Sobre la selección
A las dos colecciones Politische Schriften (Escritos políticos) y Mein Glaube (Mi fe) de la Biblioteca Suhrkamp sigue ahora un volumen con escritos autobiográficos. Estos tres libros quieren dar testimonio de las ideas políticas de Hesse, de su fe y su existencia, de su manera de pensar, de su manera de actuar y de su vida.
La selección de los dos primeros volúmenes tenía una base de textos densa y clara que podían adaptarse con relativa facilidad al tema. En los escritos autobiográficos fue más difícil. El Autor, que confesaba no haber escrito otra cosa que lo que «quería salir» de él, escribió una obra que en su conjunto hay que considerar como una confesión, una descripción de su manera de pensar y de vida, «idealización no, sólo confesión». Con razón llamaba a sus trabajos «biografías del alma», «en ninguna se trata de historias, intrigas y tensiones; en el fondo son monólogos en los que una sola persona se contempla en sus relaciones con el mundo y el propio yo». En este sentido la obra de Hesse fue desde el principio «juego e intento» de superar y ordenar las propias experiencias y sensaciones. Para Hesse comenzaba siempre un nuevo trabajo en el instante en que vislumbraba un personaje que durante algún tiempo podía convertirse en símbolo y portador de su experiencia, de sus pensamientos, de sus problemas. En este sentido todos los personajes principales son esbozos de su yo, desde Hermann Lauscher pasando por Hermann Heilner, Harry Haller hasta Josef Knecht, que se ha convertido de manera especial en la figura mítica del yo de Hesse por su manera de servir, de obedecer y protestar. La selección de este tomo prescinde de estas relaciones y apunta a los textos más autobiográficos. Omite la inclusión de obras más grandes, cerradas en sí mismas, directamente autobiográficas, como Aus Indien, Kurgast, Nürnberger Reise y el idilio tan eminentemente autobiográfico Stunden im Garten. La selección prescinde también de los extractos de algunas obras, es decir, de los pasajes autobiográficos del Peter Camenzind, Klein und Wagner, Klingsor, Siddhartha, de los pasajes basilenses de Steppenwolf, de los pasajes de Berna en Morgenlandfahrt, de las diversas versiones de carácter biográfico-político de la introducción al Glasperlenspiel, de las referencias a Josef Knecht y sobre todo de las cuatro biografías del Glasperlenspiel, que son biografías poéticas minuciosas de su autor, biografías conjeturales en el sentido de Jean Paul.
Nuestra selección comienza con cuatro biografías, tres de las cuales, las de los años 1903, 1907 y 1923, se hallaban en el legado y se publican aquí por primera vez. Éstas son, junto con Kindheit des Zauberers (La infancia del mago), los escritos directamente autobiográficos. Por orden cronológico les siguen las cartas de Hesse a sus padres desde Maulbronn de 1891-1892 y las de Stetten del año 1892; ambos complejos epistolares arrojan una luz completamente nueva sobre los conflictos de su infancia. Una parte de los pasajes de los diarios pudo publicarse aquí también por primera vez. En los otros textos Hesse escribe sobre sí mismo, apuntes de viajes, recuerdos de personas, descripciones de su vida cotidiana, reflexiones sobre la edad, cartas a los amigos y confesiones. Estos apuntes dan una visión de una vida que hacia fuera transcurría tranquila, pero también estaba acechada por problemas, dudas, desesperación y destrucción.
