mona desnuda se cayese en un pozo ¿sería la verdad?

—Sería por lo menos muy semejante a ella.

—¿Tanto que se podría dar como verdad?

—Para mí, sí; no sé lo que pensará aquí la señorita alumna.

Los alumnos pirrónicos aprobaron incontinenti; tanto que la mujercita afirmó que una mona desnuda no se diferenciaba esencialmente de una mujer vestida, siempre que lo fuese de shorts, minifalda, modelito o bikini.

—Bien —dijo Sócrates—: tenemos la primera coordenada cartesiana de la definición de la verdad. En cuanto a la segunda, dime, oh Pirroncito, ¿los niños y los locos dicen las verdades?

—Y los borrachos —respondió Pirroncito.

—Y los borrachos —asintió Sócrates—. Ahora bien, los borrachos ¿tienen la verdad?

—Por fuerza: nadie da lo que no tiene; y de la abundancia del corazón habla la boca.

—¿Y dónde la tienen?

—Adentro —dijo Pirrón Primero.

—¿Podemos pues decir que los borrachos tienen una mujer desnuda o bien una mona desnuda adentro?

—Más bien una mona —dijo Pirrón Segundo.

—¿No hemos quedado en que si una mona se viste se convierte en mentira?

—Así es, Sócrates; y eso es grande; pues justamente estamos plagados de mentiras, que son monas vestidas.

—Vestidas ¿de qué?

—Vestidas de verdad —intervino la ñanduza.

—¿Quieres decir que son imitaciones de la verdad?

—Eso mismo.

—¿No hemos dicho que la verdad es desnuda?

—Así es, oh Sócrates.

—¿Se puede vestir a una mentira, siendo así que la verdad es desnuda, de modo que parezca la verdad?

—Pero perfectamente, Sócrates: en esta ciudad no se hace otra cosa: medias de nilón, corpiño calado, escote atrevido, minifalda, soutien-gorge relleno, jopo y polizón y todo lo al. Alta costura, como si dijéramos. Aquí anda lleno de mentiras vestidas de verdad.

Aquí la Pironia se dirigió a la puerta para retirarse.

—¿Quieres decir de mujeres feas embellecidas con vestidos?

—Nunca, Sócrates: yo hablo alegóricamente, como aquí tu discípulo Platón. Quiero decir, una cantidad de mentiras, con nombre de verdades, como Democracia, Igualdad, Justicia, Constitución, para no hablar de_ Austeridad, Economías y Patriotismo; y de las religiosas como Jerarquía, Caridad y Misericordia, mejor ni mentarlas.

Aquí la Pironia volvió grupas y Sócrates se cubrió la cara y la cabeza con el manto, por lo cual todos los discípulos se cubrieron lo mismo creyendo habría entrado alguna avispa furiosa; pero no era eso, sino que se había puesto a reflexionar.

—He aquí —dijo luego de un rato— que hemos llegado a la tercera coordenada de la verdad.

—No hay más que dos coordenadas —objetó Pirroncito.

—¡Silencio! Estoy hablando de la tercera dimensión, si no es de la cuarta. Vamos a ver, Platón, ¿qué es la verdad?

—La verdad es el ser —dije yo.

—Eso es lo que vos creés —dijo Pirrón Primero.

—Lo creo y es así.

—Y la mentira vestida de verdad ¿es el ser? —preguntó Sócrates.

—Es un poco de ser y un poco de no ser.

—¿Digamos mitá y mitá?

—No, porque el ser está en la superficie y el no ser está adentro.

—El no ser ¿es la nada?

—Correcto, oh maestro.

—¿Sería pues una nada con una cáscara de algo?

Ecco; es como una mona ataviada de persona; con la añadidura de que esas nadas con cáscara son sumamente ponzoñosas.

—Entonces ¿para qué las hizo Dios?

—Solamente para pincharlas y que salga la nada.

—Bien, Platón, veo que has asimilado mis enseñanzas al 23 o 25 por ciento. Ahora bien, y si ello es así, te ruego que las pinches.

—No puedo, Sócrates. No están a mi alcance.

—¿Por qué, oh Mi-Primero-de-Clase?

—¿No ves, Sócrates, lo que pasa? —dije yo.

Y tomando el proyector-estereóscopo proyecté en la pared del calabozo una foto con este título: Breve imagen del mundo actual. Todos enmudecieron de asombro; porque apareció una playa de Marel Plata llena de bañistas desnudas; y debajo enmedio y encima d’ellas, llenando tierra mar y cielo, una inmensa cantidad de monas vestidas de seda con carteles al cuello que decían Democracia, Igualdad, Justicia, Misericordia, Caridad y Jerarquía; todas las cuales eran transparentes pero no invisibles, almenos para nosotros los filósofos; y ellas lo penetraban y enredaban todo.

Visto lo cual, Sócrates tomó la cicuta.