CARTAS A LOS PADRES DESDE STETTEN

Stetten, [30 de agosto, 1892]

Estimados padres:

Aunque había decidido no escribir, tengo que pedir algunas cosas. No sería necesario si hubiese tenido al menos un poco de tiempo para hacer las maletas. Si es necesario ya pagaré más adelante los 25 Pf. de franqueo.

Llegué a Stetten; vivo aquí peor que antes, pero no me he quejado de nadie, únicamente he maldecido en silencio a Dios y al mundo. Sin embargo me resultaría extremadamente deseable recibir por lo menos los dos o tres cuadernos vacíos en están en «mi» cuarto de estudio, en el estante, y Neblina y Matthison. En el viejo pupitre (en el cuarto de estudio) hay una carpeta negra con forma de cuaderno, además un cuadernito azul. Os los pido, porque es propiedad adquirida por mí y querida como recuerdo de tiempos mejores. Quitarme estos poemitas equivaldría a robo y yo consideraría mi falta como saldada. Entonces sería «libre» y pronto no se me vería en Stetten.

¡Pero esto es cosa vuestra! Pienso que se me hará este pequeño favor y que se me adjunten uno o dos de mis tomos de Schiller.

Seguramente tengo pocas posibilidades de ir a parar a otro sitio. En fin, en todo caso me habéis perdido de vista, y eso basta.

Respetuosamente

H. Hesse, nihilista (¡ja, ja!)

N. B. En general me siento terriblemente ridículo. Cuando contemplo el pasado próximo, tengo que reírme cordialmente de todo, también de mí, especialmente cuando pienso en la causa de todo. Si me escribís que estoy loco o que soy un débil mental, os lo creeré por daros gusto y, me reiré el doble.

P. S. Aunque no me gusta meterme en asuntos falsos, os ruego, y no es en interés mío, que no enseñéis estas líneas al abuelo. Para qué se va a disgustar el anciano por culpa de un estúpido muchacho.

Por favor, no saludéis a nadie de mi parte y vosotros estad seguros del más entrañable amor de vuestro XY.

Magnífico. Así hay que terminar las cartas. Y las gentes despotricando contra los mentirosos.

Stetten, 4 de septiembre, 1892

Estimado papá:

¡Gracias por el paquete! Siento que os hayáis molestado mandando tanto: no tengo ni un metro cuadrado para mis cosas.

Acabo de tener una conversación con el señor Inspector, es decir, él hablaba y yo escuchaba. Fue muy edificante; el señor Párroco me devoraría por la cartita sobre la que le escribe Theo. Naturalmente también se la mandarán.

¿Por qué Theo no dice simplemente: «Consideramos que Hermann es un débil mental, no debe estudiar?».

A mí me daría todo igual, es decir en un grado aún mayor que ahora, si vosotros fueseis ricos. Pero así me pesa infinitamente que tengáis que pagar caro cada bocado que como. Sé que la vida aquí es cara, tan cara quizá como en Boll, pero es vuestro capricho particular pagarla; sin embargo existen cárceles más baratas que Stetten.

El señor Inspector me quitó Neblina de Turgueniev. Esta vida sin aliciente, sin cultura, sin diálogo puede bastarle a un animal, pero yo necesito también algo que se salga de lo corriente, aunque sea sólo en la lectura. Vosotros me vendríais ahora con el Pietismo. Si el Inspector lee y oye algo de esto me lo hará sentir a fondo, pero desde luego no os pido que no le digáis nada, sino todo lo contrario.

Me vienen con discursos: «¡Dirígete a Dios, a Cristo!», etcétera. Pero no puedo ver en ese Dios más que una ilusión, y en Cristo nada más que un hombre, aunque me maldigáis mil veces.

Heinrich Heine dijo al morir: «Dieux [sic] me pardonnera; c’est son metier [sic].» Yo también puedo decir: «Dieux [sic] me condamnera, c’est son metier [sic] ou plaisir».

Según la lógica del señor Inspector no debo firmarme «nihilista», así que:

H. Hesse, Exsulant.

Lema

«Ubi bene, ibi patria»

Sed ubi bene?

Papá firma en su carta al señor Inspector: «Su afligido, etc.». Por favor, trata de no afligirte, no sirve para nada. Intenta alguna vez reírte.

