Un cálido torbellino de luz, color y música recibió a Karuth y a Shaill cuando las puertas de la sala se abrieron ante ellas. Caminaron cogidas de la mano, y Karuth, aturdida y algo mareada, oyó que sus nombres eran anunciados por encima de los compases de una melodía lenta y ceremoniosa.
Vio a Ygorla enseguida. La usurpadora estaba sentada en el otro extremo de la sala, en un gran sillón colocado sobre un estrado que la situaba ligeramente por encima de las cabezas de la multitud. Bajo el suave resplandor de la luz de las velas y antorchas resultaba una visión totalmente adorable. Su cabello negro, recogido con una redecilla de diminutos diamantes y zafiros, resplandecía con el color de un cielo estrellado, y su piel, blanca y sin mácula, tenía un delicado rubor que la hacía parecer de fina porcelana. El traje de color oro y azul zafiro reflejaba la luz en paños resplandecientes, y en sus orejas, cintura, brazos y dedos resplandecían más joyas.
Y en la cadena dorada, colgada de su cuello, atrayendo la atención como atraería la luz a una luciérnaga, brillaba la gema del alma robada del hermano de Tarod, con una radiación propia, fría, profunda, y completamente propia.
Shaill se detuvo y contempló la joya. Karuth también se quedó inmóvil, pero su mirada estaba fija en otra parte. Porque en un cojín carmesí, a los pies de Ygorla, vestido con un brillante traje de colores y atado a su ama por medio de un enjoyado collar y una fina cadena también enjoyada que la usurpadora sostenía con negligencia en una mano, se encontraba Strann.
Karuth sintió que algo le atenazaba la garganta, cerrando el paso al aire que intentaba aspirar con los pulmones. Alertada por su súbito cambio, Shaill vio entonces lo que Karuth había visto, y apretó con sus dedos el brazo de Karuth.
—¡Ten valor, querida! ¡No le des la satisfacción de que vea tu angustia!
Karuth se mordió la lengua, como había tenido que hacer antes, y de repente sintió que la amenaza del pánico la asaltaba. No podía pasar por aquello. Era pedirle demasiado, esperar demasiado de ella. ¿Y si Strann llamaba su atención? ¿O si se veía obligada a permanecer cara a cara con aquella maligna criatura que hacía ostentación de su poder sobre él, mientras lo tenía sujeto como un perro a un extremo de su correa? Se vería obligada a decir lo que pensaba, no podría controlarse y diría algo que pondría la vida de Strann en peligro…
—Karuth.
La voz la sobresaltó y se volvió con un saltito nervioso. Calvi se le acercó, vestido de verde oscuro y con un aspecto mucho más adulto que la edad que tenía. Tras inclinarse con profundo respeto ante la Matriarca, tendió una mano a Karuth.
—Médico adepto Karuth, ¿me concederéis el honor de escoltaros a la sala? —le preguntó en voz alta y clara.
Karuth miró sus ojos azules, comprendió lo que estaba haciendo y por qué, y sintió una ola de gratitud hacia él. Al solicitarla de manera formal e inmediata, estaba exaltándola pública y deliberadamente. El Alto Margrave y aquella a quien eligiera como pareja ocupaban siempre el lugar predominante en cualquier ceremonia y, por tradición, Calvi debería haber ofrecido su mano a la Matriarca. Pero aquella noche había tirado por la borda la tradición, y con su gesto quería mostrar a toda la concurrencia su respeto por Karuth y su desprecio por cualquiera que quisiera menospreciarla.
La confianza de Karuth, que flaqueaba desesperadamente, se vio de repente reafirmada, y colocó su brazo sobre el de Calvi en la manera establecida.
—Gracias, Alto Margrave —replicó—. Es un honor.
Al adentrarse entre la multitud, Shaill entrevió la capa verde de un adepto de séptimo nivel y, entrecerrando los ojos para ver entre dos mujeres nerviosas que sonreían falsamente, vio a Tirand a unos cuantos metros con un grupo de los consejeros superiores del Círculo. Tirand también había observado el gesto de Calvi, y la Matriarca sintió un momentáneo pesar de que no hubiera sido él quien acudiera a rescatar a Karuth. Verse escoltada por el Alto Margrave ayudaría mucho a reforzar el valor de Karuth, y Shaill admiraba a Calvi por un acto tan adulto y considerado. Pero ser escoltada por su hermano, y con ello ofrecer la tan necesaria oportunidad para cerrar las heridas, podría haber sido mucho mejor. Era una pena que Tirand no hubiera encontrado el coraje para hacer aquel primer gesto tan importante.
