Roxana insiste en la reforma
La verdadera sandía del sur es una bendición aparte, que no se debe mencionar con las cosas más comunes. Es el principal de los lujos del mundo, reina por la gracia de Dios de las demás frutas de la tierra. Cuando uno la ha probado, sabe lo que comen los ángeles. Lo que Eva comió no fue una sandía del Sur; lo sabemos porque se arrepintió.
—Del calendario del Bobo Wilson.
Aproximadamente a la misma hora que Wilson despedía al comité, Pembroke Howard entraba en la casa de al lado. Halló al juez sentado, severo y rígido en su sillón, esperando.
—¿Y bien, Howard…, qué noticias traes?
—Las mejores del mundo.
—¿Acepta, no? —y la luz de la batalla brilló alegre en los ojos del juez.
—¿Que si acepta? Con entusiasmo.
—¿De veras? Bueno, me parece muy bien… muy bien; eso me gusta. ¿Cuándo va a ser?
—¡Ahora! ¡En seguida! ¡Esta noche! ¡Es un hombre admirable…, admirable!
—¿Admirable? ¡Es un encanto! Es un honor y un placer el enfrentarse con un hombre así. ¡Ve a verlo en seguida! Arréglalo todo… y preséntale mis más cordiales cumplidos. Es un hombre raro, desde luego; ¡un hombre admirable, como has dicho!
Howard salió presuroso, diciendo:
—Lo llevaré al baldío que hay entre la casa de Wilson y la hechizada dentro de una hora, y llevaré mis propias pistolas.
El juez Driscoll empezó a pasearse por la habitación en un estado de agradable excitación; pero de pronto se detuvo y empezó a pensar… empezó a pensar en Tom. Dos veces fue hacia el escritorio, y las dos dio media vuelta; pero finalmente se dijo:
—Esta puede ser mi última noche en el mundo… no debo arriesgarme. Es inútil e indigno, pero la culpa es en gran parte mía. Su padre me lo confió en su lecho de muerte, y yo lo mimé para mal suyo, en vez de educarlo severamente y hacer de él un hombre. No he cumplido con mi misión, y no debo agregar a eso el pecado de deserción. Lo he perdonado ya una vez, y lo sometería a una larga dura prueba, si viviera, antes de perdonarlo; pero no debo correr ese riesgo. No, debo rehacer el testamento. Pero si sobrevivo al duelo, lo esconderé, y él no lo sabrá, ni se lo diré hasta que no se haya reformado, y hasta que vea que su reforma es permanente.
Volvió a redactar el testamento, y su sobrino ostensible se convirtió de nuevo en su heredero. Mientras terminaba su tarea. Tom, cansado por su largo y preocupado paseo, entró en la casa y pasó en puntillas delante de la sala. Miró hacia dentro y apresuró el paso, porque la vista de su tío no significaba aquella noche para él más que nuevos terrores. ¡Pero su tío estaba escribiendo! Era muy raro, a hora tan tardía. ¿Qué podía estar escribiendo? Un angustioso frío se apoderó del corazón de Tom. ¿Lo que escribía le concernía a él? Eso temía. Se dijo que cuando empieza la mala suerte no llueve, sino jarrea. Y decidió enterarse del contenido del documento, o de la razón por qué escribía. Oyó llegar a alguien y se ocultó lejos de la vista del que venía. Era Pembroke Howard. ¿Qué estaría tramando?
Howard dijo con gran satisfacción.
—Todo está listo y arreglado. Él ha ido al campo del desafío con su padrino y un médico… y también con su hermano. Yo lo arreglé todo con Wilson… Wilson es su padrino. Vais a disparar tres tiros cada uno.
—¡Perfecto! ¿Cómo es la luna?
—Tan clara como si fuera de día. Perfecta para la distancia… quince yardas. No hay viento… ni un soplo; es una noche caliente y serena.
—Muy bien; de primera. Mira, Pembroke, lee esto y firma como testigo.
