15 de junio
El Vex
NO ES LO QUE PIENSAS
¿Qué pienso?
Se apartó de John al verme cruzar la pista. Él se volvió. Sus ojos se había puesto totalmente negros y su mirada era amenazante. Sonrió para hacerme saber que yo no suponía una amenaza para él. Era consciente de que no podíamos competir físicamente y supongo que, si ahora bailaba de aquel modo con Lena, ya ni siquiera me consideraba un peligro en ningún otro sentido.
¿Qué pensaba yo?
Sabía que me encontraba en uno de esos momentos en que está a punto de suceder algo que cambia tu vida para siempre. Era como si el tiempo se hubiera detenido aunque a mí alrededor todo siguiera su curso. Lo que llevaba meses temiendo por fin había ocurrido. Lena se me escurría entre los dedos y no a causa de su cumpleaños, ni de su madre o de Hunting, ni tampoco por una maldición, un hechizo o un ataque.
La estaba perdiendo por otro tipo.
¡Ethan! Tienes que marcharte.
No pienso ir a ninguna parte.
Ridley se acercó a mí. Las demás chicas siguieron bailando a nuestro alrededor.
—Tranquilo, novio, tranquilo —me dijo—. Sabía que tenías valor, pero esto que has hecho es una locura. —Parecía preocupada, como si de verdad le importase lo que pudiera sucederme. Era mentira, como todo cuanto la rodeaba.
—Apártate.
—Aquí no tienes nada que hacer, Malapata.
—Lo siento, Ridley, pero a mí los chupachups no me hacen efecto, y tampoco el hechizo con el que John y tú tienen controlada a Lena.
Me cogió por el brazo y el hielo de sus dedos penetró en mi piel. Había olvidado lo fuerte y fría que era.
—No seas estúpido —dijo bajando la voz—, te estás excediendo, aquí no tienes la menor oportunidad. ¿Has perdido un tornillo?
—Tú sabrás.
Me apretó el brazo.
—Eres más inconsciente de lo que yo creía. No deberías estar aquí. Vuelve a tu casa antes de que…
—¿Antes de qué? ¿Antes de que causes más problemas de lo normal?
Link llegó a mí lado. Ridley lo miró con furia. Por un instante me pareció ver un pestañeo, un ligero brillo en sus ojos, como si al ver a Link se hubiera despertado en ella algo casi humano, algo que la hacía vulnerable. Pero desapareció tan pronto como había surgido.
Estaba nerviosa, al borde de la histeria. Me percaté por su forma de desenvolver un chupachups y su hablar atropellado.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? Vete ahora mismo y llévatelo —dijo, sin su habitual ironía—. ¡Vete!
—No pienso irme hasta que no hable con Lena.
—Es ella la que no quiere que estés aquí.
—Pues tendrá que decírmelo a la cara.
Dímelo a la cara, L.
Lena se abría paso entre las criaturas que llenaban la pista. John Breed se quedó en su sitio, pero sin dejar de mirarnos. Yo no quería pensar qué le habría dicho ella para que no se acercara. ¿Que podía manejar sola aquella situación? ¿Que no era nada, sólo un chico que no había superado la ruptura? ¿Un Mortal desesperado que no podía competir con él?
Ella tenía a John y John me vencía en el único terreno que importaba. John formaba parte de su mundo.
No pienso irme si tú no me lo pides.
Ridley volvió a dirigirse a mí. Me habló entre dientes. Nunca la había visto tan seria.
—No hay tiempo para que se anden con estupideces. Sé que estás fuera de ti, pero no comprendes lo que está pasando. Los matarán y, con un poco de suerte, los demás se abstendrán de sumarse a la fiesta.
—¿Quién nos matará? ¿El chico vampiro? Podemos con él.
Link fanfarroneaba, pero no quería dar su brazo a torcer. Como yo y como Ridley.
—No puedes, idiota —dijo Ridley negando con la cabeza. Volvió a empujar a Link—. Este no es lugar para un par de Boy Scouts como ustedes. Váyanse.
