Verónica Acacio es una mujer harto controvertida en Quintana Roo. Con sus menos de treinta y cinco años a cuestas y un cuerpo deportivo y delgadísimo, la que fuera durante años, además de litigante, maestra de aeróbics, se presenta siempre con un aspecto impecable. Con frecuencia su cabellera castaño oscura va recogida en una cola de caballo; sus ojos son almendrados, con largas pestañas y mirada penetrante, los labios levemente pintados de rosa claro, la piel blanca y la mandíbula delineada a la perfección en un rostro triangular. Casi siempre viste traje sastre con pantalón, camisa o playera blanca. Se adorna con joyas pequeñas de oro amarillo. Casi siempre usa un par de pequeños aretes de Castier y una finísima cadena de oro con algún dije discreto. El reloj de la misma marca y el perfume que deja su recuerdo a su paso distinguen a esta litigante, a quien algunos hombres de la localidad apodan «Medusa». La abogada anda con un caminar tácito que no deja duda alguna de que Acacio llegó al lugar.
A principios de septiembre de 2003 la abogada Verónica Acacio, también presidenta de la asociación civil Protégeme A.C., que defiende a menores víctimas de abuso sexual, recibió una visita inesperada. Emma, quien llegaría a convertirse en la víctima y testigo principal del caso Succar, la visitó y le entregó el video amateur que grabara bajo la recomendación y supervisión de la subdirectora de Averiguaciones Previas de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE). En él Jean Succar le confiesa a la jovencita que le gusta tener sexo con niñas de incluso cinco años de edad. Asimismo, le proporcionó algunas fotografías de las menores con Succar Kuri.
La abogada informó a la joven que no trabajaba de manera gratuita para mayores de edad, que su asociación estaba especializada en la defensa de menores e infantes; sin embargo, le informó que revisaría el caso y vería cómo podía ayudarle. Emma iba acompañada de la señora Paulina Arias Páez, quien había sido su maestra de formación moral en la escuela católica La Salle de Cancún.
Cuando Emma tenía dieciséis años le contó a la maestra toda su vivencia con un señor al que apodaban «Johny». Paulina insistió en que lo denunciara, pero la madre de la adolescente y su tío materno, que vive en Mérida, se negaron. La maestra guardó silencio durante casi cuatro años, en los cuales Emma había escapado de Johny Succar. Se trasladó a Nueva Orleáns, Estados Unidos, donde recibió terapia psicoanalítica con un psiquiatra. Sin embargo, a lo largo de todos esos años se percató de que no podría cambiar su vida si no denunciaba a su violador. En su proceso, Emma entendió que Succar seguía abusando de su hermanita y de su prima, ambas de nueve años de edad, así como de otras niñas desconocidas. Por eso volvió a Cancún, para poner su vida en orden. Por eso fue con la maestra a pedir la ayuda de una abogada.
El estilo frío y calculador de la experimentada abogada Acacio no le gustó a la maestra de formación moral ni a la misma testigo, quien luego expresara que ese día se sintió lejana a la litigante.
Esa misma semana Verónica Acacio se reunió con miembros de la asociación civil CIAM Cancún, que protege a mujeres víctimas de violencia familias y sexual. La reunión se centró en un tema: la jovencita, apoyada por su maestra, quería denunciar a un hotelero libanés por abuso sexual de ella y una decena de niñas, incluida su hermanita menor.
—Pero —aclaró la abogada—, según mis investigaciones con agentes federales, este sujeto es un «pez gordo», un jugador de Las Vegas. El asunto es muy fuerte y no podemos vulnerabilizar a esta joven, ni exponerla a la Procuraduría de Justicia local hasta que sepamos los alcances de este sujeto y sus nexos con el crimen organizado.
La comida terminó con un compromiso: Acacio trabajaría de manera silente con la Procuraduría General de la República. Una vez que dispusiera de elementos, entrarían en acción penal y, de ser necesario, solicitaría al CIAM apoyo para refugiar y proteger a las niñas, a los niños y a sus madres.
La vida de Jean Succar Kuri, el conocido empresario, estaba por convertirse en asunto público.