CORREO A MANO

Desde mi asiento en la veranda cubierta de buganvillas contemplaba las azules y refulgentes aguas de la bahía de Victoria, una bahía salpicada de innumerables islas selváticas parecidas a sombreritos de piel verde diseminados al azar sobre la superficie. Dos loros grises volaban por el cielo a gran velocidad, dedicándose mutuamente silbidos de admiración y profiriendo altos y seductores gritos de «cu-ííí» en dirección al brillante cielo azul. Una multitud de pequeñas canoas iban y venían entre las islas como un banco de peces negros y las voces y exclamaciones de los pescadores llegaban hasta mí a través del agua. Arriba, en las grandes palmeras que daban sombra a la casa, una colonia de tejedores parloteaba sin pausa mientras arrancaba las frondas para tejer sus nidos semejantes a cestos y detrás de la casa, donde empezaba la selva, un pájaro herrero producía su monótono ruido, «toinc… toinc… toinc…», como si golpeara eternamente un minúsculo yunque. El sudor me bajaba por la espalda, oscureciendo mi camisa, y el vaso de cerveza que tenía a mi lado se calentaba con rapidez. Estaba de nuevo en África.

Desviando de mala gana mi atención de una gran lagartija de cabeza anaranjada que había trepado hasta la barandilla de la veranda y no dejaba de asentir con la cabeza como aprobando el calor del sol, volví a mi tarea de escribir una carta.

El fon de Bafut.

Palacio del fon.

Bafut.

División de Bemenda, Camerún Británico.

Aquí me detuve para inspirarme. Encendí un cigarrillo y contemplé las marcas de sudor que mis dedos habían dejado en las teclas de la máquina de escribir. Bebí un sorbo de cerveza y miré la carta con el ceño fruncido. Por una serie de razones, me era difícil redactarla.

El fon de Bafut era un potentado rico y muy simpático que gobernaba un gran reino de praderas en la región montañosa del norte. Ocho años antes yo había pasado unos meses en su país para capturar a los raros y singulares animales que habitaban allí. El fon resultó ser un anfitrión encantador con quien compartí muchas juergas fantásticas, porque era un gran partidario de disfrutar de la vida. Me maravilló su resistencia al alcohol, su inmensa energía y su humor, y cuando regresé a Inglaterra intenté representarlo en un dibujo para el libro que publiqué sobre aquella expedición. Traté de mostrarlo como un hombre bondadoso y astuto, muy amante de la música, el baile, la bebida y otras cosas que hacen agradable la existencia, y dotado de una capacidad casi infantil para divertirse. Ahora deseaba visitarle en su remoto y hermoso reino para renovar nuestra amistad, pero estaba un poco preocupado. Había comprendido —demasiado tarde— que el retrato esbozado por mí en el libro quizá se prestaba a una mala interpretación. El fon podía haber pensado que la imagen presentada era la de un alcohólico senil que se pasaba la vida emborrachándose entre un enjambre de esposas. Por esto experimenté cierta desazón cuando me senté a escribirle para saber si sería bien recibido en su reino. Se me ocurrió pensar que esto era lo peor sobre escribir libros. Suspiré, apagué el cigarrillo y di comienzo a la carta.

Mi querido amigo:

Como tal vez sabe, he vuelto al Camerún con el objeto de capturar más animales para llevar a mi patria. Recordará que en mi último viaje estuve en su país y cacé allí mis mejores animales, además de pasar muy buenos ratos en su compañía.

Ahora he regresado con mi esposa y desearía que ella le conociera a usted y a su hermoso país. ¿Podemos ir a Bafut y ser sus huéspedes mientras capturamos animales? Si me lo permite, me gustaría alojarme de nuevo en su Casa de Reposo, como hice la última vez. ¿Tendrá la bondad de hacérmelo saber?

Sinceramente suyo,

Gerald Durrell.

Envié esta misiva por mensajero junto con dos botellas de whisky y las instrucciones estrictas de no bebérselas por el camino. Entonces nos quedamos a la espera durante unos días, mientras la montaña de nuestro equipaje se abrasaba al sol bajo una lona y las lagartijas de cabeza anaranjada dormitaban sobre ella. Al cabo de una semana volvió el mensajero y extrajo una carta del bolsillo de sus deshilachados pantalones caqui. En seguida rasgué el sobre y extendí la carta sobre la mesa mientras Jacquie y yo la leíamos con impaciencia.

Palacio del fon.

Bafut, Bemenda.

25 de enero de 1957

Mi buen amigo:

La suya fechada el día 23 fue recibida con gran satisfacción. Me ha complacido demasiado leer en su carta que se encuentra de regreso en el Camerún.

Le esperaré y recibiré con gusto el día que decida venir. No hay ninguna objeción en cuanto al tiempo que desee permanecer aquí. Mi Casa de Reposo está siempre dispuesta para su llegada.

Le ruego que transmita mi sincero saludo a su esposa y le diga que sostendré una buena charla con ella cuando venga.

Sinceramente suyo,

fon de Bafut.