Quiso agarrar a Link por el cuello, pero él la cogió por la muñeca antes de que pudiera tocarlo. Ridley era como una bella serpiente, no podías dejar que se acercara sin arriesgarte a un mordisco.
Lena estaba sólo a unos cuantos pasos.
Si no quieres que esté aquí, dímelo.
Una parte de mí me decía que si podíamos estar a solas unos instantes, podría romper el hechizo con el que Ridley y John la estaban dominando.
Lena se puso detrás de Ridley. Su semblante era indescifrable, pero advertí el rastro plateado de una lágrima.
Dilo, L. Dilo o ven conmigo.
Le brillaban los ojos. Parpadeó y dirigió la vista a un punto situado al borde de la pista, donde estaba Liv.
—Lena, no deberías estar aquí. No sé qué te estarán haciendo Ridley y John, pero…
—Nadie me está haciendo nada y no soy yo quien está en peligro aquí. Yo no soy una Mortal —dijo, mirando a Liv.
Como ella.
Su rostro se ensombreció. Vi que sus cabellos sueltos empezaban a enroscarse.
—Tú tampoco eres como ellos, L.
Las luces de la barra parpadearon y las que iluminaban la pista estallaron en mil pedazos. Trozos de cristal cayeron sobre nosotros. Las criaturas que estaban bailando en la pista empezaron a apartarse.
—Te equivocas. Soy igual que ellos y este es el lugar al que pertenezco.
—Lena, podemos superar esto.
—No, no podemos. Esto no.
—¿No hemos superado juntos todo lo demás?
—No. Juntos no. Ya no sabes nada de mí.
Por un segundo, una sombra cruzó su rostro. De tristeza tal vez o de arrepentimiento.
Ojalá todo fuera distinto, pero no lo es.
Giró sobre sus talones y se alejó.
No puedo ir adonde tú vas, Lena.
Lo sé.
Estarás sola.
No se volvió.
Ya estoy sola, Ethan.
Entonces, dime que me vaya, si es eso lo que realmente quieres.
Se paró y se volvió lentamente para mirarme.
—No quiero que estés aquí, Ethan —dijo, y desapareció al otro lado de la pista.
Antes de poder dar un paso, oí el desgarro.
John Breed se materializó delante de mí. Llevaba su cazadora de cuero negro.
—Yo tampoco.
Nos separaba apenas un metro.
—Me voy, pero no por ti —dije. Él sonrió y hubo un brillo en sus ojos, de nuevo verdes.
Di media vuelta y me abrí paso. Podía molestar o enfadar a alguien capaz de beber mi sangre o de hacerme saltar de un acantilado, pero me daba igual. Seguí andando porque quería alejarme de allí más que ninguna otra cosa en el mundo. La pesada puerta de madera se cerró de un portazo a mis espaldas. Al otro lado quedaron el ruido, las luces y los Caster.
Pero no lo que más deseaba dejar para siempre en aquel sitio. La imagen de las manos de aquel Íncubo en su cintura, sus cuerpos meciéndose al ritmo de la música, el cabello rizado de Lena. Lena en brazos de otro.
El pavimento cambió y del asfalto cubierto de colillas y basura volvimos a los adoquines. Pero apenas me di cuenta. ¿Cuánto tiempo llevaban juntos? ¿Qué había en realidad entre ellos? Los Caster y los Mortales no podían unir sus vidas. Era lo que me transmitían las visiones, como si los Caster creyeran que yo todavía no lo había comprendido.
Oí ruidos de pasos.
—Ethan, ¿estás bien?
Era Liv. Me puso la mano en el hombro. Ni siquiera me había dado cuenta de que iba detrás de mí.
Me volví, pero no sabía qué decir. Nos encontrábamos en una calle del pasado, en un túnel subterráneo de los Caster, y no podía dejar de pensar que Lena estaba con un sujeto que era el polo opuesto a mí. Un sujeto que podía tener todo lo que quisiera en el momento en que quisiera.
Lo que acababa de suceder era la prueba.
—No sé qué hacer. Lena ya no es la chica que conocí. Ridley y John tienen algún tipo de influencia sobre ella.
