Pereza

Había una vieja colina sobre un monasterio… quiero decir, un viejo monasterio sobre una colina, que se llamaba Asilo de la Santa Pobreza; aunque un rayo había volteado una letra y mordido otra, de modo que se leía: de la Santa Pereza. Le dijeron al superior que fuese a ver el desastre, y él dijo:

—Más fácil es creerlo que ir a averiguarlo.

Y lo dejó estar así.

Eran tres frailes y un lego cocinero; y el un fraile, que se llamaba Stúprica, no hacía absolutamente nada, o, mejor dicho, hacía las cosas a medias, que quizá es peor; porque su divisa era: Sinere res vadere quomodo vadunt, facere omnia taliter qualiter, et esse bene cum Patre Priori. El otro fraile, llamado Fúnkelblick, decía el breviario de noche y dormía de día, menos cuando lo despertaban para confesar a alguna señorita; y entonces primero preguntaba si era de la aristocracia, porque decía que era llamado por Dios «para dirigir a la clase dirigente»; de modo que el popolino le había sacado un verso que decía:

«Confesor de Grondonas y Pereas

¿Quién confiesa las viejas y las feas?».

Dios hizo lindas a las mujeres con la intención principal de que los chicos al nacer vean cosas lindas; aunque hay que confesar en este país que con algunas se ha descuidado bastante; aunque con otras, hasta se le fue la mano; pero esas otras no son de la aristocracia; de modo que se equivocó el versito. Digo esto simplemente como una observación científica, que no tiene nada que ver con la fábula.

En suma, ahí el único que trabajaba era el cocinero. ¡Y cómo trabajaba! Y el superior, que tenía el nombre inverosímil de Bígabigs. (En realidad, creo que estos nombres son de casas de comercio de Buenos Aires; pero así lo contó el Leoncillo).

El superior trabajaba como un bárbaro, en toda clase de cosas, supiera o no supiera; porque su divisa era: Más fácil es creerlo que ir a averiguarlo. Era director de la Adoración de San Bonifacio, asesor de los Bueyes Escotados de Don Bosco, examinador de la Congregación de Pelotaris Católicos, síndico del Banco El Hogar Católico, colaborador del Diario Católico, miembro del directorio del Partido Católico, y vocal del Café-Bar Católico, un café adonde no iba nadie. La gente de aquel país —un país de Asia— tenía por norma que donde uno viera la etiqueta católico, había que disparar; norma no muy piadosa que digamos: era gente del Asia.

Aunque se alargue la fábula contaré lo que le pasó una vez a mi finado hermano. Vino un colono de la Colonia ofreciendo un tarro de kerosén de grasa de chancho. Mi hermano necesitaba grasa de chancho, y dijo:

—¿Cuánto?

—Siete pesos —dijo el colono; era en aquellos tiempos de antes.

—Es caro —dijo mi hermano…—. ¿Es grasa pura de chancho?

El colono aseveró. Mi hermano iba ya a pagarle y al alzar los ojos vio que tenía un botoncito celeste en el ojal.

—¿Qué es eso? —le dijo.

—La divisa.

—¿Qué divisa?

—De la Acción Católica.

—¿Usted es de la Acción Católica?

El otro aseveró. Entonces mi hermano tomó un fuentón y le dijo:

—¡Vuelque inmediatamente la grasa aquí!

No quería y la volcó mi hermano; y apareció una capita de grasa de chancho y todo el resto grasa de vaca. De este episodio fue que salió lo que decía la gente de aquel país del Asia.

Entremos en materia: un día el cocinero compró hongos y quería probarlos con una cuchara de plata alemana; y el superior, siempre apurado, le dijo que más fácil era creerlo que ir a averiguarlo. Resultado, que se envenenaron todos; y toda la noche anduvieron haciendo turno delante del —excusado es nombrarlo— que era uno solo. Pero lo curioso del caso fue que quien se murió de veras fue el superior, y los otros tres mal que bien salieron a flote. Y entonces quedaron consternados, porque Buddha —que es el Dios de ellos— les reveló que el caso era un castigo de la pereza.

Se pusieron en oración preguntando cómo Bígabigs, que era activísimo, había muerto; y ellos, no. Y entonces se les apareció Buddha, con aquella carota, los ojos mirando el ombligo y las piernas y los brazos cruzados, y les dijo: «El superior era el más haragán de todos; porque hay tres grados de pereza; el primero, pereza del cuerpo, gandulería, que es pecado venial; el segundo, pereza de las emociones, o séase acidia, que es pecado mortal; y el tercero, pereza del entendimiento, o estulticia, que es pecado de apaga y vámonos. Por eso murió el superior».

Espantáronse los monjes y dijeron:

—De ese modo, va a haber en este país una mortandad espantosa de superiores.

Dijo Buddha:

—Dios lo quiera; pero temo que con este escarmiento que he hecho, los demás van a pensar un poco.

—Y así fue —le dijo el Leoncito a su Madre. Y la Leona, muy enojada, le dijo:

—¿Quién les manda a ustedes meterse con los curas?

—No nos metemos con los curas —dijo el Cachorro Mayor—, solamente componemos algunas sencillas fábulas.

—¿Y por qué no toman otra materia? —dijo la Leona.

—Tomamos la materia que raye —dijo el Leoncito—, la que caiga más a mano.

—¿Y no pueden tomar otra materia?

—Bueno, mami, si usté quiere… pero ésta nos resultó fácil, porque los curas son como un monasterio sobre una colina, que los ven todos.

—Mal hecho —dijo la Leona— yo los voy a arreglar a ustedes.

Pero, como sabía pasar siempre, no los arregló nada.