Advirtió que, detrás de ella, más personas iban entrando en la sala y que estaba interrumpiendo el paso en las puertas. Hizo ademán de apartarse a un lado, pero se vio interceptada por una figura alta y sombría, que apareció de repente entre la gente.
—Señora Matriarca. —Tarod se inclinó ceremoniosamente sobre su mano en un gesto que había pasado de moda hacía casi cien años—. Mis saludos. Sois la esencia de la nobleza, y una gran lección en contraste con muchos de los que están aquí esta noche.
A pesar de que no podía decir que le agradara el señor del Caos, Shaill no pudo reprimir una pequeña sonrisa ante la naturaleza del cumplido, que le encantó.
—Sois demasiado amable, mi señor.
La Matriarca observó que él no había hecho ninguna concesión ante el acontecimiento y vestía como siempre, de negro y sin adorno alguno. Seguramente habría escogido las mismas ropas para montar a caballo, ir de caza o para trabajar en las minas de la Provincia Vacía, pensó Shaill, y aquel despreocupado —o quizá deliberado— rechazo a la etiqueta lo hizo subir aun más en su estima.
—¿No tenéis pareja? —preguntó Tarod.
Shaill señaló hacia Calvi, quien guiaba firmemente a Karuth hacia un grupo de sus amistades.
—Según el protocolo normal, debería ser la pareja del Alto Margrave esta noche. Sin embargo, me alegra que Calvi haya decidido acudir a rescatar a Karuth y que la haya acogido bajo su protección.
Tarod observó durante unos instantes a la pareja.
—Es un gesto muy considerado —dijo—. El Alto Margrave es generoso y amable, mucho más de lo que podría esperarse a sus años.
—Lo es. —Shaill vaciló, pero luego decidió enviar al diablo la cautela. Los acontecimientos de los últimos días habían traído más de un desengaño, y de repente no vio motivo alguno para no ser sincera, incluso con el ser que, en teoría, se suponía que estaba en contra suya—. Es una desgracia —añadió con acritud— que otros no compartan vuestra sabia opinión.
Percibió el rápido interés en los verdes ojos de Tarod y supo que entendía a qué se refería. De manera que él también había observado la actitud de Ailind hacia Calvi. Interesante. Se preguntó qué conclusión sacaba de ello.
Intentaba encontrar la manera de exponer la pregunta con un mínimo de delicadeza cuando Tarod cambió de tema.
—La criatura del trono comienza a parecer inquieta. Me imagino que no tardará en convocar a unos cuantos elegidos ante su imperial presencia.
Habló con suficiente ligereza, pero el desprecio intrínseco resultó evidente para Shaill. La expresión de la Matriarca se ensombreció.
—Espero por todos los dioses… y perdonadme, mi señor… no ser uno de ellos. Después de lo que le hizo a mis amigas de Chaun Meridional y de otras partes…
—Sí. —La expresión de Tarod se tornó de pronto reflexiva—. Sí… Debí hablar con vos antes, para expresaros mi pena por sus muertes. Pero no parece haber palabras adecuadas, ni siquiera ahora.
Shaill se dio cuenta de que en aquella afirmación había verdadera pena. Se sintió sorprendida y emocionada, y un poco incómoda dijo:
—Y yo debí haberos agradecido por…, por lo que hicisteis por ellos…
Él alzó rápidamente una mano, impidiendo que dijera nada más.
—Por favor, Matriarca. Creo que haríamos bien en correr un velo sobre ese episodio, aunque ninguno de nosotros pueda olvidarlo. —Una nueva y extraña luz brilló en sus ojos, convirtiéndolos en algo tan duro como las esmeraldas que parecían, y con un breve estremecimiento Shaill vio algo de su verdadera naturaleza en aquella mirada—. La usurpadora deberá responder de muchas cosas cuando finalmente caiga en nuestras manos.
La Matriarca reprimió un escalofrío cuando unas imágenes terribles desfilaron por su mente, y se atrevió a formular la pregunta que había tenido en la cabeza desde que había entrado en la sala.
—Esa joya que luce en el cuello ¿es…? —No tuvo valor suficiente para terminar la pregunta.