Credo alamánico
Hesse —como prueban las biografías— dio mucha importancia a la nacionalidad mixta de su origen. Sus abuelos paternos eran bálticos, provincianos rusos bálticos de Estonia. Su padre vino al mundo en Reval, fue más tarde misionero en la India y después redactor de una revista misionera de Calw. Del padre, escribió Hesse: «He heredado una parte de mi temperamento, el deseo de absoluto, y al mismo tiempo la tendencia al escepticismo, la crítica y la autocrítica». Los padres de su madre tenían doble nacionalidad. El padre era suabo, la madre procedía de Neuchátel en la Suiza francesa. De su madre, opinaba Hesse, había heredado «el carácter apasionado de su temperamento», «la fantasía vehemente, además del talento musical». Nunca se ha podido aclarar la nacionalidad que tenía Hesse en el momento de nacer. Él mismo lo ignoraba, suponía que había sido ciudadano ruso, ya que su padre era súbdito ruso y tenía pasaporte ruso. Hesse obtuvo en todo caso la nacionalidad suiza durante su estancia de seis años en Basilea (1880-1886). Como para sus estudios en Maulbronn necesitaba la nacionalidad de Württemberg, la adquirió; siempre estuvo descontento con aquella nacionalidad involuntaria porque por su causa se vio obligado durante la Primera Guerra Mundial al prestar varios años de servicio de compensación. Entre 1924 se hizo ciudadano suizo. Aparte de algunos viajes (los dos principales le condujeron a la alta Italia y a la India) permanecen constantes las estaciones de su vida: Calw, Basilea, Calw, Maulbronn, Stetten, Cannstatt, de nuevo Calw, luego Tubinga (1895), Basilea (1899), Gaienhoffen (1904) y Berna (1912). Hesse se sentía integrado en este círculo vital y cultural que se extiende desde Berna hasta la Selva Negra, desde Zurich y el lago Constanza hasta los Vosgos. Se sentía alemán y no dejó de expresarlo en el año 1919 en su Credo alamánico: «Este territorio suizo-alemán del sudoeste es mi patria», y esta región siguió siendo su patria. Hesse no se sentía en casa ni en los viajes ni en las ciudades alemanas, «sino siempre donde el aire y la tierra, la lengua y la raza humana eran alamánicas». Para él esta «Alemania» no era un estado delimitado por fronteras, acuerdos y compromisos. Este país, escribía, tiene muchos defectos, rincones y esquinas, «pero cualquier valle alamánico, hasta el más angosto, tiene su abertura hacia el mundo».
Algo sobre la persona
Eigensinn (Obstinación) es el título de uno de los artículos del año 1919. Es seguramente uno de los textos que más datos aporta. «Hay una virtud que quiero mucho, una sola. Se llama obstinación». Las virtudes inventadas por los hombres tienen como objetivo la obediencia. También la obstinación exige obediencia. Pero mientras que las virtudes adaptan a los hombres a las exigencias del mundo y consideran deseables «dinero y poder, el invento de la desconfianza», la obstinación es obediencia hacia uno mismo y «desobediencia hacia la ley humana». «El espíritu gregario de los hombres —escribía Hesse— exige de cada cual sobre todo adaptación y subordinación». A ello se opuso Hesse toda su vida y todos sus escritos son antídotos contras esas exigencias. De esta actitud resulta la protesta que aparece de manera constante a lo largo de toda la obra de Hesse, y aquella rebeldía contra lo establecido, contra una autoridad superada, vacía, contra lo estandarizado y contra la mediocridad, contra el consumo, el egoísmo y el lucro, contra el Estado y la burguesía, contra la Iglesia y el colegio y siempre la rebeldía del hijo contra el padre y sus métodos de educación, la rebeldía de la generación más joven contra la mayor. No hace falta preguntar en dónde reside hoy la actualidad de Hesse y por qué la gente joven lee hoy en todo el mundo la Hermann Hesse.
Hesse tomó en serio su obstinación y vivió de acuerdo con ella. Como persona y como autor. En su vida privada no había nada indiscreto ni llamativo que diera lugar a grandes titulares en los periódicos. Su vida de familia, sus tres matrimonios, sus tres hijos, su relación con parientes y amigos se desarrollaban en el ambiente privado casi sin influencia sobre su trabajo literario.
