15 de junio
Día de feria
—NO TE ATREVAS A TOCAR mis tartas hasta que no te dé permiso, Ethan Wate.
Retrocedí con las manos en alto.
—Sólo quería ayudar.
Amma me dirigió una mirada feroz mientras envolvía en un trapo de cocina una tarta de batata con cuya receta ya había ganado dos concursos. La nata y la tarta de pasas se encontraban en la mesa de la cocina, junto al bizcocho de mantequilla, que estaba listo para meterlo en la nevera. Las tartas de frutas seguían sobre las rejillas, enfriándose, y la harina cubría hasta el último rincón de la cocina.
—No llevamos más que dos días de verano, ¿y ya me sigues a todas partes? Si tiras una de mis premiadas tartas, te vas a arrepentir de no haber ido a la escuela de verano. ¿Quieres ayudarme? Pues deja de fisgonear, coge el coche y vete a dar una vuelta.
Los ánimos estaban tan revueltos como las altas temperaturas y en el bacheado camino que conducía a la carretera, hablábamos muy poco. Yo, en realidad, no abrí la boca, pero no creo que nadie se diera cuenta. Era el día más importante del año para Amma. Desde que yo tenía uso de razón había obtenido el primer puesto en el concurso a la Mejor Tarta de Frutas de la Feria del Condado de Gatlin y el segundo en Tartas de Crema. Sólo el año anterior se había quedado sin la banda que concedían a las premiadas porque únicamente había trascurrido dos meses desde el accidente de mi madre y no quisimos acudir. No obstante, Gatlin no podía jactarse de tener la feria del condado mayor o más antigua. El Festival del Melón del Condado de Hampton nos llevaba la delantera por dos kilómetros y veinte años y el prestigio de ser el Príncipe Melocotón o Reina del Desfile de Gatlin no se podía comparar con el honor de ser Míster Espectáculo o Miss Melón de Hampton.
Pero al aparcar en el polvoriento parking, la cara de póquer de Amma no nos engaño ni por un momento a mi padre o a mí. Aquel día lo único importante eran las reinas de belleza y los concursos de tartas y quien no llevaba una tarta envuelta como algunos envuelven a sus bebes recién nacidos empujaba a su niña inmaculadamente ataviada con ricitos, su mejor vestido y un bastoncito para desfilar, hasta el gran pabellón. La madre de Savannah, que organizaba el concurso de Príncipe Melocotón, se pasaría el día entero viendo candidatos mientras su hija defendía el título de Princesa Melocotón. El Gatlin, donde por otra parte no había mujer u hombre demasiado mayor para lucir una corona, el Concurso al Mejor Bebé, en el que las mejillas sonrosadas y la colocación de los pañales tenía tanta importancia como la crema en el concurso de tartas, suscitaba más interés que el Derby de Demolición. El año anterior, los jueces habían descalificado por fraude al bebé de los Skipett nada más verlo. La Feria del Condado tenía normas estrictas: no se podía llevar uniforme hasta los dos años ni maquillaje antes de los seis, y de los seis a los doce, sólo el «apropiado para su edad».
Cuando vivía, mi madre siempre estaba dispuesta a relevar a la señora Snow y el concurso para elegir al Príncipe y la Princesa Melocotón era uno de mis favoritos. Aún me parecía oírla. «¿Maquillaje apropiado para su edad dicen? Pero ¿ustedes de dónde han salido? ¿Qué maquillaje apropiado puede llevar una niña de siete años?».
Ni siquiera mi familia se perdía la Feria del Condado —salvo el año anterior, obligatoriamente—, así que allí estábamos como siempre, abriéndonos paso entre la multitud que se dirigía al recinto, llevando un par de tartas que se tambaleaban peligrosamente.
—No me empujes, Mitchell. Cuidado Ethan Wate. No pienso dejar que Martha Lincoln o alguna de esas mujeres: la señora Lincoln, la señora Asher, la señora Snow y el resto de las hijas de la Revolución, me quiten mi listón por culpa de ustedes dos.
