Capítulo XV

El ladrón robado

Nada necesita tanta reforma como las costumbres de la gente.

—Del calendario del Bobo Wilson.

El necio dijo, «No pongas todos tus huevos en una canasta», lo que no es más que un modo de decir, «Desparrama tu dinero y tu atención»; pero el sabio dijo, «Pon todos tus huevos en una canasta y… VIGILA ESA CANASTA».

—Del calendario del Bobo Wilson.

¡Qué temporada estaba pasando Dawson’s Landing! Toda su vida había estado dormido, pero ahora casi no tenía ni tiempo de cerrar los ojos, con tal rapidez se sucedían los grandes acontecimientos y las tremendas sorpresas: el viernes por la mañana, primer vislumbre de la Nobleza Real, y también gran recepción en casa de la tía Patsy Cooper, además de la incursión del ladrón; el viernes por la tarde, dramática pateadura del heredero del primer ciudadano en presencia de cuatrocientas personas; el sábado por la mañana, estreno como abogado practicante del Bobo Wilson, tanto tiempo sumergido; el sábado por la noche, duelo entre el primer ciudadano y el extranjero titulado.

La gente se enorgulleció más del duelo, quizá, que de todos los demás acontecimientos juntos. Era una gloria para su pueblo que ocurriera allí una cosa así. Todo el mundo rendía homenaje a sus nombres; sus alabanzas estaban en todas las bocas. Hasta los padrinos de los duelistas recibieron una buena parte de la aprobación popular; por lo tanto, el Bobo Wilson se convirtió de pronto en un hombre importante. Cuando le pidieron que se presentara para alcalde, el sábado por la noche, corría peligro de ser derrotado, pero el domingo por la mañana era ya un hombre importante y con el éxito asegurado.

Los gemelos se habían vuelto prodigiosamente grandes; el pueblo los adoptó con entusiasmo. Día tras día y noche tras noche iban a comer y cenar de casa en casa, haciendo amigos, agrandando y solidificando su popularidad, y encantando y sorprendiendo a todos con sus prodigios musicales y acentuando de cuando en cuando esos efectos con muestras de lo que podían hacer en otras direcciones, tomadas de su reserva de raras y maravillosas habilidades. Estaban tan a gusto allí que dieron el aviso de treinta días necesario, según el reglamento, para obtener la ciudadanía, y resolvieron terminar sus días en aquel agradable lugar. Aquello fue el clímax. La comunidad, entusiasmada, se levantó y aplaudió como un solo hombre; y cuando se les pidió a los gemelos que se presentaran a las elecciones municipales y ellos accedieron, el contento del público fue total y completo.

Tom Driscoll no estaba muy alegre con todo aquello; aquellas cosas lo herían en lo más profundo. Odiaba a uno de los gemelos por haberlo pateado, y al otro por ser el hermano de quien lo pateó.

De cuando en cuando, la gente se preguntaba por qué no se había sabido nada del ladrón, del cuchillo robado ni del resto del botín, pero nadie podía verter ninguna luz en aquel asunto. Había pasado ya casi una semana y la cosa seguía siendo un misterio irritante.

El sábado, el agente Blake y el Bobo Wilson se encontraron en la calle y Tom Driscoll se unió a ellos a tiempo para iniciar la conversación. Le dijo a Blake:

—No tiene muy buena cara, Blake. Parece disgustado por algo. ¿No marchan bien los asuntos de la policía? Creo que, con toda razón y justicia, tiene una bien ganada fama de detective, ¿no? —lo que agradó a Blake, y se notó en su expresión. Entonces Tom agregó— sobre todo para un detective de pueblo —lo que no agradó a Blake, quien lo dejó conocer no sólo en su aspecto sino en su voz:

—Sí, señor, tengo una reputación; y es tan buena como la mejor de mi profesión, de pueblo o no de pueblo.

—¡Oh, perdón, no quería ofenderlo! Lo que quería preguntarle era si sabía algo de la vieja que robó en el pueblo… ya sabe, la vieja inclinada que usted dijo iba a pillar; y yo sabía que iba a hacerlo, porque tiene reputación de no haberse jactado nunca y… bueno, ¿pilló a la vieja?

—¡Maldita sea la vieja!

—¡Vamos, vamos!, ¿quiere decir que no la detuvo aún?

—No; no la he detenido. Si alguien pudiera detenerla, ese alguien sería yo; pero nadie podrá hacerlo, sea quien fuere.

