Al saludarles a ustedes cordial y respetuosamente con motivo de su solemne reunión, quiero expresar ante todo mi pesar por no poder ser personalmente su invitado y no poder saludarles y darles las gracias. Mi salud fue siempre muy delicada y las penalidades sufridas a lo largo de los años transcurridos desde 1933, que destruyeron toda la obra de mi vida en Alemania y que una y otra vez cargaron sobre mí pesadas obligaciones, han terminado por dejarme completamente inválido. Sin embargo, mi espíritu sigue inquebrantado y me siento unido a todos ustedes por la idea que anima la fundación de Nobel, la idea de la supranacionalidad e internacionalidad del espíritu y su empeño en no servir a la guerra y la destrucción sino a la paz y la reconciliación. En el hecho de que el premio que me ha sido concedido signifique un reconocimiento de la lengua alemana y de la aportación de Alemania a la cultura, veo un gesto de la reconciliación y la buena voluntad de reanudar la colaboración espiritual de todos los pueblos.
Sin embargo, mi ideal no es en modo alguno el de borrar los caracteres nacionales en aras de una humanidad espiritualmente uniformada. ¡Oh, no, que vivan la diversidad, la diferenciación y la gradación sobre nuestra querida tierra! Es magnífico que existan muchas razas y pueblos, muchas lenguas, muchas variedades de mentalidad y muchas filosofías. Si odio y soy un enemigo irreconciliable de las guerras, las conquistas y las anexiones, lo soy entre otras cosas también por todo lo que a estas fuerzas oscuras se sacrifica de realización histórica y de lo más individualizado y pródigamente diferenciado de la cultura humana. Soy amigo de los «grands simplificateurs» y amante de la calidad, de lo acabado e inimitable. Y en calidad de agradecido invitado y colega de ustedes saludo a su país Suecia, a su lengua y cultura, su rica y orgullosa historia, su firmeza para conservar y perfeccionar su natural idiosincrasia.
No he estado nunca en Suecia, pero hace décadas que desde su país me llegó algo bueno y amable, con aquel primer regalo que recibí de esa tierra: hace aproximadamente cuarenta años y era un libro sueco, la primera edición de las Leyendas de Cristo con una dedicatoria de la mano de Selma Lagerlöf. A lo largo de los años he mantenido con su país intercambios valiosos hasta este último regalo con el que me sorprende ahora. Le expreso mi profundo agradecimiento.
(1946)