18 de junio
Puertas
Eso rezaba en verano el cartel que durante al curso jaleaba al equipo de baloncesto del Jackson High con el letrero: ÁNIMO WILDCATS. Liv y yo lo veíamos desde los arbustos que adornaban las escaleras.
Nuestra misión era complicada. Verano o no, la señorita Hester seguía en secretaría pendiente de la entrada. Porque aunque era cierto que cuando suspendías una asignatura, te mandaban a la escuela de verano, todavía quedaba la posibilidad de hacer pellas. Burlar la vigilancia de la señorita Hester, sin embargo, era una tarea bastante complicada. Por otra parte, aunque el señor Lee no había llegado a concretar su amenaza de suspendernos por no haber participado en la Reconstrucción de la batalla de Honey Hill, Link estaba obligado a asistir a la escuela de verano porque había suspendido biología. Así pues, aquella mañana mi misión, a la que tan diligentemente me acompañaba Liv, no consistía en encontrar la manera de salir del instituto a escondidas, si no de colarme dentro para avisar a mi amigo.
—¿Nos vamos a quedar detrás de estos arbustos todo el día? —preguntó Liv, que empezaba a impacientarse.
—Dame un segundo. He perdido mucho tiempo pensando en cómo salir del Jackson sin que me vieran, pero es la primera vez que tengo que buscar una forma de entrar. No podemos marcharnos sin Link.
—¿Acaso subestimas el poder del acento británico? —dijo Liv con una sonrisa—. Observa y aprende.
La señorita Hester deslizó sus gafas hasta la punta de la nariz y miró a Liv, que llevaba un moño improvisado. Como era verano, la señorita Heister se había puesto una de sus blusas sin mangas, unas bermudas de poliéster y sus típicos zapatos de lona blancos. Desde mi escondite bajo el mostrador, pegado a Liv, veía con claridad los pantalones verdes de la señorita Hester y sus pies con juanetes.
—Perdón, ¿de parte de quién dice usted que viene? —preguntó.
—Del CEB —respondió Liv. Me dio con el pie. Era la señal para que yo me dirigiese al pasillo.
—Ah, claro. ¿Y qué es eso exactamente?
Liv suspiró con impaciencia.
—El Consulado de Educación Británico. Como le acabo de decir, hemos llevado a cabo una rigurosa selección de los institutos más notables de los Estados Unidos y nos proponemos estudiarlos como modelo a seguir para poner en marcha una reforma educativa de gran calado.
—¿Los institutos más notables de los Estados Unidos…? —repitió confusa, la señorita Hester en el preciso momento en que, a gatas, llegué a la esquina.
—Me cuesta creer que nadie le haya puesto al corriente de mi visita. ¿Podría hablar con el director de área, por favor?
—¿Con el encargado de propuestas pedagógicas?
Para cuando la señorita Hester averiguó a qué se refería Liv, yo estaba ya a mitad de las escaleras. Dejando aparte su atractivo, incluso dejando aparte su inteligencia, Liv era una caja de sorpresas.
—Bueno deja ya los chistes de La telaraña de Carlota, sujeta firmemente a tu espécimen con una mano y coge las tijeras con la otra y practica una incisión longitudinal en el vientre.
Era la señora Wilson en clase de biología. Para saberlo me bastó con percibir el olor y el revuelo generalizado.
—Me parece que me voy a desmayar…
—¡Wilbur, no!
—¡Ayyyy!
Me asomé a la ventanilla de la puerta y vi la fila de fetos de cerdo sobre las mesas de laboratorio. Estaban sujetos con unos clavos a una tabla negra untada de cera y colocada dentro de una bandeja. Todos eran pequeños menos uno, el de Link, que era un cerdo enorme.
—Señora Wilson —dijo mi amigo levantando la mano—, no puedo romperle a Tanque el esternón con unas tijeras. Es demasiado grande.
—¿A Tanque?
—A Tanque, sí, mi cerdo.
—Coge la cizalla que hay al fondo de la clase.
