15 de junio

El Wayward

AQUEL PRIMER INSTANTE e quedó colgando en el aire, silencioso e incómodo. El segundo fue un estallido de ruidosa confusión. Link gritó mirando a Liv, que a su vez gritó mirándome a mí, que a mi vez grité mirando a Marian, que a su vez se quedó esperado a que nos cansáramos de gritar.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Por qué me dejaron tirada en la feria?

—¿Qué está haciendo ella aquí, tía Marian?

—Pasen.

Marian abrió la puerta y nos dejó entrar. Oí que cerraba la puerta con llave y sentí pánico y claustrofobia, lo cual no tenía ningún sentido, porque la estancia no era pequeña en absoluto. Pero yo me sentía encerrado igualmente. El aire era denso y tuve la sensación de que habíamos entrado en un lugar privado, íntimo, como un dormitorio. Una sensación extraña. Extraña como la risa, que había creído reconocer equivocándome. Extraña como el rostro de la piedra.

—¿Dónde estamos?

—Cálmate, EW. Tú me haces una pregunta y yo la respondo. Yo te hago una pregunta y tú la respondes.

—¿Qué está haciendo ella aquí? —No sabía por qué estaba enfadado, pero lo estaba. ¿Es qué ninguno de mis amigos o parientes podía ser una persona normal? ¿Por qué todos tenían una doble vida?

—Siéntense, por favor —dijo Marian indicando una mesa circular en el centro de la estancia.

Liv parecía irritada. Se levantó y cruzó por delante de una chimenea imposible: el fuego no era anaranjado y tampoco ardía, era blanco y desprendía luz.

—Olivia está aquí porque es mi ayudante. Ahora me toca a mí.

—Espera un momento. Eso no es una respuesta. Me has dicho algo que ya sabía.

Yo era tan terco como Marian. Mi voz resonó entre aquellas cuatro paredes. Me fijé en la intrincada lámpara que colgaba del alto techo abovedado. Era blanca, de un material liso y pulido como el marfil, ¿sería hueso? También había unas lámparas sobre herrajes que derramaban por la estancia una luz delicada y temblorosa iluminando algunos rincones y dejando otros en sombra. En el más alejado advertí las columnas de ébano del dosel de la cama. ¿Dónde había visto yo una cama exactamente igual? Ese día todo me parecía un gigantesco déjà vu que empezaba a volverme loco.

Marian se sentó, impertérrita.

—Ethan, ¿cómo has encontrado este lugar?

¿Qué iba a decir con Liv allí presente? ¿Qué me había parecido oír a Lena, que la había intuido pero mi instinto me había conducido hasta Liv? Ni siquiera yo lo comprendía.

Aparté la mirada. Unas estanterías negras ocupaban todo el espacio desde el suelo hasta el techo. Estaban atestadas de libros y objetos curiosos que, evidentemente, pertenecían a la colección personal de alguien que había viajado más veces por todo el mundo que yo visitando el Stop & Steal. Una de las estanterías exponía una colección personal de frascos y botes como los de una vieja botica. Otra estaba abarrotada de libros. Me recordó a la habitación de Amma, sólo que sin montones de periódicos viejos y tarros llenos de tierra de camposanto. Pero había un libro que destacaba entre los demás: Luz y tinieblas. Los orígenes de la magia.

Lo reconocí enseguida… y al instante reconocí también la cama, la estantería, la inmaculada colocación de objetos hermosos. Aquella estancia no podía pertenecer más que a una persona que ni siquiera era una persona.

—Esta es la habitación de Macon, ¿verdad?

Link soltó una extraña daga ceremonial con la que estaba jugueteando. La daga cayó con un ruido metálico y mi amigo volvió a colocarla en su sitio con evidente nerviosismo. Muerto o no, Macon Ravenwood todavía le daba miedo.

—Supongo que un Túnel de los Caster comunica directamente con su dormitorio de Ravenwood. —La estancia en la que estábamos casi era una copia perfecta de la habitación de Macon en Ravenwood, con la excepción de las pesadas cortinas, que impedían pasar la luz.

—Puede ser.

—Has traído este libro aquí porque, después de mi visión del archivo, no querías que lo viera.

Marian respondió lentamente.