Stetten, 11 de septiembre, 1892

Q[ueridos] P[adres]

Hace un momento quería tocar un poco el violín. Lo tomé, miré afuera el día soleado e involuntariamente la Réverie de Schumann se deslizó por las cuerdas. Me sentí medio a gusto, medio triste, medio dormido. Los sonidos suaves y adormecedores iban bien von mi estado de ánimo. Me perdí en los sonidos y soñé con tiempos lejanos y mejores, con los días hermosos y felices de Boll. De pronto, un súbito chasquido, una disonancia estridente, una cuerda se había roto. Me desperté del sueño y estaba de nuevo en Stetten. Solamente se había roto una cuerda, pero todas las demás estaban desafinadas.

Así me pasa a mí; he dejado lo mejor que poseo, mi amor, mi fe y mi esperanza en Boll. Y qué contraste:

En Boll jugaba por ejemplo en la bonita sala al billar con amigos queridos y agradables; las bolas de marfil ruedan silenciosas, se oye el crujir de la tiza, risas y bromas. O estoy en el cómodo sofá, juego con alguien a las damas lado oigo los acordes sonoros y majestuosos de una sonata de Beethoven.

Y aquí: estoy sentado en mi habitación, al lado suena adormilado el órgano abajo unos débiles mentales cantan con voz gangosa una canción infantil.

Pero el principal contraste está en mí mismo. Ya no abrigo en mi interior la tranquila felicidad, la vibrante pasión de Boll, sino un vacío muerto y desolado. Podría huir o conseguir que me expulsaran de aquí, me podría ahorcar tranquilamente o cualquier cosa por el estilo, pero ¿para qué? La suerte está contra mí y Papá en todo caso aún más furioso que entonces cuando me echó de casa. El médico o hace diagnósticos desfavorables o no dice nada, entonces ¡por todos los diablos!, ¿qué va a ser de mí? Si mis males fueran mortales estaría tranquilo con todo. Estoy convencido de que no puedo seguir así en Stetten, y si me queréis convertir en un pesimista por la fuerza y con sacrificios, os aseguro que puedo serlo y continuar siéndolo sin ayuda de otros. Si no es posible un cambio en mi situación, y un traslado a un lugar parecido a Stetten no soluciona nada, no necesito ni médico ni padres para acabar en la desesperación y el crimen. Si Papá no me necesita ya como hijo en casa o en el estudio, entonces tampoco le sirve de nada el hijo en un manicomio. El mundo es grande, muy grande, y un hombre no cuenta nada.

Por cierto, espero contestación; si no tenéis nada que contestar, la cosa en bien sencilla. Aún tengo un poco de esperanza, pero ¡qué tonterías!

Mirad, Theo me escribió el otro día: «Sácate esa chica de la cabeza; hay otras mil veces mejores y más guapas».

Del mismo modo podría escribiros «Sacaos ese chico de la cabeza», etc.

H. Hesse.

Después de escribir esto llega la carta de Papá. Dice entre otras cosas: «Perdóname a con todo lo que», etcétera. Suena muy irónico, aunque quizá esté dicho con otra intención. En fin, el destino es en su mayor parte ironía. Siempre que hablo o veo a un conocido de los viejos tiempos me parece ironía y nada puede amargar tanto a un desdichado a un enfermo como la ironía. Papá habla también de «un tiempo, en el que uno se transforma». Exactamente, basta que contemple los últimos meses: sí, soy otro. Además todo el conflicto consiste simplemente en que opiniones totalmente opuestas chocan allí donde se espera simpatía.

Vosotros veis después de esta vida miserable una visa mejor; yo me lo imagino de una manera completamente distinta y por eso quiero o renunciar a esta vida o disfrutarla. De qué sirve que aprenda a comportare como un zoquete, et.: Papá dice que Stetten es el «mejor» sitio, porque aquí estoy preso y os habéis liberado de mí con toda seguridad. No creáis que estas frías explicaciones con las que me llenan y conmueven, no, no son un dolor melancólico por la primera perdida, etc., una nostalgia, pero no de Calw, sino de algo verdadero. Para mí, sin embargo, vida y acción, esperanza y amor, son sólo ilusiones, sólo sensaciones; como dice Turgueniev: «¡Neblina, neblina!». Si hace unos meses hubiera visto mi vida actual, me hubiera parecido una pesadilla imposible. Este sacerdote frío, mitad erudito, mitad práctico, con sus sermones, estos guardianes incultos, estos enfermos de rostros y modales repulsivos, etc., los detesto con toda mi alma, parecen destinados a demostrar a una persona joven lo mísera que es la vida y todo lo que la acompaña. ¡Cuánto he dado por la buena música y la buena poesía! Aquí ni rastro de ellas, sólo la prosa más desnuda y deliberadamente lúgubre. Sería distinto si me hubiera criado aquí. Como la mariposa recién salida del capullo me alegraría más tarde el sol. Pero yo conozco el sol: ¡intentad encerrar de nuevo a la mariposa recién liberada! Pero para qué tantas explicaciones, vosotros estáis en Calw y no en Stetten, y yo estoy en Stetten y no el Calw. Vosotros respiráis otro aire que yo, «Hermann en Stetten» os es ajeno, no es vuestro hijo.

