—¿Vendrá a mi espacio para dormir? —preguntó Chagak en voz baja a Shuganan antes de abandonar la estancia principal del ulaq.
Hombre-que-mata había regresado al espacio para dormir de Shuganan y los había dejado solos.
—No —respondió el anciano—. Esta noche no se acercará a ti.
No la miró y mantuvo la cabeza gacha, como si temiera enfrentarse con los ojos de Chagak. Su malestar logró que algo frío y rígido se instalase en el pecho de Chagak.
La muchacha permaneció en pie junto a Shuganan, a la espera de que siguiese hablando, pero, como lo hizo, Chagak comentó:
—Me ocultas algo.
Shuganan la contempló y recibió la fuerza de su mirada. «Es tan fuerte como yo, o más. Todo cuanto perdió le ha sido arrebatado. Yo elegí mi pérdida y no me arrepiento», pensó.
—Sí, hay algo más —reconoció Shuganan, e hizo una pausa buscando las palabras apropiadas—. Hombre-que-mata te quiere como mujer. Está dispuesto a pagar dos focas y dieciséis pieles de nutria. —Chagak negó con la cabeza—. Es un buen precio —afirmó Shuganan y al punto supo que había dicho una tontería.
¿Qué honor podría sentir Chagak, fuera el precio alto o bajo, si odiaba a quien iba a convertirse en su hombre?
—Mi padre no cazaba nutrias y yo debo ser fiel a sus convicciones —se limitó a decir Chagak—. En una ocasión, en medio de una tormenta, las nutrias le salvaron la vida.
Shuganan no se sorprendió. No era la primera vez que alguien decía que las nutrias ayudaban a los cazadores.
—No te preocupes por las pieles de nutria —aconsejó Shuganan—. Tardará muchos días en cazar dieciséis nutrias. En algún momento tendrás ocasión de escapar. Conozco una isla…
En ese instante Hombre-que-mata salió del espacio para dormir de Shuganan. Chagak lo miró, abandonó la urdimbre y corrió a su espacio para dormir. Hombre-que-mata la siguió con un rollo de babiche trenzado en la mano. Le ató los brazos a la espalda y a continuación los tobillos.
Cuando pasó la cuerda por sus tobillos, Chagak procuró no encogerse ante el contacto. Sabía que todo sería peor si demostraba que temía a Hombre-que-mata. Éste gozaba con el miedo de los otros. Mantuvo el cuerpo rígido y quieto y concentró el temblor en las paredes de su corazón.
Pensó: «Shuganan está equivocado. Hombre-que-mata me tomará ahora. Nada se lo impide. ¿Hasta dónde respetará el acuerdo con Shuganan? ¿Qué representan dieciséis pieles de nutria y dos focas para un hombre que necesita una mujer?».
Cuando acabó de atarla, Hombre-que-mata dijo despacio y con voz clara:
—Ataré a tu abuelo.
Pese a que habló en su idioma, pronunció las palabras de tal modo que Chagak captó su significado. Hombre-que-mata rio y le pellizcó las piernas, pero no intentó nada más.
Mucho después de que el ulaq quedara en silencio, Chagak seguía despierta y pensaba en las palabras pronunciadas por Shuganan: «Conozco una isla…».
Había esperanza, pero esa esperanza contenía una traición, reflexionó Chagak. ¿Cómo podía irse y dejar que Shuganan hiciera frente a la cólera de Hombre-que-mata? Además, ¿cómo encontraría una pequeña isla en medio de la gran extensión del mar? Más le valdría recurrir a Muchas Ballenas, su abuelo. Tal vez no la quisiera, pero podría encontrarle hombre. ¿Y si Hombre-que-mata la seguía? ¿Y si lo guiaba hasta la aldea de su abuelo? Aunque poderosos, ¿los Cazadores de Ballenas eran lo suficientemente fuertes para detener a quienes destruían aldeas enteras?
Chagak apenas concilio el sueño y a primera hora de la mañana Hombre-que-mata se presentó en su espacio para dormir. Al principio sólo la miró, pero cuando Chagak rodó boca abajo para ocultar la rajadura de la pechera de la suk, el joven se agachó y la desató. En lugar de hablar rio roncamente. Señaló el escondrijo de almacenamiento y simuló que comía.
