1. Inventando el paraíso

Si bien fue el 24 de noviembre de 1902 cuando el presidente Porfirio Díaz firmó el decreto declarando territorio federal a Quintana Roo, apenas en octubre de 2004 éste cumplió treinta años de haber sido decretado como estado. Hasta hace tres décadas era territorio; una región marcada por la invasión militar, la ocupación territorial, la inmigración, la colonización de voluntarios, mercenarios y filibusteros.

A partir de 1902, el general jalisciense Ignacio A. Bravo fue enviado a la frontera con Belice y Guatemala para «hacer la declaración del territorio federal y pacificar a los indios causantes de la Guerra de Castas».

Durante ocho años, Bravo gobernó la colonia militar de Quintana Roo. El territorio fue bautizado con el mote de «la Siberia Mexicana», a raíz de haberse convertido en el último reducto presidiario de los mexicanos indeseables para el presidente Porfirio Díaz: los militares rebeldes, los huelguistas de Río Blanco, los zapatistas y los maderistas. Todos ellos eran prisioneros políticos.

En poco tiempo la selva pacificada se convirtió en botín de políticos de toda la República mexicana. Diputados federales de Jalisco, Tepic y Oaxaca (que nunca residieron en sus estados) gestionaron sin parar la venta y compra irregular de terrenos, despojando a los grupos indígenas de sus propiedades en la selva, que sus antepasados habían habitado durante siglos.

Hoy los herederos de estos políticos y comerciantes del siglo XIX disfrutan aún del poder de su herencia. Cozumel es la isla madre de uno de los grupos más fuertes del poder político estatal. Cuna de grandes caciques priístas como don Nassim Joaquín, quien en 1940 fue el concesionario de Pemex en esa isla y, como accionista de la Compañía Mexicana de Aviación, se inspiró para fundar las empresas Aerocozumel y Aerocaribe. Su hijo Pedro Joaquín Coldwell fue el segundo gobernador del naciente estado.

Según la antropóloga social de Quintana Roo, Lorena Careaga Villesid:

—Durante muchas décadas el territorio fue manejado por gente de fuera motivada por grandes intereses económicos y políticos. Desde su creación, Porfirio Díaz visualizaba a Quintana Roo como una zona productiva importante, como una especie de «tesoro» sin dueño, al que se dividió en latifundios; desde entonces los políticos yucatecos consideran que se les privó de la parte más potencialmente rica de la península. Y parece que todavía están viendo cómo resarcirse de esa triste pérdida. Quintana Roo no tomó parte en la Revolución. Fue un lejano testigo que vivía de la explotación de trabajadores del chicle, palo de tinte y maderas preciosas. Con una incipiente organización social y partidista, estaba rodeado de campamentos de extranjeros, desde comerciantes y contratistas hasta mercenarios, establecidos en Río Hondo, Puerto Morelos y Yalikín.

Al igual que Quintana Roo, Cancún es un invento del gobierno federal. En 1969 el Banco Mundial recomendó a México la creación de polos turísticos de playa para aprovechar el potencial de sus riquezas naturales. Se sugirieron emplazamientos en Loreto, Ixtapa, Bahías de Huatulco, Los Cabos y Cancún, y los trabajos comenzaron de inmediato. De todos, Cancún era el más estratégico por la posibilidad de atraer a México parte del turismo internacional que fluye al Caribe, pero también el que requería las más altas inversiones.

En sus orígenes Cancún era una isla pantanosa situada entre la laguna y el mar. No sólo había que habilitar (drenar, aplanar, rellenar) las playas, sino también crear una ciudad absolutamente de la nada. Las obras se orientaron a la formación de tres grandes áreas: un corredor turístico o zona hotelera, sin zona residencial, una ciudad para la población fija y un aeropuerto de escala internacional.

Varias decenas de miles de trabajadores hicieron el milagro en apenas cinco años. Para 1974 se abrieron los primeros hoteles y la ciudad podía ufanarse de contar con una población de 18 mil almas, llegadas de todos los puntos cardinales. Noventa por ciento de los habitantes lo conformaban hombres; las pocas mujeres que se aventuraron a poblar Cancún venían con sus esposos, ingenieros o constructores, y muchas se dedicaron a cocinar para los trabajadores. Por tanto, ésta nació como una comunidad androcéntrica erigida, poblada y comandada por hombres.

Este hecho es importante para explicar patrones de organización social que habrían de ser consustanciales en la región. Durante los años de su construcción, Cancún era un campamento con características muy similares a los pueblos de la frontera.

La descripción del término frontera desde un punto de vista antropológico por parte de Lorena Careaga ilumina mejor el contexto:

—El concepto de «frontera» ayuda mucho a entender a las diferentes oleadas de emigrantes que empezaron a llegar a Quintana Roo desde principios del siglo XX. Frontera en inglés, o sea, frontier, equivale al Lejano Oeste. Las regiones de frontera, en este sentido, no necesariamente están en una frontera político-territorial con otro estado o país. El término se refiere a una zona que es tierra de nadie, por lo general salvaje, alejada, despoblada, no sujeta al control político; donde cada quien toma la ley en sus manos y se hace justicia a su modo; donde florece de manera natural toda clase de vicios, incluyendo, en primer lugar, por supuesto, la corrupción, seguida de la violencia indiscriminada, la fuerza, el abuso, el engaño, el fraude, etcétera.