Odio el trabajo de jardinería y desde que estoy aquí sólo he bajado unas pocas veces al jardín, aunque debería bajar todos los días. «Mi padre no me necesita y me envió a Stetten», y con eso basta. Aquí estoy porque no me permiten estar en otra parte y lloro por mí, mientras me río del Inspector. No pienso dejarme dominar por él. Si se entera de que no trabajo en el jardín o en la traducción de Livio, me dará menos de comer y cosas parecidas, quizá me amenace con el calabozo. Que lo haga.

Emplearé mis últimas fuerzas para demostrar que no soy la máquina a la que no hay más que dar cuerda. Por la fuerza me han metido en el tren, me han traído a Stetten, aquí estoy y ya no molesto al mundo, porque Stetten está fuera del mundo. Pero por lo demás en mis cuatro paredes soy dueño de mí mismo y no obedezco ni obedeceré.

Si el Inspector lo descubre habrá escenas terribles, me maltratará, al fin y al cabo todo sucede por mi bien. La naturaleza, por lo que veo, no me ha destinado para el hogar, para la familia, pero no tenéis derecho a decir como Posa:

Qué pobre, qué pobre de solemnidad eres

desde que no amas a nadie más que a ti.

No lo merezco. Me amo a mí mismo, como cualquiera, pero ésa no es la razón por la que no puedo vivir aquí, sino que necesito otro ambiente para poder y para querer cumplir mi destino como persona. Como veis me esfuerzo por explicar todo objetivamente, por rebatir de antemano todas las objeciones; porque deseo por fin una decisión. Decid una palabra —y no os consideraré unos extraños; decid una palabra— y podré vivir y trabajar. ¿De qué me sirve que Papá repita cien veces: «Créeme, lo hacemos por tu bien?». Esta frase no vale un pimiento. Yo necesito vivir entre otros seres humanos, como Julius puedo decir: «Mi corazón buscó una filosofía y la fantasía interpuso sus sueños. La más cálida me pareció la verdadera. Busco las leyes de los espíritus, pero me olvido demostrar que existen efectivamente. Un audaz ataque del materialismo derriba mi creación».

Donde yo digo «debes» o incluso «deberías», el materialismo dice «tienes que», etc. Sí, aquí impera el materialismo más materialista, el mismo aire parece más material. Aquí no hay esperanza ni fe, ni amar ni ser amado, y mucho menos un ideal cualquiera, algo hermoso, estético, ningún arte, ningún sentimiento; todo lo que no sea el trabajo y la comida se descarta; no existe nada excelente en el mundo, no hay otro poder mayor que el del superior del momento, no existe ningún motivo que no sea la orden de otro, en una palabra: aquí no hay espíritu. Ni siquiera la perfección sensual vale algo. Hasta los pocos aristócratas que hay son parte del absurdo proletariado que se ha acumulado aquí. No pretendo en absoluto hablar de política con las gentes de este establecimiento, pero ni siquiera es posible una conversación privada interesante.

Parece superior a esta mísera masa es, sin embargo, doblemente peligroso, pues todos los enfermos no dejaban y en parte aún no dejan traslucir nada. Por otro lado pocos son tan tontos como para no saber montar torpes intrigas.

