«¿Supone alguna diferencia?», se preguntó Chagak mientras hundía el zagual en el agua.
¿Qué importaba estar viva o muerta? ¿Acaso debía temer a la muerte? Si en el combate con los Bajos la mataban, se reuniría con los suyos, con Acechador de Focas.
La idea de la muerte la perturbó. ¿Quién sabía realmente qué ocurría después de la muerte? Tal vez existían espíritus malignos de los que no podía protegerse. ¿Cómo haría para encontrar el camino de las Luces Danzarinas? ¿Bastaría con viajar hacia el norte?
Chagak y Nariz Ganchuda remaban. Chagak iba en la parte delantera del ik y Nariz Ganchuda, que realizaba la parte más dura de la tarea, en la posterior. Pequeña Pata y Concha Azul iban en el medio de la embarcación con Baya Roja, Primera Nevada y los pequeños.
Concha Azul estaba delgada y pálida; pese a que era solícita con la recién nacida, rara vez la miraba, ni siquiera cuando la atendía. Chagak había notado que Concha Azul solía tener morados en el pecho y en el vientre.
«Pájaro Gris», pensó Chagak y se alegró de no tener hombre.
Las gaviotas trazaban círculos, lanzaban sus reclamos y de vez en cuando se zambullían junto al ik. En dos ocasiones en que el bote se acercó a los lechos de algas, las nutrias salieron a nadar junto a la embarcación. Se dieron la vuelta y nadaron panza arriba; las mujeres rieron, incluso Concha Azul.
Chagak observó las brumas que se levantaron de las playas y se alejaron de tierra e intentó recordar cada cosa —la mar, los pájaros, las nutrias—, pues temía no volver a verlas.
Mientras remaba se puso a cantar una canción que le había enseñado su abuela, un canto sencillo para tejer cestas, y al cantar recordó a su pueblo. Pensó en la venganza que se cobraría por las muertes. Cuando intentó evocar el rostro de Acechador de Focas vio el de Kayugh. En lugar de a Cachorro, vio a Samiq y a Amgigh, a los niños que crecían juntos, uno alto y de brazos largos como Kayugh, capaz de arrojar la lanza a gran distancia, y el otro bajo y muy musculoso, dotado de la fuerza necesaria para realizar largas travesías de caza en el ikyak. Las imágenes que convocó la impulsaron a permanecer en el mundo.
Chagak se dijo: «Debo combatir contra los Bajos. Los espíritus de mi gente no descansarán hasta que haya intentado vengarlos. Soy la única que puede hacerlo, del mismo modo que fui la única que quedó para enterrarlos».
En ese momento oyó la apacible voz del espíritu de la nutria: «Tu deber consiste en ser mujer, en perpetuar la sangre de tu pueblo. Debes tener niños, hijos que cacen e hijas que alumbren más hijos para que no se pierdan las viejas costumbres».
—No —murmuró Chagak—. No puedo darles otra cosa. No puedo ser mujer y guerrera. Si necesitan ambas cosas, tendrían que haber dejado con vida a Acechador de Focas. Entonces Samiq llevaría su sangre y no la de Hombre-que-mata.
«Tal vez lo que cuenta no es la sangre de Hombre-que-mata —repuso la nutria—. Es posible que Samiq herede lo que de bueno hay en los Bajos, la fuerza y la intrepidez, tal vez incluso la capacidad de Shuganan para descubrir los animales ocultos en el hueso y el marfil». Como Chagak no respondió, la nutria dijo: «Contigo van otros, hombres que no tienen por qué vengarse».
«Es lo que han decidido —pensó Chagak—. Puede que también mueran, como murieron los míos, si no matan a los Bajos».
«¿Por esa razón Kayugh va contigo? ¿No tiene otros motivos?».
Chagak remó con fuerza hasta que el esfuerzo apagó la voz de la nutria. Se alegró cuando empezaron a dolerle los hombros, pues pudo pensar en dormir y olvidarse de la vida y la muerte.
Pasaron la noche en una pequeña playa, sitio que recordó a Chagak el lugar donde había estado el verano antes de encontrar la playa de Shuganan. Con los recuerdos llegó el dolor de la pérdida, tan súbito y desgarrador que se quedó sin aliento. No prestó atención a la voz susurrante de la nutria, se mantuvo pegada a las mujeres e intentó participar de sus conversaciones. Sólo hablaban de los Cazadores de Ballenas. Chagak percibió sus tonos temerosos y, pese a que ninguna lo mencionó, tuvo la sensación de que las mujeres afrontaban un peligro por ella.
