El día 13 de Mayo la aviación alemana ametrallaba las trincheras vascas del Sollube. El fuego antiaéreo derribó un avión «Heinkel 51». El avión, herido de muerte consiguió remontarse lo suficiente para que su piloto pudiera lanzarse en paracaídas. Los soldados le hicieron prisionero. Se llamaba Hans Joachim Wandel.
Un tribunal popular condenó a muerte a Wandel. Como lo habían sido el capitán Walter Kienzle y el oficial Karsten von Harling. La víspera de la ejecución el gobierno vasco haciendo suyas las peticiones de los representantes diplomáticos y organizaciones extranjeras indultó a los pilotos alemanes.
En el bombardeo de Guernica había dos objetivos distintos: el de Franco y el de los alemanes. Guernica no era un objetivo militar. La población estaba indefensa. Fué elegida para su destrucción por el general Franco a sabiendas de que a la hora en que se bombardeó, un lunes día de mercado a las 4,30 p. m. sus calles estaban repletas de hombres, mujeres y niños. Entre los siete días de la semana, el lunes era, sin duda, el de más aglomeración. Guernica fué elegida precisamente porque era el lugar en que estaba asentado el Árbol Vasco. Franco trataba de dar un golpe decisivo a la moral del pueblo y el ejército vasco que se defendía en los montes, de manera feroz y heroica, por eso eligió a Guernica. Mola había dicho: «Con la destrucción de Guernica, hemos matado a este pérfido ejército». Radio París, en una de sus emisiones, describió de forma perfecta el estado moral que en los soldados produjo el bombardeo de la ciudad sagrada: «Cuando los soldados de los batallones vascos vieron arder a su ciudad y su suelo hollado por las legiones de ocupación alemanas, italianas y marroquíes, se aprestaron a defender su libertad metro a metro, piedra por piedra. Nada pudo debilitar el valor de unos hombres que habían prometido por su honor derramar hasta la última gota de su sangre».
El objetivo alemán quedó cumplido: ellos no eligieron a Guernica como presa porque ignoraban su valor como ciudad sagrada de los vascos. Se dedicaron nada más a destruir el objetivo que Franco les señaló. Querían probar el efecto de sus nuevas bombas incendiarias y sus modernos aviones «Junker 52», Heinkel 111» y «Heinkel 51». Años después de terminada la guerra, en el proceso de Nüremberg, los delegados americanos Maier y Sander sometieron a interrogatorio a Goering. La prensa describió así el interrogatorio: «En la extraña intimidad de la pequeña habitación exploramos el pasado de violencia de Goering, recordando aquel episodio del bombardeo de Guernica». ¿Se acordaba Goering de Guernica?
Goering frunció las cejas: «Un momento, señores. ¿Dicen ustedes Guernica?» Reflexionó unos instantes y añadió: «Ya me acuerdo fué una especie de «blanco de prueba» de nuestra aviación». Maier y Sander le recordaron las víctimas del bombardeo: «Es lamentable —replicó Goering— pero no podíamos hacer otra cosa. En aquel tiempo estas experiencias no podían hacerse en otra parte».
En París, un mes después del bombardeo de Guernica, en su estudio de la calle «Grands Augustins» Picasso daba los últimos toques a su cuadro «Guernica», la obra de arte más grande de su vida. «Es un grito desgarrador de los niños, de las mujeres, de los pájaros, de las flores, de los árboles. Un grito de las vigas, de las maderas, de los ladrillos, de los muebles y de las camas. No exalta a los combatientes, llora por las víctimas» —explicó Picasso.
Solo, en el cuadro, se levanta, vigoroso, el toro con su cabeza antropomórfica. Significa la victoria de un pueblo sobre la muerte.