—Lo es —asintió Tarod, doblando los largos dedos de su mano izquierda—. Me complacería tanto coger esa garganta blanca y cerrar en torno a ella mis dedos y… —Un aura negra vibró en torno a su cuerpo, pero desapareció con la misma rapidez con que se había materializado. Miró a la Matriarca y esbozó una sonrisa fría pero cómplice—. Ya llegará la hora, dama Shaill, ya llegará. Pero por el momento debemos aparentar que disfrutamos y esperar como arañas que aguardan a que la mosca vuele demasiado cerca de nuestra tela. —Extendió un brazo—. ¿Me concederéis el honor de vuestra compañía durante un rato?
No lo esperaba, y se ruborizó confundida. Pero luego pensó: «¿Por qué no?». Al menos le daría a Ailind algo que pensar, y estaba empezando a percatarse de que no sentía hacia el señor del Orden el respeto que su catecismo ordenaba.
Hizo una reverencia ante él, al estilo de la Hermandad, y añadió un ademán que, por sus archivos de historia, sabía que era tan arcaico como el gesto que el dios le había dirigido antes.
—Estaré encantada, mi señor Tarod.
Strann observaba disimuladamente a Karuth y sufría. No había necesitado los deliberados susurros que habían llegado a sus oídos, cuando los adeptos habían desfilado uno tras otro ante el asiento de la usurpadora para saludarla, para saber que, a los ojos de todo el Círculo, era algo peor que un excremento. Y el hecho de que Ygorla también hubiera escuchado los descarados insultos y de que la divirtieran enormemente volvía el aguijón todavía más doloroso.
Su mirada se había cruzado con la de Karuth una vez. Cogida del brazo del Alto Margrave, con una copa de vino oscuro en la otra, lo había mirado, y Strann vio la impotente angustia en sus ojos y él, a su vez, intentó comunicarle en silencio parte de sus sentimientos. Si lo había conseguido o no, no lo sabía, e incluso comenzaba a temer, de forma irracional, que ella podría haber sido envenenada por la marea de compasión que se agitaba a su alrededor y que estuviera perdiendo la fe en él. Strann rezó con todo su corazón para que no fuera así y para que, de alguna manera, antes de que terminara la noche, encontrase el modo de proporcionarle la confianza que ambos ansiaban.
Por el momento, sin poder hacer nada más que un gesto adulador a Ygorla de vez en cuando, intentó no vigilar constantemente la sala en busca del característico color del vestido de Karuth, sino centrar su atención en la misión que Tarod le había encomendado. Todavía no tenía nada que valiera la pena comunicar. Ygorla había recorrido el camino predecible: deleite ante el homenaje que le rendían, después inquietud y ahora había alcanzado un grado de aburrimiento que, si no se desvanecía pronto, no tardaría en resultar peligroso. Unos cuantos minutos antes, Strann había sugerido que quizá le agradaría dar la señal para que comenzara el baile y, para alivio suyo, ella se mostró de acuerdo y había enviado palabra a los músicos de la galería para que se prepararan para el primer repertorio. Ahora estaba absorta, intentando decidir cuál de los muchos hombres de la sala escogería para que fuera su primera pareja. Strann sospechaba que dudaba entre Ailind y el Sumo Iniciado como primera víctima, aunque la había visto fijarse más de una vez en el Alto Margrave. Por el bien del joven, Strann esperaba que no fuera su elección, y se sintió aliviado cuando, tras unos minutos de reflexión, Ygorla chasqueó los dedos para llamar a un criado y anunció que bailaría con Tirand Lin.
Tirand acudió, contra su voluntad pero estoicamente, y se anunció el primer baile. Hizo una reverencia con tal rigidez que, en otro estado de ánimo, Ygorla lo hubiera tomado por un insulto; y, cuando la usurpadora se levantó del sillón para aceptar su mano tendida, él lanzó una fugaz mirada a Strann.
Strann se encogió ante aquella mirada como lo hubiera hecho ante una serpiente, pero aquel momentáneo intercambio no se le escapó a Ygorla, que se echó a reír.
—Vamos, rata, ¿por qué no le preguntas a la hermana del Sumo Iniciado si no querría acompañarte en estos compases? —dijo.
Strann se fortaleció.
—Ah, dulce señora —replicó en el tono más melancólico que pudo—, ¡sería un pobre sustituto para el anhelo de mi corazón! No, debo languidecer aquí y soñar mis sueños sin esperanza…
Tirand dijo algo por lo bajo. Ygorla no lo oyó, pero Strann sí. Observó cómo el Sumo Iniciado se la llevaba, y sintió ganas de matar.
—Realmente me duele admitirlo, pero es hermosa, muy hermosa.