Mientras escribo no estoy excitado en absoluto, lo puede atestiguar mi guardián, que sabe algo de esta carta. En total trato de describir la situación de la manera más fría y categórica posible. Y ahora pregunto, sólo como persona (porque contra vuestra voluntad y mis quince años me permito tener una opinión): ¿es justo meter en un «sanatorio para débiles mentales y epilépticos» a una persona joven, que aparte de una pequeña debilidad de nervios está prácticamente sana, arrebatarle la fe en el amor y en la justicia y con ello en Dios? ¿Sabéis que la primera vez que volví a Stetten quería vivir y luchar de nuevo y que ahora que estoy casi restablecido me siento más enfermo por dentro que nunca? ¿No sería mejor que un ser así fuese arrojado al mar, dónde es más profundo, con una piedra de molino al cuello?

No sé si al leer esta carta os vais a reír o a espantar. Yo desde luego hablo completamente en serio y os pregunto desde un punto de vista ideal, pero humano. Os puede parecer una insolencia, pero habéis pasado por alto, quizá intencionadamente, lo que os dije entre líneas en la primera, segunda y tercer cartas, así que lo digo claramente en la cuarta, porque creo que la claridad es una condición primordial en cualquier correspondencia. Vosotros diréis, quizá: «Tú no llevas la responsabilidad». Pero sí sufro el daño, soy en fin de cuentas el médium y creo tener derecho a interesarme un poco por mí mismo. Vosotros, como «gente piadosa» que sois, decís: «La cuestión es simple. Somos los padres y tú eres el hijo, y basta. Lo que consideramos bueno, es bueno, sea lo que sea».

Pero yo digo desde mi punto de vista: «Soy un ser humano, soy “persona” como dice Schiller, mi progenitora es la naturaleza exclusivamente y ella nunca me ha tratado mal. Soy un ser humano y reclamo seria y sagradamente los derechos humanos generales y luego los particulares». Yo afirmo: ningún mérito nos asegura un verdadero derecho, éste viene dado por la naturaleza que nos ha escogido para esto o para lo otro. Yo digo, aunque me suene extraño incluso a mí: la naturaleza no me da derecho a vivir entre débiles mentales y epilépticos.

Sin embargo ya sé que no dais valor a las opiniones de los que no son adultos, ni a sus derechos como seres humanos, y os dejo vuestra opinión por una razón muy sencilla.

Aún añadiré que hacia afuera estoy más sano que nunca, duermo como un lirón, tengo apetito y fuerza, desaparecieron hace ya tiempo el dolor de cabeza y los mareos. El trabajo intelectual apenas me fatiga. Desde que me fui de Maulbronn he crecido cuatro centímetros y he engordado ocho kilos. Aunque Papá cree comprenderme la realidad parece ser otra. ¡Escribimos carta tras carta, en todas pone lo mismo y en todas algo diferente!

En todo caso es muy, pero que muy curioso, que para un hombre joven de quince años, que es nervioso, pero por lo demás está completamente sano, que ha ido al colegio, etc., no exista otro lugar en el ancho mundo que Stetten, en el valle de Rems, en el Castillo, número 29. Si tuviese más dinero y también compañía humana me olvidaría de todo en la taberna. Hasta ahí ha llevado el amor paterno a ese hijo por el que se abrigan sólo angelicales sentimientos, que estaría dispuesto a venderse por una tarde desenfrenada en compañía de gente.

Vosotros mismo sabéis lo que es un corazón tierno, joven y alegre con poesía e ideales, sabéis lo que es fuego, entusiasmo, sabéis lo que es amor juvenil y sueños de mayo, sabéis que la juventud es la primavera feliz y que precisamente es tan bella porque

cantando por valles y alturas

¡se marcha tan deprisa!

Sabéis con que conmovedora delicadeza y melancolía Geibel advierte:

¡Oh, no, no la toquéis!

Y aquí se profana, se tergiversa y se encarnece todo ideal, todo amor, Decís que aún tengo toda una vida por delante. Efectivamente, pero la juventud es el fundamento, porque entonces el corazón aún es sensible al bien y al mal. ¡Pero ay!, olvido que sois seres diferentes, sin tacha ni falta como la estatua, pero tan muertos como ella. Sí, sois auténticos, verdaderos pietistas como Nicodemo (?): un judío que no tiene falsedad alguna. Tenéis diferentes deseos, opiniones y esperanzas, diferentes ideales, halláis satisfacción en cosas diferentes, tenéis exigencias diferentes ante esta vida y la otra. Sois cristianos y yo, soy sólo un hombre. Soy un fruto desdichado de la naturaleza, llevo el germen de la desdicha dentro de mí; sin embargo aún hace unos meses creía poder ser feliz en el seno de mi familia. Puedo decirme a mí mismo como dice Posa a Don Carlos:

«Oh, la idea

era infantil, pero divinamente hermosa.

