20 de junio

La luz de la noche

SENTÍ UN GOLPE DE AIRE frío que me puso la piel de gallina. Cuando abrí los ojos, el resplandor y la niebla habían desaparecido. Sólo veía una luna entrando por el dentado orificio de una cueva escarpada. Una luna llena y luminosa.

Me pregunté si sería la Decimoséptima Luna.

Cerré los ojos y traté de experimentar la intensidad de unos momentos antes cuando me encontraba entre ambos mundos.

Estaba allí, al fondo, detrás de todo lo demás. La sensación. El aire eléctrico, como si aquel lado del mundo estuviera lleno de una vida que no podía ver pero sí sentir.

—Vamos. —Ridley estaba detrás de mí y tiraba de Link, que tenía los ojos cerrados. Ridley le soltó la mano—. Ya puedes abrir los ojos, superhombre.

Liv apareció tras ellos. Sin aliento.

—Ha sido genial. —Se acercó a mí. Había cruzado sin despeinarse. Observaba, con un brillo en los ojos, las olas que rompían justo delante de nosotros—. ¿Crees que estamos en…?

No dejé que terminara la pregunta.

—Hemos cruzado la línea de unión y estamos en la Frontera, sí.

Lo cual quería decir que Lena estaba por allí, en alguna parte. Y también Sarafine.

Y quién sabe quién más.

Lucille estaba sentada en una roca y se lamía una pata. Me pareció ver cerca de ella algo enganchado en una roca.

El collar de Lena.

—Está aquí.

Me agaché para coger el collar. La mano me temblaba de forma incontrolable. Nunca había visto que Lena se desprendiera de aquel collar. El botón de plata relucía entre la arena, la estrella de metal estaba enredada en la anilla donde había atado el cordón rojo. No se trataba tan solo de sus recuerdos. Eran nuestros recuerdos, todo lo que habíamos compartido desde que nos conocíamos, pruebas de los momentos más felices de su vida. Y ahora estaban tirados en la arena como las algas y conchas rotas que cubrían la playa y bañaban el agua del mar. Si se trataba de algún tipo de señal, no era buena.

—¿Has encontrado algo, Malapata?

Abrí la mano de mala gana y enseñé el collar. Ridley se asustó.

—¿Qué es? —preguntó Liv, que nunca lo había visto.

—El collar de Lena —dijo Link agachando la mirada.

—Tal vez lo haya perdido —sugirió Liv de forma ingenua.

—No —dijo Ridley levantando la voz—. Nunca se lo quitaba. Ni una sola vez en toda su vida. No puede haberlo perdido. Se habría dado cuenta al instante.

—Tal vez se dio cuenta —insistió Liv—, y no le importó.

Ridley quiso arremeter contra Liv, pero Link la sujetó por la cintura.

—¡No digas eso! ¡Tú no sabes nada! Cuéntaselo, Malapata.

Yo no sabía que contar. Ya no estaba seguro de nada.

Reanudamos nuestra marcha a lo largo de la costa y llegamos a un paraje escarpado lleno de cuevas y cavidades horadadas en la roca. Sobre la playa había charcos de agua marina dejadas por la marea y las abruptas paredes rocosas proyectaban largas sombras. El sendero que discurría entre rocas parecía conducirnos a una cueva en particular. El océano rompía a nuestro alrededor y daba la impresión de que podría arrastrarnos en cualquier momento.

Bajo nuestros pies, la roca zumbaba y la luz de la luna parecía viva. El lugar trasmitía poder y vigor.

Salté de roca en roca hasta llegar a un punto desde el que pude divisar lo que había más allá de aquel paraje rocoso. Los demás me siguieron.

—Mirad —dije, indicando una gran cueva. La luna brillaba directamente encima de ella iluminando una enorme grieta abierta en el techo.

Y algo más.

Aunque con cierta dificultad, bajo la luz de la luna, advertí unas figuras moviéndose bajo las sombras. Sólo podían ser la Banda de la Sangre de Hunting.

Nadie dijo nada. El misterio estaba resuelto y se había hecho realidad. La caverna estaría llena de Caster Oscuros, Íncubos de Sangre y una Cataclyst.

No contábamos con nadie ni con nada, salvo con el Arco de Luz.

—Afrontémoslo. Vamos a morir los cuatro —dijo Link, y miró a Lucille, que se lamía las patas—. Mejor dicho, los cinco.

Tenía razón. Desde donde nos encontrábamos no había más que dos opciones: dar media vuelta o seguir hasta la cueva, que estaba bien custodiada. Dentro, por otro lado, nos aguardaría una amenaza aún más formidable.

—Tiene razón, Ethan. Es probable que mi tío esté ahí dentro con sus secuaces. Sin mis poderes, esta vez no podremos sobrevivir a un ataque de la Banda de la Sangre. Somos inútiles Mortales y nuestra única arma es esa estúpida piedra —dijo Ridley, y pegó una patada en la arena.

