Tom contempla su ruina
Cuando reflexiono acerca de la gran cantidad de personas desagradables que han pasado a mejor vida, siento deseo de vivir de modo diferente.
—Del calendario del Bobo Wilson.
Octubre. Un mes particularmente peligroso para especular en la Bolsa. Los demás son julio, enero, setiembre, abril, noviembre, mayo, marzo, junio, diciembre, agosto y febrero.
—Del calendario del Bobo Wilson.
Reflexionando así, tristemente, Tom continuó su melancólico camino y pasó delante de la casa del Bobo Wilson, y luego entre vallas que cercaban baldíos a ambos lados hasta llegar cerca de la casa hechizada, y después volvió sobre sus tristes pasos, con muchos suspiros y el corazón angustiado. Deseaba ardientemente una compañía alegre. ¡Rowena! Su corazón saltó en el pecho al pensarlo, pero el pensamiento siguiente lo calmó… los detestados gemelos vivían allí.
Se hallaba en el lado sin habitar de la casa de Wilson, y al acercarse a ella notó que la sala estaba iluminada. Perfecto; los demás lo hacían sentirse a veces mal recibido, pero Wilson siempre se mostraba cortés con él, y la cortesía amable siempre surte efecto, aunque no intente disfrazarse de bienvenida. Wilson oyó pasos en el umbral, y luego que alguien se aclaraba la garganta.
«Es ese ganso vicioso y de mal carácter… pobre diablo, me parece que hoy no encuentra muchos amigos, después de la vergüenza de llevar al tribunal a alguien que lo atacó».
Un triste aldabonazo.
—¡Entra!
Tom entró y se dejó caer en una silla, sin decir nada. Wilson le dijo, bondadoso.
—¡Pero, muchacho, pareces desolado! No lo tomes tan a pecho. Trata de olvidar que te patearon.
—Oh, Dios mío —exclamó con abatimiento Tom—, no es eso, Bobo… no es eso. Es algo mil veces peor… oh, sí, un millón de veces peor.
—Pero, Tom, ¿qué quieres decir? ¿Rowena te ha…?
—¿Abandonado? No, pero el viejo sí.
Wilson se dijo para sí, «¡Ah, ja!», y pensó en la misteriosa muchacha del dormitorio. «¡Los Driscoll han descubierto algo!». Y luego en voz alta, gravemente:
—Tom, hay ciertos vicios que…
—Oh, qué diablos, esto no tiene nada que ver con los vicios. Quería que desafiara a ese condenado italiano, y yo no quise hacerlo.
—Sí, él querría que lo hicieras —le contestó Wilson, meditativo— pero lo que me extraña es, por una parte, que no te lo pidiera anoche, y que, con duelo o sin él, te dejara llevar el asunto a los tribunales. No es un lugar para eso. Y no es propio de él. No lo comprendo. ¿Qué pasó?
—Pasó que él no sabía nada. Estaba durmiendo cuando yo llegué a casa anoche.
—¿Y no lo despertaste?, Tom, ¿es posible?
Tom no conseguía mucho consuelo allí. Se meneó un momento, inquieto y luego contestó:
—Porque no se lo quise decir… eso es todo. Se iba a ir a pescar al amanecer con Pembroke Howard, y si yo metía a los gemelos en el calabozo, y estaba seguro de que lo conseguiría, nunca pensé que escaparían con una pequeña multa por haber hecho una cosa así, bueno… una vez que estuvieran en el calabozo quedarían deshonrados, y mi tío no querría ningún duelo con esa clase de tipos, ni me lo permitiría a mí.
—¡Tom, estoy avergonzado de ti! No comprendo cómo puedes tratar de ese modo a tu buen tío. Soy mejor amigo de él que tú; porque si hubiera conocido las circunstancias habría impedido que el caso se viera ante el tribunal hasta tener noticias suyas y darle una oportunidad de caballero.
—¿Lo habrías hecho? —le preguntó Tom sorprendido—. ¡Y era tu primer caso! Porque sabías perfectamente bien que no habría habido tal caso si le hubieras dado esa oportunidad, ¿no? Y habrías terminado tus días como un pobre, un don nadie, en vez de haber iniciado tu carrera y ser un abogado reconocido como hoy. ¿Realmente lo habrías hecho?