—Digamos que tienes razón y que este es el estudio privado de Macon, el lugar al que venía a poner en orden sus ideas. Aun así, ¿cómo nos han encontrado?

Me tropecé con la gruesa alfombra india que cubría el suelo. Tenía un complicado dibujo en blanco y negro. No quería explicar cómo había encontrado aquel lugar. Estaba confuso. Pero ¿y si mi explicación era la correcta? ¿Cómo podía mi instinto llevarme a nadie que no fuera Lena? Por otro lado, si no se lo confesaba a Marian, tal vez no volvería a salir de aquella habitación. Decidí contar una verdad a medias.

—Estábamos buscando a Lena. Está aquí abajo con Ridley y con su amigo John, y creo que tiene problemas. Hoy en la feria hizo algo que…

—Digamos que Ridley se ha portado como Ridley y que Lena también se ha portado como Ridley. Los chupachups deben de tener trabajo doble —dijo Link.

Estaba desenvolviendo una chocolatina y no se dio cuenta que yo lo miraba fijamente. Quería advertirle de que no quería que Marian ni Liv supieran ningún detalle.

—Estábamos en la biblioteca y oír reír a una chica. Era una risa, no sé, feliz, y la seguimos hasta aquí. En realidad, no puedo explicarlo. —Miré a Liv de reojo. Se había sonrojado y miraba fijamente un punto vacío de la pared.

Marian dio una palmada, señal inequívoca de que había hecho un descubrimiento.

—Supongo que esa risa te resultaba familiar.

—Sí.

—Y la has seguido sin pensarlo dos veces. Por instinto.

—Sí, creo que sí.

No sé adónde quería ir a parar Marian, pero me miraba con esos ojos de científico loco que a veces ponía.

—Cuando estás con Lena, ¿hay veces en que puedes hablar con ella sin palabras?

Asentí.

—¿Hablar kelting quieres decir?

Liv me miró, sorprendida.

—¿Cómo puede un Mortal normal conocer el kelting? —dijo.

—Excelente pregunta, Olivia —dijo Marian, y cruzó con Liv una mirada que me irritó—. Tanto que merece una respuesta.

Mi tía se acercó a las estanterías y revolvió buscando un libro como si hubiera metido la mano en el bolso para buscar sus llaves. Se trataba de los libros de Macon, así que el gesto me molestó por mucho que él no estuviera presente.

—Simplemente ocurre —expliqué—. Como si nos diéramos cita en el interior de nuestras cabezas.

—¿Puedes leer el pensamiento y no me habías dicho nada? —dijo Link mirándome como si acabara de descubrir que yo era el Llanero Solitario. Se frotó la cabeza con nerviosismo—. Oye, amigo, todo ese rollo con Lena… Y yo molestándote… —Añadió apartando la mirada—. ¿Lo estás haciendo ahora? Lo estás haciendo, ¿a que sí? Sal de mi cabeza, colega —dijo, y retrocedió hasta chocar con la estantería.

—No puedo leerte el pensamiento, idiota. Algunas veces Lena y yo podemos oír nuestros pensamientos, eso es todo. —Link pareció aliviado, pero no iba a escapar tan fácilmente—. ¿Qué estabas pensando de Lena?

—Nada, sólo quería meterme contigo —dijo mi amigo, y, cogiendo un libro de la estantería, fingió que leía.

Marian se lo arrebató.

—Aquí está. Precisamente el libro que estaba buscando —dijo y abrió el viejo volumen de piel. Hojeó las páginas rotas tan deprisa que era evidente que buscaba algo muy concreto. Parecía un viejo libro de texto o un manual de referencia—. Aquí. —Le enseñó el libro a Liv—. ¿Te suena esto? —Liv se aproximó para leer y pasaron algunas páginas asintiendo. Marian se irguió y cerró el libro—. Bueno, dinos. ¿Cómo puede un Mortal normal hablar kelting, Olivia?

—No puede. A no ser que no sea un Mortal normal, profesora Ashcroft.

Se me quedaron mirando como si yo fuera un niño y acabara de dar mis primeros pasos, o como si estuvieran a punto de comunicarme que padecía de una enfermedad terminal. El efecto combinado de ambas miradas me dio ganas de salir corriendo.

