—¿Te he dicho que podías usar un cuchillo? —inquirió Hombre-que-mata y señaló la pequeña hoja que Shuganan esgrimía.
—Es mi cuchillo de tallar —explicó el anciano—. Has visto antes cómo lo uso.
—No quiero que tengas un cuchillo.
—Soy anciano y debo tallar mientras me quede vida. —Señaló la pila de marfil y hueso—. Mira cuánto me queda por hacer.
—No quiero que tengas un cuchillo —repitió Hombre-que-mata alzando la voz.
Desde la partida de Ve-lejos, Hombre-que-mata se había vuelto más exigente y no era fácil apaciguarlo. Shuganan se incorporó y entregó el cuchillo a Hombre-que-mata. Miró a Chagak, que estaba sentada junto a una lámpara de aceite y tejía un cesto, con la cabeza inclinada sobre la labor. Durante unos segundos Shuganan estudió el dibujo a cuadros de la urdimbre, las puntadas eran tan pequeñas y apretadas que impedirían que el agua goteara. A continuación caminó lentamente por el ulaq y observó las diversas tallas de los estantes. Escogió la que representaba a un hombre que esgrimía un cuchillo de caza de hoja larga y se la entregó a Hombre-que-mata.
—Ten. Puede que necesites protección si tanto te asusta un anciano con un cuchillo diminuto.
Hombre-que-mata alzó la cabeza y Shuganan notó que sus ojos se teñían de ira.
—Cierra el pico, viejo —dijo, pero aceptó la talla—. Acepto la figurilla, pero no porque te tenga miedo a ti o a cualquier otro hombre.
Dejó caer el cuchillo curvado a los pies del anciano.
Shuganan lo recogió, se sentó y empezó a tallar.
—¿Qué haces que te parece tan importante? —se interesó Hombre-que-mata.
Shuganan giró la figurilla para mostrársela.
—Un hombre y su mujer —replicó Shuganan serenamente. Hizo una pausa y añadió—: Es para Chagak. —Hombre-que-mata se inclinó para observar la talla. Shuganan apostilló—: Todavía no está terminada.
Hombre-que-mata resopló y dijo:
—Me alegro de que la hagas para ella. Le dará fuerza. Le falta algo. Añade un crío en su suk, un niño sano y fuerte. Ella me dará muchos hijos.
Shuganan lo miró y empezó a retocar la suk de la mujer. Decidió agrandar el cuello de la chaqueta y tallar una cabeza diminuta que asomara desde el interior.
Un rato más tarde entregó la figurilla a Hombre-que-mata y aguardó a que éste la acercara a una lámpara y examinara los pequeños rasgos del crío. El joven rio, asintió con la cabeza y lanzó la talla a Shuganan.
—Está muy bien —comentó—. Termínala y ponle cara, mi cara, al hombre.
Shuganan recogió la talla y no dijo nada. Estaba decidido a terminar la talla del hombre, pero no le pondría el rostro de Hombre-que-mata.
—Eres listo —afirmó éste. Se agachó junto a Shuganan y mantuvo el equilibrio de puntillas—. Tal vez quien es listo para descubrir personas en trocitos de huesos y dientes es capaz de hacer otras cosas. Quizá el hombre que es inteligente para descubrir también es listo para ocultar.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Shuganan, se le cerró la garganta y su corazón latió rápida y enérgicamente. En lugar de apartar la vista de la talla, siguió trabajando la pequeña nariz, los ojos minúsculos del crío.
Hombre-que-mata cogió una lámpara de aceite y se dirigió al espacio para dormir de Shuganan.
La luz de la lámpara hizo que el cuerpo del joven semejara una sombra tras la cortina. Shuganan lo vio buscar junto a la pared, pasar las manos arriba y abajo, hacer un alto de vez en cuando para indagar alguna irregularidad de la superficie.
El joven se desplazó lentamente por todo el espacio y luego se arrodilló para investigar el suelo. Shuganan miró a Chagak y notó que estaba pálida y apretaba los labios.
—He escondido cuchillos —le susurró Shuganan.
Chagak asintió con la cabeza y guardó silencio, con la vista fija en la cortina del espacio para dormir de Shuganan. De repente Hombre-que-mata llamó al anciano:
—Viejo, no eres tan listo como creía.
El joven corrió la cortina y mostró el cuchillo de caza que Shuganan había escondido en la hierba del suelo.
Shuganan aguardó con la esperanza de que abandonara la búsqueda, de que se diera por satisfecho con haber encontrado un arma, pero Hombre-que-mata permaneció allí hasta que Shuganan lo oyó lanzar otra exclamación.