—Desde luego.
Tom lo miró unos momentos, y luego meneó tristemente la cabeza y agregó:
—Te creo… te doy mi palabra de que te creo. No sé por qué, pero te creo. Wilson, creo que eres el tonto mayor del mundo.
—Gracias.
—No hay de qué.
—Bueno, te ha pedido que te batieras con el italiano y te negaste. ¡Miembro degenerado de una familia honorable! ¡Me siento avergonzado de ti, Tom!
—¡Oh, eso no es nada! Ya no me importa nada, porque ha vuelto a romper el testamento.
—Tom, dime la verdad… ¿no se enojó contigo más que por esas dos cosas… por llevar el caso a un tribunal y negarte a batirte?
Miró con atención la cara del joven, pero estaba completamente tranquila, lo mismo que la voz cuando le contestó:
—No, no se enojó conmigo por ninguna otra cosa. Si hubiera querido enojarse, lo habría hecho ayer, porque estaba de humor para eso. Llevó a ese par de tipos por todo el pueblo, para enseñárselo y cuando regresó no pudo encontrar el viejo reloj de plata de su padre, que está parado pero que él quiere tanto, y no pudo recordar lo que había hecho con él en los tres o cuatro días que hacía que no lo veía, y cuando yo llegué estaba todo preocupado; cuando le sugerí que probablemente no se había perdido sino que se lo habían robado, se irritó mucho y me dijo que era un necio… lo que me convenció, sin duda alguna, de que eso era lo que él temía que hubiera pasado, pero no quería creerlo porque las cosas perdidas tienen más posibilidades de recuperarse que las robadas.
—¡Uff! —silbó Wilson— otro más para la lista.
—¿Otro qué?
—Otro robo.
—¿Robo?
—Sí, robo. El reloj no se ha perdido; lo robaron. Ha habido otra serie de robos en el pueblo… y del mismo modo misterioso que ocurrió antes, como recordarás.
—¡No hablas en serio!
—¡Es algo tan cierto como que naciste! ¿No has perdido nada?
—No. Es decir, eché de menos la caja de lápices de plata que la tía Mary Pratt me regaló para mi cumpleaños…
—No la encontrarás… te la robaron…
—No, nada de eso; porque cuando sugerí que el reloj había sido robado y me gritaron tanto, subí a mi habitación y la examiné, y me faltaba la caja de lápices, pero estaba en otro lugar y la encontré.
—¿Estás seguro de no haber echado de menos nada más?
—Bueno, nada de importancia. Un pequeño anillo de oro que valdrá dos o tres dólares, pero ya aparecerá. Lo buscaré.
—En mi opinión, no lo encontrarás. Te digo que ha habido una serie de robos. ¡Entre!
El juez Robinson entró, seguido de Buckstone y del agente de policía del pueblo, Jim Blake. Se sentaron, y después de hablar un rato al azar, y hacer observaciones acerca del tiempo, Wilson dijo:
—A propósito, acabamos de agregar una cosa a su lista de robos, quizá dos. El viejo reloj de plata del juez Driscoll ha desaparecido, y Tom echó de menos un anillo de oro.
—Bueno, es un asunto feo —dijo el juez— y cada vez se está poniendo peor. Los Hankse, los Dobson, los Pilligrew, los Granger, los Hale, los Fuller, los Holcomb, en realidad todos los que viven cerca de Patsy Cooper han sufrido el robo de pequeñas alhajas, cucharillas de plata y cosas que se pueden llevar con facilidad. No cabe duda que el ladrón aprovechó la recepción de Patsy Cooper, cuando todos los vecinos estaban en su casa, y todos los negros pegados a la valla para ver el espectáculo, para asaltar las casas vecinas vacías, Patsy está muy disgustada por eso; disgustada por sus vecinos, y particularmente disgustada por los extranjeros, desde luego; tan disgustada, que todavía no ha podido preocuparse por sus pérdidas.
—Es el mismo ladrón —dijo Wilson—. Creo que no cabe duda de eso.