Pembroke leyó el testamento y lo firmó, y luego dio un cordial apretón de manos al viejo y dijo:
—Me parece muy bien, York… pero sabía que lo harías. No podías dejar al pobre muchacho luchando con la vida sin dinero ni una profesión, seguro de ser vencido, y yo sabía que lo harías, por su padre, ya que no por él.
—Por la memoria de su padre, no podía hacerlo, ya lo sé; por el pobre Percy… pero tú sabes lo que Percy fue para mí. Mas, escucha… Tom no tiene que enterarse a menos que yo muera esta noche.
—Entendido. Guardaré el secreto.
El juez guardó el testamento, y los dos se dirigieron al lugar del duelo. Un minuto después, el testamento estaba en manos de Tom. Su pena desapareció, sus sentimientos sufrieron un tremendo cambio. Guardó cuidadosamente el testamento en su lugar, y abrió la boca y alzó su sombrero, una, dos, tres veces, imitando tres hurras, aunque ningún sonido salió de sus labios. Empezó a hablarse a sí mismo, excitadamente y con alegría pero, de cuando en cuando, lanzaba otra serie de mudos hurras.
Se decía: «Recobré la fortuna otra vez, pero no dejaré que se enteren de que lo sé. Esta vez voy a reformarme. No correré más riesgos. No jugaré más, no beberé más, porque… bueno, porque no pienso volver a ningún sitio donde se hagan esas cosas. Es el modo más seguro, el único seguro; debería haber pensado en eso antes… bueno, sí, lo habría hecho si hubiera querido. Pero ahora… Dios mío, me llevé un buen susto y no pienso arriesgarme más. ¡Caramba!, esta misma noche me convencí de que podría hacerle cambiar de idea sin mucho esfuerzo, pero desde entonces me he ido poniendo cada vez más triste y preocupándome más. Si me habla de esto, muy bien; pero si no lo hace, no diré nada. Yo… bueno, me gustaría decírselo al Bobo Wilson, pero… no, pensándolo bien es mejor no hacerlo. —Lanzó otro hurra mudo y agregó—: ¡Me reformaré y esta vez va en serio!».
Iba a terminar su meditación con una gran demostración silenciosa, cuando recordó de pronto que Wilson le había impedido vender o empeñar el cuchillo indio, y que de nuevo se hallaba en grave peligro de que sus deudores lo expusieran ante su tío por esa razón. Su alegría desapareció del todo, y dando media vuelta se dirigió hacia la puerta, gimiendo y lamentándose acerca de su mala suerte. Subió lentamente arriba, y permaneció largo tiempo reflexionando en su dormitorio, desconsolado y abatido, con el cuchillo de Luigi por compañero. Por fin dijo:
—Cuando supuse que las piedras eran cristal y el marfil, hueso, el cuchillo no tenía ningún interés para mí porque carecía de valor, y no podía sacarme del apuro. Pero ahora… ahora está lleno de interés; sí, de un interés capaz de partir el corazón a cualquiera. Es una bolsa de oro que se ha convertido en polvo y ceniza entre mis manos. Podría haberme salvado, y con toda facilidad, y sin embargo tengo que ir a la ruina. Es como ahogarse con un salvavidas al alcance de la mano. Toda la mala suerte es para mí y la buena suerte para los demás… por ejemplo para el Bobo Wilson; hasta su carrera parece iniciarse al fin, ¿y qué ha hecho para merecerlo, me gustaría saber? Sí, él se abrió camino, pero no se contenta con eso y quiere cerrarme el mío. El mundo es sórdido y egoísta, y me gustaría estar fuera de él. —Dejó que la luz de la vela jugara con las piedras de la vaina, pero el brillo y los centelleos no tenían ningún encanto para él; sólo le producían dolor en el corazón—. No debo decirle nada a Roxy acerca de esto —se dijo—, es demasiado atrevida. Me pediría que sacara las piedras y las vendiera, y luego… bueno, pues la detendrían y le seguirían la pista a las piedras y… —el pensamiento le hizo estremecerse y ocultó el cuchillo, tembloroso de pies a cabeza y mirando furtivamente a su alrededor, como un criminal que se imagina que su acusador anda cerca.