Por fin me pusieron el sello de entrada en el dorso de la mano. Había muchísima gente, como si en Gatlin se hubieran dado cita tres o cuatro condados. Nadie quería perderse el día inaugural de la feria y eran muchos los que se acercaban al recinto, que quedaba a medio camino entre Gatlin y Peaksville. Acudir a la feria, por otra parte, equivalía a consumir una cantidad exagerada de tortas fritas con mermelada y azúcar, sufrir de un día de calor tan pegajoso que estar de pie mucho tiempo era arriesgarse a un sincope y cerrar, si había suerte, algún trato detrás de las barracas de pollos que montaban los Futuros Granjeros de América. Aquel año, la probabilidad de que yo consiguiera algo más que tortas fritas y calor sofocante era menor que cero.
Mi padre y yo acompañamos sumisamente a Amma hasta las mesas de los jueces del concurso de tartas, que estaban instaladas bajo una enorme pancarta de Southern Crusty, la marca de productos del Sur. Los concursos de belleza eran lo más popular, pero la competencia de tartas era el acontecimiento con mayor tradición de la feria. Las mismas familias habían preparado las mismas recetas durante varias generaciones y las bandas que concedían a las ganadoras constituían el orgullo de toda gran casa sureña y el oprobio de la adversaria. Aquel año corría el rumor de que algunas mujeres se habían conjurado para que Amma no consiguiera el primer premio, pero, a juzgar por los rezongos que llevaba oyendo en la cocina toda la semana, eso sólo ocurriría si el infierno se cubría de hielo y esas mujeres lo recorrerían sobre patines.
Cuando descargamos su valiosa mercancía, Amma ya estaba protestando ante los jueces por la colocación de la mesa.
—No se puede probar el vinagre a continuación de una tarta de cerezas, ni un pastel de ruibarbo entre mis tartas de crema. No se apreciaría el sabor. A no ser, muchachitos, que eso sea precisamente lo que ustedes pretenden.
—Aquí está —dijo mi padre casi sin respiración en el preciso momento en que Amma dirigió a los jueces su famosa mirada. Los graciosos señores se revolvieron en sus asientos, es decir, en sus sillas plegables.
Mi padre me indicó con la mano que saliéramos y nos escabulléramos sin dar a Amma la oportunidad de que nos alistara para la audaz misión de aterrorizar a inocentes e intimidar a los jueces. En cuanto nos vimos entre la multitud, nos dirigimos instintivamente en dirección contraria.
—¿Vas a recorrer la feria con esa gata? —me dijo mi papá mirando a Lucille, que se había sentado a mis pies.
—Supongo que sí.
Se echo a reír. Todavía no me había acostumbrado a su risa.
—Bueno, no te metas en líos.
—Nunca lo hago.
Muy en su papel de padre, Mitchell asintió y yo, muy en mi papel de hijo, también asentí. Prefería olvidarme de que, porque mi padre aún sufría el shock de la muerte de mi madre, el año anterior yo había tenido que interpretar el papel de adulto. En definitiva, mi padre se fue por su lado y yo por el mío, y desaparecimos entre las masas sudorosas.
La feria estaba abarrotada, así que tarde un buen rato en encontrar a Link. Fiel a sí mismo, estaba en la zona de juegos tratándose de ligar a la primera chica que se fijase en él. Aquel día había buenas oportunidades de conocer a algunas chicas que no fueran de Gatlin. Mi amigo estaba en una de esas atracciones en las que hay que dar un golpe con un mazo de goma gigante para probar lo fuerte que eres y tenía le mazo echado al hombro. Iba disfrazado de baterista, con una camiseta vieja del grupo Social Distortion, las baquetas en el bolsillo trasero de los vaqueros y la cadena con la que sujetaba su billetera colgando por afuera.