—Ha encontrado el cuchillo curvado —comentó el anciano a Chagak.
—¿Has ocultado más de un cuchillo?
—Tres en mi espacio para dormir —informó Shuganan—. Y uno en el suelo de…
Hombre-que-mata volvió a gritar y salió disparado del espacio para dormir. Llevaba tres cuchillos en la mano izquierda. Los sujetó junto al cuello de Shuganan y preguntó:
—¿Hay más?
—No —contestó Shuganan sin temor. Era muy viejo y la muerte no le asustaba.
Chagak se puso a su lado e interpuso sus manos menudas entre los cuchillos y el cuello de Shuganan.
—No lo mates —suplicó—. Fui yo quien escondió los cuchillos. Acaba conmigo.
—¿Qué dice? —preguntó Hombre-que-mata con voz apagada y su aliento ardiente rozó la mejilla de Shuganan.
—Te pide que no me mates —tradujo el anciano.
Hombre-que-mata rio y las puntas de los colmillos le arañaron el labio inferior.
—No soy tan tonto. ¿Por qué iba a matarte? En ese acto no hay bastante dolor.
Apartó a Chagak de un empellón, pasó la punta de los cuchillos por el cuello de Shuganan y le dejó tres arañazos paralelos.
Shuganan apretó los dientes y guardó silencio.
—Viejo, ¿te crees cazador? —preguntó el joven al tiempo que echaba hacia atrás la mano derecha y asestaba un violento puñetazo en el vientre de Shuganan.
El anciano se replegó, con los brazos sobre la cabeza y la cara contra las rodillas, e intentó recuperar el aliento. Hombre-que-mata lo pateó. Chagak se echó a llorar con suaves gemidos. Shuganan se preparó para recibir otro golpe, pero no pasó nada, Hombre-que-mata estaba esperando que alzara la cabeza para golpearlo en la boca. Y así ocurrió.
Shuganan rodó por el suelo y restañó la sangre del labio con las manos. Vio que Chagak se abalanzaba sobre Hombre-que-mata y le daba puñetazos al tiempo que lo golpeaba con la cabeza.
—¡Chagak, no! —dijo Shuganan, pero al mezclarse con la sangre las palabras sonaron incomprensibles.
Aunque el joven sujetó una de las manos de Chagak, ésta le arañó la cara con la otra. Soltó los cuchillos e intentó aferrar las dos manos de la chica, pero ésta se adelantó y recogió del suelo el cuchillo de caza.
Chagak esgrimió el cuchillo contra Hombre-que-mata y le rajó la chaqueta. Shuganan vio la sangre que manaba de la herida.
Hombre-que-mata gritó, soltó un aullido de guerra que hizo temblar las paredes del ulaq, y abofeteó a Chagak. La joven dejó caer el cuchillo y Hombre-que-mata se abalanzó sobre ella, se sentó sobre su vientre y le golpeó la cara.
—¡No! —gritó Shuganan.
Hombre-que-mata siguió abofeteando y golpeando a Chagak.
Shuganan se arrojó sobre el joven. Cuando chocó con él le dolieron las costillas y se quedó sin aliento, pero se estiró para alcanzar el cuchillo curvado que había junto a la rodilla de Hombre-que-mata.
Éste llegó antes que Shuganan y lo acercó al cuello de Chagak.
La chica estaba inmóvil, con el rostro bañado en sangre y los ojos muy abiertos. A Shuganan se le paró el corazón hasta que la muchacha respiró.
Aunque percibió la expresión de cólera de Hombre-que-mata, Shuganan murmuró en medio del súbito silencio:
—Mátala. Prefiere estar muerta. Así se reunirá con el hombre con el que iba a unirse y con sus padres. Mátanos a los dos y advertiremos a los que viven en las Luces Danzarinas de que portáis espíritus del mal.
Hombre-que-mata tensó el rostro y se apartó del pecho de Chagak. Recogió los cuchillos y los encajó en su cinturón.
—Lleva a la muchacha a su espacio para dormir y luego vete al tuyo —ordenó—. Mañana cazaremos focas.
Hombre-que-mata se puso en pie e inclinó el pellejo que pendía de una viga. El agua cayó en su boca y sobre su rostro. Aunque el cuerpo de Shuganan era puro dolor, se inclinó sobre Chagak y la ayudó a incorporarse. Le pasó un brazo por los hombros y la miró a los ojos.
La joven no lloraba y en su mirada el anciano percibió un gran destello, como si brillara una luz. Chagak apoyó la cabeza en el hombro de Shuganan y murmuró:
—¿En qué lugar de mi espacio para dormir está el cuchillo?