Shuganan ya estaba en la estancia principal y se ocupaba en romper las espinas y los caparazones de los erizos que había recolectado el día anterior. Los afilados fragmentos de los caparazones cubrían el suelo.
—No me permitió salir para hacer esta tarea —explicó Shuganan.
—Pues puede que sea el primero en pisar un trozo de caparazón —replicó Chagak, recogió los fragmentos y los guardó en un cesto.
Hombre-que-mata dijo algo y Shuganan se lo transmitió a Chagak:
—Dice que enciendas las lámparas y que quiere huevos.
En la estancia principal había seis lámparas. Chagak las prendió con la llama de la que había estado encendida toda la noche. Se acercó al lugar de almacenamiento, buscó un trozo de babiche y se lo ató a la cintura para cerrarse la suk.
Sacó tres huevos y los dejó sobre un tapete. Extrajo agua del estómago de foca que colgaba de una viga, lavó los huevos y varios erizos que Shuganan había abierto. Entregó el tapete a Hombre-que-mata, que puso mala cara y habló a gritos.
—Quiere rodajas de pescado fritas —informó Shuganan.
—Dile que necesito mi cuchillo y que el fuego para cocinar está afuera.
Shuganan tradujo las palabras de la joven. Hombre-que-mata aferró el recipiente con pescado y empujó a Chagak hacia el poste de las muescas.
El viento del mar refrescó el rostro de Chagak y pareció despejar algunos temores de su mente. Señaló el círculo de piedras que delimitaba su fuego para cocinar y descendió. Hombre-que-mata la siguió.
El sitio para cocinar se encontraba a sotavento del ulaq para que los vientos no apagasen las hogueras recién encendidas ni propagaran el fuego a la hierba del ulaq.
Chagak encendió el fuego con sus piedras, frotó el pedernal y la pirita salpicada de oro hasta que saltó una chispa que prendió la hierba seca colocada en el centro del foso. Avivó pacientemente el fuego con hierba y brezo hasta que las llamas fueron lo bastante altas para encender madera ligera. Cuando ésta comenzó a arder, Chagak frotó con aceite su piedra para cocinar. Tenía tres palmos de largo y era plana y fina. Pese a su delgadez, tardaba mucho en calentarse. La puso sobre las cuatro piedras ennegrecidas situadas a la distancia correcta de las llamas y se dispuso a esperar.
Hombre-que-mata se acuclilló a su lado y le hizo señas para que friese el pescado.
—Todavía no está caliente —explicó Chagak y acercó la mano a la piedra para hacerle entender a qué se refería.
Hombre-que-mata resopló y Chagak se encogió de hombros. ¿Acaso le atribuía un poder mágico para calentar rápidamente una piedra? Si no la hubiera atado y si la noche anterior le hubiese dicho que quería pescado frito, Chagak habría encendido fuego, habría colocado la piedra y la habría cubierto de tierra. Por la mañana, con la piedra aún caliente, hubiera podido cocinar deprisa el pescado.
«¿A qué hombre se le ocurre pensar de antemano en esas cosas?», se preguntó Chagak.
La muchacha señaló el pescado, remedó la acción de cortarlo y pidió un cuchillo a Hombre-que-mata. Éste permaneció inmóvil unos instantes, como si no la entendiera, pero al final sacó el cuchillo de Chagak de una bolsa que colgaba de su cintura y se lo dio. Simultáneamente desenfundó su cuchillo, cruzó los brazos y mantuvo la punta en el pliegue del codo, con la hoja hacia Chagak.
La joven simuló ignorar la amenaza de aquel cuchillo mientras cortaba el pescado en trozos pequeños y los untaba con aceite.
Hombre-que-mata dijo algo y sus palabras sonaron interrogativas. Chagak entendió parte de lo que decía —se refirió al valor de las mujeres y los cuchillos—, pero no se dio por enterada. Depositó los trozos de pescado en la piedra para cocinar y contempló el vapor que se elevó de la superficie caliente.
Shuganan corrió al espacio para dormir de Chagak y se preguntó de cuánto tiempo dispondría hasta que Hombre-que-mata regresara al ulaq.
