Con alivio, Karuth atravesó a toda prisa la puerta principal del Castillo, dejando atrás la nieve; se paró para sacudir los pies y quitarse del pelo los copos que ya se fundían, antes de dirigirse hacia la escalera principal y a su cuarto. Estaba en mitad de la escalera cuando se encontró con Shaill, que bajaba. Los ojos de la Matriarca brillaron intensamente al verla, y con rapidez se llevó a Karuth a un lado, al abrigo de las sombras de la balaustrada.
—Querida, cuánto me alegro de haberte encontrado. —Miró en ambas direcciones, asegurándose de que nadie pudiera oírlas—. Habrá una reunión más tarde, esta noche, cuando el resto del Castillo duerma. Seremos unos pocos, y me gustaría mucho que asistieras.
Sorprendida, Karuth dejó de lado sus preocupaciones acerca del mensaje de Strann y la reacción de Tarad.
—¿Una reunión?
—Sí. Tiene que ver con Calvi; de ahí el secreto. Evidentemente, no queremos que ni él ni la usurpadora se enteren. Nos reuniremos en la biblioteca, cuando salga la segunda luna. Creemos que es lugar más seguro que los aposentos de cualquiera de nosotros; la usurpadora nunca va por allí, y, si se enterara de algo, creo que es el último lugar donde nos buscaría. ¿Podemos contar con que vendrás?
Karuth sabía que varias reuniones como aquélla ya habían tenido lugar recientemente; reuniones pequeñas, clandestinas, para discutir los problemas del Círculo y buscar soluciones. Sin embargo, era la primera vez que se le pedía que participara, y el hecho de que se la invitara ahora, después de una omisión tan prolongada y evidente, despertó su curiosidad. Podía implicar, pensó, que la actitud del Círculo de adeptos acerca de la lealtad al Caos estuviera cambiando.
—Sí —contestó. Se preguntó quién más estaría presente, pero decidió no preguntárselo a Shaill, no fuera a pensar que recelaba. Pronto lo descubriría, de todos modos—. Sí, Shaill. Allí estaré.
La salida de la segunda luna era tarde aquella noche, pero Karuth no temía quedarse dormida y perder la cita. Desde la llegada de la usurpadora y su separación obligada de Strann, le costaba mucho dormir más de una o dos horas seguidas, y aquella noche no era ninguna excepción. Se quedó adormilada un par de veces mientras leía sentada junto al fuego, pero nunca más de unos minutos y, cuando por fin la segunda luna apareció por encima de la negra muralla del Castillo, estaba bien despierta y mentalmente dispuesta.
Los pasillos se hallaban vacíos y a oscuras, y sintió alivio al ver que las nubes de nieve se habían alejado hacia el sur, dejando un cielo despejado que le permitía abrirse camino por los pasillos silenciosos a la luz de la luna. Al llegar al patio, se aseguró con cuidado de que no hubiera nadie fuera antes de pasar corriendo por la senda pisoteada bajo la columnata, en dirección a la puerta de la biblioteca.
La escalera de caracol estaba débilmente iluminada desde abajo, y, cuando entró en la biblioteca, Karuth vio que sus compañeros de conspiración ya estaban allí y la esperaban. Eran cuatro: Shaill, la hermana Alyssi, que era una de sus superioras y confidente íntima, Sen Briaray Olvit… y Tirand. Karuth se sorprendió al ver a su hermano. Sabía lo contrario que había sido hasta el momento a emprender cualquier acción contra el embrujo de Calvi y le costaba creer que Shaill hubiera conseguido reclutarlo para su causa. Igualmente difícil le resultaba creer que hubiera consentido en que su hermana fuera invitada, porque, aunque recientemente habían mejorado sus relaciones y la vieja pelea mostraba signos de comenzar a curarse, Karuth dudaba todavía que Tirand estuviera dispuesto a confiar en ella. Entonces la mirada de preocupada sorpresa de su hermano le dijo que él, a su vez, no esperaba encontrarla allí aquella noche, y se dio cuenta de pronto que aquello era obra de la Matriarca. Shaül había montado aquel encuentro por algún motivo inescrutable, y Karuth se volvió hacia ella, con ojos acusadores. Shaül se limitó a sonreír enigmáticamente y dio unas palmaditas en la silla vacía que tenía a su lado.
—Querida, ven y siéntate —le indicó. Estaban todos sentados alrededor de una de las mesas de la biblioteca, con dos linternas dispuestas entre ellos—. Ya estamos todos, de manera que comencemos sin más dilación. Alyssi, si eres tan amable de cerrar la puerta… Puede que sea una precaución innecesaria, pero nunca se sabe. —Se frotó las manos por encima de una de las linternas, intentando calentarlas. Hacía mucho frío en la biblioteca, y Karuth se felicitó por haber tenido la precaución de llevar su abrigo más grueso.
