(Dichos y Pedrisco).
PEDRISCO. —(Entrando precipitado). Capitán, viene gente.
LOBO. —¿Dejarte ir? Nunca. Eres mía, mía, más mía que la otra. Me has perdonado.
PEDRISCO. —Viene toda la aldea armada de hachas. El chicuelo encontró una mujer y la mujer empezó a dar gritos y empezaron a salir de las casas mocetones furiosos… Yo me escabullí corriendo. Son muchos para nosotros, capitán…
CAPERUCITA. —(Llorando). Mamá, mamá, tío Pedro… me llevan.
PEDRISCO. —¿Pongo un letrero exigiendo rescate?
LOBO. —Sí, ahí en ese tronco. Cien doblas. Si quieren rescatar la niña, cien doblas de oro.
PEDRISCO. —¿Cien doblas? Capitán, imposible. Es gente pobre. No las tiene.
LOBO. —Mejor. Eso quiero. Que no la rescaten. Es mía. Más que la otra. Me besó, (Sale).
CAPERUCITA. —¡Mamá!
BARBARROJA. —(A Pedrisco). El capitán me parece… La cabeza del capitán… ¿Qué es esto que hace? La lleva en los brazos hablándole dulcemente. Parece una mujer.
PEDRISCO. —¡Pssst! Calla. Si te oye te matará, como a Gazul.
BARBARROJA. —Todas las noches sueña y grita y ve fantasmas. Está enfermo. No sirve ya para capitán. Yo, en cambio… (Salen).