Calvi y Karuth bailaban juntos, en un corro que completaban la hermana Alyssi y un joven y asustado adepto de segundo nivel. Karuth intentaba concentrarse en los pasos, pero las palabras de Calvi la hicieron estremecerse. Y no se le había escapado cuántas veces su mirada se había clavado en Ygorla mientras ésta presidía el baile con Tirand.
—Hermosa, sí —repuso, consiguiendo a duras penas mantener la voz firme—. Y ése es uno de sus mayores peligros.
—¡No creas que no lo sé! Sólo espero, por el bien de Tirand, que no decida tenerlo mucho más tiempo a su lado. Mírale la cara. Si tuviera un cuchillo, creo que intentaría matarla. —Los ojos de Calvi brillaron—. Igual haría yo. Dulces dioses, ¡lo mismo haría yo!
Karuth lo sujetó con más fuerza.
—Calvi, no. Ni se te ocurra pensarlo. ¡Es demasiado peligroso!
Él se relajó un tanto.
—Lo sé. —Se obligó a desviar la vista, y reparó en la Matriarca, que se encontraba dos corros más allá—. Shaill está bailando con el señor del Caos. Eso sí que me sorprende.
Karuth notó la tensa inflexión y dijo:
—No deberías juzgar tan duramente a nuestro señor Tarod, Calvi. No es exactamente lo que parece.
—¿No? —La respuesta fue tan rápida que la cogió desprevenida—. Después de lo que vi de él en el Salón de Mármol, siento disentir. —Perdió un paso cuando sus pensamientos se impusieron, y tardó varios segundos en volver a coger el ritmo. Karuth advirtió que su expresión se había vuelto extrañamente cerrada—. De hecho —siguió él—, empiezo a pensar que los dioses, todos los dioses, tienen bastante menos respeto por nosotros, los mortales, de lo que quieren aparentar. E incluyo a nuestro señor Ailind en esta afirmación tajante.
Karuth lo miró sorprendida; luego recordó el pequeño incidente la noche antes de la visita a Hannik, cuando Ailind lo había denigrado públicamente. Strann dijo después que casi parecía que el señor del Orden se propusiera indisponerse con él de forma deliberada, y, aunque entonces no se tomó en serio aquella observación, Karuth se preguntaba ahora si quizá, sin ella saberlo, se habían producido otros incidentes que pudieran dar peso a la conjetura de Strann. Pero ¿qué razón podía tener Ailind para desear alejar a Calvi de la causa del Orden? La idea carecía de toda lógica.
Iba a indagar más en aquello cuando se dio cuenta para su disgusto de que la danza estaba terminando. Las largas hileras de parejas se inclinaron unas ante otras y hubo unos educados aplausos. Mirando de reojo, Karuth vio que Ygorla había entablado animada conversación con Tirand, aunque era ella la única que hablaba; de pronto, como si sintiera que la estaban mirando, la usurpadora alzó la cabeza y sus ojos se encontraron. Ygorla sonrió —no fue una sonrisa agradable—, le dijo algo a Tirand y lo condujo a través de la sala.
—Oh, dioses —dijo Calvi por lo bajo—, vienen hacia nosotros.
Karuth se mantuvo impertérrita mientras Ygorla y su hermano se acercaban. Tirand tenía un aspecto ojeroso, pero el rostro de Ygorla era un modelo de fingida cordialidad.
—¡Mi querida Karuth! —Sonreía con astucia, y sus ojos mostraban burla y desafío—. Creo que nos hemos visto antes, aunque demasiado fugazmente, y me parece recordar que no estuviste precisamente encantadora. De todos modos, me gustaría confiar en que podemos olvidar ese pequeño incidente. —Fijó en Calvi una mirada deslumbrante que hizo parpadear al joven, y añadió en un tono suave—: ¿Y quién eres tú?
Calvi se enderezó e hizo una seca reverencia.
—Soy Calvi Alacar. —La costumbre casi le hizo añadir «a vuestro servicio», pero se contuvo a tiempo y cerró la boca.
—¡Ah! El hermano pequeño del difunto y llorado Blis. —Ygorla rió dulcemente—. Eres bastante más guapo que tu hermano, ¿no es cierto, Calvi? Todo un joven, aunque tu traje sea un poco triste para mi gusto. Pero siempre hay lugar para una influencia que mejore… —Se volvió de nuevo hacia Karuth—. He estado bailando con tu hermano, querida, pero lo encuentro insoportablemente aburrido, así que puedes disfrutar de él durante un rato, y yo veré qué tal es tu pareja. —Propinó a Tirand un fuerte empujón que casi lo hizo chocar contra Karuth y, colocándose al lado de Calvi, le cogió el brazo posesivamente—. Estoy segura de que seréis una pareja perfecta —declaró; luego giró sobre sí misma y alzó la voz—. ¿Bien? ¿Queréis tenerme esperando toda la noche? ¡Quiero bailar! ¡Empezad!