—Lo siento de veras… por usted; porque cuando se sabe que un detective ha hablado con tanta confianza y luego…

—No se preocupe… no se preocupe; y en cuanto al pueblo, tampoco tiene por qué preocuparse. Yo me encargo de ella… puede quedarse tranquilo. Estoy sobre su pista, tengo unos indicios…

—¡Magnífico! Claro que si pudiera traerse un detective veterano de St. Louis para que le ayudara a descubrir qué significan esos indicios, a dónde llevan y…

—Yo soy lo suficientemente veterano, y no necesito ayuda de nadie. La habré detenido en menos de una se… en menos de un mes. ¡Lo juro!

Tom dijo con indiferencia:

—Me imagino que esa es la respuesta, sí… esa es la respuesta. Pero según parece es bastante vieja, y los viejos no sobreviven a veces al paso cauteloso del detective profesional, después de que ha reunido sus indicios y se lanza despacio a la caza.

La cara de Blake enrojeció bajo la burla, pero antes de que pudiera dar forma a su respuesta, Tom se había vuelto a Wilson y le decía, con una plácida indiferencia de voz y maneras:

—¿Quién se llevó la recompensa, Bobo?

Wilson respingó un poco y comprendió que ahora le tocaba el turno a él.

—¿Qué recompensa?

—¡Pues la recompensa por el ladrón, y la recompensa por el cuchillo!

Wilson le contestó… y bastante molesto, a juzgar por la vacilación con que lo hacía.

—Bueno… el… bueno, la verdad es que nadie la reclamó aún.

Tom pareció sorprenderse:

—¿Es posible?

Wilson demostró una ligera irritación al contestarle:

—Sí, es posible. ¿Y qué?

—Oh, nada. Yo pensé que se te había ocurrido una nueva idea, que habían inventado un plan que iba a revolucionar los gastados e ineficaces métodos de… —se detuvo y se volvió a Blake, muy contento ahora al ver que otro ocupaba su lugar en la parrilla—: Blake, ¿no pensó que él le había dado a entender que no sería necesario que persiguiera a la vieja?

—¡Por Dios!, él dijo que habría encontrado al ladrón y al botín dentro de tres días… ¡vaya si lo dijo!, y de eso hace justo una semana. Recuerdo que yo dije entonces que ningún ladrón, ni su cómplice iba a tratar de empeñar o vender una cosa si sabía que el prestamista podía cobrar las dos recompensas, llevándolo a la policía a él con el botín. ¡Es la idea más inteligente que se me ha ocurrido!

—Cambiaría de opinión —dijo Wilson con irritada brusquedad— si conociera todo el plan y no sólo una parte.

—Bueno —dijo el policía pensativo—, para mí no iba a resultar, y hasta ahora no ha resultado.

—Está bien, entonces déjelo como está, y espere un poco. Ha dado tanto resultado, que yo sepa, como sus métodos, por lo menos.

El policía no tenía ninguna frase a mano para contestarle, de modo que se contentó con lanzar un resoplido de descontento y no dijo nada.

Después de la noche en que Wilson reveló parte de su plan, Tom había tratado por distintos medios de adivinar su secreto, sin lograrlo. Entonces se le ocurrió darle una oportunidad de hacerlo a Roxana, que era más inteligente. Inventó un caso imaginario y se lo presentó. Ella reflexionó y le dio su veredicto. Tom se dijo para sí, «¡Acertó, sin duda!». Pensó que aquel era el momento de probar ese veredicto, y mirando la cara de Wilson dijo, reflexivo:

—Wilson, no eres ningún tonto… algo que todos acaban de descubrir. Fuera cual fuere tu plan, tenía sentido, aunque Blake opine lo contrario. No te pido que lo reveles, pero voy a suponer un caso… un caso que sirva como punto de partida para el caso real, que es el que me interesa. Ofreciste quinientos dólares por el cuchillo, y quinientos por el ladrón. Vamos a suponer, por decir algo, que la primera recompensa se anuncia, y la segunda se ofrece por carta particular a los prestamistas…

Blake se dio una palmada en el muslo y exclamó:

—¡Caramba, acertó, Bobo! Ahora bien, ¿por qué no se me ocurrió eso a mí o a cualquier idiota?