—¿Les importa decirme de qué va esta broma?

—No es ninguna broma. ¿Por qué no lo compruebas por ti mismo? —dijo Marian, entregándome el libro.

Leí la página que mi tía y Liv ya habían leído. Se trataba, en efecto, de una especie de enciclopedia Caster con ilustraciones, escrita en idiomas que no reconocí.

Algunos párrafos, sin embargo, estaban en mi idioma.

—«El Wayward: el que conoce el camino». —Leí, mirando a Marian—. ¿Eso crees que soy?

—Sigue leyendo.

—«Wayward: el que conoce el camino. Sinónimos: dux, speculator, gubernator, general, explorador, navegante. El que marca la senda».

Estaba confuso, pero, por una vez, Link lo estaba menos que yo.

—O sea, una brújula humana. En lo que a superpoderes se refiere, es bastante flojo. Eres el equivalente en Caster de Aquaman.

—¿Aquaman? —Marian no leía cómics.

—Un tío que habla con los peces —explicó Link con gesto de desaprobación—. Lo cual no es precisamente como la visión de rayos X.

—Yo no tengo superpoderes. —¿Tendría?

—Sigue leyendo —repitió Marian.

—«Desde antes de las cruzadas hemos prestado nuestros servicios. Han sido muchos nuestros hombres y ninguno. Como el susurro del primer emperador de China al contemplar la Gran Muralla o como el fiel compañero del caballero más valiente en la lucha por la independencia en Escocia. Los Mortales con un destino elevado siempre han tenido a alguien que los guíe. Como los bajeles perdidos de Colón y Vasco da Gama tuvieron quien los guiara hacia Nuestros Mundos, nosotros existimos para guiar a los Caster cuyo camino encierra un gran significado. Somos…».

Aquellas palabras no tenían ningún sentido para mí.

A continuación, oí la voz de Liv como si se hubiera aprendido la definición de memoria.

—«El que encuentra lo que está perdido, el que conoce el camino».

—Termina. —Marian se puso seria de pronto, como si aquellas palabras encerraran una especie de profecía.

—«Tenemos inclinación a lo grandioso, a los grandes objetivos, a las grandes metas. Tenemos inclinación a lo grave, a los graves objetivos, a las graves metas». —Cerré el libro y se lo devolví a Marian. No quería saber más.

Era difícil descifrar la expresión de Marian. Sopesaba el libro y guardaba silencio. Miró a Liv.

—¿Qué opinas?

—Es posible. Ha habido otros.

—No para un Ravenwood. Ni para un Duchannes, que sería casi lo mismo.

—Pero usted misma ha dicho, profesora Ashcroft, que la decisión de Lena tendrá consecuencias. Si elige la Luz todos los Caster Oscuros de su familia morirán y si elige la Sombra… —dijo Liv, y se interrumpió. Pero todos sabíamos cómo terminaba la frase: todos los Caster de la Luz de su familia morirán—. ¿No diría usted que su camino tiene un gran significado?

No me gustaba el cariz que estaba tomando la conversación por mucho que no estuviera totalmente seguro de adónde querían llegar Marian y Liv.

—Hola. Por si no habían notado, sigo aquí. ¿Quiere alguien ilustrarme un poco?

Liv se acercó a mí despacio, como si estuviera en la biblioteca leyendo un cuento a un niño.

—Ethan, en el mundo de los Caster, sólo aquellos que tienen grandes propósitos gozan de un guía, de un Wayward. Los Wayward no abundan. Hasta ahora no ha aparecido más de uno por siglo y nunca por casualidad. Si tú eres un Wayward, estás aquí por un motivo… por un propósito grandioso o terrible que sólo tú puedes llevar a cabo. Eres un puente entre el mundo de los Caster y el de los Mortales y tienes que ser muy cauto en todo lo que hagas.

Me senté en la cama. Marian se acercó y se sentó a mi lado.

—Tienes un destino que cumplir, igual que Lena. Lo cual significa que podrían complicarse mucho las cosas.

—¿No te parece que los últimos meses ya han sido bastante complicados?

—No tienes ni idea de las cosas que he visto, de las cosas que vio tu madre —dijo Marian, apartando la mirada.

—¿Así que crees que soy un Wayward de esos, que soy, como ha dicho Link, una brújula humana?