¿Debería tratar de dormir? Oh, no, el sueño no era para él; su problema era demasiado acuciante, demasiado afligente para eso. Necesitaba lamentarse con alguien. Llevaría su desesperación a Roxy.
Había oído algunos disparos lejanos, pero eso era algo común, y no le hicieron mucha impresión. Salió por la puerta de atrás y se dirigió hacia el oeste. Pasó por la casa de Wilson y siguió camino adelante, y a poco vio unas figuras que se acercaban a la casa de Wilson atravesando los baldíos. Eran los duelistas que regresaban del duelo; creyó reconocerlos, pero como no deseaba la compañía de los blancos, se ocultó detrás de una valla hasta que se hubieron alejado.
Roxy se sentía muy contenta. Le preguntó:
—¿Eras tú, hijo? ¿Estuviste con él?
—¿En qué?
—En el duelo.
—¿Duelo? ¿Ha habido un duelo?
—Claro que lo ha habido. El viejo juez tuvo un duelo con uno de los gemelos.
—¡Santo Dios! —y luego agregó para sí: «Eso fue lo que le hizo redactar un nuevo testamento; pensó que podían matarlo y se compadeció de mí. Y por eso estaban tan ocupados él y Howard… Oh, Dios mío, si mataron al gemelo, yo ya no tendría…».
—¿Qué andas farfullando, Chambers? ¿Eras tú? ¿No sabías que iba a haber un duelo?
—No. El viejo quiso hacerme pelear con el conde Luigi, pero no lo consiguió, de modo que me imagino que quiso dejar bien el honor de la familia él mismo.
Se echó a reír ante la idea, y siguió hablando, contándole detalladamente su conversación con el juez, y cómo se había escandalizado y avergonzado éste al enterarse de que tenía un cobarde en la familia. Por fin alzó los ojos y le tocó asombrarse a él. El pecho de Roxana estaba agitado por una pasión contenida, y lo miraba con ojos ardientes y una expresión de infinito desprecio en la cara.
—¡Y te negaste a pelear con un hombre que te había pateado, en lugar de aprovechar gustoso la oportunidad! ¡Y no te da vergüenza venir a decírmelo a mí, que traje al mundo un conejo tan miserable y cobarde! ¡Bah, me das asco! Es el negro que hay en ti, eso es. Tienes treinta y una partes de blanco y sólo una de negro, y esa parte es tu alma. No merece la pena salvarla; no merece la pena ni echarla en una pala para tirarla a la basura. Has deshonrado tu nacimiento. ¿Qué pensaría tu padre de ti? Es lo suficiente para hacerle darse vuelta en su tumba.
Las tres últimas frases hirieron a Tom y lo enfurecieron, y se dijo que si su padre viviera y se le pudiera asesinar, su madre no tardaría en enterarse de hasta qué punto él se creía en deuda con ese hombre, y de que él estaba dispuesto a pagar esa deuda con creces, y lo haría, aun a riesgo de su vida; pero se guardó el pensamiento para sí; era lo más prudente dado el estado actual de su madre.
—¿Qué ha sido de tu sangre de los Essex? No puedo comprenderlo. Y no sólo hay sangre de los Essex en ti, no… ¡ni mucho menos! Mi tatarabuelo era el viejo capitán John Smith, de la mejor sangre de la Vieja Virginia, y su tatarabuela o algo por el estilo, era Pocahontas, la reina india, y su esposo era un rey negro de África… ¡y sin embargo tú le huyes a un duelo deshonrando a todos tus antepasados, perro miserable! ¡Sí, es el negro que hay en ti!