Liv se mordió el labio nerviosamente.
—Sé que no es lo que quieres oír, pero es Lena quien toma sus propias decisiones.
Liv no comprendía. No había conocido a la auténtica Lena, no sabía cómo era antes de la muerte de Macon y de la aparición de John Breed.
—No hay forma de saberlo. Ya has oído a mi tía. Desconocemos los poderes que John pueda tener.
—Me imagino lo duro que tiene que ser esto para ti. —Liv recurría a las verdades absolutas, pero no existían verdades absolutas en lo que nos estaba sucediendo a Lena y a mí.
—Tú no la conoces……
—Ethan —dijo Liv casi entre susurros—, tiene los ojos dorados.
Sus palabras retumbaron en mi cabeza. De pronto, fue como si estuviera debajo del agua. Mis emociones se hundieron como una piedra mientras la lógica y la razón ascendían hacia la superficie.
Tiene los ojos dorados.
Era un detalle nimio, pero lo decía todo. Nadie la obligaba a elegir el lado Oscuro, nadie había pintado sus ojos de oro.
Nadie, en efecto, la tenía bajo su control. Nadie había recurrido a su Poder de Persuasión para manipularla y que subiera a la moto de John. Nadie la obligaba a estar con él. Era ella quien tomaba sus propias decisiones y ella era quien lo había elegido. No quiero que estés aquí, Ethan. Oía sus palabras sin cesar. Pero ni siquiera eso era lo peor. Lo peor era que las había dicho en serio.
Todo se hizo lento y se envolvió en bruma como si no estuviera sucediendo.
Liv me miraba con cara de preocupación, clavando en mí sus ojos azules. Había serenidad en aquel azul, tan distinto al verde de los Caster de Luz, al negro de los Íncubos, al dorado de los Caster Oscuros. Liv era diferente a Lena en lo básico. Era una Mortal. Liv no iba a cristalizar en Luz o en Sombra ni a engañarte con un tipo de fuerza sobrenatural capaz de chuparte la sangre o robarte los sueños. Liv se estaba formando para ser una Guardiana, pero aun así, sería una mera observadora. Al igual que yo, jamás formaría parte del mundo de los Caster. Y en esos momentos, no había nada que yo deseara más que irme lo más lejos que pudiera de ese mundo.
—Ethan.
No respondí. Aparté sus brillantes y rubios cabellos de su cara y me acerqué hasta que nuestros rostros quedaron a sólo unos centímetros. Inspiró suavemente y nuestros labios casi se tocaron. Sentí su respiración y la fragancia a madreselva de su piel. Olía a té dulce y a libros viejos, como si nunca se hubiera apartado de mi lado.
Le acaricié la nuca enredando los dedos en sus cabellos. Su piel era suave y cálida, como la de las chicas Mortales, sin corriente ni descargas eléctricas. Podríamos besarnos el tiempo que quisiéramos. Si nos peleábamos, no se desencadenaría una inundación ni un huracán.
Nunca la encontraría tumbada en el techo de su habitación, nunca se romperían las ventanas, ningún examen se prendería fuego.
Liv deseaba que la besara.
Ni limones ni romero, ni ojos verdes ni cabello negro. Ojos azules, pelo rubio…
No me daba cuenta de que estaba hablando kelting, de que deseaba a alguien que no estaba allí. Me aparté tan rápido que Liv no tuvo tiempo de reaccionar.
—Lo siento, no he debido hacer eso.
Liv habló con voz vacilante y se llevó la mano a la nuca, donde yo había puesto mis manos un momento antes.
—Está bien. —No, no estaba bien. Las emociones la embargaban: decepción, vergüenza, pesar, arrepentimiento—. No pasa nada —mintió. Se había sonrojado y agachaba la cabeza—. Estás afectado por lo de Lena. Lo entiendo.
—Liv, yo…
Link interrumpió mi lánguido intento de pedir disculpas.
—Bonita salida de escena, amigo. Gracias por dejarme plantado. —Fingía que no le había importado, pero su tono era cortante—. Por lo menos tu gata sí me ha esperado.