—Mucho más que eso, los Wayward no sólo conocen el camino, son el camino. Guían a los Caster por el camino que les marca el destino, un camino que de otro modo no encontrarían. Podrías ser el Wayward de un Ravenwood o de un Duchannes. De momento no está claro de quién —dijo Liv, y tuve la impresión de que sabía lo que decía. Pero al escucharla a ella y a Marian, yo no dejaba de decirme que todo aquello no tenía ningún sentido.

—Tía Marian, dile que yo no puedo ser uno de esos Wayward, que mis padres son Mortales normales y corrientes.

Ni Marian ni Liv decían lo obvio: que nadie quería revelarme la implicación de mi madre en el mundo Caster ni que Marian formaba parte de ese mundo.

—Los Wayward son Mortales, un puente entre el mundo de los Caster y el nuestro —dijo Liv, y cogió otro libro—. Por supuesto, tu madre no era lo que podríamos llamar una Mortal corriente, de igual forma que ni la profesora Ashcroft ni yo lo somos.

—¡Olivia! —exclamó Marian levantándose. Se había quedado helada.

—No querrás decir que…

—Su madre no quería que lo supiera. Y yo le prometí que no se lo diría. Si ocurre algo que…

—¡Un momento! —dije, dejando el libro en la mesilla con un sonoro golpe—. No estoy de humor para esas reglas que tanto te gustan, Marian. Esta noche no.

Liv jugueteó con el artilugio parecido a un reloj. Estaba nerviosa.

—Soy una tonta.

—¿Qué sabes de mi madre? —dije, mirando a Liv—. Dímelo ahora mismo.

Marian se sentó en la silla que había al lado de la cama.

—Lo siento —dijo Liv, que se había sonrojado e, indefensa, nos miraba a Marian y a mí alternativamente.

—Olivia lo sabe todo de tu madre —intervino Marian.

Me volví hacia Liv. Comprendí lo que iba a decirme antes que lo dijera. La verdad había ido revelándose. Liv sabía demasiado de los Caster y los Wayward y allí estaba, en los Túneles, en el estudio de Macon. Si lo que creían que era no me hubiera confundido tanto, me habría dado cuenta enseguida de que Liv era como ellas. En realidad, no sé por qué tardé tanto en descubrirlo.

—Ethan.

—Eres una de ellas, como tía Marian y como mi madre.

—¿Una de ellas? —preguntó Liv.

—Eres una Guardiana.

Al decirlo se concretaba, se hacía realidad. Sentí todo y no sentí nada al mismo tiempo… mi madre, allí en los Túneles, con el enorme aro en que Marian llevaba las llaves de los Caster. Mi madre y su vida secreta, en aquel secreto mundo del que ni mi padre ni yo formábamos ni podríamos formar parte.

—No soy una Guardiana —dijo Liv, que parecía incómoda—, todavía no. Algún día, quizás. Me estoy formando.

—¿Te estás formando para ser algo más que bibliotecaria del condado de Gatlin? ¿Por eso estás aquí, en medio de ninguna parte a pesar de tu maravillosa beca? ¿O no te han dado una beca y también eso era mentira?

—Soy una mentirosa compulsiva. Tengo una beca, pero me la ha concedido una sociedad de sabios mucho más antigua que la Universidad de Duke.

—Y que tú horroroso colegio.

—Y que mi horroroso colegio.

—Y el Ovaltine, ¿tampoco eso es verdad?

Liv sonrió con expresión de arrepentimiento.

—Soy de Kings Langley y me encanta el Ovaltine, pero si te soy sincera, desde que estoy en Gatlin, prefiero el Quick.

Link se sentó en la cama.

—No entiendo una palabra de lo que están diciendo.

Liv pasó las páginas del libro hasta que apareció una cronología de los Guardianes. Entre los nombres que allí figuraban, estaba el de mi madre.

—La profesora Ashcroft tiene razón. He estudiado los trabajos de Lila Evers Wate. Tu madre era una guardiana brillante, una autora muy importante. Es parte de mi formación leer las notas que dejaron los Guardianes que me han precedido.

¿Notas? ¿Mi madre había dejado unas notas y Liv las había leído y yo no? Me aguanté las ganas de abrir un agujero en la pared de un puñetazo.