—Van a ver, princesas, voy a demostrarles cómo se hace. Atrás, por favor, no se vayan a hacer daño.
Las chicas se rieron y Link golpeó con todas sus fuerzas. El indicador subió por la escalada midiendo la fuerza de Link y sus posibilidades de ligar al mismo tiempo. Superó DECEPCIÓN TOTAL y DEBILUCHO y se encaminó a toda velocidad hacia la campanilla de AUTÉNTICO CAMPEÓN, pero no la alcanzó. En realidad, ni siquiera estuvo cerca. Se paró a mitad de camino, donde decía GALLITO. Las chicas lo miraron con decepción y se encaminaron al tiro con anillos.
—Este cacharro está trucado, todo el mundo lo sabe —les grito Link dejando el mazo tirado en el suelo. Probablemente tuviera razón, pero daba igual. En Gatlin todo estaba trucado, ¿por qué iba a suceder lo contrario con los juegos de la feria?
—Oye, amigo, ¿tienes dinero? —me pidió Link y, disimuladamente, rebuscó en sus bolsillos como si tuviera más de diez céntimos.
Le di cinco dólares con gesto de reprobación.
—Tienes que ponerte a trabajar, amigo.
—Tengo trabajo. Soy baterista.
—Eso no es trabajo. Si no te pagan, no es trabajo.
Link miró a su alrededor. Buscaba chicas o tartas fritas, pero me habría sido difícil precisar que, porque ante ambas cosas respondía de la misma forma.
—Estamos a punto de cerrar un bolo.
—¿Vais a tocar en la feria?
—¿En esa porquería de escenario? Ni mucho menos —dijo, dando una patada en el suelo.
—¿Al final no los han contratado?
—Nos han dicho que somos una mierda. Al principio también Led Zeppelin le parecía una mierda a todo el mundo.
Nos dimos una vuelta por la feria. No era difícil darse vuelta de que aquel año las atracciones tenían circuitos algo más cortos y juegos algo menos vistosos. Un payaso patético pasó a nuestro lado vendiendo globos.
Link se paró de pronto y me dio un codazo.
—Eh, amigo, mira eso. A las seis en punto. Quemaduras de tercer grado. —Según la escala de Link, ese era el máximo calificativo que podía otorgarse a una chica atractiva.
Me señaló una rubia que avanzaba hacia nosotros sonriendo. Era Liv.
—Link… —quise explicárselo, pero Link ya estaba de misión.
—Como diría mi madre: aleluya, que buen gusto tiene el buen Dios, amén.
—¡Ethan! —dijo Liv saludándonos con la mano.
Link me miró.
—¡No lo puedo creer! Pero si estás con Lena. Eso está pero que muy mal, amigo.
—Con quien no estoy es con Liv, aunque en realidad ya no sé con quién estoy. Tú, en todo caso, tranquilo.
Miré a Liv y sonreí. Se me heló la sonrisa en cuanto advertí que llevaba una camiseta raída de Led Zeppelin.
Link se fijó al mismo tiempo que yo.
—La chica perfecta.
—¿Qué tal Liv? Este es Link —dije y le di un codazo a mi amigo para indicarle como comportarse—. Liv es la ayudante de Marian. Va a trabajar conmigo en la biblioteca todo el verano.
Liv le ofreció la mano. Link estaba boquiabierto.
—¡Guau!
La cosa con Link es que él nunca se avergonzaba de nada. Era yo él que sentía vergüenza ajena.
—Estudia en Inglaterra y ha venido con un programa de intercambio.
—¡Reguau!
Miré a Liv y me encogí de hombros.
—Te lo dije.
Link me dedicó la mayor de sus sonrisas.
—Ethan no me ha dicho nada, pero tienes un atractivo de proporciones cósmicas.
Liv me miró fingiendo sorpresa.
—¿No le habías dicho nada? Me parece trágico —dijo y, riéndose, se colocó entre los dos y nos cogió del brazo—. Venga, chicos, explíquenme exactamente cómo se hace esa cosa tan extraña, el algodón de azúcar.
