PULGAR. —(Solo). Mamá, muerta de susto, culpa de esa loca caprichosa que quiere ir ella a la abuela. Y abuela tiene la culpa porque la quiere demasiado, más que a mí… y siempre cuando va le da cosas… Y si mamá me mandara a mí, yo sí que no me perdería nunca, porque conozco todo el monte y sé dónde están los nidos de cachilos y los de palomas y los de cardenales que los hacen arriba, arriba, que ni se ven. Yo sí que no me perdería como esa loca, ni haría asustar a mamá, como ahora que le han dicho que hay ladrones y que el Lobo vino. Y se pone casi a llorar y dice: «Pulgarcito, andá corriendo por las casas del pueblo a ver si está y yo voy al monte». Y yo digo: «Andá vos por las casas si querés y yo voy al monte que lo conozco», y dice: «No». Y digo: «Me voy con Ricardito, sonsa. ¿Qué te piensas que porque soy chico y me dicen Pulgarcito…?». Yo no le tengo miedo al Lobo. (Interrumpiéndose preocupado). ¿Será cierto que hay Lobo? Y dice ella: «Vayan pero no pasen del claro: y espérenme allí, y si no está en las casas del pueblo vamos todos juntos a la casa de la abuela, que yo no los quiero dejar a ustedes solos en casa». ¡Ricardito! (Gritando). No lo veo más. Se habrá ido con las chicas a casa… o habrá encontrado a mamá… ¡Qué oscuro se está poniendo! ¿Será cierto que hay Lobo? ¡Ay! No sé lo que se mueve entre las hojas. ¡Ay! Siento pasos… En el nombre del Padre, del Hijo… ¡Ay!, ¡dos hombres!, ¡dos ladrones! ¡El Lobo! (Huye). ¡Mamá!, ¡mamá!