Chagak se sentó ante las brasas de la hoguera y amamantó a los niños. Kayugh se acercó, se acuclilló a su lado, y removió las brasas con un largo trozo de madera flotante.
Al principio guardó silencio y se limitó a mascullar cuando Chagak se recogió la suk para mostrarle a su hijo, pero al cabo de un rato Kayugh comentó:
—No sé si Shuganan te lo ha dicho, pero le he hablado de mi necesidad de tomar mujer.
Chagak no lo miró y el rápido palpitar de su corazón la dejó sin habla.
—Si después de esto seguimos vivos, me gustaría que fueras mi mujer —prosiguió Kayugh—. Shuganan ha dado su consentimiento.
El cazador esperó un rato y al final se puso de pie. Chagak dijo:
—Serías un buen hombre para cualquier mujer, pero aún lloro la muerte de mi hombre.
—Los Cazadores de Ballenas te desearán —añadió Kayugh—. Espero que no elijas a uno de ellos en lugar de a mí.
—No lo haré —respondió Chagak y se estremeció.
Kayugh se inclinó hacia ella y le colgó algo del cuello. El cazador le había puesto un collar de garras de oso, un regalo fino y raro, algo que sin duda había trocado con las tribus del lejano este, las que cazaban el oso pardo. Chagak cogió el collar suave y pesado. Cada garra amarilla estaba pulida, y entre una y otra había discos de concha.
Era algo que una mujer podía esperar recibir luego de dar muchos hijos a su hombre.
—Por salvar a mi hijo —dijo Kayugh, estrechó unos instantes los hombros de Chagak y caminó playa abajo para reunirse con los hombres.
Al día siguiente llegaron a la cala de los Cazadores de Ballenas. Era como su madre la había descrito: una ancha playa de arena con una gran charca en medio, donde incluso en ese momento nadaban los patos.
En la playa había mujeres e ikyan en los soportes cercanos a la charca. Los niños jugaban a orillas del mar. Los anaqueles estaban rebosantes de carne roja y oscura y Chagak gritó a Nariz Ganchuda:
—¡Ya han cobrado una ballena!
«Debí venir a esta playa cuando destruyeron mi aldea», se dijo Chagak y presionó el zagual contra una roca para llevar el ik hacia la orilla.
La nutria murmuró: «Sabes que no pudiste. Cachorro agonizaba. Además, si hubieras venido aquí, ¿estaría vivo Amgigh? ¿Tendrías a Samiq? ¿Podrías ofrecer lo que ahora das? ¿Tendrías la sabiduría de Shuganan, la fuerza de Kayugh, un biznieto para tu abuelo?».
Chagak pensó que tal vez el plan no daría resultado y sin embargo, apartó ese temor de su mente. ¿Para qué preocuparse? ¿Para qué fortalecer a los Bajos con sus dudas?
En el rincón más elevado de la playa, al que las olas no llegaban pero desde el cual un hombre podía observar el mar, había cinco ulas.
Algunas mujeres que estaban en la playa echaron a correr hacia el ulaq central cuando Kayugh y los otros hombres llevaron los ikyan hacia la orilla.
—El ulaq central pertenece a Muchas Ballenas, mi abuelo, si es que aún vive —dijo Chagak.
—¿Hace muchos años que abandonaste este lugar? —preguntó Concha Azul.
—Nunca estuve aquí, pero mi madre hablaba a menudo de su aldea y mi padre la visitaba todos los veranos.
Kayugh se acercó al ik vadeando las aguas y Chagak dejó el zagual en el fondo del bote. Se recogió la suk y pasó las piernas por encima de la borda.
—Quédate —dijo Kayugh—. Tienes a los niños. Yo te llevaré.
Chagak saltó al agua helada y apretó los dientes para que no le castañetearan. Sujetó el ik y lo empujó junto a Kayugh.
—Quiero ser la primera en ver a mi abuelo. Tal vez sabe lo que sucedió en mi aldea. Quizá piensa que estoy muerta. Si es así, no creerá a Shuganan ni hará caso de sus planes para proteger esta aldea.