—Veamos —la Matriarca asintió satisfecha a Alyssi cuando ésta volvió y ocupó su sitio—, ante todo quiero daros las gracias a todos por haber dejado vuestros cálidos lechos. Lamento haber convocado esta reunión a una hora tan intempestiva y en un lugar tan incómodo; pero, como estoy segura de que todos sabréis, es esencial que ciertas personas no sospechen nada extraño. —Hizo una pausa antes de continuar—: Y supongo que es mejor que sea sincera con vosotros y que añada que al decir «ciertas personas» no me refiero únicamente a la usurpadora y a Calvi.
Sen frunció el entrecejo.
—Me pierdo, Shaill. ¿Quieres decir que hay otras personas en el Castillo que han caído bajo la influencia de Ygorla?
—No, no estoy diciendo eso, Sen. Quiero decir, sencillamente, que no quiero que nuestro señor Ailind sepa de esta discusión.
Hubo un tenso silencio. Todos, excepto la Matriarca, miraron a Tirand, esperando que reaccionara. Pero Tirand no reaccionó. Se limitó a seguir sentado, con los codos apoyados en las rodillas, contemplándose con firmeza las manos entrelazadas.
Por fin Sen dijo en voz baja:
—¿Por qué, Shaill? ¿Por qué no quieres que se entere nuestro señor Ailind?
La Matriarca le devolvió la mirada.
—Porque a pesar mío he llegado a la conclusión de que, al menos en este asunto, sus intereses y los nuestros no coinciden. —Hizo un gesto en dirección al Sumo Iniciado—. He hablado con Tirand de esto y le he explicado los motivos de mi opinión. No está del todo de acuerdo conmigo, pero… Bueno, Tirand, quizá sería mejor que lo dijeras con tus palabras.
Tirand adivinó lo que pensaban los demás y decidió ahorrarles la incomodidad de tener que expresarlo en voz alta.
—Sé que todos conocéis mi lealtad a nuestro señor Ailind —dijo—, y por ello no me cabe duda de que os estáis preguntando si Shaill hace bien en hablar con tanta franqueza en mi presencia. Así que, antes de que prosiga, diré que le he dado mi promesa de que ni una palabra de lo que se diga aquí esta noche saldrá de esta habitación.
Viendo el intenso rubor en las mejillas de Sen y de Karuth y la manera en que Alyssi bajaba la vista, supo que su sospecha había sido acertada, y se permitió una irónica sonrisa.
—Éste no es el momento adecuado para discutir el bien y el mal de este asunto. Os diré lo que ya le he dicho a Shaill: que he suplicado tres veces a nuestro señor Ailind para que ayude a Calvi, y que cada vez se ha negado.
—¿Por qué? —preguntó Sen.
Hubo una pausa.
—No me dio razón alguna, pese a que se lo pregunté. En lugar de eso —Tirand se encogió de hombros y pareció necesitar hacer acopio de valor antes de terminar la frase—… se limitó a decir que no es propio que los mortales cuestionen las decisiones de los dioses. Y… yo ya no puedo seguir aparentando que me satisface ese estado de cosas.
Karuth giró la cabeza, de manera que su cabellera ocultara la expresión de su rostro. ¿Cuántas veces había escuchado, al igual sin duda que los demás, palabras parecidas salir de los labios de Ailind? Aquella actitud altiva había estado en el origen de sus primeros choques con el señor del Orden, y lo mismo empezaba a ocurrirles a un número cada vez mayor de adeptos, entre ellos Sen. Pero que Tirand reconociese abiertamente que él también comenzaba a albergar dudas era algo completamente distinto. Desde el inicio de todo aquel feo asunto había apoyado firmemente la causa del Orden y los métodos del Orden, hasta el punto de caer en la tozudez. ¿Había obrado Shaill un milagro de persuasión, o es que otra cosa había provocado aquel extraordinario, aunque todavía inseguro, cambio de ánimo?
Miró a su hermano de reojo, y de pronto encontró la respuesta. No era Shaill la causa, aunque tal vez había avivado un sentimiento que ya empezaba a nacer. La causa era Calvi. Tirand había sido siempre una persona de fuertes lealtades, y durante años no sólo había sentido un profundo cariño por Calvi sino también una cierta responsabilidad, más desde la horrible muerte de su hermano, Blis. Ahora Calvi estaba en peligro, y por primera vez Tirand se encontraba con su lealtad dividida. A un lado estaba Ailind, uno de los siete dioses a cuyo incuestionable servicio se había entregado; pero en el otro lado estaba la dura realidad de un amigo en apuros. Colocado en una situación en la que no podía seguir apoyando una causa sin renunciar a la otra, la conciencia de Tirand —y su carácter esencial— lo había obligado a tomar una decisión clara.