—¿Por qué? —pregunté con rabia—. ¿Para que no cometas los errores que ellas cometieron? ¿Para que no acabes muriendo en un accidente que nadie vio y que nadie puede explicar? ¿Para que a tu muerte no dejes a una familia preguntándose en qué habrá consistido tu vida secreta y por qué nunca hablaste de ella?

Liv volvió a sonrojarse. Yo empezaba a acostumbrarme a los círculos rosas que se formaban en sus mejillas.

—Para poder continuar con su trabajo y que sus voces sigan vivas. Para que un día, cuando yo sea Guardiana, sepa cómo proteger al archivo de los Caster, la Lunae Libri, los pergaminos, los documentos de los propios Caster. Y eso es imposible sin consultar las voces de los Guardianes que me han precedido.

—¿Por qué?

—Porque ellos son mis maestros. Yo aprendo de su experiencia, de los conocimientos que acumularon mientras fueron Guardianes. Todo está conectado y, sin sus archivos, no podré entender lo que yo vaya descubriendo.

Negué con la cabeza.

—No lo entiendo.

—¿Qué no entiendes? Yo no entiendo una palabra de nada. ¿De qué demonios están hablando? —dijo Link desde la cama.

Marian apoyó una mano en mi hombro.

—Esa voz que has oído, esa risa, creo que era de tu madre. Lila te ha traído hasta aquí. Probablemente porque quería que tuviéramos esta conversación. Para que comprendieras cuál es tu destino, y el de Lena y el de Macon. Porque estás vinculado a una de sus Casas y a uno de sus destinos. Aunque todavía no sé a cuál.

Pensé en el rostro que había visto en la columna, en la risa y en la sensación de déjà vu por la habitación de Macon. ¿Era mi madre? Llevaba meses esperando una señal suya, desde la tarde en que Lena y yo encontramos su mensaje en los libros del estudio.

¿Estaba por fin intentando ponerse en contacto conmigo?

¿O no?

También me di cuenta de otra cosa.

—Si soy uno de esos Wayward, y no quiero decir que me trague nada de lo que están diciendo, puedo encontrar a Lena, ¿verdad? Se supone que debo cuidar de ella porque soy su brújula.

—Eso todavía no lo sabemos. Estás vinculado a alguien, pero no sabemos a quién.

Me levanté y me acerqué a la librería. El libro de Macon estaba en el borde de un estante.

—Apuesto a que conozco a alguien que sí lo sabe —dije, y cogí el libro.

—¡Ethan, detente! —gritó Marian. Apenas rocé la cubierta, sentí que el suelo dejaba paso al vacío del otro mundo.

En el último segundo, una mano cogió la mía.

—Llévame contigo, Ethan.

—Liv, no…

Una muchacha de largos cabellos castaños se aferraba desesperadamente a un chico alto y apoyaba la cabeza en su pecho. Las ramas de un roble enorme los ocultaban dando la impresión de que estaban solos en lugar de algunos metros del claustro cubierto de hiedra de la Universidad de Duke.

El chico cogió entre sus manos el rostro bañado en lágrimas de la chica.

—¿Crees que esto es fácil para mí? Te quiero, Jane, y sabes que no volveré a sentir por nadie lo que siento por ti. Pero no tienes elección. Sabías que llegaría el momento de decirnos adiós. Jane miró al muchacho con gesto de determinación.

—Siempre hay elección, Macon.

—No en esta situación. No una elección que no te ponga en peligro.

—Pero tu madre dijo que tal vez hubiera una manera. ¿Y la profecía?

Lleno de rabia y frustración, Macon golpeó el tronco del árbol con la mano abierta.

—Maldita sea, Jane, eso son cuentos de viejas. No hay ninguna manera en la que tú no termines muerta.

—Así que no podemos estar juntos físicamente… pues me da igual. Aun así, podemos estar juntos. Es lo único que importa.

Macon se apartó de Jane con expresión de dolor.

—En cuanto cambie, seré peligroso, un Íncubo de sangre. Están sedientos de sangre y mi padre dice que me voy a convertir en uno de ellos, igual que él e igual que su padre antes que él. Como todos los varones de mi familia desde mi tatarabuelo Abraham.

