Tom practica el servilismo
¿Por qué nos alegramos en los nacimientos y nos apenamos en los entierros? Porque no somos los protagonistas.
—Del calendario del Bobo Wilson.
Es fácil encontrar defectos, si uno tiene esa disposición. Hubo una vez un hombre, que no pudiendo encontrar defectos al carbón de otro, se quejó de que había en él demasiados sapos prehistóricos.
—Del Calendario del Bobo Wilson.
Tom se tiró en el sofá, hundió su dolorida cabeza entre las manos, y apoyó los codos en las rodillas. Luego empezó a mecerse gimiendo.
—¡Me he arrodillado delante de una negra! —murmuró—. Creí antes que había llegado al límite de la degradación. Pero, oh, Dios mío, no era nada comparado con esto… Bueno, me queda un consuelo…, ahora he tocado fondo; no puedo bajar más.
Pero era una conclusión precipitada.
A las diez de aquella noche trepaba la escala de la casa hechizada, pálido, débil y miserable. Roxy se hallaba en la puerta de una de las habitaciones, esperándolo, porque lo había oído llegar.
Era una casa de troncos, de dos pisos, que había adquirido hacía unos años, antes de la reputación de estar hechizada, lo que fue el fin de su utilidad. Después de eso nadie quería vivir en ella, o acercarse a ella de noche, y la mayoría de la gente la evitaba aún de día.
Como no tenía competencia, la llamaban la casa hechizada. Ahora tenía un aspecto extraño y ruinoso, debido al largo abandono. Se hallaba a unas trescientas yardas más allá de la casa del Bobo Wilson, sin que hubiera entre las dos nada más que baldíos. Era la última casa del pueblo, por aquel extremo.
Tom siguió a Roxy a la habitación. Ella tenía en un rincón un montón de paja limpia que le servía de cama; algunas ropas baratas pero bien cuidadas colgaban de la pared, un farol de hojalata salpicaba el piso con manchas de luz, y varios cajones de jabón y velas, desparramados por la habitación, que servían de sillas. Los dos se sentaron y Roxy dijo:
—Ahora voy a decírtelo en seguida, y después cobraré el dinero; no tengo prisa. ¿Qué te imaginas que te voy a decir?
—Bueno, tú… ¡oh, Roxy, no me lo hagas demasiado duro! Habla de una vez y dime que te has enterado de la situación en que me encuentro por culpa de mi disipación y mi tontería.
—¡Disipación y tontería! No, señor, no es eso. Eso no es nada, comparado con lo que yo sé.
Tom la miró con ojos muy abiertos y exclamó:
—¡Pero Roxy!, ¿qué quieres decir?
Ella se levantó mirándolo lúgubre como el Destino.
—Lo que quiero decir es lo siguiente… y Dios sabe que es verdad. ¡Eres tan pariente del viejo amo Driscoll como yo…!, ¡eso es lo que quiero decir! —y sus ojos relampagueaban triunfantes.
—¡Qué!
—¡Sí señor, y eso no es todo! ¡Eres un negro!… ¡naciste negro y esclavo!, ¡y si yo abro la boca el viejo amo Driscoll te venderá río abajo antes de que tengas dos días más de los que tienes ahora!
—¡Es una espantosa mentira, vieja habladora y miserable!
—No es ninguna mentira. Es la verdad, y nada más que la verdad. Sí, señor…, eres mi hijo…
—¡Eres un diablo!
—Y ese pobrecito que has estado pegando y dando patadas hoy es el hijo de Percy Driscoll y tu amo…
—¡Bestia!
—Y su nombre es Tom Driscoll, y el tuyo Valet de Chambers, y no tienes apellido, ¡porque los negros no lo tienen!
Tom se levantó de un salto, agarró un leño y lo alzó sobre su cabeza; pero su madre se limitó a reírse de él y decir:
—¡Siéntate, cachorro! ¿Crees que me asustan los de tu clase? Ni tú ni los que son como tú. Creo que, quizá, serías capaz de matarme de un tiro por la espalda, porque ése es tu estilo (te conozco bien) pero no me importa que me mates, porque todo esto está escrito y en manos seguras, y el hombre que lo tiene en su poder sabe muy bien a quién hay que buscar si me matan. ¡Oh, pobrecito, si te imaginas que tu madre es tan estúpida como tú, estás muy equivocado, te lo aseguro! De modo que siéntate, y pórtate bien; ¡y no vuelvas a levantarte hasta que te lo diga!
Tom se indignó y protestó unos instantes, poseído de un torbellino de sensaciones y emociones encontradas y finalmente dijo, con algo parecido a la convicción:
—Todo eso es un invento; ahora, puedes hacer lo que te parezca; he terminado contigo.
Roxy no le contestó. Tomó el farol y se dirigió a la puerta. Inmediatamente, Tom sintió el frío del pánico.
—¡Vuelve, vuelve! —gimió—. No hablaba en serio, Roxy; retiro todo lo que dije y nunca más volveré a decirlo ¡Por favor, vuelve Roxy!