Tirand tomó de nuevo la palabra, y Karuth advirtió que no le resultaba fácil. Un cambio de opinión tan drástico no era algo que se reconociera así como así, y notó que en su interior se debatía todavía ante lo que debía parecerle una traición a su juramento al Orden.
—El hecho —explicó— es que no puedo aceptar la insistencia de nuestro señor Ailind de que deberíamos abandonar a Calvi a su suerte. Debemos intentar hacer algo; y, si los dioses no están dispuestos a ayudarnos, entonces debemos intentarlo solos. —Se echó hacia atrás, con una expresión como a la defensiva, pero que también mostraba un atisbo de alivio al haber dicho lo que pensaba. Su mirada se encontró con la de Karuth. Ella sonrió un tanto insegura, y él le devolvió la sonrisa aunque con cierta ironía.
Sen se aclaró la garganta.
—Comparto totalmente esa opinión —dijo—, y ello nos lleva al motivo de esta reunión. Sabemos demasiado bien a qué clase de criatura nos enfrentamos en cualquier trato que tengamos con la usurpadora. Sólo con nuestros poderes contra los de ella, ¿qué podemos hacer para liberar a Calvi de la trampa en que ella lo ha envuelto? —Miró a los demás uno por uno—. Sinceramente admito que no sé si es posible. De hecho no parece que Calvi sea su prisionero en contra de su voluntad; más bien todo lo contrario.
—Eso es cierto, Sen —apuntó Tirand—, pero olvidas algo. Calvi, el verdadero Calvi, es tan cómplice voluntario de Ygorla como tú o como cualquiera de los que estamos en esta sala. Está embrujado. Si se rompiera el sortilegio, la cosa sería muy diferente.
—Sí, sí, claro —repuso Sen; luego arrugó la frente—. ¿Sabes, verdad, que circulan rumores acerca de eso? Hay gente que dice que Calvi es perfectamente consciente de lo que hace, y que no es una víctima, sino un traidor.
Tirand le lanzó una mirada iracunda.
—Sí, lo sé. Y he dejado bien claro que quien sea descubierto propagando esas historias merecerá un severo castigo, ¡ya se trate de un criado o de un adepto de séptimo rango!
Sen asintió y volvió con rapidez al tema que los ocupaba.
—Bueno, sea como sea, y como ya he dicho, sólo podemos contar con nuestros recursos, y no hay ninguna probabilidad de que Calvi nos ayude. —Lanzó una mirada sombría en derredor—. Lo cual nos deja, creo yo, con dos opciones para elegir: la fuerza o la magia.
—¿La magia? —Tirand pareció consternado—. ¿Contra ella?
—No, no… ¡ni siquiera yo soy tan imprudente! —se apresuró a decir Sen—. Quiero decir contra Calvi… Encontrar un medio de romper el sortilegio que ella lanzó sobre él y abrirle los ojos.
—Eso sería lo mismo. Si lo atacas, atacas a la usurpadora también. Al menos, así lo vería ella.
Sen se encogió de hombros.
—Pero tiene que ser una de las dos. No hay tercera opción.
—Espera, Sen —intervino la Matriarca—. Antes de que sigamos con esto, quizá debería ser sincera con Tirand y con Karuth y reconocer mi motivo para convocarlos aquí esta noche. —Se apoyó en el respaldo de su silla, aspiró hondo y miró a los dos hermanos, uno tras otro—. Supongo que es tan buen momento como cualquier otro para confesar que desde el principio tenía otro motivo. Tirand, Karuth, para decirlo llanamente, mi intención esta noche es intentar enterrar los últimos vestigios de la disputa entre vosotros. Sé que ambos habéis dado pasos inseguros para curar las heridas, pero ninguno parece capaz de dar el paso definitivo. Así que he decidido darlo por vosotros, y he obligado a que Sen y Alyssi vinieran a apoyarme y, si hiciera falta, a actuar como moderadores. No me avergüenzo de mi táctica, porque creo que tenemos una causa común que va más allá de las enemistades personales o de las lealtades distintas. Esa causa es Calvi. Por su bien, si no por el vuestro o el mío, os suplico que os reconciliéis formalmente y que deis vuestra ayuda unida y sin regateos para salvar a nuestro Alto Margrave.
Terminó de hablar y se produjo un silencio largo e incómodo. Por fin, Shaill lo rompió.
—¿Bien? ¿Ninguno de los dos tiene nada que decir?
Las miradas de los hermanos se encontraron. Karuth sintió que le ardían las mejillas. Tirand parecía inseguro, y se mordió el labio inferior.