—¿El abuelo Abraham, el que creía que el mayor pecado imaginable para un sobrenatural era enamorarse de una Mortal y mancillar el linaje de los sobrenaturales? No te fíes de tu padre, que opina igual que él. Quiere separarnos para que vuelvas a Gatlin, ese maldito pueblo, para que te ocultes y vivas en su subsuelo como tu hermano. Como si fueras un monstruo.

—Es demasiado tarde. Ya siento la Transformación. Me paso las noches despierto oyendo con ansia los pensamientos de los Mortales. Y pronto ansiaré algo más que sus pensamientos. Mi cuerpo apenas puede contener lo que ya está dentro de mí, como si la bestia pugnara para liberarse.

Jane volvió la cara con los ojos bañados en lágrimas. Pero esta vez, Macon no iba a permitir que hiciera caso omiso de sus palabras. La amaba. Y porque la amaba, tenía que hacerla comprender que no podían estar juntos.

—Incluso aquí, debajo de la luz, empieza a quemarme la piel. Desde hace unos días siento el calor del sol con mucha intensidad. He empezado a cambiar y el proceso sólo puede ir a peor.

Jane ocultó la cara entre las manos. Sollozaba.

—Lo dices para asustarme, porque no quieres encontrar la manera.

Macon la cogió por los hombros y la obligó a mirarlo.

—Tienes razón, estoy intentando asustarte. ¿Sabes qué le hizo mi hermano a su novia Mortal después de la Transformación? —dijo Macon, e hizo una pausa antes de proseguir—: Abrirla en canal.

Macon echó la cabeza hacia atrás con violencia. Sus ojos desprendían un brillo amarillo y dorado en torno a sus negras y extrañas pupilas, como el eclipse de dos soles gemelos.

Apartó la mirada de Jane y se volvió hacia un lado.

—No olvides, Ethan —dijo—. Las cosas nunca son lo que parecen.

Abrí los ojos, pero no pude ver nada hasta que no levantó la niebla. Luego, ante mi vista fue apareciendo el techo abovedado del estudio.

—Me han dado escalofríos, amigo, como en El Exorcista —dijo Link negando con la cabeza. Le tendí la mano y me ayudó a levantarme. Todavía me palpitaba el corazón. Me esforcé por no mirar a Liv. Menos con Lena y con Marian, nunca había compartido una visión con nadie y no me sentía cómodo. Cada vez que la miraba, me acordaba del momento en que, al entrar en la estancia, la confundí con Lena.

Liv se incorporó. Estaba aturdida.

—Me había hablado de las visiones, profesora Ashcroft, pero nunca pensé que fueran tan físicas.

—No deberías haber hecho eso —dije. Tenía la sensación de que al permitir que Liv entrara así en su vida privada estaba traicionando a Macon.

—¿Por qué no? —dijo ella frotándose los ojos.

—Porque a lo mejor no deberías haber visto lo que has visto.

—Lo que yo vea durante una visión es totalmente distinto a lo que puedas ver tú. Tú no eres un Guardián. No te ofendas, pero no tienes ninguna formación.

—¿Por qué dices que no me ofenda cuando lo que pretendes es ofenderme?

—Ya basta —dijo Marian, que nos miraba aguardando una explicación—. ¿Qué ha pasado?

Pero Liv tenía razón. Yo no comprendía qué significaba la visión más allá de lo que los Íncubos no podían estar con los Mortales como tampoco podían los Caster.

—He visto a Macon con una chica. Decía que se iba a convertir en un Íncubo de sangre.

Liv me miró con engreimiento.

—Macon iba a sufrir la Transformación. Se encontraba en un estado muy vulnerable. No sé por qué, pero la visión nos mostraba ese momento en particular. Debe de tener su importancia.

—¿Están seguros de que era Macon y no Hunting? —preguntó Marian.

—Sí —respondimos Liv y yo al unísono.

—Macon no era como Hunting —dije, mirándola.

Liv reflexionó unos instantes y luego cogió el cuaderno que había dejado sobre la cama. Lo abrió, anotó algo rápidamente y lo cerró.

Genial. Otra chica con cuaderno.