Di unos golpecitos en la ventana al pasar Link, pero no me oyó. Eden estaba sentada en la larga mesa negra de laboratorio a su lado. Se tapaba la nariz con una mano mientras con la otra hurgaba en su animal con unas pinzas. Me sorprendió verla en medio de tantos zoquetes y admiradores sumisos no porque tuviera el cerebro de un ingeniero espacial, sino porque esperaba que su madre y la mafia de las Hijas de la Revolución hubieran encontrado una forma de sacarla de allí.
Sacó de su cerdo un largo cordón.
—¿Qué es esta cosa amarilla? —preguntó con cara de asco.
La señora Wilson sonrió. Era su momento favorito del año.
—Señorita Westerly, ¿cuántas veces ha estado usted en el Dar-ee Keen esta semana? ¿Ha tomado usted hamburguesa con patatas y helado? ¿Aros de cebolla? ¿Tarta?
—¿Cómo?
—Eso es grasa. Y ahora vamos a buscar el hígado.
Volví a llamar al cristal al pasar Link con la cizalla. Esta vez sí me vio. Abrió la puerta.
—Señora Wilson, tengo que ir al servicio.
Llegamos al vestíbulo con cizalla y todo y nos escabullimos sin ser vistos. Nada más darse cuenta, Liv miró a la señorita Hester con una sonrisa y cerró su cuaderno.
—Le estoy muy agradecida, señorita. Seguiremos en contacto.
Salió por la puerta tras nosotros con el moño ya casi deshecho. Había que estar muy malo de la cabeza para no darse cuenta de que no era más que una adolescente con vaqueros rotos y gastados.
La señorita Hester se la quedó mirando asombrada.
—Esos casacas rojas —refunfuñó.
Lo bueno de Link era que nunca ponía pegas. Se embarcaba en la aventura sin hacer preguntas. Lo hizo cuando intentamos quitarle la rueda a un coche para hacernos columpio. Lo hizo cuando puse en el jardín de mi casa una trampa para caimanes y lo hacia también cada vez que yo cogía la chatarra de coche de su madre para ir a buscar a una tía a quien en el instituto todos tomaban por loca. Es una gran cualidad en un amigo y a veces me he preguntado si yo habría hecho lo mismo si hubiera sucedido a la inversa. Porque yo siempre pedía y él estaba dispuesto a dar.
Al cabo de cinco minutos bajábamos por Jackson Street. Luego doblamos en Dove Street y paramos en el Dar-ee Keen. Consulté la hora. Amma ya se habría enterado de mi marcha y Marian estaría en la biblioteca esperando a Liv, a quien habría echado de menos en el desayuno. Además, la señora Wilson habría mandado a algún alumno al servicio a buscar a Link. Teníamos poco tiempo.
El plan no se concretó hasta que no estuvimos sentados con nuestra grasienta comida y nuestras grasientas bandejas en una grasienta mesa roja.
—No me puedo creer que se haya fugado con ese vampiro.
—¿Cuántas veces voy a tener que decírtelo? Es un Íncubo —corrigió Liv.
—Qué más da. Si es un Íncubo de Sangre, te chupa la sangre igual, ¿o no? —dijo Link y engulló un panecillo mientras mojaba otro en el tarrito de salsa.
—Un Íncubo de Sangre es un demonio. Los vampiros sólo salen en las películas.
No tenía la menor gana, pero aún había algo que no les había dicho y no podía seguir callándomelo.
—Ridley también está con ellos.
Link suspiró estrujando el envoltorio del panecillo. No le cambió la expresión, pero comprendí que tenía el mismo nudo en el estómago que yo.
—Eso duele. —Lanzó a la papelera el envoltorio, que dio en el borde y cayó al suelo—. ¿Estás seguro de que están en los Túneles?
—Eso me pareció —respondí.
De camino al Dar-ee Keen le había contado mi visión, aunque no le había dicho que era más extraña que las demás, que las había visto a través del espejo del cuarto del baño.
—Se dirigen a un sitio llamado la Frontera.
—Un lugar que no existe —intervino Liv negando con la cabeza y consultando las esferas de su artilugio.
Link empujó su plato, que aún estaba casi lleno.
—A ver si me he enterado. ¿Nos vamos a meter en los Túneles y a buscar esa luna fuera de tiempo con el reloj de Liv?
—Selenómetro —corrigió Liv otra vez y sin levantar la vista de su cuaderno, en el que anotaba nuevos datos.