Aunque Kayugh se encogió de hombros, Chagak percibió cierta irritación en su expresión, en el destello de sus ojos. ¿Era tan importante que la bajara a tierra, que mantuviese seca su suk? Una parte de su ser lamentó no haber hecho lo que Kayugh le pedía. Cuando arrastraron el ik a la playa, Chagak se acomodó la suk, escurrió el agua de los bajos y se arregló el collar de garras de oso sobre el pecho.
Miró el collar y le dijo a Kayugh que era hermoso, pero cuando alzó la mirada vio que el cazador estaba con Grandes Dientes y Pájaro Gris, ayudándolos a trasladar sus ikyan hasta la playa.
«Al menos los Cazadores de Ballenas pensarán que tienes hombre —susurró la nutria—. ¿Qué mujer sin hombre luce un collar tan bonito?».
Esas palabras no le sirvieron de consuelo. Por primera vez, Chagak pensó que estaba rodeada de muchos machos, que era la nieta del jefe y no tenía hombre. La recorrió un escalofrío.
«¿Qué tiene de malo un hombre del pueblo de tu madre?», quiso saber la nutria.
«No quiero hombre».
«¿Qué tiene de malo Kayugh como hombre?», insistió la nutria.
Chagak respondió de viva voz:
—No me hables de hombres.
La muchacha se dio la vuelta y vio a Nariz Ganchuda a su lado. Se le subieron los colores a la cara. Nariz Ganchuda sonrió, señaló a los demás, reunidos juntos a los ikyan, y dijo:
—Shuganan nos llama.
Algunos Cazadores de Ballenas hablaban con los recién llegados. Chagak reconoció a Roca Dura. No tenía muchos veranos más que ella y era un hombre fuerte y resuelto, un buen cazador. Había ido varias veces a su aldea cuando el abuelo los visitaba.
—Roca Dura —lo llamó Chagak y no hizo caso de las miradas sorprendidas de Grandes Dientes y Pájaro Gris. ¿Quién conocía a esa gente, ellos o ella? ¿Debía esperar sin dar ninguna señal? ¿Acaso era la nieta del jefe sólo para que los hombres prodigasen los primeros saludos?—. Soy Chagak.
Roca Dura se volvió, lo mismo que los demás. Cogió su amuleto y lo extendió hacia la muchacha.
—¿Chagak? —preguntó, y la joven percibió el temblor de su voz.
—He venido a traer amigos.
—Hemos estado en tu aldea. Pensamos que estabas muerta.
—Cuando destruyeron la aldea había subido a las colinas a recoger brezo. Sólo yo he sobrevivido. He venido a ver a mi abuelo, a dar la voz de alarma en su aldea.
Roca Dura la observó unos instantes con atención y habló en voz baja con uno de los hombres que había a su lado. Éste corrió al ulaq de su abuelo. Chagak aguardó, con la esperanza de que Muchas Ballenas saliera a recibirlos a la playa, pero el hombre regresó solo.
—Tienes que ir al ulaq de tu abuelo —dijo a Chagak—. Los demás esperarán aquí. Nuestras mujeres traerán agua y comida.
Chagak y Shuganan habían planeado lo que dirían mucho antes de que llegaran Kayugh y los suyos. En ese momento se preguntó si diría las cosas correctas. ¿Y si mencionaba lo que Shuganan le había dicho que no contase? El anciano no estaría presente para corregirla, para atenuar sus errores.
Shuganan le sonrió y Chagak notó que parte de la fuerza espiritual del anciano la recorría. Cruzó los brazos sobre los críos que portaba debajo de la suk y siguió a Roca Dura hasta el ulaq de su abuelo.
El ulaq de Muchas Ballenas era más alto y más largo que los ulas de su pueblo. En lugar de lámparas de aceite de esteatita tallada, las de aquí estaban hechas con cantos rodados. Éstos llegaban a la cintura de Chagak y cada uno tenía en la parte superior un hueco que contenía el aceite y un círculo de mechas de musgo.
Muchas Ballenas, el abuelo de Chagak, estaba sentado sobre una estera en medio del ulaq. Vestía una chaqueta de piel de nutria con las costuras adornadas con pieles y plumas. También lucía su sombrero de ballenero. Era de forma cónica, con la copa puntiaguda, e incluía un ala ancha que impedía que la lluvia y la espuma del mar se colaran por el cuello de la chaqueta.