Tiró de Calvi para presidir el nuevo baile. Tirand permaneció inmóvil, rígido y tieso junto a Karuth, quien, pensando que sólo esperaba una oportunidad para excusarse, se volvió e hizo ademán de alejarse. Pero él le cogió la mano.
—Karuth, baila conmigo. Aunque sólo sea para guardar las apariencias.
Ella vaciló, pero enseguida cedió e intentó poner una cara más alegre mientras desfilaban entre las hileras de parejas. Tirand, sin embargo, la conocía demasiado para engañarse y, cuando la música comenzó a sonar, dijo en voz baja pero con tono duro y ferviente:
—Le haré pagar ese insulto que te ha hecho, de una manera o de otra.
Karuth podría haberle recordado que ellos habían intercambiado recientemente insultos mucho peores, pero contuvo la lengua. Tirand, con toda su torpeza, estaba intentando ser conciliador, y desdeñar sus esfuerzos sería una grosería. Además, ya no sentía hostilidad hacia él. Ella también había aprendido la lección de Hannik, y los agravios personales no tenían importancia cuando debían enfrentarse a un enemigo común mucho más cruel.
Pero, a pesar del tácito deshielo, a ambos les resultaba imposible encontrar algo que decirse. Acabaron el baile en afectado silencio, y, al ver que nadie acudía a reclamar a Karuth, Tirand le preguntó con cierta tirantez si aceptaría bailar con él la tercera pieza. Ella asintió un tanto distraída, preocupada porque Ygorla no había buscado una nueva pareja y seguía monopolizando a Calvi. La música comenzó de nuevo y Tirand, que también los había visto, dijo:
—Vi a Calvi acompañarte antes. Creo que fue un gesto muy… maduro por su parte.
—Agradecí el gesto —repuso Karuth, sin dejar de observar a Ygorla y al Alto Margrave juntos. Hacían una atractiva pareja, inquietantemente atractiva…
Tirand se aclaró la garganta.
—Creo que yo debería…, es decir… Karuth, quería decir que yo… —De pronto dejó de bailar y se quedaron mirándose. Sus ojos rebosaban compasión, y el antiguo resentimiento, aunque seguía siendo perceptible, estaba casi reducido a cenizas—. Lo siento —dijo—. No importan las disputas que hayamos tenido en el pasado; sigues siendo mi hermana y no te mereces esto. Sólo quería decírtelo.
Estaban interrumpiendo la línea y llamando la atención. Karuth cogió rápidamente la mano de su hermano.
—Sentémonos el resto del baile, Tirand. —Sus palabras la habían animado de manera repentina e inesperada, y, al sonreírle, hubo débiles ecos en su sonrisa de la vieja e íntima camaradería que una vez habían compartido—. Me apetece una copa de vino… Acompáñame.
Se apartaron de los danzantes y, todavía cogidos de la mano, se dirigieron a una de las mesas cargadas con comida y bebida que se alineaban contra las paredes de la sala. Pero, antes de que llegaran a ella, una voz resonó por encima de los compases de la danza.
—¿Qué es esto, qué es esto? ¿Ya te has cansado de tu tedioso hermanito, querida Karuth?
Desprevenidos ante aquella interrupción, los músicos se pararon inseguros y todas las cabezas se volvieron, mientras Ygorla, seguida de Calvi, atravesaba el gentío en dirección a Karuth y a Tirand. En el instante justo antes de que la humillación y la furia la hicieran mirar para otro lado, Karuth vio que Calvi parecía aturdido.
Ygorla le hizo un gesto admonitorio y burlón con el dedo.
—No estás disfrutando con el baile, Karuth. No lo toleraré… Te buscaré un nuevo compañero, y enviaremos a tu hermano a que vaya a traernos más vino. —Miró de reojo y con astucia a Tirand—. ¿Me has oído, Sumo Iniciado? No sirves como galán, así que quizás estés mejor en el papel de criado. Ve a buscar vino y puedes esperar con él junto a mi sillón hasta que termine esta pieza.
Tirand enrojeció de rabia, y las venas del cuello se le marcaron al luchar para dominarse. Sólo el recuerdo de las inexorables órdenes de Aeoris frenó su mal genio; hizo una reverencia.
—Como gustéis, señora —repuso con una voz apenas reconocible.
