Es un hombre de baja estatura, tez morena y sobrepeso. La piel de su rostro es gruesa, como dañada por el sol. No sostiene la mirada a casi nadie. Siempre está rumiando ideas para si mismo. Es ambicioso y le fascina el dinero. No confía en nadie, odia a las mujeres, no las ama, las usa, y el amor de su vida son sus tres hijos varones que viven en Los Ángeles.
MARIANA, EX EMPLEADA DE SUCCAR
Jean Thouma (este es su nombre tal como aparece en su pasaporte. Aquí lo escribimos así, excepto cuando transcribimos informes en los que aparece como Jean Touma) Hanna Succar Kuri nació en Becharré, Líbano, el 19 de septiembre de 1944. En su adolescencia viajó a México y arribó a Guanajuato a hospedarse en casa de sus tíos. Una parte de la familia Succar emigró a nuestro país cuando Porfirio Díaz era presidente de la República, en los tiempos en que la mayor migración libanesa sentó sus reales en entidades de toda la geografía nacional, entre ellas Yucatán y Guanajuato.
Allí le acogieron algunos de sus familiares que ahora lo desconocen. Ellos ya comenzaban en aquel entonces a construir en León, Guanajuato, lo que más adelante se convertiría en un emporio zapatero. Jorge Succar, el actual director de la empresa familiar Pieles Curtidas del Centro, S. A. de C. V., desconoce la historia de Jean, de quien ninguno de los Succar Kuri residentes en el estado de Guanajuato ha querido hablar.
Cuentan sus allegados que Jean Succar llegó de manera ilegal a México y se quedó en la ciudad de León protegido por sus familiares, quienes lo veían como un jovencito con un gran ímpetu de hacer fortuna en este país. Jean ingresó a la empresa familiar hace más de cuarenta años. Sin estudios formales, lo pusieron a trabajar como mensajero, mandadero y en tareas de limpieza. Ya entonces mostraba su carácter irascible y fuerte. Se peleaba con facilidad con otros empleados y utilizaba el nombre de su tío, el propietario de la empresa y de sus amigos ricos del estado para amedrentar a quienes no cumplían sus deseos.
En esos tiempos un tío suyo comenzaba las negociaciones con unos buenos amigos guanajuatenses, la familia Fox Quesada, y juntos fundaron una sociedad de industria zapatera
Cuentan sus allegados que un buen día Jean se presentó ante su tío y, con grosería, le dijo que no soportaría que lo tuvieran trabajando como «gato» de la familia. El tío, un hombre honesto y de trabajo, le pidió que se fuera de la empresa. Aseguran las fuentes que, de alguna manera que no Pueden precisar, Jean extorsionó a sus tíos, de quienes obtuvo el equivalente a veinte mil dólares actuales. Con ese dinero se trasladaría a Guerrero, al polo turístico más importante en aquellos años: Acapulco, con el deseo de comenzar una nueva vida, aún como ilegal en el país. Su meta era hacerse millonario.
En su camino hacia la fortuna Jean Succar enfrentó varias veces a las autoridades migratorias de México. Por fin, a mediados de junio de 1975, fue detenido y llevado a las oficinas de Migración en el aeropuerto del Distrito Federal. Mientras se le tomaba su declaración, con fines de deportarlo a Líbano por carecer de permiso para permanecer y trabajar en México, se presentó en las oficinas otro libanés llamado Camel Nacif. Este último era bien conocido por los agentes de Migración, pues uno de sus negocios era la importación de productos a México y tenía buenas influencias en aduanas y migración, sobre todo en el aeropuerto. Camel miró a Succar y le preguntó de dónde era; charlaron un momento y Nacif les dijo: «Suelten al paisano, yo me encargo de arreglarle los papeles».
A partir de ese día, Jean Succar se convirtió en entenado de su compatriota, quien ya desde los años setenta formaba parte de la industria textil como fabricante e importador de pantalones de mezclilla. Amigos cercanos a ambos aseguran que se llaman compadres y que Jean ha sido en múltiples ocasiones socio de Nacif. Su sociedad —asegura un ex administrador de Succar— consistía en que Nacif ponía el dinero y Succar el nombre. Según la fuente, esto era positivo para Camel, ya que así podía distraer al fisco. Fue precisamente su protector Camel Nacif quien recomendó a Succar que hiciera negocios en Acapulco.
El primer negocio de Jean Succar en Guerrero fue una pequeña fuente de sodas en el supermercado Comercial Mexicana de Acapulco; de allí logró que se abrieran más fuertes de sodas en varios comercios similares y conformó un negocio medianamente lucrativo.
En esa época conoció a una niña de quince años llamada Gloria Pita Rodríguez. Gloria, su ahora esposa, narra a sus íntimos la anécdota de que unos días antes de conocer a «Johny» (su mote cariñoso), éste había sido golpeado por el padre de una niña pequeña.
—Esa mañana Johny estaba en una playa pública y comenzó a tocar a una niñita, pero el padre de la criatura lo vio y se le fue a golpes. Nada más la estaba abrazando y a la niñita le encantó, porque Johny es muy cariñoso.
Con Gloria comenzó una relación erótica; ella era menor de edad y él tenía cuarenta años. Vivieron juntos durante dieciséis años hasta que en 1983 contrajeron matrimonio en Acapulco.
En Guerrero se dio a conocer como un hombre de negocios. Sus amigos le decían «Johny», en lugar de Jean, y se dedicaba fundamentalmente a presentar personas para que cerraran tratos.
Entre las amistades que Succar entabló en Acapulco, gracias a las recomendaciones de Camel Nacif, se encontraba Joe Rank, el dueño del emporio de ropa Aca Joe. Un testigo presencial asegura que durante una comida en una de las cantinas de moda del puerto, Joe le dijo a Succar que daría lo que fuera por meter su línea de ropa en tiendas del aeropuerto de la Ciudad de México.