Shuganan no respondió porque Hombre-que-mata gritó:
—¡No habléis!
Por la mañana, Hombre-que-mata ató a Chagak al pie del poste. Dejó una pila de pieles de foca a sus pies.
—Dile que prepare babiche —pidió a Shuganan—. Dile que saldremos a cazar focas para pagar su precio.
Sin dar tiempo a que Shuganan tradujese esas palabras, Chagak dijo:
—Pregúntale cómo quiere que prepare babiche si no tengo mi cuchillo de mujer.
—Tú tienes su cuchillo —explicó Shuganan a Hombre-que-mata—. ¿Cómo quieres que prepare babiche sin cuchillo?
Hombre-que-mata se encogió de hombros y recogió el arpón.
—Dile que me acerque esa pila de pieles y mi rascador —añadió Chagak.
Señaló lo que necesitaba y, antes de que Shuganan lo tradujera, Hombre-que-mata recogió las pieles dobladas y las depositó a su lado.
—Necesita un rascador y la piedra para golpear —informó Shuganan, cojeó hasta el rincón de almacenamiento de Chagak y regresó con las herramientas.
Aunque sabía que Chagak prefería realizar esa labor al aire libre para que el viento se llevara los restos de pelo y carne que el rascador separaba de la piel, Shuganan pensó que, pese a que tenía que quedarse en el ulaq, al menos la muchacha estaría ocupada.
Shuganan reunió un puñado de estacas y extendió una piel en el suelo. Usó la piedra para clavar las estacas en los bordes de la piel y en la tierra apisonada.
—Viejo, deja que lo haga ella —dijo Hombre-que-mata—. Si no partimos ahora, no estaremos de vuelta antes de que anochezca.
Shuganan lo miró sobresaltado.
—¿Quieres ir a buscar focas y supones que regresaremos el mismo día?
—Soy cazador —declaró el joven, bajó los párpados y observó al anciano a través de la negrura de sus pestañas.
Shuganan desvió la mirada, tomó aire y notó en las costillas el dolor de los golpes que había recibido la noche anterior.
—Chagak necesita agua y comida. ¿Qué pasará si no regresamos en tres o cuatro días? ¿De qué servirá pagar el precio si dejas morir a la mujer?
Hombre-que-mata caminó hasta el centro del ulaq y desató el pellejo con agua, lo llevó hasta el poste y lo ató a cierta altura para que Chagak pudiera alcanzarlo al ponerse de pie.
—Acércale comida —dijo a Shuganan—, pero no mucha. Ya te he dicho que esta noche estaremos de regreso.
Shuganan arrastró un estómago de foca con pescado seco y lo apoyó contra el poste. Hombre-que-mata se detuvo con un pie en el poste. Cogió del mentón a Shuganan y dijo:
—Viejo, eres muy generoso. —Su aliento apestaba a pescado—. Será mejor que coma. Me gustan las mujeres gordas. Procrean mejores hijos. —Se inclinó, sacó un puñado de pescado del estómago de foca y lo guardó en la bolsa que colgaba de su cuello—. Tráeme huevos —ordenó a Shuganan y le pasó la bolsa.
Shuganan llevó la bolsa y al pasar junto a Chagak le puso rápidamente algo en las manos; notó la frialdad de los dedos de la chica.
El anciano supuso que Hombre-que-mata no lo había visto, pero el joven cogió la bolsa y preguntó:
—¿Qué le has dado?
Shuganan sonrió y abrigó la esperanza de que su expresión no delatara su nerviosismo.
—La talla —replicó.
Cogió la mano de Chagak y giró la figurilla hacia Hombre-que-mata, con el deseo de que no se acercara a mirarla, de que no viera lo que había hecho con la cara del marido y con la base de la imagen.
Hombre-que-mata soltó una carcajada.
—Traeremos muchas focas, puede que más de dos. Mientras ella espera, tu gente menuda le enseñará a ser una buena mujer.
Empujó a Shuganan poste arriba y el anciano hizo un alto antes de salir. Contempló la coronilla oscura y brillante de la cabeza de Chagak.
La joven lo miró y Shuganan percibió el entendimiento en su mirada, se dio cuenta de que Chagak había tapado con el pulgar la cara del marido. Chagak alzó la mano y Shuganan salió, reteniendo en la imaginación el recuerdo de los ojos de la muchacha…, algo que conservaría si lograba llevar a cabo sus planes, algo que conservaría aunque no lo consiguiese.