Ygorla sonrió satisfecha cuando él se alejó.
—Y ahora, querida —le dijo a Karuth— ocupémonos de ti. Creo que tengo la pareja adecuada para esta feliz velada —y chasqueó los dedos en dirección al estrado al otro extremo de la sala—. ¡Rata! Endereza tus bigotes y límpiate las patas. ¡Tengo una pequeña tarea para ti!
Karuth sintió que su mente y su cuerpo se helaban. Horrorizada, incapaz de creer que aquella monstruosa mujer pudiera tener un sentido del humor tan retorcido, se vio incapaz de moverse o de decir nada; sólo pudo mirar, sin expresión, mientras Strann se alzaba de su cojín en el estrado, vacilaba y luego se acercaba lentamente hacia ellos. Otros habían advertido la naturaleza del maligno chiste de Ygorla y se escucharon suspiros, murmullos de protesta. Pero bastó una mirada de la usurpadora para acallarlos, y Strann y Karuth se encontraron cara a cara.
—Karuth parece tener la desgraciada costumbre de perder a sus parejas, rata, de manera que debes acudir a su rescate. —Ygorla cogió la cadena enjoyada que colgaba del collar de Strann y sonrió a Karuth con malicia—. ¡Tal vez, si lo agarras de la correa, no se te escape esta vez! —Y la sala resonó con sus risas antes de que exclamara—: ¡Música! ¡Música!
Nadie osó hacer nada. El baile se inició de nuevo. Las parejas comenzaron a danzar otra vez en aquella parodia de placer. Strann y Karuth siguieron mirándose. Entonces, incapaz de contener su emoción, Karuth se abalanzó sobre él con los brazos abiertos.
—Strann… —Su voz se rompió al pronunciar su nombre.
—¡No! —dijo él y, cogiéndole los antebrazos, la apartó hasta mantenerla a una distancia prudencial. Karuth vio, con asombro, que su expresión era fría y desdeñosa. Entonces, él le susurró—: Nos está vigilando. Baila…, disimula.
No sabía si sería capaz, porque temblaba sin control, pero él la empujó y la colocó en medio de la línea y, automáticamente, sus pies parecieron hacerse cargo de la situación. Las parejas que tenían más cerca se apartaron puntillosamente, lanzando miradas de odio en dirección a Strann. Él no les hizo caso y volvió a hablar en un aparte apremiante.
—Conociéndola, sospecho que no nos dejará ni un minuto juntos antes de que decida volver a divertirse, así que debemos hablar rápidamente.
Karuth tragó algo que parecía querer asfixiarla.
—¿Sabe…, sabe ella… lo que sientes?
—No. Cree que coqueteé contigo para pasar el tiempo mientras la esperaba, y es esencial que siga creyéndolo. Karuth, escucha. Haga lo que haga, diga lo que diga, no importa lo que sea o la impresión que cause en público, ¡no debes creerlo! Prométeme que lo harás. ¡Prométemelo!
La mano que sostenía las suyas se cerró con tal fuerza que le produjo un intenso dolor en el brazo. Karuth contrajo la garganta y sintió que comenzaba a temblarle la mandíbula. En un intento desesperado por recuperar el dominio de sí misma, se mordió la parte interior de la mejilla.
—Sí —susurró en respuesta—. Lo prometo. Lo prometo. Oh, Strann…
—¡Amor, no hay tiempo! —Strann miró fugazmente de reojo—. Escucha. Debes apartar de ella al Alto Margrave, deprisa. No puedo explicar por qué; no tengo ninguna prueba, pero Ygorla está fascinada por él, y estoy convencido de que eso representa un gran peligro. Es una intuición, nada más, pero dijo algo hace un momento…
Las palabras se interrumpieron bruscamente, y, con un sobresalto, Karuth vio que Ygorla y Calvi se les acercaban.
—Oh, dioses… —¡Había tantas cosas más que decir! Pero era demasiado tarde. La predicción de Strann había sido correcta; habían tenido su minuto, y ahora Ygorla se traía entre manos una nueva maldad.
Cuando llegó ante ellos, Strann se apartó de Karuth e hizo una profunda y profusa reverencia.
Ygorla le dedicó una sonrisa como respuesta, y luego cogió la cadena que colgaba y que Karuth no se había sentido capaz de tocar.
—Vamos, rata. Deja tu bonito juguete; te quiero ahora. —Karuth vio con repugnancia que Strann doblaba una rodilla ante la usurpadora y le besaba la mano; y se sintió doblemente sobresaltada cuando Calvi soltó una risita.