—El agente Blake no lo cree así.
—Sí, se equivocan —intervino Blake—; las otras veces era un hombre; había muchos indicios de esos, como se sabe en mi profesión, aunque no logramos echarle la mano encima; pero esta vez fue una mujer.
Wilson pensó en seguida en la misteriosa muchacha. No se apartaba de sus pensamientos. Pero de nuevo se equivocaba. Blake prosiguió:
—Era una vieja inclinada, con una cesta cubierta en un brazo, con velo y vestida de luto. Yo la vi subir al ferry ayer. Creo que vive en Illinois; pero no me importa donde vive, voy a atraparla… puede estar bien segura de eso.
—¿Qué le hace pensar que es una ladrona?
—Bueno, para empezar, porque no hay otra; y luego porque algunos carreteros negros que pasaban por la calle, la vieron entrar y salir de varias casas y me lo dijeron… y da la casualidad de que todas eran casas donde robaron.
Todos reconocieron que era una buena evidencia circunstancial. Hubo un silencio pensativo que duró unos momentos, y luego Wilson dijo:
—Por lo menos, hay una cosa buena. No puede empeñar ni vender la lujosa daga india del conde Luigi.
—¡Caramba! —saltó Tom— ¿desapareció también?
—Sí.
—¡Bueno, fue un lindo botín! Pero ¿por qué no puede empeñarla ni venderla?
—Porque cuando los gemelos dejaron anoche la reunión de los Hijos de la Libertad, la noticia de los robos corría por todas partes, y la tía Patsy estaba muy angustiada y quería saber si habían perdido algo. Ellos descubrieron que la daga había desaparecido y notificaron a la policía y a las casas de préstamos. Sí, fue un buen botín, pero la vieja no sacará nada de eso, porque la detendrían.
—¿Ofrecieron una recompensa? —preguntó Buckstone.
—Sí; quinientos dólares por el cuchillo y quinientos por el ladrón.
—¡Qué idea tan idiota! —exclamó el policía—. El ladrón no va a asomar la nariz ni a enviar a nadie. El que se presente será detenido, porque ningún prestamista perderá la oportunidad…
Si alguien se hubiera fijado en la cara de Tom en aquel momento su color verde grisáceo habría provocado curiosidad, pero nadie se fijó. Él se dijo para sí: «¡Terminé! Nunca podré pagar; el resto del botín no me servirá para pagar la mitad de las deudas. Oh, lo sé… terminé… y esta vez para siempre. ¡Oh, esto es horrible… no sé qué hacer ni a quién volverme!».
—Tranquilo, tranquilo —decía Wilson a Blake—. Yo les ideé su plan anoche, a las doce, y tenía terminados todos los detalles antes de las dos. Recobrarán su daga, y luego yo les explicaré cómo se hizo.
Pero había una gran curiosidad general; Buckstone dijo:
—Bueno, nos ha despertado demasiado el apetito, Wilson, y me permito decirle que si no le importa contárnoslo en confianza…
—Oh, yo se lo diría con mucho gusto, Buckstone, pero como los gemelos y yo convinimos en no decir nada, tengo que dejarlo así. Pero le doy mi palabra de que no tendrá que esperar más de tres días. Alguien se presentará muy pronto para cobrar la recompensa, y yo le mostraré el ladrón y la daga poco después.
El policía quedó decepcionado y perplejo. Insistió.
—Puede ser…, sí, y espero que así sea, pero que me ahorquen si veo cómo. Es algo demasiado complicado para un servidor.
El tema parecía agotado. Al parecer, nadie tenía nada más que ofrecer. Al cabo de un silencio, el juez de paz informó a Wilson de que él, Buckstone y el policía habían venido como un comité, de parte del partido demócrata, para pedirle que se presentara a las elecciones de alcalde… porque el pequeño pueblo iba a convertirse en ciudad y su primera elección municipal se acercaba. Era la primera atención que Wilson recibía de cualquiera; era bastante humilde, pero también un reconocimiento de su debut en la vida y actividades del pueblo; era un paso hacia adelante y él se sintió profundamente conmovido. Aceptó, el comité se fue, y el joven Tom los siguió.