¡Los sueños pasaron!»

Continúo la carta, aunque no sé bien por qué.

Si os asomáis a mi interior, a esta cueva negra, en la que el único punto luminoso brilla y arde infernalmente, me desearíais y me concederíais la muerte. Ahí está el texto de Livio delante de mí, tengo que trabajar en él y apenas puedo. De buena gana arrojaría a Livio con diccionario y todo, el manicomio en pleno, Boll, Calw, el futuro, el presente y el pasado al fuego, precipitándome yo detrás.

De buena gana huiría, pero ¿a dónde en el frío otoño, sin dinero y sin meta, hacia lo gris? ¿A dónde en un país rastreado por gendarmes? Desearía que estallase una revolución o que viniera pronto en cólera. En medio de la miseria general el pequeño podría morir tranquilamente.

En Boll aprendí primero a reír, luego a llorar; en Stetten también he aprendido algo: a blasfemar. ¡Sí, ahora sé hacerlo! Sé maldecirme a mí mismo y sobre todo sé maldecir Stetten, los parientes, el odioso sueño y la odiosa ilusión del mundo y de Dios, de la dicha y de la desdicha. Si queréis escribirme, por favor, no me vengáis con vuestro Cristo: aquí nos lo pregonan hasta la saciedad: «Cristo y el amor, Dios y la bienaventuranza», etc., etc., está escrito en todas partes, en cada rincón, y mientras tanto todo rebosa de odio y de hostilidad. Creo que si el espíritu del difunto «Cristo», del judío Jesús, viera lo que ha causado, lloraría. Soy un ser humano igual que Jesús, veo la diferencia entre idea y vida tan bien como él, ¡pero yo no soy tan tenaz como en judío!

¡Adiós!

Os pido de nuevo que me contestéis definitivamente, sin frases, sin miramientos, pero sin ira por mi carta. Por lo demás quedo, etc.

Stetten, 14 de septiembre, 1892

Muy señor mío:

Ya que se presenta usted tan ostentativamente dispuesto al sacrificio, me permito pedirle siete marcos o directamente el revólver. Después de llevarme a la desesperación, está usted sin duda dispuesto a librarme de ella y a librarme rápidamente de mí. En realidad debía haber reventado ya en junio.

Usted escribe: no te hacemos «reproches terribles» por protestar de Stetten. Me resultaría completamente incomprensible, pues a un pesimista no se le debe quitar el derecho a protestar, porque es lo único y último que posee.

«Padre» es sin duda una extraña palabra; yo al parecer no la entiendo. Según creí, designa una persona a la que uno puede querer y quiere de todo corazón. ¡Cómo me gustaría tener una persona así! ¿No podría usted darme un consejo? En otros tiempos era fácil salir adelante: ahora es difícil abrirse camino sin certificados, tarjetas de identidad, etc. Tengo quince años y soy fuerte, quizá pudiera encontrar trabajo en un escenario.

No me apetece parlamentar con el señor Schall, detesto este frac negro sin corazón, podría matarle a puñaladas. Él no me concede el derecho a una familia, como tampoco me lo concede usted o cualquier otra persona.

Las relaciones de usted conmigo parecen cada vez más tensas, creo que si yo fuese una pietista y no un ser humano, si convirtiese cada una de mis cualidades e inclinaciones en sus comentarios podría armonizar con usted. Pero así no puedo ni quiero vivir y si cometo un crimen será usted culpable conmigo, señor Hesse, usted que me ha quitado la alegría de vivir. El «Querido Hermann» ya es otro, es un enemigo del mundo, un huérfano, cuyos «padres» viven.

No vuelva a escribir «querido H.», etc.; es una mentira indecente.

El Inspector me sorprendió hoy dos veces mientras desobedecía sus órdenes. Espero que la catástrofe no tarde en llegar. ¡Lástima que no estén aquí los anarquistas!

H. Hesse, prisionero

en la cárcel de Stetten.

Donde no está «castigado». Empiezo a preguntarme quién es en este asunto el débil mental.

Por lo demás, desearía que viniese usted por aquí algún día.