La ninfa revelada
Todos dicen, «Qué duro es que tengamos que morir»… queja muy extraña procediendo de las bocas de gentes que han tenido que vivir.
—Del calendario del Bobo Wilson.
Cuando estés irritado, cuenta hasta cuatro; cuando estés muy irritado, maldice.
—Del almanaque del Bobo Wilson.
Después de haberse acostado, Tom se despertó de cuando en cuando, y su primer pensamiento al salir del sueño fue, «¡Oh, qué felicidad, no era más que un sueño!». Luego, dejándose caer pesadamente sobre la almohada, lanzaba un gemido y murmuraba.
—¡Un negro! ¡Soy un negro! ¡Oh, ojalá hubiera muerto!
Al amanecer se despertó con una nueva repetición de ese horror, y entonces resolvió no entregarse más al traidor sueño. Empezó a pensar. Eran unos pensamientos muy amargos. Más o menos, del siguiente estilo:
«¿Por qué existen blancos y negros? ¿Qué crimen cometió el primer negro increado para que le decreten esa maldición de nacimiento? ¿Y por qué hay esa horrible diferencia entre blancos y negros?… ¡Qué duro me parece esta mañana el destino del negro!…, pero hasta anoche ese pensamiento ni siquiera me había entrado en la cabeza».
Suspiró y gimió una hora más. Luego «Chambers» entró humildemente para decirle que el desayuno estaba casi listo. «Tom» enrojeció al ver a aquel joven y aristocrático blanco asustado ante él, un negro, y llamándolo «Amito». Le dijo con aspereza:
—¡Salta de mi vista! —y cuando el joven se hubo ido, murmuró—: No me ha hecho ningún daño, pobrecillo, pero ahora no puedo soportar el verlo porque es Driscoll, el joven caballero, y yo… oh, ¡ojalá hubiera muerto!
Una erupción gigantesca, como la del Krakatoa hace unos años, con los terremotos que le acompañan, los grandes oleajes y las nubes de polvo volcánico, cambian el panorama que lo rodea haciéndolo irreconocible, hundiendo las tierras altas, elevando las bajas, creando lagos donde antes había desiertos, y desiertos donde antes sonreían verdes praderas. La tremenda catástrofe ocurrida a Tom había cambiado su panorama moral de un modo muy semejante. Algunas de sus tierras bajas se habían convertido en elevados ideales, algunos de sus ideales se habían hundido en los valles y yacían allí con el sayal, las cenizas de piedra pómez y el azufre sobre sus arruinadas cabezas.
Durante días enteros vagó por lugares solitarios, pensando, pensando… tratando de orientarse. Era un trabajo nuevo. Si se encontraba con un amigo descubría que la costumbre de toda una vida se había desvanecido de modo misterioso… sus brazos colgaban lacios, en vez de extender involuntariamente la mano para un apretón. Era el «negro» que había en él que imponía su humildad, y él enrojecía, avergonzado. Y el «negro» se sorprendía cuando el amigo blanco extendía la mano para estrechar la suya. Descubrió que el «negro» que había en él cedía involuntariamente el paso, en la acera, al blanco pobre y grosero. Cuando Rowena, la cosa que su corazón más amaba, el ídolo de su culto secreto, lo invitaba a entrar, el «negro» le obligaba a dar una excusa vergonzosa, como si tuviera miedo de entrar y sentarse en iguales términos con los temidos blancos. El «negro» que había en él lo hacía huir y escabullirse, imaginándose que oía expresiones de sospecha y quizá de descubrimiento en las caras, las voces y los gestos. Tan extraña y poco característica de Tom era aquella conducta que la gente lo notó y se volvía para mirarlo cuando pasaba; y cuando él miraba hacia atrás (cosa que no podía dejar de hacer a pesar de sus resistencias) y veía la expresión de perplejidad en la cara de alguien, eso le daba una impresión terrible, y huía de allí todo lo de prisa que podía. No tardó en sentirse perseguido, en tener aspecto de perseguido, y entonces huyó a las colinas y las soledades, diciéndose que la maldición de Cam había caído sobre él.
Temía las comidas; el «negro» se avergonzaba de sentarse a la mesa de los blancos y temía todo el tiempo ser descubierto; y una vez, cuando el juez Driscoll dijo, «¿Qué te pasa? Pareces tan humilde como un negro», sintió lo que, según dicen, sienten los asesinos secretos cuando el acusador les dice: «Tú eres el hombre». Tom dijo que no se sentía bien y dejó la mesa.
Las ostensibles solicitudes y cariños de su «tía» se habían convertido en un error para él y las evitaba.
Y durante todo el tiempo, el ostensible odio por su «tío» crecía en su corazón; porque se decía: «Él es blanco; y yo soy su cosa, su propiedad, su mercadería, y puede venderme, igual que si fuera un perro».