—Señorita, no estoy autorizado a revelarle secretos de estado.
—Yo sí —dijo Link, estrechándole el brazo contra el suyo.
—Pues cuéntamelo todo.
—¿Túnel del amor o tienda de los besos? —sugirió Link con una sonrisa suya cada vez más amplia.
Liv ladeó la cabeza.
—Veamos… Es una elección difícil. Me inclino por… ¡la noria!
Fue en ese momento cuando la brisa me trajo una fragancia a limones y romero y vi una melena negra que me resultó familiar.
Fue lo único, sin embargo, que reconocí. Se trataba de Lena, que se encontraba detrás de las taquillas, a unos metros de distancia, y con ropa que debía de haberle cogido prestado a Ridley. Vestía un top negro que dejaba el ombligo al descubierto y una falda negra unos diez centímetros más corta de las que solía ponerse. Llevaba una larga mecha azul desde el nacimiento del pelo hasta la espalda, pero no fue eso lo que más me sorprendió. Lena, la chica que jamás se ponía nada en la cara salvo crema protectora, estaba cubierta de maquillaje. A algunos chicos les gustan las chicas con la cara pintada, pero yo no soy uno de ellos. Los ojos, maquillados de negro, resultaban especialmente perturbadores.
Entre tantas personas con ropa vaquera y mesas con delantales de cuadros, y en medio de tanto polvo, paja y sudor parecía todavía más fuera de lugar. Sólo reconocí sus viejas botas y el collar de los amuletos. Se me ocurrió que era la cuerda de salvamento que conducía a la auténtica Lena. Porque ella jamás se había vestido así. Al menos, no mientras estuvo conmigo.
Tres chicos con muy mala pinta la miraron de arriba abajo. Tuve que contenerme para no darles un puñetazo en la cara.
Solté el brazo de Liv.
—Nos vemos luego, chicos.
Link no daba crédito. Aquel parecía su día de suerte.
—Si quieres te esperamos —dijo Liv.
—No os preocupéis. Luego los alcanzo.
No esperaba encontrarme a Lena en la feria y no sabía que decir para no dar la impresión de que me había quedado todavía más boquiabierto que Link. Como si hubiera forma de aparentar tranquilidad cuando tu novia se fuga con otro chico.
—Ethan, te estaba buscando —dijo Lena, acercándose. Parecía sincera, la misma de siempre, la que yo recordaba de meses de atrás. Parecía la Lena de la que yo estaba desesperadamente enamorado, la que me ama. Aunque se hubiera vestido y maquillado como Ridley. Me apartó el pelo de la cara, rozándome levemente la línea de la mandíbula.
—Es gracioso que ahora me busques cuando el otro día saliste huyendo —dije. Quise aparentar desenfado, pero mi tono fue demasiado grave, como si estuviera molesto.
—No salí huyendo —dijo Lena poniéndose a la defensiva.
—No, sólo me tirabas árboles y te subiste a la moto de otro chico.
—Yo no te tiré ningún árbol.
La miré enarcando las cejas.
—¿Ah, no?
—Eran ramas —dijo, encogiéndose de hombros.
Pero estaba en mis manos. Lo supe por la manera en que retorcía el clip en forma de estrella que le había regalado. Tanto lo retorció que pensé que iba a romper el collar.
—Lo siento, Ethan. No sé qué me pasa —dijo con voz suave, sincera—. A veces es como si todo me envolviera, me encerrara, y no puedo aguantarlo. En el lago no huía de ti, huía de mí misma.
—¿Estás segura?
Me miraba fijamente. Una lágrima resbaló por su mejilla. Se limpió con el dorso de la mano y cerró el puño con frustración. Luego lo abrió y apoyó la mano en mi pecho, sobre el corazón.
No es por ti. Te quiero.