Ygorla miró con coquetería al Alto Margrave.
—¿Te das cuenta, Calvi? Ya te dije que lo tenía bien amaestrado. Quizá más tarde te enseñe otro de los trucos que sabe hacer. A su manera, resulta bastante entretenido. —Hizo una pausa, y una sonrisa lobuna se dibujó en su boca—. O quizá Karuth sea más adecuada para enseñarte las costumbres de la rata, ¿eh, Karuth? Por lo que tengo oído, habéis disfrutado de más de un revolcón juntos durante su estancia en el Castillo —y se rió impúdicamente.
El rostro de Karuth se volvió blanco y creyó que vomitaría. Aquel monstruo con apariencia humana, aquella diablesa… No podía soportar más. No podía.
Ygorla se dio cuenta de las furibundas emociones que Karuth intentaba reprimir, y su risa se hizo más estridente.
—Oh, querida, ¿acaso te hago sufrir? Qué desilusión. Creía que eras una mujer lo bastante madura como para que no te molestaran mis pequeñas bromas.
Aunque los músicos seguían tocando resueltamente, ninguna de las parejas en la sala podía aparentar ya no haber advertido el enfrentamiento. El baile se había interrumpido y la gente observaba y escuchaba con una mezcla de vergüenza y turbación. A Ygorla le encantaba tener público, y estaba dispuesta a aprovecharlo al máximo y completar la humillación de Karuth. Volvió a sonreír.
—¿O acaso estás ofendida, porque las patitas de mi ratita ya no pisan ligeramente tu cubrecamas por las noches? —Calvi volvió a soltar una risita, como un borracho, lo que atrajo miradas escandalizadas de quienes estaban más cerca, e Ygorla tiró de la cadena de Strann y añadió con aire despreocupado—: Si tu necesidad es tan grande, querida, podría prestártelo durante un par de horas. Con la condición, claro está, de que me lo pidas o, quizá mejor, que me lo supliques con el adecuado respeto.
Karuth supo que estaba a punto de venirse abajo. Sintió la imparable e inevitable subida de la furia y comprendió que no le quedaban fuerzas para luchar contra su embestida. Iba a abalanzarse sobre aquella mujer, a arrojarse como un gato rabioso, como una salvaje, y a arrancarle la resplandeciente cabellera a mechones, a desgarrarle la hermosa piel de su rostro y a convertir sus ojos de color zafiro en glóbulos sanguinolentos, y…
—Creo que descubriréis que la dama Karuth no desea nada de vos, señora.
Karuth dio un respingo como si alguien la hubiera golpeado físicamente, y al darse la vuelta se encontró con Tarod.
Los ojos de Ygorla lanzaron un destello de indignación mezclada con algo de desconcierto.
—¿De dónde…? —empezó a decir, pero reprimió rápidamente las palabras.
Tarod puso una mano sobre el hombro de Karuth, y, al sentir el contacto de sus dedos, Karuth experimentó una fuerza interior —o quizás una fuerza procedente del exterior— que ahogó el infierno de su ira y la tranquilizó.
Tarod sonrió a la usurpadora con frialdad.
—Nos disculparéis, señora. El tiempo de Karuth me pertenece y no tengo deseos de malgastarlo.
Ygorla había recobrado rápidamente la compostura y le dirigió una mirada inquisitiva.
—Os encuentro algo impertinente, Tarod del Caos. Y ésa no es una actitud muy inteligente ante mí. —Con énfasis, aunque con ostensible despreocupación, se llevó una mano al resplandeciente zafiro que tenía en el cuello.
La mirada de Tarod se posó en la gema durante unos segundos.
—Oh, no lo creo así, mi señora —contestó en voz baja, pero con un tono amenazador—. No creo que ni siquiera alguien como vos sacrifique todo por la impaciencia de un instante. ¿O es que os he supuesto más inteligente de lo que realmente sois?
Las mejillas de Ygorla se arrebolaron, y su mano se cerró con fuerza sobre el zafiro.
—¡Corréis un gran riesgo! —siseó.
—Naturalmente. Está en mi naturaleza el hacerlo. Y ahora… —sin dejar de mirarla con funesta intensidad, Tarod alzó la mano izquierda de Karuth, se la llevó a los labios y la besó— buscaremos compañía más agradable y os dejaremos a vos y a esta servil menudencia entregados a vuestros baladíes placeres. —Dirigió una mirada furibunda e intransigente a Strann, una mirada que prometía algo peor que la muerte—. Bautizáis muy adecuadamente a vuestras mascotas. —Y, envolviendo a Karuth con un pliegue de su capa, se la llevó.
