(Dichos, Pedro el guardabosque, leñadores armados, mujeres y niños de la aldea).
PEDRO. —A ellos, a ellos. Es preciso atacarlos y exterminarlos.
LEÑADOR 1. —Es imposible. Ya no los alcanzamos más.
PEDRO. —O ahora o nunca. ¡Muerte a ellos aunque todos muramos! Nos roban nuestros hijos…
MADRE. —Por amor de Dios, perseguidlos, quitadle mi hija, devolvedme mi hija. Corred, corred, pronto.
PULGARCITO. —El letrero dice: «Hernán el Lobo se lleva la niña»…
PEDRO. —¡Yo se la arrancaré de las uñas!
PULGARCITO. —«Y exige cien doblas de oro por su rescate».
PEDRO. —¡Cien doblas! ¿Lo oís? ¿Por qué no piden también nuestra sangre?
PULGARCITO. —Y dice después: «Si nos persiguen, mataremos a la niña».
MADRE. —¡Dios mío! (Cayendo de rodillas).
PEDRO. —¡Asesinos! ¡A ellos, amigos!
MADRE. —¡No, no! ¡Detente, hermano! ¡Matarán a mi hijita! ¡Por amor de Dios, no los persigáis! (Interponiéndose de rodillas). ¡Dejadlos, dejadlos! ¡Deteneos os digo, malvados! (Hecha una leona). Yo les llevaré cien doblas. Yo juntaré cien doblas, venderé mi casa, las iré a pedir al señor Barón, al Rey mismo. ¿Quién me puede prestar cien doblas de oro?
PEDRO. —Cálmate, pobre hermana mía…
MADRE. —Pedro, dame una dobla de oro por la memoria de nuestra madre.
PEDRO. —Si no la tengo.
MADRE. —Dame lo que tengas. (El guardabosque le da algunas monedas. La madre empieza a recorrer el círculo de aldeanas pidiendo limosna entre sollozos).
PULGARCITO. —(Mirando compasivo a su madre). Ah, yo salvaré a Caperucita. Yo tengo la culpa de que le pase esto a mi hermana. Yo iré al Lobo y la traeré. Yo no volveré a casa sin mi hermana. (Sale hacia el bosque).
MADRE. —Una limosna por amor de Dios para una pobre madre desventurada. ¡Cien doblas! Un florín, amigo mío, un solo florín.
LEÑADOR 1. —(Pobre mujer). No tengo dinero, señora. Tomad esta hebilla, es de plata.
MADRE. —Que Dios os lo pague. Una limosna para el rescate de mi hijita, señora.
JUANA. —No tengo nada.
MADRE. —¡Por amor de Dios! ¡Juana! (Reconociéndola y abrazando sus rodillas). Juana, perdóname. Yo te he ofendido. He sido orgullosa y vengativa, te he negado el habla cuando yo no era aún desdichada, cuando no sabía qué cosa era ser desdichada. ¡Qué insensata fui! Pero no hagas pagar a mi hijita los delitos de su madre. ¡Salva a mi hija, Juana, tú que tienes hijos también!
JUANA. —(Llorando). No digas eso, ¡por amor de Dios, María! Si yo no te guardo rencor. ¿Cómo podría guardártelo? Es que no tengo nada, nada… Mira, toma mi anillo de bodas…
MADRE. —(Le besa la mano). Haga Dios por este don que nunca pierdas un hijo. Una limosna para rescatar a mi niña.
LEÑADOR 2. —Es imposible que reúna usted cien doblas. No las hay en toda la aldea.
MADRE. —(Tendiendo la mano). ¿No son éstas cien doblas?
LEÑADOR 2. —Ahí no hay ni siquiera dos doblas.
MADRE. —¡Mentira! (Cae desmayada, desparramándose las monedas. Gimen las mujeres, lloran los niños).
PEDRO. —¡Hermana! (La levanta). ¿Está muerta? ¡No! ¡Respira! ¡Vámonos! ¡Ay de ellos, ay de los asesinos! ¡El rayo de Dios los abrase! ¡Dios haga justicia de sus crímenes! Seguidme todos. Isabel, recoge esas monedas. (Salen lentamente).