De niña, los sombreros de ballenero habían fascinado a Chagak y a veces se ponía en la cabeza una cesta del revés y fingía ser un Cazador de Ballenas.
Su madre le había explicado que las mujeres no cazaban ballenas, aunque eran las que confeccionaban esos preciosos sombreros; le había dicho que algún día le enseñaría a hacer un sombrero semejante, a sacar delgadas astillas de la curva de una madera ligera, a tratarlas con vapor y doblarlas hasta darles forma y a alisar y aceitar el sombrero hasta que la madera brillara como el interior de ciertas conchas.
El sombrero de Muchas Ballenas, de cuya parte posterior sobresalían largos bigotes de otaria y de cuya ala colgaban plumas y conchas, lo distinguía como jefe de los cazadores.
Mujer Gorda estaba sentada junto a Muchas Ballenas. Mujer Gorda no era la verdadera abuela de Chagak, sino la segunda mujer que Muchas Ballenas tomó a la muerte de aquélla. Era una mujer baja y gruesa que llevaba el pelo apartado de su cara redonda y sujeto en la nuca con una cola de nutria.
Muchas Ballenas sujetaba el amuleto con ambas manos y cuando Chagak avanzó unos pasos lo levantó y dijo:
—He visto tu aldea. ¿Cómo es que estás viva?
Los hombros erguidos del anciano y el acento con que pronunció esas palabras hicieron que Chagak se acordase de su madre. Todos los temores que había albergado, el miedo de que el abuelo no la recordara, desaparecieron como si el espíritu de su madre estuviese a su lado.
—Estaba en las colinas recogiendo brezo —respondió—. Me quedé casi hasta el anochecer y cuando regresé a la aldea los ulas ardían.
Muchas Ballenas le indicó que se sentara en las esteras que tenía delante. Chagak lo hizo con las piernas cruzadas, a la manera de su abuelo. Echó un rápido vistazo al interior de la suk y ajustó el portacríos de Samiq. Reparó en el interés de su abuelo, pero no mencionó a los niños.
—¿Y de todo tu pueblo eres la única que sobrevivió? —quiso saber Muchas Ballenas.
—No. Mi hermano Cachorro también sobrevivió, pero sólo unos pocos días. Enterré a los míos. Celebré ceremonias y clausuré los ulas. Tardé muchos días. Después cogí comida, un ik y a Cachorro, y partí hacia tu aldea, pero antes llegué a la playa de Shuganan.
—¿Shuganan? —intervino Mujer Gorda—. ¿Quién es Shuganan?
—Conozco a Shuganan —dijo Muchas Ballenas—. Hace muchos años tomó una mujer en nuestra aldea. Vive en una playa pequeña a un día de travesía. Aunque no hace daño a nadie, los que han pasado por su playa dicen que tiene un don mágico. Talla la piedra y el marfil y los convierte en animales. Dicen que sus tallas albergan un gran poder.
Chagak se sacó del cuello la estatuilla de la mujer, el hombre y el niño, y se la entregó a Mujer Gorda.
—Esta talla tiene el poder de dar hijos —dijo Chagak y se recogió la suk.
Contuvo la sonrisa cuando Mujer Gorda y después Muchas Ballenas quedaron boquiabiertos. Ambos miraron con suma atención los niños que colgaban del pecho de Chagak.
—Son varones —añadió Chagak y se bajó la suk—. Shuganan es un buen hombre. Aunque no pudo salvar a Cachorro, tengo dos hijos a cambio de haber perdido a un hermano.
—¿Shuganan es tu hombre? —preguntó Muchas Ballenas.
Chagak recordó lo que Shuganan le había aconsejado, pensó unos instantes y miró a su abuelo a los ojos.
—El nieto de Shuganan era mi hombre —replicó—. Era un buen cazador que trajo muchas focas. Era un hombre fuerte. Se llamaba Acechador de Focas y el verano pasado lo mató uno de los hombres que atacaron mi aldea.
Muchas Ballenas asintió con la cabeza y estaba a punto de hablar cuando Mujer Gorda devolvió la talla a Chagak y dijo:
—Dices que atacaron tu aldea. ¿Estás segura de que fueron hombres y no espíritus?