—Qué más da. ¿Por qué no le contamos lo que está pasando a las tías de Lena? A lo mejor nos pueden hacer invisibles o nos prestan armas de Caster.
Armas, por ejemplo, como la que en ese momento yo llevaba en el bolsillo. Notaba el Arco de Luz. No tenía ni idea de cómo funcionaba, pero tal vez Liv, que sabía leer el cielo Caster, sí supiera.
—No sé si nos hará invisibles, pero tengo esto —dije y puse la esfera en la mesa.
—¡Uauh, colega, una canica gigante! ¿No estarás hablando en serio? —Link no parecía muy impresionado.
Liv sí. Acercó la mano a la esfera sin atreverse a tocarla.
—¿Es lo que yo creo que es?
—Es un Arco de Luz. Marian me lo dio el Día de Difuntos. Perteneció a mi madre.
—¿La profesora Ashcroft —dijo Liv tratando de ocultar su irritación— tenía guardado un Arco de Luz todo este tiempo y no me lo ha enseñado?
—Aquí lo tienes, disfruta —dije colocando la esfera en sus manos. La cogió con precaución, como si fuera frágil como un huevo.
—¡Cuidado! ¿Tienes idea de lo raras que son? —dijo Liv sin apartar los ojos del objeto de reluciente superficie.
Link se bebió lo que le quedaba de Coca-Cola hasta que sólo le quedó el hielo.
—¿Va alguien a darme alguna pista? ¿Para qué sirve esa bola?
—Esta —explicó Liv, que parecía hipnotizada— es una de las armas más poderosas del mundo Caster. Es una prisión metafísica para un Íncubo. Siempre y cuando sepas utilizarla, claro. —La miré esperanzado—. Yo desgraciadamente, no sé.
Link tocó el Arco de Luz con un dedo.
—¿Cómo kriptonita para Íncubos?
Liv asintió.
Sin duda, el Arco era poderoso, pero no iba a servirnos para solucionar el problema al que nos enfrentábamos. Yo me había quedado sin ideas.
—Si esta cosa no nos ayuda, ¿cómo entramos en los Túneles?
—Hoy no es día festivo —dijo Liv devolviéndome el Arco—, de modo que si queremos entrar en los Túneles, tenemos que hacerlo por una de las Puertas. No podemos acceder por la Lunae Libri.
—Entonces, ¿hay otras entradas? ¿Esas Puertas que dices? —preguntó Link.
—Sí, pero sólo los Caster y un puñado de Mortales como la profesora Ashcroft saben dónde están. Y ella no nos lo va a decir. Estoy segura de que ahora mismo me está preparando las maletas.
Yo esperaba que Liv tuviera una solución, pero fue Link quien dio con ella.
—¿Sabes lo que eso significa? —dijo con una sonrisa y rodeando a Liv por los hombros—. Que por fin vas a tener tu oportunidad. Ya es hora de que vayamos al túnel del amor.
Una vez que desmontaban la feria, el recinto volvía a ser lo que era: una explanada de tierra. Le pagué una patada a un terrón que fue a parar contra unos cardos.
—Miren, todavía se ven las huellas que han dejado las atracciones señaló Liv, a quien seguía Lucille.
—Sí, pero ¿cómo sabemos a qué atracción pertenece cada huella?
En el Dar-ee Keen la idea parecía buena, pero en realidad estábamos en medio del campo. Link, que se hallaba a unos cuantos metros, nos llamó.
—Creo que aquí estaba la noria. Lo sé por estas colillas. El encargado se pasaba el día fumando.
Nos acercamos. De camino, Liv señaló la mancha negra de unos metros a distancia.
—¿No es ahí dónde Lena nos vio?
—¿Qué? —Me sorprendió que utilizara el plural.
—Quiero decir donde me vio —aclaró Liv, sonrojándose—. Creo que es aquí donde se quemó la máquina de palomitas cuando se marchaba, antes de que aquel payaso tropezase y el niño se pusiera a llorar. —¿Cómo olvidarlo?