Lucille apareció trotando detrás de él.
—¿Cómo habrá llegado hasta aquí?
Me agaché para acariciarle la cabeza y ronroneó. Liv tenía la mirada perdida.
—Quien sabe. Esta gata está como un cencerro, como tus tías. Te habrá seguido.
Seguimos caminando. Hasta que Link percibió el peso del silencio.
—Bueno, ¿qué ha pasado? ¿Lena está saliendo con ese vampiro o no?
Yo no quería pensar en eso, pero además estaba seguro de que Link tampoco quería pensar en sus propios problemas. No llevaba a Ridley metida en la piel, sino más bien en las venas.
Liv caminaba un metro por delante atenta a nuestra conversación.
—No lo sé, pero eso me ha parecido —respondí. Negarlo no tenía ningún sentido.
—La puerta debe de estar justo ahí delante —dijo Liv, que iba tan rígida y erguida que tropezó con un adoquín y estuvo a punto de caerse al suelo.
Yo me daba cuenta de que nuestra relación se había enrarecido y seguiría así en el futuro. ¿Cuántas cosas puede estropear un individuo en veinticuatro horas? Aquel día tal vez batiera el récord.
—Lo siento, colega —dijo Link poniéndome la mano en el hombro—, es una verdadera… —se interrumpió, había tropezado con Liv, que se había parado en seco—. Eh, ¿qué pasa, MJ?
Link le dio un codazo cariñoso, pero Liv siguió impertérrita. Lucille se había quedado clavada, con el pelo erizado y la mirada fija. Seguí sus ojos para ver hacia dónde miraba y en la calle, bajo un arco de piedra, advertí una sombra etérea.
Parecía una niebla densa y cambiaba de forma constantemente. Era algo envuelto e un manto o en una mortaja. No tenía ojos, pero tuve la impresión de que nos estaba mirando.
Link retrocedió.
—¿Qué demonios…?
—Chist —siseó Liv—. No atraigas su atención. —Se le demudó el semblante.
—Demasiado tarde —susurré.
Aquella cosa, que había empezado a cambiar de forma, se desplazó hacia el centro de la calle en dirección a nosotros.
Cogí inconscientemente a Liv de la mano y advertí que vibraba. Me confundí, lo que vibraba era el selenómetro. Giraban todas sus agujas. Liv desabrochó la correa y lo cogió para observarlo mejor.
—Se ha vuelto loco —susurró.
—Yo creía que sabías interpretar sus mediciones.
—Hasta ahora siempre he sabido —me dijo en voz baja.
—¿Y ahora no?
—No. No tengo ni la menor idea —concluyó sin quitar los ojos del aparato.
La sombra seguía acercándose.
—Lamento molestarte cuando te lo estás pasando tan bien con ese cacharro, pero ¿qué es esa cosa? ¿Un Sheer?
Liv levantó la vista. Yo no le había soltado la mano, que ahora sí temblaba.
—Qué más quisiéramos. Es un Vex, una furia. He leído algo sobre ellos, peor nunca había visto ninguno y ojalá tampoco hubiera visto este.
—Fascinante, pero ¿por qué no nos vamos pitando y seguimos hablando luego?
Veíamos la puerta redonda, pero Link había dado media vuelta. Prefería vérselas con los Caster Oscuros y las criaturas del Exilio.
—No corras —dijo Liv agarrándolo por el brazo—. Pueden viajar, desaparecer y materializarse en cualquier parte en menos de lo que dura un parpadeo.
—Como los Íncubos.
Liv asintió.
—Esto explicaría por qué hemos visto tantos Sheers en el Exilio. Es posible que su presencia se debiera a algún tipo de perturbación del orden natural. El Vex debe de ser esa perturbación.
—En cristiano, por favor —dijo Link al borde de un ataque de pánico.
—Los Vex forman parte del Subsuelo, en el mundo de los demonios. Son lo más parecido al mal absoluto del universo Mortal o Caster —explicó Liv con voz temblorosa.
El Vex se movía lentamente, como empujado por la brisa. Pero no se acercaba, parecía aguardar a que sucediera algo.