—Inútiles no —dijo Link con un suspiro—, sencillamente Mortales. Ya te acostumbrarás.

—Pégame un tiro cuando lo haga.

Liv contemplaba el mar.

—Tal vez no podamos seguir. Aunque consiguiéramos superar a la Banda de la Sangre, enfrentarse a Sarafine sería… —No concluyó la frase, pero todos la entendimos.

Me dejé invadir por la sensación del viento, la oscuridad y la noche.

¿Dónde estás, L?

Veía la cueva iluminada por la luz de la luna. Seguramente Lena estaría allí esperándome. Que no respondiera no me impediría seguir adelante.

Ya llego.

—Puede que Liv tenga razón y sea mejor retroceder, pedir ayuda.

Advertí que Link respiraba con dificultad. Había intentado disimularlo, pero aún estaba dolorido. Había llegado el momento de reconocer el precio que mis amigos tenían que pagar por ayudarme.

—No podemos retroceder. Quiero decir: yo no puedo retroceder.

La Decimoséptima Luna no esperaría y Lena se quedaba sin tiempo. El Arco de Luz me había llevado hasta allí por alguna razón. Pensé en lo que Marian me dijo ante la tumba de mi madre en el momento de dármelo.

En la Luz hay Sombra y en la Sombra hay Luz.

Mi madre lo decía a veces. Saqué el Arco de Luz del bolsillo. Emitía un brillo verde asombroso. Algo estaba ocurriendo. Comencé a darle vueltas y lo recordé todo. Estaba allí mirándome desde aquella esfera de piedra.

Bocetos del árbol genealógico de los Ravenwood sobre la mesa del despacho de mi madre en el archivo.

Miraba el Arco de Luz y veía las cosas por primera vez. Y al hacerlo, las imágenes se elevaban de la superficie de la piedra y de mi mente.

Marian al entregarme el objeto más preciado de mi madre entre las tumbas de dos personas que finalmente encontraron la forma de estar juntos.

Tal vez Ridley tuviera razón y no teníamos más arma que aquella estúpida piedra.

Un anillo retorciéndose en un dedo.

Los Mortales no podían enfrentarse solos a los Caster.

La imagen de mi madre entre sombras.

¿Y la respuesta llevaba todo ese tiempo en mi bolsillo?

Dos ojos negros en los que se reflejaban los míos.

No estábamos solos. Nunca lo habíamos estado. Las visiones me lo habían sugerido desde el principio. Las imágenes se desvanecieron tan pronto como había aparecido y fueron sustituidas por palabras al instante de pensar en ellas.

En el Arco hay poder y en el poder está la Noche.

—El Arco de Luz no es lo que pensábamos. —Desde los muros rocosos que nos rodeaban, el eco devolvía mi voz.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Liv, sorprendida.

—No es una brújula. Nunca lo ha sido.

Lo levanté en alto para que todos pudieran verlo. Desprendió un brillo cada vez más intenso que fue eclipsado por un círculo luminoso como una estrella.

—¿Qué hace? —preguntó Liv, intrigada.

El Arco de Luz, que con tanta inocencia acepté de Marian ante la tumba de mi madre, no tenía ningún poder sobre mí. Pero sí sobre Macon.

Lo alcé más. Bajo la iridiscente luz lunar, el charco que había a mis pies brilló, como lo hicieron hasta los fragmentos de cuarzo más minúsculos de las paredes rocosas que nos rodeaban. Su superficie redonda y perlada revelaba los múltiples colores de su interior. El violeta se transformó en verdes sombríos que estallaron en amarillos vivos que a su vez cambiaron a naranjas y rojos intensos. En ese instante comprendí.

Yo no era Guardián, ni Caster, ni Sheer.

No era como Marian ni mi madre. No me correspondía custodiar el saber y la historia ni proteger los libros y secretos más valiosos del mundo Caster. No era como Liv, no sabía trazar mapas que nadie más sabía trazar, ni medir lo que nadie más podía medir. No era como Amma. No tenía el don de ver lo que nadie más podía ver ni podía comunicarme con los Antepasados. Y, sobre todo, no era como Lena. No podía eclipsar la luna, nublar los cielos ni alborotar la tierra. Jamás podría convencer a nadie de que saltase de un puente como sí podía hacer Ridley. Y no me parecía en nada a Macon.

Desde el principio, con esperanza aunque de modo inconsciente, siempre me pregunté qué papel me reservaba aquella historia, mi historia con Lena.

Y mi historia había encontrado su razón de ser a través de todos ellos. Ahora, al final de lo que parecía una vida entera sumido en la oscuridad y confusión de los Túneles, supe lo que tenía que hacer. Encontré mi papel y mi tarea.

Marian tenía razón. Yo era Wayward y mi tarea consistía en encontrar lo que estaba perdido.

A quien estaba perdido.

Abrí la mano y el Arco de Luz rodó por mis dedos y quedó colgando en el aire.

—¿Qué dem…? —dijo Link, estupefacto.