Tras la salida del señor del Caos, se produjo un silencio total y ominoso. Ygorla parecía completamente paralizada; permaneció inmóvil, contemplando las dos figuras que se alejaban, y ni siquiera Strann fue capaz de imaginar qué pensamientos se ocultaban tras aquellos ojos duros como gemas. Su propio corazón latía desbocado, pero, muy por encima de su temor, sentía una enorme gratitud hacia Tarod por aquella última artimaña. Con la mirada mortífera y las insultantes palabras, el señor del Caos había puesto a Strann con firmeza en el papel de fiel seguidor de Ygorla, y eso, Strann lo sabía, podía muy bien haberle salvado la vida.
De repente, el silencio se vio roto por una risotada de Calvi. Ygorla, sorprendida, giró sobre sus talones.
—¿Qué ocurre? —inquirió con una voz que fue un peligroso ladrido.
Calvi volvió a reírse. Strann se dio cuenta de que estaba borracho, pero había algo más en su estado mental, y las alarmas volvieron a dispararse en la mente del bardo.
—Él… —Calvi alargó el brazo y puso una mano sobre la manga de Ygorla, un gesto que ningún ser vivo en sus cabales se hubiera atrevido a hacer en aquel momento—. ¡Os tenía tanto miedo! Y aun se cree…, se cree… —Sus palabras se disolvieron en carcajadas irrefrenables.
Ygorla se quedó mirándolo. Luego, despacio, su boca comenzó también a agitarse en respuesta.
—Oh, sí —dijo—. ¡Oh, sí! Tanta apariencia, tanto número ¡y todo por el orgullo de esa triste mujer! O tal vez es que hay algo más, ¿eh? —Se dio la vuelta y le dio un codazo a Strann en las costillas—. Tú deberías saberlo, rata. Ahora que la has abandonado, quizás ha ido corriendo a Tarod y le ha ofrecido sus encantos para así ahogar sus penas.
Strann hizo un tremendo esfuerzo y consiguió que su rostro reflejara en una impúdica sonrisa la lasciva expresión de Ygorla.
—Querida señora, ¡debe de estar mucho más desesperada de lo que yo jamás supuse, para morder semejante cebo!
Ygorla echó la cabeza hacia atrás y se rió estruendosamente.
—¡Tienes razón, rata, debe estarlo! Bueno, basta. —Repentinamente, siguiendo su desconcertante y caprichoso comportamiento, se puso seria y contempló la muchedumbre de rostros nerviosos que la rodeaban—. ¿Qué es esto? ¿Una fiesta o un velatorio? ¡Decid a la chusma de la galería que vuelva a tocar! Bailaré hasta el amanecer… ¡y tú, Calvi, serás mi pareja! —Soltó la cadena de Strann y lo despidió con un gesto despreocupado, al tiempo que ofrecía las manos al Alto Margrave.
Strann observó a Calvi, que sonreía tontamente, coger las manos de Ygorla entre las suyas, y una sensación fría y pegajosa se coló hasta los rincones más recónditos de su mente. Había intentado poner sobre aviso a Karuth en el minuto escaso en que habían estado juntos, pero era demasiado tarde. Ygorla había escogido su víctima, y el Alto Margrave tenía las mismas oportunidades de resistirse que una mariposa frente a un huracán. Estaba embrujado. A partir de aquella noche sería arcilla moldeable en las manos de la usurpadora.
Se alejaron girando, siguiendo el nuevo baile que comenzaba, y Strann volvió a hundirse en su lugar, sobre el cojín delante del sillón de la usurpadora. Se sentía triste, desanimado y agotado hasta los huesos, y las luces y colores que giraban a su alrededor a medida que el festejo volvía a ponerse en marcha, se convirtieron de una parodia en un carnaval de pesadilla. Buscó a Tarod y a Karuth pero no los vio entre la multitud; y, de todos modos, se recordó, verlos no le serviría de nada a menos que pudiera hablarles sin que Ygorla lo supiera. Y, al menos durante aquella noche, sería imposible.
Strann bajó la cabeza al apoderarse de él un sentimiento parecido a la desesperación. Sabía con certeza que había algo tremendamente maligno en el aire, y se veía impotente para detener su avance. Pero, en cuanto a conocer o siquiera suponer su naturaleza, aquello escapaba a las capacidades de un mero trovador. Aquello, pensó Strann mientras reprimía un escalofrío, era asunto de los dioses.