—La disputa entre nosotros dos no debió comenzar nunca… —comenzó a decir.
—Yo no la busqué —replicó Karuth. Entonces se dio cuenta de que sus palabras podían ser malinterpretadas y añadió apresuradamente—: Quiero decir… Me gustaría que olvidáramos nuestras diferencias. —Miró indecisa a su hermano—. No puedo discutir la sabiduría de Shaill, y no quiero hacerlo. Y antes siempre habíamos sido excelentes amigos.
Shaill cogió la mano derecha de Karuth y la izquierda de Tirand.
—Ahora el Círculo os necesita a los dos. ¿No es hora de olvidar y perdonar?
Sen y Alyssi miraban al suelo. Tirand vaciló, apenas un instante, y luego dijo:
—Yo estoy dispuesto, si Karuth lo está.
Karuth, avergonzada y furiosa, sintió que las lágrimas le inundaban los ojos. Pero supo que no eran provocadas únicamente por la perspectiva de la reconciliación. Todos los otros sufrimientos y confusiones se veían enredados: su separación de Strann, los riesgos que corría cada hora que pasaba, sus propias inseguridades y miedos acerca del futuro. Parpadeó rápidamente.
—Sí —asintió—. Sí. Yo también estoy dispuesta. Y… —Tirand había hecho el primer gesto, pensó. Era justo que ella también contribuyera—. Te pido perdón, Tirand, por mis duras palabras en el pasado. No debí decirlas nunca, ni siquiera pensarlas.
La disculpa sonó vacilante, un tanto forzada, pero el alivio al decirlo fue intenso. Tirand sonrió con timidez.
—Están olvidadas —aseguró él, que también parecía incómodo—. Y retiro las mías. Fueron injustas, muy injustas.
Con el aspecto de alguien que acaba de demostrar una teoría de su invención, Shaill les unió las manos.
—Bien —dijo en voz baja—. Pero ha hecho falta una tercera persona para conseguir lo que ambos deseabais y podríais haber hecho hace mucho tiempo. Ahora, por favor, estrechaos las manos y sellad el pacto.
Se estrecharon las manos. Tirand apretó con firmeza la mano de Karuth; ella respondió, y la Matriarca puso su puño cerrado sobre las manos de ambos. Su gesto convirtió la reconciliación en algo formal y vinculante y rápidamente —demasiado rápido, sospechó Karuth, como si lo hubieran ensayado—. Sen y Alyssi pusieron sus puños sobre la mesa para actuar como testigos.
Por fin la Matriarca se echó para atrás en su asiento, y Tirand y Karuth dejaron de estrecharse las manos y las apartaron. Karuth no sabía si reír, reprender a Shaill por su descarado atrevimiento, o romper a llorar. Aquello era extraño. El abismo salvado, la reconciliación formalmente ratificada; pero ¿había cambiado alguna cosa? No lo parecía. Tuvo la misma sensación de decepción que había experimentado tras superar sus distintas pruebas de rango de adepto o un examen del Gremio de Músicos, cuando, esperando grandes cambios en su persona, se había sentido defraudada al ver que el mundo y todo lo que contenía seguían igual que antes.
¿O no era del todo cierto? Había una diferencia. Más que un cambio era la ausencia repentina de algo que ni siquiera había notado conscientemente hasta ahora, pero que había permanecido agazapado en los rincones más oscuros de su mente, royéndola en silencio pero con insistencia. Nunca había querido pelearse con Tirand. Nunca lo había odiado como se había hecho creer a sí misma; pero, sin manera evidente de encontrar una salida, el engaño se había mantenido y la había amargado. Ahora había desaparecido y, por primera vez desde los penosos acontecimientos del pasado otoño, se sentía liberada de las cadenas que ni siquiera se había dado cuenta que la atenazaban.
Alzó la mirada y se encontró con los ojos de Tirand, y adivinó que sus sentimientos respondían a los suyos. Quería decir algo, pero no sabía qué. Pero, antes de que pudiera hablar, Shaill se le adelantó.
—¡Bien! Ahora que ese pequeño problema se ha resuelto a gusto de todos, quizá podamos ocuparnos del otro asunto de la noche.
El cambio de tema fue tan brusco, sus palabras tan rápidas y prosaicas, que Karuth y Tirand parpadearon, desconcertados por un momento, e incluso Sen y Alyssi parecieron cogidos por sorpresa. La Matriarca les dirigió a todos una lacónica sonrisa.
—No os preocupéis, todavía no he terminado con nuestros amigos recién reconciliados —declaró y su penetrante mirada fue de un hermano a otro—. De hecho, voy a poner a prueba este feliz estado de la cuestión haciéndole una pregunta a Karuth. Karuth, Tirand ya nos ha contado los resultados de sus súplicas a nuestro señor Ailind, por lo que debemos buscar la salvación de Calvi en otra dirección. ¿Qué hay de nuestro señor Tarod? ¿Crees que nos ayudaría en lo que nuestro señor Ailind nos ha negado?