Se sentó en su cajón de velas, soñadora. Tom no la interrumpió; a veces carecía de prudencia, pero no en circunstancias de esa clase. La tempestad de Roxana fue calmándose gradualmente, pero le costó trabajo morir, y aun cuando parecía pasada del todo, estallaba de cuando en cuando en un trueno lejano, por decirlo así, en forma de exclamación murmurada. Una de ellas era, «No hay en él la cantidad de negro suficiente para que se le note en las uñas, y para eso hace falta muy poco… pero hay la necesaria para pintar su alma».
Al cabo de un rato, murmuró:
—Sí, señor, hay lo necesario para pintársela toda —y por fin sus lamentaciones cesaron del todo y su cara comenzó a aclararse… una señal que Tom, que había aprendido a reconocer sus cambios de genio, consideró de buen augurio, comprendiendo que estaba a punto de ponerse de buen humor. Se fijó en que, inconscientemente, ella se llevaba de cuando en cuando el dedo a la punta de la nariz. La miró con más atención y dijo:
—Mami, tienes despellejada la punta de la nariz. ¿Qué te pasó?
Ella lanzó una de esas alegres carcajadas que Dios, en su perfección, no ha concedido a nadie más que a los dichosos ángeles del cielo, y a los esclavos maltrechos de la tierra, y dijo:
—Eso fue por el duelo, yo tomé parte en él.
—¡Dios santo!, ¿te lo hizo una bala?
—¡Sí, señor, vaya si me lo hizo!
—¡Bueno, bueno! ¿Pero, cómo pasó?
—Del modo siguiente. Estaba aquí, dormitando en la oscuridad, cuando, ¡bang!, afuera se dispara un arma. Voy hacia el otro extremo de la casa, para ver lo que pasaba, y me paro junto a la ventana que da a la casa del Bobo Wilson y que no tiene cristales (claro que, en realidad, no los tiene ninguna) y me quedé ahí en la oscuridad, mirando hacia fuera, y allí abajo, a la luz de la luna, vi a uno de los gemelos maldiciendo (no mucho, maldiciendo bajito)… era el moreno y maldecía porque una bala lo había tocado en el hombro. Y el Dr. Claypoole lo estaba curando, y el Bobo Wilson lo ayudaba, y el viejo juez Driscoll y Pen Howard esperaban un poco más allá a que les tocara de nuevo. Y un poco después se prepararon y dieron la señal, y las pistolas hicieron bang-bang y el gemelo dijo «¡Ay!», porque esta vez lo habían herido en la mano, y yo oí que la bala se hincaba en los maderos debajo de la ventana; luego volvieron a disparar, y el gemelo dijo «¡Ay!», otra vez, y yo también, porque la bala le rozó la mejilla y subió hacia aquí, rozó el costado de la ventana y me pasó silbando delante de la cara, despellejándome la nariz… ¡si me hubiera asomado media pulgada más me habría arrancado la nariz entera y me habría desfigurado! Aquí está la bala; la busqué.
—¿Te quedaste ahí todo el tiempo?
—¡Qué preguntas haces! ¿Qué otra cosa iba a hacer? ¿Acaso tengo todos los días una oportunidad de ver un duelo?
—¡Pero si estabas al alcance de las balas! ¿No tenías miedo?
La mujer resopló, despreciativa.
—¡Miedo! Los Smith-Pocahontas no le tienen miedo a nada y menos a las balas.
—Sí, me imagino que son valientes; lo que les falta es juicio. Yo no me habría quedado ahí.
—¡Nadie te acusa a ti!
—Sí, hirieron a todos excepto al gemelo rubio, al doctor y los testigos. El juez no fue herido, pero oí decir al Bobo que una bala le arrancó un trozo de pelo.
«¡Caramba! —se dijo Tom— estar tan cerca de la solución de mis problemas y errarla por una pulgada. Oh, Dios mío, todavía va a vivir lo suficiente para descubrir quién soy y venderme a un negrero… sí, y, lo haría en un minuto». Y agregó en voz alta y tono más grave:
—Madre, estoy metido en un buen lío.