La hierba estaba muy alta y dificultaba la tarea. Me agaché y aparté unas briznas, pero allí no había nada excepto algunas entradas. Al levantarme, noté que el Arco de Luz volvía a calentarse y oí un zumbido lejano. Lo saqué del bolsillo. Desprendía un brillo azul claro.
Indiqué a Liv que se acercara.
—¿Qué crees que significa esto?
Liv observó la esfera. El color era cada vez más intenso.
—No tengo ni idea. No sabía que cambiaran de color, no lo he leído en ninguna parte.
—¿Qué pasa, niños? —dijo Link limpiándose el sudor con su andrajosa camiseta de Black Sabbath—. ¡Uauh! ¿Cuándo se ha encendido esa cosa?
—Hace un momento —dije. Sin saber por qué, empecé a caminar en tramos cortos de pocos pasos. A medida que lo hacía, el brillo del Arco de Luz aumentaba.
—Ethan, ¿qué haces? —preguntó Liv, que me seguía.
—No lo sé. —Cambié de dirección y la esfera perdió brillo. ¿Por qué?, di media vuelta y volví al lugar de antes. A cada paso, el Arco de Luz se calentaba y vibraba más.
—Mira —dije abriendo la mano para que Liv pudiera ver el color azul que irradiaba.
—¿Qué pasa?
Me encogí de hombros.
—Esta cosa debe de brillar dada vez más a medida que nos vamos acercando.
—¿No estarás pensando…? —dijo Liv mirando sus polvorientas botas plateadas.
En efecto, estábamos pensando lo mismo.
—¿Será una especie de brújula?
La esfera brillaba tanto que Lucille empezó a saltar a nuestro alrededor como cuando cazaba luciérnagas.
Llegamos a una zona donde la hierba estaba descolorida. Liv se detuvo. El Arco de Luz emitía un azul oscuro como el de la tinta china. Me fijé en el suelo con mucha atención.
—Aquí no hay nada.
Liv se agachó y apartó la hierba.
—Yo no estaría tan segura —dijo y empezó a quitar tierra. Algo apareció debajo.
—Fíjense en las ranuras, es una trampilla —dijo Link. Tenía razón. Era una ranura como la que yo había encontrado bajo la alfombra del cuarto de Macon.
Me agaché y les ayudé a limpiar la tierra.
—¿Cómo te has dado cuenta? —pregunté a Liv.
—¿Quieres decir aparte de que el Arco de Luz se haya vuelto loco? —Me replicó con cierto engreimiento—. No es tan difícil encontrar una Puerta si sabes lo que estás buscando.
—Espero que abrirla tampoco sea difícil —dijo Link señalando el centro de la trampilla. Tenía una cerradura.
—Está cerrada —dijo Liv suspirando—. Necesitamos una llave Caster. Si no, no podemos entrar.
Link sacó la cizalla que había hurtado en el laboratorio de biología. Era normal en él, que no tenía costumbre de dejar las cosas en su sitio.
—¿Una llave Caster? Y un cuerno.
—No va a funcionar —dijo Liv—. Esto no son las taquillas del instituto, sino una cerradura Caster.
Link se ofendió.
—Tú qué sabes si no eres de aquí —dijo metiendo la cizalla en la cerradura—. No hay una sola puerta en todo el condado que no se pueda abrir con un par de alicates o un cepillo de dientes bien afilado.
—Como supondrás —me dirigí a Liv—, se lo está inventando.
—Así que me lo estoy inventando, ¿eh? —dijo Link con una sonrisa. La puerta se abrió con un crujido—. Conseguido —dijo ofreciéndome el puño para que yo lo chocara con el mío.
—En fin, de esto los libros no dicen nada.
Link metió la cabeza para mirar.
—Está oscuro, no tiene escaleras y hay mucha caída.
—Tú pisa. —Yo sabía lo que iba a suceder.
—¿Estás mal de la olla?
—Tú confía en mí.
Link metió un pie y un segundo después se sostenía en el aire.
—Tío, ¿de dónde se sacan los Caster estas cosas? ¿Tienen carpinteros? ¿Existen soldadoras sobrenaturales? —dijo y desapareció. Un segundo después oímos su voz—. No hay que bajar tanto. ¿Venís o qué?