Karuth la miró sorprendida. No se esperaba algo semejante, ni se lo esperaba Tirand. El Sumo Iniciado estaba totalmente perplejo. Abrió la boca para protestar, pero entonces vio las expresiones de Sen y Alyssi. Lo sabían. De hecho, Tirand comprendió que aquello debía formar parte del plan de la Matriarca desde el principio; quizás había sido el único motivo para toda su conspiración…
Cerró la boca, pero la abrió de nuevo.
—Shaill… —Su voz denotaba indignación, pero no encontró las palabras para decir lo que quería.
Shaill se aprovechó de su impotencia y le dirigió una sonrisa mordaz.
—De acuerdo, Tirand, lo reconozco. Es un complot descarado por mi parte, y aquí quería llegar. Sé que en la situación actual lo que dije suena a herejía, pero ya deberías saber que ante todo soy una persona pragmática. Es bastante sencillo, querido. Los señores del Orden no quieren ayudarnos, entonces, ¿puedes darme una buena razón por la que no debamos suplicar en su lugar a los señores del Caos?
—¡Porque sería ir descaradamente en contra del juramento de obediencia del Círculo al Orden!
—Una lealtad que incluso tú admites que es un poco unilateral —replicó Shaill—. Por favor, Tirand, aunque sea sólo por un instante, intenta dejar a un lado tus prejuicios; y no, no me mires así. Tienes prejuicios, claro que los tienes, y no lo digo con intención de denigrarte. Todos tenemos nuestras lealtades y nuestras preferencias, y nada tienen de malo. Pero deberían tener un límite. No deben llegar a causar una separación dura, amarga e innecesaria entre hermano y hermana —enarcó expresivamente una ceja al ver que lo que decía surtía efecto—, ni tampoco debe cegarnos a la urgencia de nuestras necesidades. Así que te lo pido: olvida por un momento tus prejuicios y piensa en Calvi. Debemos ayudarlo. No sólo es nuestro querido amigo, sino también nuestro Alto Margrave. Aunque odio contemplar las cosas desde una perspectiva tan fría, eso pesa más incluso que nuestras consideraciones personales. Calvi es la figura alrededor de la cual gira todo. Si lo perdemos, perderemos con él gran parte de nuestra esperanza. Por el bien de todos, no sólo por el suyo, creo que debemos utilizar todos los medios a nuestro alcance para liberarlo de la influencia de la usurpadora, y es por eso por lo que digo que, si el Orden nos ha fallado, debemos volvernos hacia el Caos.
Tirand no respondió enseguida. Se sentía de repente terriblemente desgarrado, porque, aunque lo que había dicho Shaill iba contra todo aquello en que creía, tenía que admitir que su razonamiento poseía una lógica demoledora. Los dioses del Orden les habían fallado, y el abandono era doblemente amargo por el hecho de que Ailind ni siquiera había querido considerar favorablemente sus súplicas. Se preguntó entonces si buscar en su lugar a Tarod del Caos sería un acto tan loco y blasfemo. Tan sólo un día antes, el mero hecho de pensar en esa posibilidad lo habría perturbado hasta los huesos. Pero, tal y como decía Shaill, salvar a Calvi de Ygorla no sólo era su deseo, sino también su deber. Era su Alto Margrave, y su seguridad era una preocupación esencial para todo el mundo. Y eso era lo que hacía tan difícil —no, se corrigió, no difícil, sino imposible— comprender la actitud de Ailind.
Lealtades y preferencias, había dicho Shaill, pero que no debían llegar a cegarnos ante la urgencia de nuestras necesidades… Miró a su hermana.
—Karuth…, si me mostrara favorable a un acercamiento a… a nuestro señor Tarod…, ¿crees que nos ayudaría?
Karuth había observado la silenciosa batalla de su hermano entra la conciencia y la necesidad, y, cuando le hizo la pregunta, sintió que las últimas barreras que los separaban se venían abajo. Pero, a la vez, se sintió desanimada, porque sólo podía ofrecer una respuesta. Dos días atrás, quizás hubiera visto las cosas de otra forma, pero las recientes experiencias la habían llevado a una conclusión no deseada pero inevitable. Tarod la había tratado casi como una igual y desde luego como una amiga. Le había ofrecido amabilidad y consideración, le había dado apoyo y seguridad cuando estaba en sus momentos más bajos. Pero en el fondo sabía que toda la compasión y la generosidad no iban más allá de lo que servía a los propósitos de Tarod. Había aprendido que era una locura atribuirle impulsos y emociones humanas. Los señores del Caos tal vez se mostraban más compasivos con sus fieles que los señores del Orden con los suyos, pero, cuando se trataba de elegir, sus intereses eran primero. La justicia y la imparcialidad no entraban en los cálculos. Tarod y los suyos no eran hombres, sino dioses, y a sus ojos los temores y esperanzas de los mortales eran demasiado insignificantes para ser tenidos en cuenta.