—Te quiero —repitió en voz alta, y sus palabras quedaron colgando en el aire. Era una declaración pública, distinta a cuando nos comunicábamos en kelting. Me puse tenso al oírla y se me hizo un nudo en la garganta. Quise responder con algún comentario irónico, pero no se me ocurría nada salvo lo hermosa que era y cuánto lo quería.
Esta vez, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar que se me escapara tan fácilmente y puse fin a la tregua.
—¿Qué ocurre, L? Si tanto me quieres, ¿por qué no me dices quién es John Breed?
Apartó la mirada sin responder.
Contéstame.
—No es nadie, Ethan, sólo un amigo de Ridley. Entre nosotros no hay nada.
—¿Desde cuando no hay nada? ¿Desde que le hiciste la foto del cementerio?
—No le hice una foto a él, sino a su moto. Yo había quedado con Ridley y él llegó con ella.
No pasé por alto que Lena no había respondido mi pregunta.
—¿Desde cuando sales con Ridley? ¿Has olvidado ya que nos separó para que tu madre pudiera encontrarte a solas y convencerte de que te pasaras al lado Oscuro? ¿Has olvidado ya que estuvo a punto de matar a mi padre?
Se apartó de mí. Percibí que volvía a retraerse, que regresaba a un lugar donde yo no podía alcanzarla.
—Ridley me advirtió que no lo entenderías. Eres un Mortal y no sabes nada de mí, de cómo soy en realidad. Por eso no te he dicho nada.
Sentí una brisa súbita. Nubes de tormenta se avecinaban en señal de advertencia.
—¿Por qué estás tan segura de que no lo entendería si no me cuentas nada? Si me dieras la oportunidad en lugar de escabullirte…
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué no tengo ni idea de lo que me pasa? ¿Qué algo está cambiando y no lo comprendo? ¿Qué me siento como un monstruo y que Ridley es la única que puede ayudarme?
La escuchaba con los cinco sentidos. Me di cuenta de que tenía la razón. No la comprendía, no entendía lo que me estaba diciendo.
—Pero ¿te estás oyendo? ¿De verdad crees que Ridley intenta ayudarte, que puedes confiarte de ella? Es una Caster Oscura, L. ¡Pero, mírate! ¿Te parece que esta eres tú? Eso que dice que sientes… lo más probable es que ella sea la causa de todo.
Yo esperaba que empezase a llover en cualquier momento. En vez de ello se abrieron las nubes. Lena se acercó y volvió a apoyar la mano en mi pecho. Me dirigió una mirada de súplica.
—Ethan, Ridley ha cambiado. No quiso ser Oscura. Ha destrozado su vida, ha perdido a todo el mundo incluida a ella misma. Dice que convertirte al lado Oscuro cambia tu forma de sentir. Puedes sentir lo mismo que sentías, apreciar las cosas que amabas, pero con una continua sensación de distancia, como si tus sentimientos pertenecieran a otra persona.
—Pero me dijiste que no lo podía controlar.
—Me equivoqué. Recuerda a mi tío Macon, él sabía cómo controlarlo y Ridley está aprendiendo.
—Ridley no es Macon.
Un relámpago cruzó el cielo.
—Tú no sabes nada.
—Eso es verdad. Soy un estúpido Mortal. No sé nada de tu secreto mundo de Caster ni de tu repugnante prima Caster ni del chico Caster de la Harley.
Lena estalló.
—Ridley y yo éramos hermanas, no puedo darle la espalda. Ya te he dicho que en estos momentos la necesito. Y ella me necesita a mí.
No dije nada. Lena traslucía frustración. Yo estaba sorprendido de que la noria no hubiera saltado de sus goznes y hubiera salido rodando. Por el rabillo del ojo veía las luces de la montaña rusa. La misma sensación de vértigo que en una montaña rusa experimentaba yo cuando me perdía en los ojos de Lena. A veces el amor es así y encuentras una tregua cuando en realidad no la quieres.
