Me gustaría dar las gracias a Paolo Valentino, que, junto a todo su equipo, me ha ayudado con mucha paciencia y con excelentes sugerencias. A veces nos hemos quedado al teléfono hasta entrada la noche. Me ha recordado cuando era un chaval, cuando tal vez estabas hablando por teléfono con la persona que te gustaba y no colgabas nunca, no parabas de decir: «Cuelga tú…», y del otro lado te contestaban: «No, cuelga tú…». Y al final, agotado, te daban las tantas con la esperanza de que tus padres no te pillaran, porque al día siguiente tenías que ir al colegio. Aunque esta vez era para corregir las galeradas.
Gracias a mi agente Kylee Doust, Ked, ¡que con gran pasión se encarga de cada libro como si fuera un «hijo»!
Gracias a Laura Ceccacci, que me ha seguido en muchas ocasiones, y además esta última la ha vivido con gran entusiasmo. Cuando llego a la oficina me pregunta: «¿Quieres un café?», y luego añade: «¿Con cuánto azúcar?», porque nunca se acuerda de que lo tomo sin. No obstante, ése es el único reproche que puedo hacerle. Ah, y además me gusta porque me ha mentido para no decir mentiras.
Un agradecimiento especial a Andrea Delmonte, me hace mucha gracia porque me dice unas frases muy bonitas, me elogia, me hace cumplidos, y luego, al final, acaba llevando a comer a otro. Tal vez quiere que esté a dieta. En el trabajo es un gran profesional, sin embargo perdió el campeonato de ping-pong. Aunque está convencido de que este año lo ganará, quizá porque ya no se celebra.
Gracias a Giulia, a AleG y a Marilù, que cada noche me hacen volver a ser niño antes de irme arriba a escribir.
Gracias también a mis hermanas, Fabiana y Valentina, y a mi madre, Luce, que me han ayudado fuera y dentro de esta novela.
Y finalmente un gracias especial a mi gran amigo Giuseppe, por tantas cosas que él y yo sabemos y que me han sido de particular ayuda. Es bonito saber que siempre puedes contar con alguien.