De repente comprendió qué era lo que de verdad había impulsado a Shaill. La Matriarca compartía sus sentimientos y sus dudas, y, al carecer de una profunda lealtad a uno de los bandos que le empañara el juicio, había previsto lo que sucedería inevitablemente cuando los intereses de los dioses y los hombres ya no coincidieran. En aquel asunto, el Círculo y sus amigos estaban solos. La Matriarca lo sabía y había seguido un arriesgado juego en el que, por medio de la reconciliación, podría abrir los ojos de Karuth y de Tirand.
Karuth vaciló un instante. Luego, con voz baja pero tranquila, dijo:
—No puedo estar segura, Tirand. Pero… no creo que nos ayude.
Tirand la miró.
—¿Por qué?
—Porque no tendrá en cuenta ningún acto que pueda poner en peligro la seguridad de la gema del alma de su hermano.
—Supongo que no podemos culparlo por eso —opinó Shaill—. Al fin y al cabo, no hay motivo para que se muestre más interesado en nuestras preocupaciones de lo que lo está nuestro señor Ailind, si dichas preocupaciones entran en conflicto con sus intereses.
Sus palabras reflejaron los pensamientos de Karuth con dolorosa exactitud, pero, aun así, Karuth intentó negar que fuera cierto.
—No, Shaill —protestó—, no lo creo…
—Pues yo creo que sí, querida —replicó Shaill, con un tono compasivo que suavizó la dureza de sus palabras, y añadió—: Hace unos minutos le pedía a Tirand que fuera sincero consigo mismo, y ahora te pido a ti lo mismo. Hemos de afrontar el duro hecho de que, en lo que a los dioses se refiere, y me refiero a todos y cada uno de los dioses, somos actores muy secundarios en el escenario de este conflicto. Somos insignificantes, nuestras necesidades y deseos no tienen importancia; y, para decirlo con crudeza, si nos interpusiéramos de alguna forma en sus planes y estrategias, no me cabe duda de que descubriríamos que también somos prescindibles. —Esbozó una sonrisa amarga y un tanto extraña—. Los dioses son buenos con nosotros de muchas maneras, pero resulta demasiado sencillo olvidar el enorme abismo que existe entre nosotros y ellos. Nuestro catecismo dice que la verdadera naturaleza del Orden y el Caos quedan muy fuera del alcance de la comprensión humana, y tengo la incómoda sospecha de que lo contrario puede ser también cierto, que los dioses a su vez no tienen idea de lo que es ser mortal. En mis momentos más negros he comenzado a preguntarme si hicimos bien en pedirles ayuda.
Sen estaba escandalizado.
—¡Shaill! ¿Preferirías que estuviéramos a merced de la usurpadora? Sabes la clase de monstruo que es. Has visto el destrozo que ha traído sobre el mundo…
—Lo sé, Sen, lo sé, y no digo que hubiera sido una elección mejor. No quería decir eso, y no encuentro forma de explicar debidamente lo que siento. Lo único que puedo decir es —vaciló—… que temo que podamos correr peligro de ser arrastrados por mareas que no podemos controlar y en las que no podemos siquiera influir, y que esas mareas podrían muy bien ahogarnos si no ponemos toda nuestra atención.
Los miró a todos, uno por uno, esperando su acuerdo o su disensión, pero parecía que por el momento ninguno quería hablar. Karuth, al contemplar también los rostros de sus compañeros, sintió que, tras las inquietantes palabras de la Matriarca, el tema de su discusión se había trasladado a otro plano nuevo y más peligroso. Insignificantes y prescindibles, había dicho Shaill. Peones en una partida que jugaban otros poderes más importantes. Pero Karuth dudaba que a los ojos de los dioses fuera ni siquiera eso. Los señores del Caos y del Orden estaban enfrascados en una batalla de ingenios que podía traer el desastre en todas las dimensiones del universo; ¿qué significaba entonces para ellos el destino de un simple mundo humano y sus habitantes?
Sintió de repente la necesidad de hablar, de hacer algún intento, por fútil que resultara, para apartarlos de aquel precipicio, y quizá también para calmar la sensación de terror impotente que amenazaba con adueñarse de ella.