Roxy contuvo el aliento con un espasmo y dijo:
—¡Hijo! ¿Por qué me lo dices así, tan de repente? ¿Qué es lo que ha pasado?
—Bueno, hay una cosa que no te dije. Cuando no quise batirme, él rompió de nuevo el testamento y…
La cara de Roxana se puso pálida como la muerte y exclamó:
—¡Ahora sí que estás listo!… ¡y para siempre! Eso es el fin. Los dos vamos a morirnos de hambre y…
—Espera y escúchame hasta el final, ¿quieres? Pienso que cuando decidió batirse él, se imaginó que podían matarlo y que no tendría una oportunidad de perdonarme de nuevo en esta vida, de modo que volvió a redactar el testamento y yo lo he visto y está bien hecho. Pero…
—¡Oh, gracias a Dios, ahora estamos de nuevo a salvo!… ¡a salvo!… ¿por qué viniste entonces aquí para decirme esas cosas horribles?…
—Espera, te digo, y déjame terminar. El botín que reuní no sirve para pagar mis deudas, y cuando menos lo pensemos los acreedores… bueno, ya sabes lo que puede ocurrir.
Roxy bajó la cabeza y le pidió a su hijo que la dejara tranquila… que quería reflexionar acerca de aquello. Al poco rato le dijo, seriamente:
—Debes andarte con mucho cuidado. Y lo que debes hacer es lo siguiente. No lo mataron, y si le das el menor motivo, volverá a romper el testamento, y esa será la última vez, ¿me oyes? Por eso… tienes que demostrarle lo que puedes hacer, en estos días. Tienes que portarte bien, y que él lo vea; tienes que hacer todo lo posible para que te crea, y que conquistarte a la tía Pratt, también… porque ella tiene mucha influencia con el juez, y es la mejor amiga que tienes. Luego te irás a St. Louis, y eso le parecerá muy bien a él. Allí hablarás con la gente y les dirás que él no va a vivir mucho tiempo (y eso es verdad) y que les pagarás intereses… intereses grandes… diez por… ¿cómo lo llamas?
—¿Diez por ciento mensual?
—Sí. Luego, vas vendiente tu botín, poco a poco, y les pagas con eso los intereses. ¿Para cuánto tiempo tienes?
—Creo que lo suficiente para pagar intereses cinco o seis meses.
—Entonces, todo marcha bien. Si no se muere dentro de seis meses, es igual… la Providencia proveerá. No correrás peligro… si te portas bien —le dirigió una austera mirada y agregó—: Y te vas a portar bien… ¿lo sabes?
Él se echó a reír y dijo que, por lo menos, iba a intentarlo. Ella no se suavizó y le respondió, grave:
—Intentarlo no basta. Vas a hacerlo. No vas a robar ni un alfiler…, porque ya no es conveniente; y no vas a ir con malas compañías… ni siquiera una vez, ¿entendido?; ni vas a beber una gota… ni una sola gota, ni a jugar una sola vez… ¡ni una! Eso no es lo que vas a tratar de hacer, sino lo que vas a hacer. Y yo sé por qué. Por lo siguiente. Voy a seguirte a St. Louis; y tú vas a venir a verme todos los días, y yo me encargo de ti; y si dejas de hacer una sola de esas cosas… una sola… te juro que iré derechito al juez y le diré que eres un negro y un esclavo… ¡y lo probaré! —hizo una pausa para dejar que sus palabras causaran la debida impresión y luego agregó:
—Chambers, ¿me crees cuando digo eso?
Tom estaba completamente sobrio. Y no había ninguna risa en su voz cuando le contestó:
—Sí, madre, ahora sé que me he reformado… y de modo permanente. Permanente… y más allá del alcance de la tentación humana.
—¡Entonces vete a casa y empieza!