—¿Saben qué? Qué como ustedes son las expertas, voy a dejar que sean ustedes las que lo aclaren todo. Yo me voy a buscar a Lena antes de que Ridley y su amigo la convenzan de que haga algo de lo que pueda arrepentirse.

—¿Estás sugiriendo que Lena está bajo la influencia de Ridley? Eso no es posible, Ethan. Lena es una Natural. Una Siren no puede controlarla —dijo Marian, rechazando la idea.

Pero Marian no estaba al corriente de la existencia de John Breed.

—¿Y si Ridley tuviera ayuda?

—¿Qué tipo de ayuda?

—Un Íncubo capaz de soportar la luz del día o un Caster con la fuerza y el poder de viajar de Macon. No estoy seguro de cuál de las dos cosas. —No era la mejor de las explicaciones, pero es cierto que no sabía qué demonios era John Breed.

—Ethan, debes de estar equivocado. En los archivos no hay noticia de que exista un Íncubo o un Caster con esos poderes —dijo Marian, cogiendo un libro de la estantería.

—Pues existe. Se llama John Breed. —Si Marian no sabía qué era John, no íbamos a obtener la respuesta en ninguno de aquellos libros.

—Si lo que dices es verdad, aunque me cuesta creerlo, no sé de qué puede ser capaz esa criatura.

Miré a Link. Enroscaba en un dedo la cadena de su billetera. Evidentemente, estaba pensando lo mismo que yo.

—Tengo que encontrar a Lena —dije, y no esperé respuesta.

Link descorrió el cerrojo.

Marian se levantó.

—No puedes ir a buscarla. Es demasiado peligroso. Hay Caster y criaturas de un poder desconocido en esos Túneles. Sólo has estado aquí una vez y las partes que has visitado son pequeños pasillos comparados con los Túneles DE MAYOr tamaño. Es otro mundo totalmente distinto.

No necesitaba su permiso. Mi madre me había conducido hasta allí, pero no estaba presente para impedir mi marcha.

—No puedes detenerme porque no puedes intervenir, ¿verdad? Lo único que puedes hacer es quedarte aquí sentada y observar cómo yo lo fastidio todo y escribir sobre ello para que después alguien como Liv lo pueda estudiar.

—No sabes con qué te vas a encontrar y, cuando lo hagas, no podré ayudarte.

Me daba igual. Cuando Marian terminó, yo estaba ya en la puerta. Liv se acercó.

—Voy con ellos, profesora Ashcroft. Me aseguraré de que no les pase nada.

Marian se acercó.

—Olivia, ese no es el lugar que te corresponde.

—Lo sé, pero me necesitan.

—No puedes cambiar el destino. Tienes que quedarte al margen por mucho que te duela. El papel de una Guardiana consiste en ser testigo y tomar nota, no en cambiar lo que tenga que ser.

—O sea, que eres como el bedel del instituto —dijo Link con una sonrisa—. Igual que Fatty.

Liv frunció el ceño. Seguro que en Inglaterra también había bedeles.

—No es necesario que me explique el Orden de las Cosas, profesora Ashcroft. Llevo estudiándolo desde el nivel K. Pero ¿cómo voy a ser testigo de lo que no se me permite ver?

—Puedes leerlo en los Pergaminos de los Caster, como los demás Guardianes.

—¿De verdad? ¿Puedo leer sobre la Decimosexta Luna? ¿Sobre la Cristalización que podría haber roto la maldición de los Duchannes? ¿Pudo usted leer todo eso en un pergamino? —dijo Liv, y consultó su reloj lunar—. Algo que se está fraguando. Ese Sobrenatural con poderes desconocidos, las visiones de Ethan… y las anomalías científicas. Cambios sutiles que ha captado mi selenómetro.

¿Anomalías sutiles? Más que sutiles, inexistentes. Siempre he sabido reconocer una trola en cuanto la veo. Olivia Durand estaba tan atrapada en aquella historia como todos los demás y Link y yo éramos su billete de ida. Lo que pudiera ocurrirnos a Link y a mí en los Túneles no le preocupaba lo más mínimo. Lo que quería era vivir. Como otra chica que yo había conocido… no hacía tanto tiempo.

—¿Recuerdas…?

Dejamos a Marian con la palabra en la boca, cerramos la puerta y nos fuimos.