Saqué del bolsillo la hoja amarilla que llevaba doblada, la que había arrancado del diario de mi madre y llevado todo el camino sin motivo, o eso creía yo.

El Arco de Luz iluminaba las rocas con un resplandor de plata. Me acerqué a él y pronuncié el Hechizo que mi madre había escrito en aquella hoja. Estaba en latín, así que leí muy despacio:

In Luce Caecae Caligines sunt,

et in Caliginibus, Luz.

In Arcu imperium est,

et in imperio, Nox.

—Claro, el Hechizo —exclamó Liv acercándose al Arco—. Ob Lucem Libertas, la libertad de la luz —dijo Liv, mirándome—. Acaba.

Di la vuelta a la hoja, pero al otro lado no había escrito nada.

—Eso es todo.

Liv puso los ojos como platos.

—No puedes dejarlo a medias. Es demasiado peligroso. Un Arco de Luz, y mucho más un Arco de Luz de los Ravenwood, es tan poderoso que podía matarnos, podría…

—Tienes que hacerlo.

—No puedo, Ethan. Sabes que no puedo.

—Liv, Lena va a morir… y tú, yo, Link y Ridley. Todos vamos a morir. Hemos llegado hasta dónde puede llegar un Mortal, pero no podemos seguir solos —dije, apoyando la mano en su hombro.

—Ethan.

Susurró mi nombre, sólo mi nombre, pero oí sus palabras casi tan claramente como oía a Lena cuando hablábamos kelting. Entre Liv y yo había una conexión propia y singular. Y no se trataba de magia. Era algo muy humano y real. Tal vez a ella no le gustase lo que ocurría entre nosotros, pero lo comprendía. Me comprendía y una parte de mí sabía que siempre lo haría. Ojalá todo hubiera sido distinto, ojalá Liv pudiera tener todo cuanto deseaba al final de aquella historia, cosas que nada tienen que ver con estrellas perdidas ni cielos Caster. Pero mi camino llevaba a un lugar donde no había sitio para ella. Liv, sencillamente, sólo era parte de ese camino.

Apartó los ojos de mí y miró el Arco de Luz, que seguía brillando delante de nosotros. Su silueta aparecía enmarcada en una luz tan resplandeciente que parecía encontrarse ante el mismo sol. Extendió el brazo hacia el Arco y recordé mi sueño, el sueño en el que Lena me tendía la mano desde la oscuridad.

Dos mujeres tan distintas como el Sol y la Luna. Sin una nunca habría encontrado el camino de regreso a la otra.

En la Luz hay Sombra y en la Sombra hay Luz.

Liv tocó el Arco de Luz con un dedo y pronunció la segunda parte del Hechizo:

In Illo qui Vinctus est,

libertas patefacietur.

Spirate denuo, Caligines,

e Luce exi.

Lloraba. Contemplaba la esfera de luz y las lágrimas resbalaban por ambas mejillas. Dijo cada una de las palabras del hechizo forzadamente, como si las tuviera grabadas, pero no se detuvo.

En quien está Atado

se hará la libertad.

Vive de nuevo, Oscuridad,

sal a la luz.

Liv calló y cerró los ojos antes de pronunciar las últimas palabras lentamente en medio de la noche que se interponía entre nosotros.

—Sal, ven…

Se interrumpió. Me tendió la mano, que yo cogí. Link se acercó y Ridley vino tras él y le cogió por la cintura. Liv se estremecía. Cada palabra que pronunciaba la alejaba de su sagrado deber y de su sueño. Había tomado partido, se había inmiscuido en una historia de la que debía ser testigo. Cuando todo hubiera acabado y si sobrevivíamos, ya no sería una Guardiana en formación. Su sacrificio era su regalo, lo que daría un significado a su vida.

Me resultaba imposible imaginar qué se sentía al hacer algo así.

Los cuatro aunamos nuestras voces. Ya no había vuelta atrás.

E Luce exi! ¡Sal a la Luz!

El estallido retumbó como un cataclismo. Bajo mis pies, la roca reventó estrellándose contra la pared que tenía detrás. Los cuatro caímos al suelo. Probé el sabor de la arena húmeda y del agua salada. Yo sabía que ocurriría. Mi madre había tratado de decírmelo y yo no había sabido escucharla.

En una cueva próxima formada por rocas, musgo, mar y arena, apareció un ser hecho de bruma, sobre y luz. Al principio vi las rocas que tenía detrás como si fuera una aparición. El agua lo traspasó y no tocaba el suelo.

Luego la luz se estiró formando la figura de un hombre. Sus manos se hicieron manos, su cuerpo un cuerpo y su rostro un rostro.

El rostro de Macon.

Escuché las palabras de mi madre. Siempre te acompañará.

Macon abrió los ojos y me miró. Sólo tú puedes redimirlo.

Llevaba las ropas quemadas de la noche que murió. Sólo una cosa era distinta.

Tenía los ojos verdes.

Del color de los Caster.

—Me alegro de verlo, señor Wate.