La mujer permaneció inmóvil un momento y luego dijo, gravemente:
—Hay una cosa que vas a dejar, Valet de Chambers. No puedes llamarme Roxy, como si fueras mi igual. Los hijos no hablan a sus madres así. La llaman mamá o mami, y eso es lo que tú vas a llamarme… al menos cuando no haya nadie delante. ¡Dilo!
A Tom le costó un esfuerzo, pero lo dijo.
—Muy bien. No lo olvides más, si sabes lo que te conviene. Ahora bien, has dicho que nunca más vas a llamar a eso un invento, ni mentiras. Te lo digo como aviso; será la última vez que lo haces. Iré derechito al juez, le diré quién eres, y lo probaré. ¿Me crees cuando te digo eso?
—Oh —gimió Tom—, algo más que creerlo; lo sé.
Roxy comprendió que su conquista era completa. No podría haberle probado nada a nadie, y su amenaza de que había escrito algo era una mentira; pero conocía a la persona con quien trataba, y había hecho las dos afirmaciones sin dudar del efecto que producirían.
Fue y se sentó en un cajón de velas, que el orgullo y pompa de su actitud victoriosa convirtió en trono. Dijo:
—Ahora, Chambers, vamos a hablar de negocios, y no va a haber ya más tonterías. En primer lugar, tú recibes cincuenta dólares al mes; vas a darle la mitad de eso a tu mamá. ¡Vengan!
Pero a Tom no le quedaban más que seis dólares. Se los dio, y le prometió empezar con la pensión al mes siguiente.
—Chambers, ¿cuánto debes?
Tom se estremeció y dijo:
—Casi trescientos dólares.
—¿Cómo vas a pagarlos?
Tom gimió.
—Oh, no lo sé; no me hagas esas preguntas espantosas.
Pero ella insistió hasta que le extrajo por cansancio una confesión; había estado merodeando, disfrazado, robando pequeños objetos de las casas; en realidad, robó muchas cosas a sus vecinos quince días antes, cuando pensaban que estaba en St. Louis; pero dudaba de haber entregado los objetos suficientes para reunir lo necesario, y temía hacer una nueva incursión, con el estado de excitación del pueblo. Su madre aprobó su conducta, y le ofreció su ayuda, pero eso lo asustó. Tembloroso, se aventuró a decir que si ella se retiraba del pueblo se sentiría más a gusto y seguro, y podría levantar más la cabeza… y estaba dispuesto a discutir con ella, cuando Roxy lo interrumpió y sorprendió diciendo que lo haría; que le era igual vivir en cualquier lugar, con tal de recibir con regularidad su parte de la pensión. Le dijo que no se iría muy lejos, y que una vez al mes vendría a la casa hechizada por el dinero. Luego agregó:
—No te odio mucho ahora, pero te he odiado muchos años… como te habría odiado cualquiera. Te cambié y te di una buena familia y un buen nombre, y te hice blanco, caballero y rico, con ropas de almacén… y ¿qué recibí? Me despreciaste todo el tiempo y siempre me decías insultos delante de la gente, y nunca me dejaste olvidar que soy una negra… y… y…
Se interrumpió, sollozando, y Tom dijo:
—Pero tú sabes que yo no sabía que eras mi madre, y además…
—Bueno, eso no importa ahora; déjalo. Voy a olvidarlo —luego agregó con violencia—: Pero no hagas que me acuerde de nuevo o te arrepentirás, te lo aseguro.
Cuando se despedían, Tom dijo, con el tono más persuasivo que pudo:
—Mamá, ¿podrías decirme quién fue mi padre?
Se había imaginado que le hacía una pregunta embarazosa. Se equivocaba. Roxy se irguió y, echando hacia atrás la cabeza, orgullosa, le contestó:
—¿Que si te lo podría decir? ¡Claro que puedo! No tienes por qué avergonzarte de tu padre, te lo aseguro. Era de la mejor calidad de este pueblo… de una vieja familia virginiana. De las primeros familias. De tan buena raza como los Driscoll y los Howard, de lo mejor que ha habido —lo miró con aire más orgulloso, si eso era posible, y agregó—: ¿Recuerdas al coronel Cecil Burleigh Essex, que murió el mismo año que el papá del joven amo Tom Driscoll, y que los masones y los Viejos Ciudadanos, y las iglesias le hicieron el entierro más grande que ha visto este pueblo? Ese era.
Bajo la inspiración de su complacencia, recobró las gracias de sus épocas de juventud, y sus maneras adquirieron una dignidad y una majestad que habría podido parecer propias de una reina si lo que le rodeaba hubiera estado un poco más de acuerdo con eso.
—En todo el pueblo no hay otro negro que haya tenido un nacimiento más alto que el tuyo. ¡Ahora, vete! Y puedes levantar la cabeza todo lo que quieras… tienes derecho a ello, te lo juro.