—No son Sheers o fantasmas, si prefieres llamarlos así. No tienen cuerpo físico a no ser que se apoderen de un ser vivo. Habitan en el Subsuelo y sólo ascienden cuando los convoca alguien muy poderoso y para las tareas más sombrías.
—Pues ya estamos en el Subsuelo, así que fenomenal —dijo Link, que no quitaba los ojos de la criatura.
—No me refiero a este Subsuelo.
—¿Qué querrá de nosotros? —preguntó Link, mirando calle abajo para calcular la distancia al Exilio.
El Vex empezó a desplazarse, disolviéndose en niebla y otra vez en sombra.
—Me parece que estamos a punto de averiguarlo —dije apretando la mano de Liv. Ahora la mía también temblaba.
La negra niebla, es decir, el Vex, avanzaba. Era como unas fauces abiertas y coléricas. De su interior salió un alarido difícil de describir: feroz y amenazante como un rugido y aterrador y espantoso como un chillido. Lucille bufó y agachó las orejas. El alarido creció y el Vex retrocedió y se elevó como si fuera a atacarnos. Empujé a Liv al suelo y la protegí con el cuerpo. Me tapé la nuca, como si estuviera a punto de ser devorado por un oso en lugar de asaltado por un demonio capaz de apoderarse de mi cuerpo.
Pensé en mi madre. ¿Sentiría ella lo que yo estaba sintiendo cuando estaba a punto de morir?
Pensé en Lena.
El alarido aumentó, pero oí otro ruido aún más potente, una voz conocida. Pero no la de mi madre o la de Lena.
—¡Oscuro Demonio del Infierno, pliégate a Nuestra voluntad y abandona este lugar!
Levanté la cabeza y la vi a nuestra espalda, a la luz de una lámpara. Enarbolaba un collar de cuentas y huesos como si fuera un crucifijo. En torno a ella se agrupaban unos seres luminosos de mirada intensa y resuelta.
Amma y sus Antepasados.
No puedo explicar lo que sentí al ver a Amma y a los espíritus de cuatro generaciones de antepasados, que parecían salidos de unas fotos en blanco y negro y se congregaban a su alrededor, formados en varias filas por encima de su cabeza. Reconocí a Ivy, que ya había aparecido en mis visiones: llevaba una blusa cuello cerrado y una falda de percal y su negra piel refulgía. Pero su aspecto era mucho más intimidatorio que en las visiones. Sólo había un espíritu más feroz, una mujer que estaba a su derecha con la mano apoyada en su hombro. Llevaba un anillo en cada dedo y un vestido largo que parecía hecho con pañuelos de seda y un pequeño pájaro estampado en los hombros. Era Sulla, una Prophet. Yo no podía dejar de mirarla. A su lado, Amma parecía tan inofensiva como un profesor de catequesis.
Había otras dos mujeres, probablemente tía Delilah y su hermana, y un viejo con el rostro castigado por el sol y una barba que habría envidiado el mismo Moisés. Tío Abner. Me habría gustado tener a mano un buen bourbon para regalárselo.
Los Antepasados se apretaron en torno a Amma repitiendo una y otra vez la misma salmodia. Cantaban en gullah, la lengua original de la familia. Amma repetía lo mismo en inglés a voz en grito y agitando las cuentas y los huesos.
—Ira y venganza, expulsa al que flota, haz que se vaya.
El Vex se elevó más. La niebla y la sombra formaron un remolino sobre Amma y sus antepasados. Su alarido era ensordecedor, pero Amma ni siquiera parpadeó. Cerró los ojos y levantó más la voz para equipararla al grito demoníaco.
—Ira y venganza, expulsa al que flota, haz que se vaya.
Sulla levantó el brazo, cargado de brazaletes, y dio vueltas a una larga vara con decenas de pequeños amuletos. Quitó la mano del hombro de Ivy y la colocó en el de Amma. Su piel traslúcida y luminosa emitía destellos. Nada más tocar a Amma, el Vex profirió un chillido espeluznante y desapareció succionado por el vacío del cielo nocturno.