—Shaill… —Su voz sonó extraña, y se aclaró rápidamente la garganta. Todos la miraron—. Shaill, hablaré con nuestro señor Tarod, si Tirand está de acuerdo. Poca esperanza tengo de que su respuesta sea más favorable que la de nuestro señor Ailind; pero, si Tirand lo aprueba, no perdemos nada intentándolo.
—¿Y si Tirand no está de acuerdo? —dijo la Matriarca—. Entonces, ¿qué?
Karuth comprendió que aquello formaba parte de la prueba de Shaill. La Matriarca les pedía a ella y a Tirand que confiaran mutuamente, como siempre habían hecho antes de la pelea. ¿Confiaba en Tirand?, se preguntó Karuth. Porque, si no lo hacía, todo lo ocurrido aquella noche no era más que una farsa.
Tirand la miraba con intensidad. Se dio cuenta, con un pequeño sobresalto, que había perdido la capacidad de juzgar sus pensamientos por la expresión de su rostro. Antes eso era algo que, como la confianza, daba por seguro, y de repente sintió una desesperada necesidad de la antigua seguridad, la sensación de que podía recurrir a otro ser humano, y no a un dios cuyos motivos no dejaban lugar para las limitaciones y preocupaciones de los mortales.
Miró a su hermano a los ojos.
—Si Tirand no está de acuerdo, entonces como adepto del Círculo acataré la palabra de mi Sumo Iniciado, y no haré nada.
El débil suspiro que agitó el rancio aire de la biblioteca no fue fruto de su imaginación, pero nunca sabría si escapó de los labios de Shaill, Sen o Tirand. La Matriarca miró a Tirand.
—¿Bien, Sumo Iniciado? Creo que el dado se encuentra en tu lado del tablero.
Tirand se miró las manos durante varios segundos. Luego alzó la cabeza.
—Estoy de acuerdo. Habla con Tarod del Caos. Lo apruebo. Pero si tu súplica no sirve de nada… —No concluyó la base, y Sen lo hizo por él.
—Si fracasa la súplica al Caos, entonces volveremos a hacer planes por nuestra cuenta. De hecho, creo que de todos modos deberíamos hacerlos. No quiero ofenderte, Karuth, pero ya has reconocido que las probabilidades de éxito son muy remotas. —Karuth mostró su acuerdo, y el adepto prosiguió—: Tengo el esbozo de una idea. No es mucho para empezar, pero podríamos sacar algo de ello.
—Cualquier cosa es mejor que nada, Sen —dijo la Matriarca con una mueca—, y pareces ser el único que tiene una sugerencia que hacer. Cuéntanos.
—Muy bien. —Sen se inclinó hacia adelante y apoyó los codos encima de la mesa—. Pienso que no tenemos ninguna probabilidad de romper el encantamiento de Calvi a menos que primero lo apartemos de las garras de la usurpadora. Mientras siga junto a ella, no podemos afectarlo. Por lo tanto, me pregunto si no podríamos crear una diversión que la aparte de él y la distraiga, digamos durante una o dos horas, el tiempo justo para que destruyamos el sortilegio y lo hagamos volver a sus cabales.
—Es una posibilidad. —Tirand parecía interesado aunque cauteloso—. Pero ¿qué clase de distracción podríamos concebir que la atrajera corriendo?
—Bueno… —Sen pareció de pronto reacio a mirar a Karuth a los ojos—. Parece querer mucho a su pequeña mascota rata, el traidor, Strann. —Retrocedió un tanto cuando escuchó a Karuth aspirar bruscamente, pero por lo demás no hizo caso—. ¿Y si le ocurriera un desgraciado accidente…?
Hubo un momento de silencio. Luego surgió la voz de Karuth con la fuerza discordante de la cuerda de un instrumento al romperse.
—¡No!
—Oh, dioses… —exclamó Sen en tono apagado.
La Matriarca se inclinó y cogió a Karuth del brazo.
—¡Querida, no debes permitir que los sentimientos te empañen el juicio! Piensa, te lo ruego, antes de reaccionar. Sé que todavía quieres a Strann, ¡pero debes olvidarte de ellos de una vez por todas y reconocer la verdad acerca de él!
—No se trata de… —comenzó a decir Karuth, pero Shaill no la dejó acabar.
—Karuth, escúchame con atención. Debemos considerar con todo detenimiento la idea de Sen, porque puede llevarnos a encontrar una forma de salvar a Calvi. ¿No es eso más importante, mucho más importante, que la vida de un traidor que no ha hecho más que traerte tristeza y dolor? —Miró a sus colegas para que la apoyaran. Alyssi asintió enérgicamente, pero ni Sen ni Tirand le sostuvieron la mirada.
Karuth permaneció sentada, con el rostro inexpresivo, y no dijo nada. Shaill le dio unas palmaditas maternales en la mano.