Tres días más tarde Johny le preguntó a Rank:
¿Dijiste que lo que sea? Dame dos millones de dólares y yo posicionaré tus tiendas en los mejores lugares del aeropuerto; te voy a lanzar a la fama internacional.
Un mes más tarde Joe Rank le dio parte del dinero a Succar y éste voló a la Ciudad de México. Llevaba consigo un portafolios de cuero tipo bolsa, donde cargaba cientos de billetes en efectivo.
—Es el hombre más aventurero que conozco —asegura G.M., un hombre que fuera su amigo durante más de treinta años—. Succar es un tipo bajito, huraño y seductor al mismo tiempo. Está lleno de complejos y, sin embargo, tiene un arrojo para acercarse a gente que no conoce y ofrecerle negocios que no lo creerías. Ya en el aeropuerto, acudió a las oficinas de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, donde no conocía a nadie, excepto a un agente de migración de medio pelo. Y, a pesar de ello, le consiguió el negocio a Joe.
A partir del incidente adquirió fama en Acapulco de ser un dealer, es decir, un negociador para terceros. Después de una serie de malos negocios y riñas en el puerto guerrerense, Succar Kuri decidió trasladarse a buscar fortuna en Cancún. Llegó a la ciudad en 1984 y fue recibido por su amigo Alejandro Góngora Vera, entonces funcionario de Aduanas del aeropuerto de la entidad. Succar pretendía explorar dónde podría hacer inversiones. Recibió una concesión en el aeropuerto de Cancún para abrir una pequeña fuente de sodas llamada «Pancho Tortas». Los empresarios cancunenses se preguntaban quién sería el dueño de «las tortas» del aeropuerto y qué influencias tendría para haber logrado dicha concesión.
Succar presumía de contar con tres amigos influyentes. En primer lugar, José López Portillo, ex presidente de México. En segundo lugar, Miguel Angel Yunes Linares, quien en el periodo de 1985 a 1987 trabajó como subdirector general de Aeropuertos y Servicios Auxiliares en la capital del país y con quien, de acuerdo con Succar, había hecho negocios. Y, en tercer lugar, el operador político del PRI, Emilio Gamboa Patrón, con quien se le veía constantemente en restaurantes de Cancún.
En ese entonces, Román Rivera Torres, arquitecto perteneciente a una famosa familia de estirpe en México, terminaba en Cancún la construcción del centro comercial Nautilus, en la zona hotelera. Jean Succar visitó a Valeria Loza, amiga de Rivera Torres y famosa corredora de bienes raíces en México. La elegante mujer de origen cubano, que vive en Cancún desde 1984, cuenta que el libanés se presentó en las oficinas de Rivera Torres con aires de magnate.
—Lucía un bronceado profundo y llevaba lentes oscuros dentro de las oficinas. Chaparro y vulgar, hablaba con un acento árabe entremezclado con palabras en inglés mal pronunciado.
Valeria no confió en él; su actitud déspota y libidinosa con ella y con otra mujer ahí presente le desagradó. Sin embargo, Succar compró un local en Nautilus en dólares y en efectivo.
Pagó por él —hace más de veinte años— ciento treinta mil dólares estadounidenses. A la misma empresa le compró un penthouse en Villas Solymar, también en efectivo, por ochenta mil dólares.
Más adelante compró, en la segunda fase de otro centro comercial llamado Plaza Caracol, un local en el que, al igual que en el Nautilus, abrió una tienda de camisetas baratas para turistas. De Jean Succar se sabía en Cancún que era un conocido jugador de Las Vegas, que en cada viaje al Caesar’s Palace jugaba entre diez y cincuenta mil dólares. Él narraba que había hecho su fortuna en Acapulco, pero nunca especificaba cómo amasó ese patrimonio.
—Lo cierto —asegura Valeria— es que no podía hacer esa cantidad de dinero vendiendo playeras corrientes para turistas y tortas en el aeropuerto.
A partir de su llegada a Cancún, Succar viajaba constantemente fuera del país. Una ex empleada de sus tiendas, quien se niega a proporcionar su nombre completo por temor a represalias habla sobre un incidente ocurrido ya en 1992.
—Desde entonces —asegura la señora de cabello rizado y negro, que le cae hasta los hombros— al señor Succar le gustaban las niñas. Yo traje a la tienda a mi sobrina y él comenzó a hablar con ella muy interesado. A mí me dio «mala espina», pues si con nosotras, con las mujeres, era muy grosero, ¿por qué nada más así, de pronto, se interesaba tanto en la niña? La abrazaba y le decía que si le daba un beso le iba a dar dinero. Yo me la llevé porque algo me olió mal. De todas formas apenas trabajé con él, era muy hosco y déspota y pagaba muy mal.
Jean Succar se dio a conocer en las altas esferas sociales y de inmediato buscó vincularse con políticos de alto nivel y con los líderes empresariales. Le resultó fácil. Apenas había transcurrido una década de la fundación de la ciudad y cualquier persona que llegase con dinero para invertir podía reinventarse, lo cual él hizo con gran éxito.
Así comenzó, poco a poco, a acercarse a las hijas de gente conocida de Cancún, a ofrecerles dinero «a cambio» de dejarse tocar y fotografiar por él. Las extorsionaba con sutileza. Muchos de los «buenos amigos» de Jean no saben —hasta la fecha— que sus hijas, ahora adultas y casadas, fueron víctimas de quien antes gozara de su confianza. Ellas tampoco quieren revivir un pasado que han enterrado, pero una valiente jovencita, que no pertenece a las clases altas de Cancún, lo hizo. Su nombre es Emma.