Shuganan y Chagak no habían previsto esa pregunta. Chagak cruzó las manos sobre el regazo y procuró adivinar lo que Shuganan habría querido que respondiese.
—En otro tiempo Shuganan fue negociante. Vivió una temporada con un pueblo conocido como los Bajos. Me dijo que sus hombres eran cazadores fuertes y buenos, pero que además de animales cazaban hombres, destruían aldeas y mataban a sus habitantes.
—¿Por qué? —preguntó Muchas Ballenas.
—Según dijo Shuganan, creen que el poder del asesino aumenta con cada hombre que matan.
Muchas Ballenas meneó la cabeza, y los bigotes de otaria de la parte posterior de su sombrero se agitaron cuando dijo:
—Un cazador adquiere cierto poder cuando mata a un animal, siempre y cuando sea respetuoso y utilice las armas adecuadas. Pero si mata a un hombre…, el espíritu de un hombre tiene demasiado poder y atrae el mal.
—Tendrías que haber venido antes —dijo Mujer Gorda y se inclinó tanto que sus generosos senos le rozaron las rodillas—. En esta aldea hay cazadores. Dices que tu hombre ha muerto. Aquí podrás elegir hombre, el mejor cazador.
Antes de que Chagak tuviese tiempo de responder, Muchas Ballenas preguntó:
—¿Quiénes son los hombres y las mujeres que te acompañan?
—Vienen de una playa del este. Son Primeros Hombres, de una aldea que mi padre no conoció. Una ola mató a muchos de los suyos y destruyó su ulakidaq, por lo que han buscado un nuevo sitio donde vivir. Shuganan les pidió que se queden en su playa y construyeron un ulaq. —Chagak volvió a recogerse la suk—. Este niño es mi hijo —añadió y posó la mano en la cabeza de Samiq—. Este otro pertenece a Kayugh, el jefe de los que me acompañan. Lo amamanto porque su madre ha muerto.
Mujer Gorda acercó la mano a los críos, pero Muchas Ballenas sujetó su gruesa muñeca con una mano huesuda y la apartó.
—Entonces has venido a traer a mi nieto para que se quede con nosotros —dijo Muchas Ballenas.
Chagak se bajó la suk y la estiró sobre los críos. Alzó la cabeza y miró a su abuelo a los ojos.
—No. Samiq también pertenece a Shuganan. Es posible que cuando sea mayor le enseñes a cazar ballenas, pero de momento Samiq se quedará conmigo y con Shuganan. He venido para prevenirte del ataque de los Bajos. Dos guerreros de este grupo visitaron nuestra playa. Mi hombre mató a uno y Shuganan al otro. Eran exploradores enviados a averiguar cosas sobre tu aldea. La destruirán a menos que los derrotéis.
Muchas Ballenas rio.
—¿Nuestra aldea? ¿Hay alguien con poder para vencer al hombre que caza ballenas? Si un anciano como Shuganan fue capaz de matar a uno de esos guerreros, ¿es posible que los Bajos tengan tanto poder como para derrotar a mis cazadores?
—No puedo decirte cómo obtienen su poder, pero sé la forma en que llegan y matan —replicó Chagak—. Hemos venido a dar la voz de alarma y a ayudaros.
Muchas Ballenas soltó una carcajada y Chagak se asombró de que su madre menuda y delicada procediera de un pueblo tan ruidoso y altanero, un pueblo que reía y se quejaba demasiado, que hacía ruido y discutía por todo. Finalmente preguntó:
—¿Correrás el riesgo de perder un nieto a manos de los que mataron a tu hija y a sus hijos? El saber entraña poder. Oírnos no te hará ningún daño. Si no haces nada y los Bajos llegan podrías perderlo todo. Si te aprestas a recibirlos y no vienen, ¿qué perderás? ¿Un día de caza?
Muchas Ballenas tardó largo rato en responder.
—Pese a ser una niña, eres sabia. —Se volvió hacia Mujer Gorda y agregó—: Di a las mujeres que preparen un banquete. Escucharemos a Shuganan y les daremos la bienvenida a él y a los demás. Dile a Muchos Niños que haga un collar de cuentas para mi nieta. Será un regalo. Si es hermoso, daré dos pieles de nutria a Muchos Niños.