Otras veces la tregua te encuentra a ti.
Lena me echó los brazos al cuello y me atrajo hacia ella. Encontré sus labios y nos besamos y abrazamos como si temiéramos no hacerlo nunca más. Esta vez, cuando me mordió el labio, acarició levemente mi piel con sus dientes y no hubo sangre. Sólo urgencia. La empujé contra la tosca pared de madera de detrás de las taquillas. Oía más su respiración agitada que la mía. Hundí mis dedos en sus cabellos y volví a besarla. Empecé a sentir aquella opresión en el pecho, la falta de aire, el estertor al querer llenar los pulmones. El fuego.
Lena también lo sintió y se apartó. Yo me agaché intentando recobrar el aliento.
—¿Estás bien?
Respire hondo y me incorporé.
—Sí, estoy bien. Para un Mortal.
Me dedicó una sonrisa auténtica y buscó mi mano. Advertí entonces que se había hecho un dibujo muy extraño en la palma. Líneas curvas y espirales que se enroscaban hasta la muñeca y el antebrazo. Eran trazos parecidos a los de henna con que se adornaba la adivina que echaba las cartas en un puesto con olor a incienso barato del otro extremo del recinto.
—¿Qué es eso? —pregunté cogiéndola por la muñeca, que ella apartó de un tirón. Acordándome del tatuaje de Ridley, me pregunté si el dibujo de Lena sería de rotulador.
Así es.
—Será mejor que bebas algo.
Tiró de mí para rodear las taquillas y yo la dejé. No quería seguir enfadado cuando vislumbraba la posibilidad de que el muro que se interponía entre nosotros se viniera abajo. Lo sentí al besarnos unos momentos antes. Aquel beso no tenía nada que ver con el del lago, que me había cortado la respiración pero por razones diferentes. Quizá nunca supiera el significado de aquel beso, pero sabía que el que acabábamos de darnos era para nosotros una oportunidad. Tal vez la única que nos quedaba.
Pero sólo duró unos momentos.
En cuanto vi a Liv, que llevaba dos nubes de algodón de azúcar en una mano y me saludaba con la otra, supe que el muro volvía a levantarse. Quizá para bien.
—Ethan, te he comprado algodón de azúcar. ¡Ven, vamos a la noria!
Lena me soltó. Comprendí la idea que se había formado: chica rubia y delgada con largas piernas, dos nubes de algodón de azúcar y sonrisa expectante. Estaba sentenciado antes incluso de que Liv pronunciase la palabra vamos.
Esa es Liv, la ayudante de Marian. Trabaja conmigo en la biblioteca.
¿También trabaja contigo en el Dar-ee Keen? ¿Y en la feria?
Otro relámpago atravesó el cielo.
No es lo que parece L.
Liv me dio el algodón de azúcar y miró a Lena con una sonrisa y le tendió la mano.
¿Una rubia? Lena no había apartado la vista de mí. ¿En serio? ¡No me digas!
—Lena, ¿verdad? Hola soy Liv.
Ay, el acento. Eso lo explica todo.
—Hola, Liv —dijo Lena, pronunciando el nombre como si tuviéramos al respecto una broma privada. No tocó la mano de Liv.
Si Liv advirtió el desprecio, no dejó que se notase y retiró la mano.
—¡Por fin! Llevo días intentando que Ethan nos presente como es debido, porque parece que él y yo vamos a pasar juntos todo el verano.
No me digas.
Lena no me miraba y Liv no dejaba de mirarla a ella.
—Liv, lo siento, pero este no es buen… —intervine, pero no podía impedirlo. Era una situación penosa: dos trenes a cámara lenta a punto de chocar.
—No seas tonto —me interrumpió Lena con los ojos clavados en Liv, como si, dotada de los poderes de una Sybil, fuera capaz de interpretar su rostro—. Encantada de conocerte.
Es todo tuyo. Por mí puedes quedarte con el pueblo entero.