Hacía mucho tiempo Shuganan había escondido dos cuchillos en su espacio para dormir, uno en la pared y el otro en el suelo, pero ahora era Hombre-que-mata quien utilizaba ese espacio.
Cuando esa mañana Hombre-que-mata desató a Shuganan y salió un momento, el anciano ocultó tres cuchillos en su nuevo espacio para dormir. Uno era un pequeño cuchillo curvo que en otro tiempo había usado para tallar y cuya hoja se deformó luego de varios retoques para acrecentar el filo. Shuganan lo metió en una grieta entre la pared y el suelo.
También escondió un cuchillo de caza de hoja larga en un hueco de la pared, al que luego rellenó con tierra y alisó para que pasara inadvertido. Shuganan colocó el tercer cuchillo en el suelo, en un sitio fácil de encontrar y cubierto con hierba y con esteras para dormir, pues esperaba que si Hombre-que-mata decidía registrar su espacio para dormir, se diera por satisfecho con encontrar un cuchillo y no buscase los demás.
Shuganan titubeó antes de llevar cuchillos al espacio para dormir de Chagak. ¿Y si Hombre-que-mata los encontraba? ¿Qué le haría a la muchacha? Pero si ella estaba siempre atada, ¿cómo se las ingeniaría para escapar? Sería mejor correr ese riesgo, darle una oportunidad de huir. Buscó el cuchillo de su mujer, que había conservado en uno de los cestos de hierba primorosamente tejidos por ella. El cesto era tan grande como un hombre agachado y estaba lleno con sus pertenencias, cosas viejas que Shuganan no enterró a la muerte de su mujer y que no fue capaz de tirar: pieles curtidas, cestas, agujas, una piedra para cocinar, tapetes, platos de madera ligera y una almohada de plumón de ganso. Y, en el fondo, un cuchillo de mujer en su funda.
Shuganan lo llevó al espacio para dormir de Chagak. Midió tres palmos desde la cortina de la entrada, con el cuchillo hizo un agujero en el suelo, ahuecó un espacio para el arma, volvió a tapar cuidadosamente el agujero con un trozo de tierra compacta y lo cubrió con una estera.
Retornó a la estancia principal del ulaq. Se sentó de espaldas al espacio para dormir de Chagak porque sabía que si quedaba de frente su mirada lo traicionaría y posaría frecuentemente los ojos en la cortina, temiendo que descubrieran el cuchillo enterrado.
Se puso a trabajar en la figurilla que tallaba desde que, varios meses atrás, un sueño le había anunciado la llegada de Chagak. En su momento no había sido más que un consuelo, pero ahora se convertiría en un regalo, un amuleto protector para Chagak. Se trataba de una talla de hombre y mujer y Shuganan trabajó el rostro a semejanza del de la muchacha, pero aún no sabía cómo representar al hombre. Shuganan utilizó la punta de una lezna para marcar los detalles de la vestimenta del marido. No era Hombre-que-mata. Formaba parte de alguna aldea de los Primeros Hombres.
Cuando se percató de que Chagak y Hombre-que-mata estaban en la entrada del ulaq, Shuganan escondió la talla e imploró al espíritu de Tugix.
Chagak acarreaba un tapete con pescado frito. El aroma aligeró la atmósfera cargada del ulaq. La joven se arrodilló junto a Shuganan, llenó un cuenco de madera con el pescado y se lo pasó a Hombre-que-mata.
—Dile que llene un cuenco para ti —ordenó Hombre-que-mata al tiempo que empezaba a comer. Miró a Shuganan, sonrió y dejó al descubierto una boca llena de comida.
—Dice que me des un cuenco con pescado —informó Shuganan.
—Lo he entendido —replicó Chagak.
—Y también algo para ella —añadió Hombre-que-mata—. Soy generoso.
Hombre-que-mata rio, pero Shuganan no le celebró la broma.
—Ponte algo tú también —dijo Shuganan a Chagak. Con el mismo tono de voz y sin apartar la mirada del pescado, añadió—: He ocultado cuchillos… —Al ver que Hombre-que-mata dejaba de comer bruscamente, Shuganan lo señaló y dijo—: Dale las gracias por la comida.
Chagak inclinó la cabeza ante Hombre-que-mata sin alzar la mirada, temerosa de traicionar su nueva esperanza. Señaló el cuenco que había servido a Shuganan y el suyo, y dijo:
—Gracias.