«La característica principal de una zona de frontera es una población volátil, emigrante, inestable, que no permanece más que el tiempo necesario para hacer dinero rápido, que no crea raíces, a la que no le interesa desarrollar instituciones relacionadas con la vida sedentaria, por ejemplo, instancias educativas o de salud.»

A Cancún llegaron miles de trabajadores, muchos de ellos sin familia, pocas mujeres y escasos lugares donde gastar el dinero. Ello dio lugar a dos fenómenos que constituirían una impronta: por un lado, una gran permisividad social en lo que respecta a las prácticas sexuales y, por el otro, la percepción de la mujer en cuanto objeto, desvinculada de su entorno familiar.

Desde su fundación hasta la fecha, Cancún ha sido una ciudad con mayoría de hombres. Veinte años después de su creación, todavía persistía en ella una desproporción significativa: cincuenta y tres por ciento de hombres contra cuarenta y siete por ciento de mujeres (Censo INEGI 1990). Por otro lado, un segundo rasgo fundacional consiste en el surgimiento de una capa de intermediarios con habilidades para medrar con las necesidades, legítimas e ilegítimas, de un crecimiento vertiginoso. A medida que se trazaban las calles y se levantaban edificios, surgió una generación de mediadores, proveedores y acaparadores venidos de otras zonas de la región (Cozumel, Mérida y Chetumal).

En 1982 la población, que se había triplicado, alcanzaba los setenta mil habitantes y volvía a triplicarse para 1988, con casi doscientos mil. Hoy la región supera el millón y medio de residentes, con una población flotante de varios millones.

La vida institucional nunca tuvo oportunidad de desarrollarse al ritmo de esta explosión demográfica, inmobiliaria y turística. La clase política de Chetumal, asiento de los eres estatales, y los caciques de los alrededores saltaron de la sociedad adormilada y tradicional en la que vivían para convertirse en agentes políticos de los intermediarios de fortuna inmediata.

Cancún devino en un polo de turismo internacional y destino de inversiones hoteleras de primer mundo, sostenido con formas de organización política de tercer mundo. Gobernadores rupestres como el primero, Jesús Martínez Ross (1975 a 1981) —creador del Movimiento de Unificación Quintanarroense (MUQ), que ha promovido el sectarismo y la discriminación de los no nacidos en Chetumal—, y Mario Villanueva Madrid (1993-1999) (hoy preso bajo el número 1074 del penal de Almoloya de Juárez por nexos con el narcotráfico) sólo son explicables por el choque de estos dos mundos.

El resultado es una organización social caracterizada por su escasa institucionalidad, por la precariedad de la justicia y un estilo de gestión social fincado en el caciquismo, la intervención personal y el peso decisivo de la voluntad e idiosincrasia de los actores.

Con mayor intensidad que en el resto del país, la sociedad civil de esta región se encuentra inerme, sin instituciones de peso frente al aparato de poder que representa la fusión de los intermediarios enriquecidos y los políticos de usos y costumbres tradicionales.

Ante tal vacío institucional, apenas comienzan a construirse las redes de solidaridad social. Como en toda ciudad con altos índices de inmigración, Cancún está poblada por personajes que se reinventan a sí mismos al llegar a vivir en una comunidad habitada por desconocidos; familias pequeñas sin redes sociales de apoyo, cuyos miembros de la familia extensa (tíos, abuelos, abuelas) permanecen en su lugar de origen. Este fenómeno ha generado dinámicas familiares de gran soledad y de poco arraigo emocional a la tierra que les acoge. La ausencia de arraigo y compromiso comunitario sienta sus bases en las motivaciones que llevaron a hombres y mujeres a vivir a Cancún.

—Cada uno —comenta Lorena Careaga— trae consigo su historia personal y sus valores. Si la comunidad no cohesiona los valores y las y los nuevos pobladores no sienten la necesidad de «hacer patria», la comunidad es frágil en su entretela. Resulta más fácil que se filtren la descomposición social y la delincuencia sin que la comunidad se unifique, de manera organizada y consciente, para exigir reacciones del Estado ante la impunidad, la ausencia o debilidad de la administración e impartición de justicia.

«Aunque no todos los quintanarroenses son cancunenses y, si bien es cierto que la mayoría de los primeros alguna vez fueron emigrantes desarraigados, puede ser que Cancún, desde este punto de vista, ya esté en vías de “civilizarse”. Pero durante muchos años fue una zona de frontera con todas las características de frontier. Lo mismo sucedió con Payo Obispo-Chetumal en sus primeros tiempos. Difícilmente, en tan pocos años (cien para Chetumal y treinta y cinco para Cancún) pueden borrarse las huellas de una herencia de conquista y violencia».

Cancún, como cualquier cuidad del mundo, ha sido escenario de diversos crímenes. Sin embargo, el caso de Jean Succar Kuri resulta emblemático por sus características, las cuales permitieron que un hotelero de prestigio social, con poder económico y alianzas políticas de alto nivel, explotara sexualmente durante más de dos décadas a casi un centenar de niñas y niños, sin que nadie tomara medidas al respecto. Con la venia de distintos hombres y mujeres participaba en la que, según la Procuraduría General de la República, es una red de pornografía infantil relacionada en forma directa con el crimen organizado

La aquí presentada es la historia de ese festín del poder.