Como autor, Hesse fue y no dejó de ser conscientemente un solitario, cuya obstinación excluía colectivismos. No perteneció nunca a un movimiento literario, a ningún grupo, claque o asociación. A instancias de su lector Oskar Loerke entró, después de oponerse inicialmente, en la Academia de Berlín el 8 de noviembre de 1926, pero la abandonó ya en noviembre de 1930, y los negros de Thomas Mann tampoco pudieron hacerle volverse atrás. Hesse no concedía entrevistas, no le interesaba la publicidad, le era indiferente estar en el movimiento «in» o «out». No dejaba entrar en su casa la radio ni la televisión. Rara vez hacía apariciones en público, nunca firmó ejemplares y sólo dio algunas conferencias. El Nürnberger Reise y el apunte Autorenabend explican por qué estas apariciones en público constituyeron excepciones. Aceptó los grandes premios de los últimos años, el Premio Goethe, el Premio Nobel y el Premio de la Paz, pero no se sometió al ceremonial ni fue a recibirlos a Francfort o Estocolmo.
Hesse era —junto a Samuel Beckett— el autor más modesto que he conocido. Nada le importaban «dinero y poder», fortuna e influencia; desde el punto de vista material tuvo siempre más o menos lo suficiente para vivir. Cuando más tarde, en los años 1950-1957, obtuvo honorarios más altos, los puso a disposición de su amigo y editor Peter Suhrkamp para la reconstrucción de la editorial. Los grandes honorarios de los años sesenta y setenta no los llego a vivir; seguramente le hubiesen sorprendido. Cuando murió no tenía una fortuna importante ni ninguna propiedad inmueble; la casa en que vivía desde 1931 era un préstamo vitalicio de la familia Bodmer, que después de la muerte de su mujer volvió a sus propietarios; su única propiedad era su tumba en San Abbondio. La modestia de Hesse era dignidad, no resignación o indiferencia, tibieza o debilidad. Sabía distinguir y podía ser muy enérgico, por ejemplo, cuando exigió y consiguió que Friedrich Lieburg tuviese que retirarse del jurado del premio Hesse por su pasado nazi, aunque había sido propuesto por Peter Suhrkamp. Cuando estaban en juego los principios de su obstinación era capaz de vehemencia y de ignorar los consejos de sus amigos. En cuanto a su obra, era muy decidido. Tampoco en este terreno le interesaban los aspectos secundarios de la presentación o la moda. Lo que le importaba era que se respetase fielmente el texto y la conservación de la composición. A pesar de ello no exageraba nunca el valor de sus trabajos. «¿Qué perdurará?», me dijo en una ocasión, «quizá algún que otro libro. Todos los quiero por igual y para mí son todos igual de efímeros». A Suhrkamp le costó trabajo obtener su conformidad para publicar las Gesammelten Dichtungen de 1952, no le gustaba cualquier edición antológica. Sus escritos surgían siguiendo impulsos propios y por eso reaccionaba con alegría a «sugerencias», ideas o propuestas acerca de lo que podría escribir. Cuando Peter Suhrkamp le pidió en 1933 una colaboración en su calidad de redactor del Neue Rundschau, Hesse reaccionó irritado; el primer encuentro entre Hesse y Peter Suhrkamp en Bad Eilsen (1936) estuvo bajo el efecto de aquella reacción.