Liv tardó unos dos segundos en darse cuenta de que había interrumpido algo. Intentó llenar el silencio de todas formas.
—Ethan y yo no paramos de hablar de ti. Me ha dicho que sabes tocar la viola.
Lena se puso tensa.
Ethan y yo… Liv añadió un tono malicioso, pero con las palabras habría bastado. Yo sabía cómo se las tomaría Lena: Ethan y la chica Mortal, la chica capaz de ser todo lo que ella no podía ser.
—Tengo que irme —dijo Lena dando media vuelta sin que yo pudiera cógela del brazo.
Lena…
Ridley tenía razón. Sólo era cuestión de tiempo, hasta que otra chica llegara al pueblo.
Me pregunté qué otras cosas le habría dicho Ridley.
¿De qué estás hablando? Sólo somos amigos, L.
Nosotros también éramos sólo amigos.
Se marchó abriéndose paso a empujones entra la sudorosa multitud y provocó una caótica reacción en cadena. El efecto dominó parecía interminable. No pude verlo bien, pero en algún sitio entre ella y yo, un payaso tropezó y uno de los globos que llevaba estalló, un niño se echó a llorar porque se le había caído el helado y una mujer se puso a gritar porque una máquina de hacer palomitas había empezado a echar humo y arder. Incluso en la resbaladiza confusión de calor, brazos y ruido, todo cambió al pasar Lena. Su fuerza de atracción fue tan poderosa como la luna para las mareas o el sol para los planetas. Respecto a mí, estaba atrapado en su órbita aunque ella se alejara de la mía.
Di un paso hacia ella, pero Liv me cogió del brazo frunciendo el ceño, como si estuviera analizando la situación o haciéndose cargo de ella por primera vez.
—Lo siento, Ethan. No quería interrumpir. Quiero decir, si, ya sabes, he interrumpido algo…
Quería saber lo que había pasado entre Lena y yo sin preguntarlo, pero no dije nada. Supongo que sería la mejor respuesta.
El caso es que no seguí andando y dejé que Lena se fuera.
Llegó Link abriéndose paso entre la gente. Traía tres latas de Coca-Cola y una nube de algodón de azúcar.
—Amigo, en el puesto de las bebidas hay una cola brutal —dijo, dándole una lata a Liv—. ¿Me he perdido algo? ¿Esa de ahí era Lena?
—Se ha marchado —dijo Liv sin más explicaciones, como si las cosas fueran así de simples.
Y ojalá lo hubiera sido.
—Da igual. Olvidémonos de la noria —dijo Link—. Será mejor que vayamos a la carpa principal. Van a anunciar a las ganadoras del concurso de tartas en cualquier momento y como no seas testigo de su momento de gloria, Amma te va a arrancar la piel en tiras.
—¿Hay tarta de manzana? —preguntó Liv.
—Sí, pero para probarla hay que ponerse unos Levi’s, beberse Coca-Cola y conducir un Chevrolet mientras cantas American Pie.
Aunque iban a un paso de mí, oí en la lejanía las bromas de Link y la risa fácil de Liv. Ellos no tenían pesadillas ni eran víctimas de una maldición. Ni siquiera estaban preocupados.
Link tenía razón. No podíamos perdernos el momento de gloria de Amma. Por mi parte, seguro que ese día no me daban ninguna banda de ganador. Tampoco hacía falta dar un mazazo en la vieja y trucada atracción de la feria para saber qué resultado obtendría. Link sería un GALLITO, pero yo me sentía menos que una DECEPCIÓN TOTAL. Ya podía dar el golpe más fuerte del mundo y la respuesta siempre sería la misma. Por mucho que me esforzara, últimamente siempre acababa entre PERDEDOR y NULIDAD ABSOLUTA. Además, empezaba a tener la impresión de que Lena tenía el mazo entre las manos. Por fin comprendí por qué Link escribía tantas canciones sobre el abandono.