Lucille se asomó y saltó al agujero. Después de vivir tantos años con mis tías, la pobre gata debía estar algo loca. Yo miré a continuación y vi la luz parpadeante de una antorcha. Link estaba debajo y Lucille a sus pies.
—Las damas primero —dije.
—¿Por qué será que los hombres sólo dicen eso delante de algo horrible o peligroso? —dijo Liv metiendo el pie en el agujero con cautela—. Y no te ofendas.
—No me ofendo —repuse con una sonrisa.
Le quedó el pie colgando un momento mientras tanteaba en el vació. Cogí su mano.
—¿Sabes que si encontramos a Lena podría estar completamente…?
—Lo sé —dije mirando sus serenos ojos azules, que nunca serían verdes ni dorados. El sol iluminó sus cabellos, rubios como la miel. Me sonrió y la solté.
Y me di cuenta de que era ella la que me estaba sujetando a mí.
Al bajar a la oscuridad tras ella, la trampilla se cerró de un golpe y el cielo desapareció.
El pasadizo de entrada al túnel era oscuro y húmedo y estaba cubierto de musgo, como le que conducía de la Lunae Libri a Ravenwood. El techo era bajo y las paredes de piedra eran viejas y erosionadas como las de una mazmorra. El ruido de pisadas y de las gotas de agua que rezumaba y caía resonaba en todo el pasadizo.
Al llegar al pie de las escaleras nos vimos en una encrucijada. No simbólica, sino real.
—Bueno, ¿ahora por dónde vamos? —preguntó Link.
Teníamos ante nosotros dos túneles muy distintos. Era un vieja mucho más complicado del que realizamos al Exilio. En aquel no había que elegir. En este se nos planteaban distintas opciones.
Se me planteaban distintas opciones.
El túnel de la izquierda era más parecido a un prado que a un túnel. Se ensanchaba dando paso a un camino de tierra jalonado por sauces llorones, arbustos floridos y hierba alta. Algo más lejos el paisaje se abría hacia unas lomas bajo un cielo azul y despejado. Casi era posible oír el canto de los pájaros y ver conejos saltando de mata en mata. Si no hubiera sido un túnel del mundo Caster, donde nada es lo que parece.
El túnel de la izquierda no era un túnel, sino la calle en curva de una ciudad bajo su propio cielo Caster. Era sombrío y contrastaba acusadamente con el soleado paisaje de la derecha.
Liv tomaba notas en su cuaderno frenéticamente. La espié: Zonas asincrónicas en túneles adyacentes.
La única luz del segundo túnel provenía del cartel de neón de un motel del fondo de la calle. A ambos lados había altos edificios de pisos con pequeños balcones de hierro y escaleras de incendios y unas cuerdas cruzaban de lado a lado formando una intrincada red de la que colgaba ropa. Por el asfalto discurrían vías de tranvía abandonadas.
—¿Por dónde vamos? —insistió Link con impaciencia. Deambular por los misteriosos y extraños Túneles de los Caster no era lo suyo—. Voto por el camino de El mago de Oz —dijo, y emprendió la marcha por el lado soleado.
—No creo que nos haga falta votar —dije sacando del bolsillo el Arco de Luz. Me calentó la mano antes de ver la luz. Su reluciente superficie emitía un brillo verde pálido.
—Asombroso —dijo Liv con los ojos como platos.
Nos internamos unos pasos por la calle y la luz se hizo más intensa.
Link nos siguió.
—¡Eh, que yo iba para allá! —exclamó—. ¿Qué pasa, que no pensaban llamarme?
—Mira esto —dije enseñándole el Arco de Luz, y seguí andando.
—¡Menuda linterna!
Liv consultó el selenómetro.
—Tenías razón. Es como una brújula. Mis lecturas lo confirman. La atracción magnética de la luna es mayor en esta dirección, lo cual es una anomalía en esta época del año.
—Ya me temía yo que íbamos a ir por la calle, donde seguro que nos mata uno de esos Vex.
A cada paso que daba, el Arco de Luz despedía un verde más oscuro e intenso.
—Vamos por aquí.
—Como no podía ser de otra forma.
Link se convenció de que nos dirigíamos a una muerte cierta, pero resultó que la calle oscura era, simplemente, una cal e oscura. Llegamos al motel sin novedad. La calle no tenía salida y conducía directamente a una entrada bajo el cartel de neón.