Hesse, cuya genialidad era la diligencia, la intensidad de leer y escribir, que —como vemos ahora— documentaba cada paso, externo y sobre todo interno, de su vida en sus obras y apuntes, especialmente en sus cartas, Hesse el literato por excelencia no tenía nada de un literato o intelectual. Quien se encontraba con él, en los últimos años, en su casa o en su jardín, en su cuarto de trabajo o en su biblioteca, donde solía recibir las visitas, podía hacerse una idea de su anterior existencia como Knulp el vagabundo, como carbonero o jardinero vestido de lino; Hesse tenía siempre algo más de científico, botánico o zoólogo que de literato. Merecía especial atención la impresión que daba siempre de amabilidad, bondad y dignidad. A Hesse le gustaba escuchar en las conversaciones y de vez en cuando contaba algún recuerdo, pero nunca salían de su boca palabras ampulosas o mensajes afirmativos, sino preguntas y respuestas con nuevas preguntas con las que quería explorar la seguridad de su interlocutor o hacerle dudar de sus propias declaraciones. En este sentido se parecía más y más a los personajes de los viejos maestros que de vez en cuando contaba en el año 1960, poco antes de su muerte, la historia del patriarca Bodhidharma; a la pregunta sobre el más alto sentido de la sagrada verdad el patriarca contestó: «Infinidad abierta — nada es sagrado». En el poema Der erhobene Finger, de 1961, habla del maestro Djü-dschi: «El maestro Djü-dschi, como se nos dice / De un espíritu callado, dulce y tan modesto / Que renuncia por completo a la palabra y a la doctrina… / Cuando algunos discípulos… con salidas ingeniosas / Disfrutaban, él vigilaba en silencio / Alerta ante cualquier exceso».
Su último autorretrato podría ser el personaje del «Hermano mayor» en el Juego de abalorios. Knecht había estudiado la lengua y la literatura chinas, y como con aquel estudio había encontrado incomprensión entre sus profesores, preguntó por el «Hermano mayor» y averiguó «que ese eremita gozaba de un cierto respeto, incluso de fama, pero más la de un ser extraño que la de un sabio». Knecht lo visitó: «Un hombre delgado, vestido con una túnica gris-amarilla, con unas gafas por las que miraba expectantes unos ojos azules, se levantó de un bancal de flores sobre el que había permanecido sentado en cuclillas, se acercó despacio hacia el visitante, amable pero con ese temor algo torpe que tienen a veces los que viven retirados u solos». Knecht permaneció durante algún tiempo con el «Hermano mayor» y se dejó iniciar en la escrituras. Knecht llamó más tarde este tiempo el «comienzo de mi despertar», y despertar era para él «una comprensión de sí mismo y del lugar que ocupaba en el orden humano»; Knecht anotó como experiencia más importante el haber comprendido «que la fe y la duda van unidas, que se condicionan mutuamente como aspirar y exhalar».
Sobre la historia de su vida
En el ensayo «Ein Stückchen Theologie» (en Mein Glaube), publicado en 1932 en el Neue Rundschau, habla Hesse de las «tres etapas de la génesis del hombre». Este camino comienza con la inocencia (paraíso, infancia) y conduce desde ahí a la culpa, a la conciencia de los bueno y lo malo, a la desesperación, y de la desesperación al ocaso o a una especie de salvación. Estas etapas se podrían ver también en la historia de la vida de Hesse. La primera terminaría con la época de la Primera Guerra Mundial, caracterizada geográficamente con la salida del territorio alemán. Hesse califica los años hasta 1919 de «época burguesa» de su vida. Por supuesto no estuvo libre de problemas. Sabemos (y los textos de este libro lo prueban) que tuvieron lugar en él dos grandes conflictos: la elección de su profesión, que determinó su infancia; desde que tenía trece años sabía que «quería ser poeta o nada» y con dolor comprendió que se podía ser escritor, pero que el mundo de alrededor y toda la educación eran un obstáculo casi insuperable para hacerse escritor. El otro conflicto fue aproximadamente en 1914. El fracaso de su primer matrimonio, un viaje «infructuoso» a la India, sus enfermedades y las de su esposa coincidieron con el chauvinismo, que consideraba insoportable, y el caos político de la Primera Guerra Mundial; creyó descubrir sin embargo, también bajo la influencia del psicoanálisis, que la causa de su mal «no había que buscarla fuera sino dentro de mí». Así comenzó una segunda etapa en la vida de Hesse, la época de las «despedidas diarias» de las ideas acostumbradas; la transformación del «literato idílico-burgués» en «el ser problemático y outsider».