Wilson se dijo para sí, «Cualquiera que tenga un poco de inteligencia puede haber pensado eso. No me sorprende que Blake no lo descubriera; lo que me sorprende es que lo hiciera Tom. Hay más cosas en su cabeza de lo que yo pensaba». Pero no dijo nada en voz alta y Tom prosiguió:

—Muy bien. El ladrón no sospecharía la existencia de una trampa, y llevaría o enviaría con alguien el cuchillo, diciendo que lo había comprado por una miseria, que lo encontró en el camino, o algo por el estilo, y al tratar de cobrar la recompensa lo detendrían, ¿no?

—Sí —dijo Wilson.

—Eso pensaba —dijo Tom—. No cabe duda. ¿Has visto el cuchillo?

—No.

—¿Lo ha visto algún amigo tuyo?

—No, que yo sepa.

—Bueno, empiezo a comprender por qué falló tu plan.

—¿Qué quieres decir, Tom? ¿A dónde vas a parar? —le preguntó Wilson, que empezaba a sentirse inquieto.

—Pues a que no existe ese cuchillo.

—Mire, Wilson —intervino Blake—, creo que Tom Driscoll tiene razón… por mil dólares, si yo los tuviera.

La sangre de Wilson empezó a calentársele y se preguntó si aquellos dos extranjeros no le habrían tomado el pelo; desde luego, parecía que era así. Pero ¿qué ganaban con ello? Lanzó la sugerencia. Tom replicó.

—¿Ganar? Oh, nada que tú valorarías, quizá. Pero esos extranjeros se están abriendo camino en una comunidad nueva. ¿Te parece poco el presentarse como los amigos de un príncipe oriental… y a ningún costo? ¿Te parece poco que deslumbren al pueblo con recompensas de mil dólares… y a ningún costo? Wilson, no existe ese cuchillo, o tu plan lo habría hecho relucir. O, si ese cuchillo existe, ellos lo tienen aún. Yo creo que ellos lo han visto, porque Angelo lo dibujó muy rápidamente con su lápiz, de modo que no podía haberlo inventado y, desde luego, yo no puedo jurar que no lo tuvieron nunca; pero esto sí puedo asegurarlo… si lo tenían cuando llegaron al pueblo, lo siguen teniendo aún.

Blake intervino.

—Tal como lo dice Tom me parece muy razonable; muy razonable.

Tom le respondió mientras daba media vuelta para despedirse.

—Busque a la vieja, Blake, y si ella no le puede dar el cuchillo, ¡registre a los gemelos!

Tom se alejó. Wilson se sentía muy deprimido y casi no sabía qué pensar. Le desagradaba privarles de su confianza a los gemelos, y resolvió no hacerlo por algo tan indeciso como aquello; pero… bueno, reflexionaría y luego decidiría cómo actuar.

—Blake, ¿qué opina del asunto?

—Bueno, Bobo, tengo que reconocer que opino como Tom. No tienen el cuchillo; y si lo tenían, lo tienen aún.

Los hombres se separaron. Wilson se dijo:

«Creo que lo tenían; si se lo hubieran robado, mi plan habría hecho que lo recobraran, seguro. Y por eso creo que lo tienen aún».

Tom no tenía ningún propósito en la mente cuando se encontró con los dos hombres. Cuando empezó a hablar sólo deseaba irritarlos un poco y sacar de eso un poco de entretenimiento malicioso. Pero cuando se fue, lo hizo muy animado, porque se daba cuenta de que por pura suerte, y sin ningún trabajo, había conseguido varias cosas deliciosas; había herido a los dos hombres en lo vivo y los había visto dolerse; había modificado la simpatía de Wilson por los gemelos, con un dejo de amargura que ahora no podría sacarse de la boca; y, lo mejor de todo, había hecho descender a los odiados gemelos en el favor de la comunidad; porque Blake hablaría con libertad, como hacen los detectives, y al cabo de una semana todo el pueblo se reiría de ellos por haber ofrecido una generosa recompensa por una baratija que nunca poseyeron o no habían perdido. Tom estaba muy satisfecho de sí.

La conducta de Tom en su casa había sido perfecta durante toda la semana. Sus tíos nunca lo vieron así antes. No podían encontrarle una sola falta.

El sábado por la tarde le dijo al juez.

—Hay algo en lo que no puedo dejar de pensar, tío, y como me voy a ir y tal vez no vuelva a verte de nuevo, no puedo soportarlo más. Te dejé creer que tenía miedo de enfrentarme con el aventurero italiano. Tenía que evadirme de aquello con cualquier pretexto, y quizá no elegí bien, porque me pilló desprevenido, pero ninguna persona honorable habría consentido batirse con él, sabiendo lo que yo sé acerca de él.