Al otro lado transcurría otra calle perpendicular a la primera jalonada de puertas iluminadas abiertas en las fachadas. Entre el cartel de neón y el edificio del al lado ascendía un empinado tramo de escaleras de piedra. Otra Puerta al exterior.
—¿Vamos por la derecha o por la izquierda? —preguntó Liv.
Me fijé en el brillo incandescente del Arco de Luz, que ahora era verde esmeralda.
—Ni por la derecha ni por la izquierda. Vamos a subir por esta escalera.
Llegamos hasta una pesada puerta de madera. Salimos de un enorme arco de piedra a un lugar soleado donde crecía un inmenso roble en cuya sombra nos cobijamos. Una mujer de pelo blanco con shorts blancos montaba en una bicicleta blanca con una cesta blanca en la que llevaba un caniche blanco. Un golden retriever gigante perseguía la bicicleta tirando del hombre que lo sujetaba por la correa. Al ver al retriever, Lucille se refugió en unos arbustos.
—¡Lucille! —la llamé y me acerqué a los arbustos a buscarla, pero no la encontré—. Genial, he vuelto a perder a la gata de mi tía.
—Técnicamente, la gata es tuya. Vive contigo —dijo Link buscando entre las azaleas—. No te preocupes. Volverá. Los gatos tienen muy buen sentido de la orientación.
—¿Por qué sabes tú eso? —preguntó Liv, divertida con el comentario de Link.
—Por mi madre —respondió Link, poniéndose colorado—. Que se traga todo lo que ponen en la televisión y a veces yo… pues veo alguno de los programas que le gustan, ¿pasa algo?
—Venga, vamos —dije yo, poniendo fin a la conversación.
Nada más salir de los arbustos, una chica con el pelo de color púrpura tropezó con Link. Llevaba una carpeta grande con dibujos que estuvo a punto de caérsele al suelo. Estábamos rodeados de perros, personas, bicicletas y patinetes en un parque lleno de azaleas al que daban sombra unos robles enormes. En el centro tenía una fuente de piedra muy barroca con tritones que escupían chorros de agua. De la fuente salían senderos en todas las direcciones.
—¿Qué ha pasado con los Túneles? ¿Dónde estamos? —preguntó Link, que estaba más confuso que de costumbre.
—Estamos en una especie de parque.
Sonreí. Sabía dónde estábamos con absoluta certeza.
—No es una especie de parque, es el Forsyth Park de Savannah.
—¿Cómo? —exclamó Liv rebuscando en su bolso.
—Savannah, Georgia. Vine muchas veces con mi madre cuando era pequeño.
Liv desplegó un mapa de lo que parecía el cielo Caster. Reconocí la Estrella del Sur, la estrella de siete puntas que faltaba en el cielo Caster real.
—No tiene ningún sentido. Si la Frontera existe, y no estoy diciendo que creo que exista, no puede estar en mitad de una ciudad Mortal.
Me encogí de hombros.
—El Arco de Luz nos ha traído hasta aquí, más no puedo decir.
—Hemos andado unos diez kilómetros. ¿Cómo vamos a estar en Savannah? —dijo Link, que todavía no había asimilado que en los Túneles las cosas eran distintas a la superficie. Liv sacó el bolígrafo.
—Tiempo y espacio —dijo, casi murmurando para sí—, no sometidos a la Física Mortal. —Pasaron dos ancianas empujando a dos perritos en unas sillas de bebé. Definitivamente, estábamos en Savannah. Liv cerró el cuaderno—. Ahí abajo el tiempo y el espacio cobran otra dimensión. Los Túneles son parte del mundo Caster, no del Mortal.
En ese preciso momento, el Arco de Luz se apagó y recuperó el color negro. Lo guardé en el bolsillo.
—¡Maldita sea! —dijo Link dominado por el pánico—. ¿Y ahora cómo vamos a saber dónde hay que ir?
—No lo vamos a necesitar —dije. Yo no estaba preocupado—. Creo que sé adónde tenemos que dirigirnos.
—¿Cómo? —preguntó Liv frunciendo el ceño.
—Porque en Savannah no conozco más que a una persona.