También en este caso existe una concordancia geográfica: Hesse se estableció en el Tesino y se fue a vivir en mayo de 1919 a la casa Camuzzi que no llegaba a calentarse en el invierno y que en cambio era caliente en verano. Comenzó la época de los sufrimientos, de la desesperación, los años de la «crisis del hombre hacia los cincuenta años», la época que está documentada ampliamente en Demian, Klein und Wagner, en los Märchen, en el Kurgast, en el Steppenwolf y en Krisis. La tercera etapa no es tan neta. Temporal y localmente comenzaría con la entrada en la casa Bodmer en 1931, o coincidiría con los doce años de gestación del Glasperlenspiel, de 1931-1942. Cuando se tienen delante las cartas, los documentos y testimonios sobre la historia de la creación del Glasperlenspiel, se pone de manifiesto el proceso al que estaba sometido Hesse, precisamente bajo la impresión de los años de nazismo. Si antes había proyectado escribir «una especie de “ópera” en la que se toma poco en serio e incluso se ridiculiza la vida humana» en su llamada realidad, en la versión definitiva del Glasperlenspiel surgió el proyecto de una utopía que había que tomar en serio. Forma parte de la historia del impacto de esta obra cuya actualidad (al contrario que otros libros de Hesse) en el momento de su publicación —1943 en Suiza y 1946 en Alemania— y mucho tiempo después estaba latente y en cierto modo lo sigue estando. Quizá nuestro tiempo o un tiempo futuro tenga más comprensión para la obra y su protagonista Josef Knecht, que abandonó el culto sublime, elitista, para servir a la sociedad como educador, que quisiera cambios en el individuo.
La actitud de Hesse frente al nacional-socialismo estuvo desde un principio claramente definida. Las informaciones que recibió le reafirmaron en su postura: las noticias de la muerte de los parientes de su mujer que le traían a Montagnola de primera mano los emigrantes alemanes Thomas Mann, Bertolt Brecht y otros muchos. También sabía que aquella situación no podía cambiarse con la pluma de un solo escritor ni con las firmas de manifiestos. Hesse no veía la misión del «intelectual» en el «activismo», sino en la ejemplaridad de su manera de vivir, que actúa durante más tiempo y con más intensidad que las consignas. Podría haber citado a Trotski, cuyos escritos leía en aquella época y que recomendaba como lectura a sus hijos: «Cuando los pacifistas iluminados tratan de acabar con la guerra con argumentos racionales resultan sencillamente ridículos. Pero cuando las masas armadas empiezan a emplear argumentos de la razón contra la guerra, ha llegado el fin de ésta». Hesse predijo la guerra siguiente y previno contra ella, en Steppenwolf, en el Glasperlenspiel y constantemente en sus cartas. En el idilio Stunden im Garten aparecen líneas extrañas: «Pero también aquella pasión, aquel deseo violento hay que dominar / que, mejorar a los otros, educar al mundo, historia / De ideas crear quiere, pues por desgracia está el mundo / hecho de tal manera, que este deseo de los espíritus nobles, como todos / los otros deseos, al final a sangre, y a violencia y guerra conduce /». Hesse escribió esto en 1933. Poco antes, en 1932, Walter Benjamin criticaba en la página literaria del Frankfurter Zeitung el «error del activismo»: «En resumen, como dice Lichtenberg, podemos suponer que quizá podrían adueñarse del mundo los perros, las avispas y los avispones, si estuvieran dotados de la inteligencia humana: los intelectuales no son capaces aunque estén dotados de esta inteligencia. Sólo pueden conseguir que el poder llegue a manos de aquéllos que hacen desaparecer los más pronto posible esa especie singular llamada hombre». Pero a Hesse le interesaba conservar esa especie. Si tuvo una meta fue ésa: crear en sus obras y en sus personajes nuevas posibilidades de humanismo. Y si tuvo un mensaje fue éste: arriésgate con valor a tu obstinación, se tan libre y tan sumiso como Peter Camenzind y Josef Knecht. Hesse lo fue. Su manera de pensar, su manera de actuar y su vida eran idénticas.
Siegfried Unseld
(Julio 1972)