Amma se volvió a sus Antepasados.
—Quedo en deuda con ustedes.
Los Antepasados desaparecieron sin dejar rastro, como si nunca hubieran estado allí.
Probablemente para mí habría sido mejor irme a hacer compañía a los Antepasados, porque bastó una mirada de Amma para constatar que sólo nos habían salvado de las garras del Vex para poder triturarnos con sus propias manos. Contra el Vex habríamos tenido más probabilidades de sobrevivir.
Amma estaba que trinaba. Tenía los ojos entrecerrados, concentrados en su objetivo principal: Link y yo.
—F.U.R.I.O.S.A. —Nos cogió por el cuello a los dos como si quisiera meternos por la puerta redonda al mismo tiempo—. Como cuando uno tiene problemas, preocupación, inquietud, molestia. ¿Quieren que siga?
Negamos con la cabeza.
—Ethan Lawson Wate, Wesley Jefferson Lincoln, no sé qué asunto se traen entre manos para bajar a estos Túneles —dijo amenazándonos con su huesudo dedo—, pero veo que no tienen ni una pizca de sentido común. ¿Acaso creían que estaban preparados para enfrentaros a las Fuerzas Oscuras?
Link quiso explicarse. Craso error.
—Amma, nosotros no pensábamos enfrentarnos a ninguna Fuerza Oscura, de verdad. Sólo que…
Amma se acercó a él son su dedo amenazante.
—No me digas. Cuando acabe contigo, vas a desear que le hubiera contado a tu madre lo que te sorprendí haciendo en el sótano de mi casa cuando tenías diez años. —Link retrocedió hasta darse contra el muro donde estaba la puerta redonda. Amma no lo dejó escapar todavía—. Una historia triste y larga como la noche —dijo, y se dirigió a Liv—. ¿Y tú? ¿Eres tú la que está estudiando para ser Guardiana? ¡Pero si tienes menos seso que ese par de zoquetes! Sabiendo dónde te metías, ¿permitiste que te arrastrasen al sitio más peligroso del mundo? Vete preparando porque vas a tener que vértelas con Marian. —Link se escabulló como pudo y me llegó el turno—. Y tú —dijo, tan furiosa que hablaba sin separar los dientes—, ¿creías que no sabía lo que te traías entre manos? ¿Te crees que porque soy mujer y estoy vieja me puedes engañar? Te harían falta por lo menos tres vidas para darme esquinazo, en cuanto Marian me dijo que estaban por aquí abajo, no he tardado ni dos minutos en encontrarlos.
No le pregunté cómo lo había hecho. Mi estrategia era la misma que ante el ataque de un perro: evitar el contacto visual y mantener la cabeza gacha y la boca cerrada. Me limité a seguir andando. Cada pocos pasos, Link volvía la cabeza para mirar a Amma. Liv iba detrás, confusa. Yo sabía que no había contado con la posibilidad de que nos topásemos con un Vex, pero Amma era un enemigo muy superior a sus fuerzas.
Amma iba de última, mascullando para sí o para los Antepasados.
—¿Te crees que eres la única capaz de encontrar algo? No hace falta ser Caster para comprender lo que se proponen. —Yo oía el tintineo de los huesos contra las cuentas—. ¿Por qué te crees que dicen que soy vidente? Porque veo en lo que te has metido en cuanto te has metido en él.
Seguía murmurando y negando con la cabeza al desaparecer por la puerta redonda sin una gota de barro en las mangas ni una arruga en el vestido. Lo que al bajar nos había parecido una madriguera de conejo se había convertido en una amplia y cómoda escalera, como si aquel agujero se hubiera ensanchado por puro respeto a la señorita Amma.
—Como si un día con ese niño no fuera bastante, encima hay que enfrentarse a un Vex…
Rezongó en todos los escalones y no dejó de hacerlo en todo el camino de vuelta. Dejamos a Liv nada más abandonar los Túneles, pero Link y yo seguimos andando. No queríamos estar demasiado cerca de aquel dedo ni de aquellas cuentas.