Durante una semana después de aquello, Tom se imaginó que su carácter había sufrido un cambio radical. Pero era porque no se conocía a sí mismo.
En ciertos aspectos, sus opiniones habían cambiado totalmente, y nunca volverían a ser las de antes, pero la estructura principal de su carácter no había cambiado, y no podía cambiar. Uno o dos rasgos importantes de él se alteraron, y con el tiempo eso produciría su efecto, si se le presentaba la oportunidad… y un efecto de naturaleza muy grave, además. Bajo la influencia de una gran conmoción moral y mental, su carácter y costumbres habían asumido la apariencia de un completo cambio, pero al cabo de un tiempo, cuando la tormenta se fue calmando, empezaron a ocupar sus antiguos lugares. Gradualmente fue recobrando sus antiguas costumbres frívolas y descuidadas, recobró sus sentimientos y modo de hablar y ningún familiar suyo podría haber notado en él algo que lo diferenciara del Tom débil y descuidado de otros tiempos.
La serie de robos que había hecho en el pueblo resultaron mejor de lo que esperaba. Le produjeron la suma necesaria para pagar sus deudas de juego y evitaron el que fuera descubierto por su tío y lo excluyera de nuevo del testamento. Él y su madre habían llegado a tenerse bastante simpatía. Ella no podía amarlo aún porque «no era nada para él» como decía, pero su naturaleza necesitaba algo o alguien a quien dominar, y él era mejor que nada. Su fuerte carácter, y sus maneras agresivas y dominadoras le ganaron la admiración de Tom, a pesar de que le daban más ejemplos de ellos de lo que le habría gustado. No obstante, por lo general la conversación consistía en una serie de picantes comentarios acerca de los asuntos privados de las principales familias del pueblo (porque ella iba a cosechar algo en sus cocinas cuando venía al pueblo), y Tom gozaba con eso. Era lo que él quería. Ella siempre cobraba con puntualidad la mitad de su pensión, y él iba siempre a charlar un rato con ella en la caza hechizada, en esas ocasiones. De cuando en cuando, le hacía una visita en días intermedios, además.
En ocasiones, él se iba a St. Louis por unas semanas, y por fin se dejó vencer de nuevo por la tentación. Ganó mucho dinero pero lo perdió, aparte de una cantidad mucho mayor, que prometió pagar lo antes posible.
Con ese fin, proyectó una nueva incursión en el pueblo. Nunca iba a otro, porque temía aventurar en casas cuyas salidas no conocía, y donde las costumbres de sus habitantes no eran familiares para él. El miércoles anterior a la llegada de los gemelos fue a la casa hechizada disfrazado, después de haber escrito a su tía Pratt que no llegaría hasta dos días después, y se quedó allí escondido con su madre hasta que al amanecer del viernes fue a la casa de su tío, entró por la puerta de atrás con su llave, y subió a su habitación, donde podía usar el espejo y los artículos de toilette. Llevaba en un lío un vestido de muchacha, para disfrazarse en su incursión, e iba vestido con ropas de su madre, con guantes negros y velo. Pero al amanecer desistió de su incursión, porque vio al Bobo Wilson por la ventana, y comprendió que Wilson lo había visto a él. Por eso, se dedicó a entretener a Wilson haciendo gracias y posturas un rato, y luego desapareció de su vista, se puso el otro disfraz, bajó y salió por detrás, dirigiéndose al centro para reconocer el escenario de sus futuros trabajos.
Pero estaba inquieto. Se había puesto el vestido de Roxy y se inclinaba como una vieja para aumentar el disfraz, de modo que Wilson ni se ocuparía de una humilde vieja que salía por la parte de atrás de una casa vecina, en caso de que estuviera espiando. Pero ¿y si Wilson lo había visto salir y, desconfiado, lo seguía? El pensamiento heló a Tom. Renunció a los robos por aquel día, y volvió presuroso a la casa hechizada por el camino más apartado. Su madre se había ido; pero al cabo de un tiempo volvió, con la noticia de la gran recepción en casa de Patsy Cooper, y no tardó en convencerlo que la oportunidad, por lo invitadora y perfecta era como una providencia especial. Así que hizo su incursión, después de todo, y con éxito, mientras todos estaban en casa de Patsy Cooper. El éxito le dio valor, y hasta intrepidez; hasta tal extremo que, después de haber entregado su cosecha a su madre en un callejón, él mismo fue a la recepción y agregó a su botín varios objetos valiosos de la casa.
Después de esta larga digresión, hemos llegado de nuevo al punto en que el Bobo Wilson, mientras esperaba la llegada de los gemelos, aquel mismo viernes, reflexionaba acerca de la extraña aparición de la mañana… la muchacha del dormitorio de Tom Driscoll, perplejo, intrigado, y preguntándose quién podía ser la desvergonzada criatura.