—¿Sí? ¿Y qué era eso?

—El conde Luigi es un asesino confeso.

—¡Increíble!

—Es perfectamente cierto. Wilson lo descubrió en su palma, por la quiromancia, y le acusó de ello, acorralándolo de tal modo que no tuvo más remedio que confesar; pero los dos gemelos nos rogaron de rodillas que guardáramos el secreto, y juraron que aquí iban a vivir rectamente; y era algo tan lastimoso que les dimos nuestra palabra de honor de que no los descubriríamos mientras cumplieran su promesa. Tú lo habrías hecho así, tío.

—Tienes razón, muchacho; lo habría hecho. El secreto de un hombre le pertenece, y es sagrado, cuando se le saca de ese modo, por sorpresa. Hiciste bien y estoy orgulloso de ti. —Y luego añadió, con melancolía—: Pero me habría gustado que me evitaran la vergüenza de verme en el campo del honor con un asesino.

—No pude evitarlo, tío. Si hubiera sabido que ibas a desafiarlo me habría visto obligado a sacrificar mi promesa para impedirlo, pero de Wilson no se podía esperar otra cosa excepto que guardara el secreto.

—Oh, no; Wilson hizo bien y no se lo censuro. Tom, Tom, me has quitado un gran peso del corazón; me habías herido hasta lo más íntimo cuando creí descubrir que tenía un cobarde en la familia.

—Ya te imaginarás lo que me costó asumir ese papel, tío.

—Oh, ya lo sé, pobre muchacho, ya lo sé. Y comprendo cuánto te ha costado sufrir ese injusto estigma tanto tiempo. Pero ahora todo pasó y no ha habido ningún daño. Me has devuelto la tranquilidad, y con ella, has recobrado la tuya; y los dos hemos sufrido ya demasiado.

El viejo se quedó allí un rato sentado, sumido en sus pensamientos; luego alzó los ojos con mirada satisfecha y agregó:

—El que ese asesino me haya enfrentado dejando que me batiera con él en el campo del honor, como sí fuera un caballero, es algo que tengo que arreglar… aunque no ahora. No lo mataré hasta después de las elecciones. Antes de eso hallaré un medio de arruinarlos a los dos; eso es lo primero de todo. Te prometo que ninguno de los dos será elegido. ¿Estás seguro de que nadie sabe que es un asesino?

—Perfectamente seguro, señor.

—Será una buena carta de triunfo. Empezaré a insinuarlo cuando llegue el día de las elecciones. Eso va a hundirlos a los dos.

—No me cabe la menor duda. Será su fin.

—Eso y un trabajo entre los votantes, desde luego. Quiero que vengas aquí, de cuando en cuando, y empieces a trabajar a la gente del pueblo. Tendrás que gastar dinero con ellos; pero yo te lo daré.

¡Otro punto ganado contra los detestados gemelos! Realmente aquél era un gran día para Tom. Eso le animó a disparar un último tiro contra el mismo blanco.

—¿Te acuerdas del maravilloso cuchillo indio del que tanto hablaban los gemelos? Bueno, pues ni hay rastros de él; de modo que el pueblo empieza a desconfiar y a reírse. La mitad de la gente cree que no existió ese cuchillo, y la otra mitad que lo tenían y lo tienen aún. He oído a veinte personas hablar de eso hoy.

Sí, la irreprochable semana de Tom le había devuelto el favor de su tío y su tía.

Su madre estaba satisfecha también de él. En privado, empezaba a tenerle cariño, pero no se lo decía. Le dijo que ahora debía irse a St. Louis, y que ella se prepararía y lo seguiría. Luego destrozó su botella de whisky y dijo:

—¡Y ahora escucha! Te voy a hacer andar derecho, Chambers, y te juro que no vas a tener un mal ejemplo con tu mami. Te dije que a mí no me gustaban las malas compañías. Bueno, pues tú te vas a contentar con la mía y eso es todo. ¡Ahora, vete!

Tom subió a bordo de uno de los grandes vapores, aquella noche, con su bolsa cargada de botín y se durmió con el sueño de los injustos, que es más sereno y profundo que el de los demás, como sabemos por haber escuchado la historia de un millón de picaros. Pero cuando despertó por la mañana, la suerte le había vuelto la espalda: otro ladrón, mientras dormía, se lo había robado todo y había bajado a tierra en el primer desembarcadero.