—Vamos, creo que deberíamos analizar la sugerencia de Sen. Podría muy bien ocurrir que…
—Shaill —la interrumpió el Sumo Iniciado con calma—, creo que sería una buena idea posponer las conversaciones hasta mañana.
—Pero, Tirand…
—No. —Todos conocían aquel tono de voz, por amable que fuera. Tirand les estaba recordando quién tenía la última autoridad allí—. En las presentes circunstancias, creo que deberíamos darle tiempo a Karuth para reflexionar acerca de sus sentimientos y reacciones. No es justo esperar que acepte esto sin quejas. Además, es tarde, y haríamos bien en dormir un poco antes de que amanezca, si no queremos despertar sospechas.
Shaill titubeó, pero acabó cediendo.
—Sí, supongo que tienes razón. Pero el tiempo no está de nuestra parte.
—Lo sé. De todas formas, esperemos a que Karuth haya hablado con nuestro señor Tarod. Hay todavía una oportunidad de que no tengamos que pensar en el plan de Sen. —Se levantó de su asiento, dando la reunión por terminada—. Será mejor que no salgamos todos juntos. Sen, acompaña a la Matriarca y a Alyssi, y Karuth y yo os seguiremos dentro de unos minutos. Coge esta linterna. Yo llevaré la otra y me ocuparé de que no queden señales de nuestra presencia.
Un tanto apaciguados, dieron las buenas noches, y Karuth vio que el grupo de Sen subía por la escalera, con la linterna agitándose como una luciérnaga en la oscuridad. Le latía el corazón como si tuviera martillos bajo las costillas, y de pronto la biblioteca le pareció sofocante y cerrada. Tirand, junto a la puerta, los observó hasta que la linterna se perdió de vista; luego se volvió y, cogiendo la segunda linterna, revisó la sala abovedada para asegurarse de que nadie había olvidado una pista reveladora. Karuth lo miró mientras se movía metódicamente alrededor de la mesa, sumida en un mar de dudas. No podía hacerlo. No podía. Todo este tiempo, incapaz de confiar en él, incapaz de confiar en su apoyo… Tal vez la herida se había cerrado, pero ¿podía un pequeño gesto ritual borrar de verdad todo lo ocurrido? ¿Era suficiente?
¿Qué habría hecho hace un año? La respuesta era clara: le habría dicho la verdad, toda la verdad, y no se le habría ocurrido ni por un instante la posibilidad de que él fuera a traicionar su confianza, porque esa posibilidad sencillamente no existía. Pero ahora…
Lanzó un pequeño gemido involuntario de inquietud, y Tirand se detuvo y la miró.
—Karuth…
Dioses, pensó ella, lo sabía. Quizás ella había perdido la antigua empatía, pero él no. Lo notó en la súbita intensidad de su mirada, en cómo se tensó su rostro. No la desafiaría directamente, pero era consciente de su conflicto. Tenía que decidir cómo actuar. Y, fuera cual fuese su decisión, el riesgo era tan grande que daba miedo.
Entonces recordó algo. Un gesto que sellaría una promesa sin peligro de que pudiera ser rota. Pero pedírselo… ¿sería un insulto, una prueba de que todavía no confiaba en él? ¿Lo indispondría con ella y desharía todo lo logrado aquella noche? Karuth esperó otro momento y decidió que, con riesgo o sin él, debía hacerlo. Podía ser su única esperanza.
Habló, y su voz le pareció la de otra persona.
—Tirand…, si te pidiera que hicieras conmigo un juramento de sangre, ¿qué dirías?
—¿Un juramento de sangre? —La mezcla de sangre era la forma más solemne de sellar un pacto, y nadie, menos aún un adepto del Círculo, rompería jamás semejante juramento en ninguna circunstancia. La expresión de Tirand cambió con rapidez pasando por diferentes estados, de sorpresa a consternación y luego a incertidumbre. Por fin su rostro se tranquilizó y la miró con firmeza.
—Si tan vital es para ti, lo haré.
—Lo es —repuso ella, tapándose la cara con una mano—. Oh, lo es. Es lo que dijo Sen, antes de que dieras por terminada la reunión… pero nadie más debe saberlo, Tirand. Ni Sen, ni Shaill, nadie. —El pánico se apoderó de ella, pero lo reprimió. No podía soportar aquello sola. Y, por una tremenda ironía, tras los acontecimientos de aquella noche, Tirand era el único en quien se atrevía a confiar.
Miró la vieja e irregular mesa donde tan sólo hacía unos minutos todos habían estado sentados.
—Tirand —dijo luego con calma—, lo que Sen ha sugerido esta noche no puede ser aprobado. Strann no me ha engañado. Hemos estado trabajando juntos, por petición de nuestro señor Tarod…, y es tan traidor como tú y como yo.