Hombre-que-mata masculló unas palabras.
—Dice que serás una buena mujer —tradujo Shuganan.
Chagak levantó la cabeza.
—Así es —replicó. Y agregó sonriente—: Pero no seré la suya.
Shuganan había tallado escenas de caza en los mangos de madera de sus arpones y ahora, obedeciendo los deseos de Hombre-que-mata, talló el mango de una de sus armas.
Chagak estaba sentada en un rincón oscuro del ulaq y a su lado ardía una lámpara. Se había quitado la suk para remendarla y, pese a que Shuganan y Hombre-que-mata no parecían reparar en ella, se sentía incómoda vestida tan sólo con el delantal, por lo que estrechó la suk contra su pecho mientras cosía y la extendió sobre su regazo.
Un rato antes había decidido cómo arreglaría la prenda. Temía que las delicadas pieles de cormorán no resistieran una larga costura delantera, pues su madre solía coser las pieles de ave de modo que las puntadas entre las dos pieles se cruzaran por encima y por debajo del centro de una piel, por lo que la costura era en zigzag. De todas maneras, el desgarro producido por la cuchillada de Hombre-que-mata atravesaba costuras y centros de pieles.
La idea se le ocurrió esa misma mañana, mientras guisaba unos erizos: ¿por qué no reforzar la costura con una tira de cuero que fuese de arriba abajo? ¿Por qué no hacerla de un palmo y coser firmemente ambos lados? Luego decidió añadir costuras primorosamente disimuladas bajo las plumas de las pieles de cormorán, costuras que dividirían la tira en siete u ocho cuadrados, cada uno de los cuales podría contener algo: tendón, babiche, agujas y lezna, anzuelos, mechas para lámparas…, cosas para seguir con vida, cosas que la ayudarían a escapar.
Cuando terminó de remendar las pieles de ave, Chagak estiró una piel de foca, puso encima la suk y tomó medidas para cortar una tira de cuero del largo de la costura. Reparó en que no tenía cuchillo y vaciló largo rato, pues no sabía si llamar la atención pidiendo uno. Finalmente se acercó a Shuganan y sujetó por delante la suk puesta del revés.
—¿Necesitas algo? —quiso saber el anciano.
Chagak depositó la suk en el suelo, entre los hombres, y señaló el remiendo que había hecho.
—No es lo bastante fuerte —explicó—. Tengo que cortar una tira de cuero para coserla encima.
Shuganan habló con Hombre-que-mata y se dirigió a Chagak:
—Trae el cuero, él lo cortará.
Chagak acercó la piel de foca y señaló el corte que quería. Hombre-que-mata levantó el cuero y lo cortó en línea recta, utilizó los dientes y una mano para dividir en dos trozos la piel de foca y tironeó en direcciones opuestas para que el corte quedase recto. Realizó un segundo corte, midió el largo de la tira para la suk de Chagak y quitó lo que sobraba.
Chagak le dio las gracias y se puso de pie. Hombre-que-mata la aferró del tobillo, la retuvo y le habló.
—Dice que muy pronto no necesitarás esa suk —tradujo Shuganan—. Te traerá pieles de nutria para que te hagas una buena suk.
Chagak tensó los músculos de la mandíbula.
—Dile que conservaré esta suk porque me la hizo mi madre.
—Chagak, tendrás que coser otra suk —explicó Shuganan—. Este hombre no te dejará en paz si rechazas sus regalos con insultos.
—Para entonces me habré ido —afirmó la joven, a la que no se le pasó por alto el veloz nubarrón de pena que cruzó por los ojos de Shuganan.
—Tienes razón —coincidió el anciano.
Chagak sostuvo en alto la tira de cuero, señaló el cuchillo de Hombre-que-mata y le dio las gracias. Éste masculló y le soltó el tobillo. Chagak volvió a su sitio en el rincón oscuro, extendió la suk sobre su regazo y con la lezna perforó ambos lados de la tira de cuero.
Shuganan guardaba trozos de tendón de foca en un hueco seco de la pared, como también hacía la madre de Chagak. Como se trataba de una costura larga, Chagak escogió el tendón más largo y, con ayuda de los dientes y la lezna, separó un trozo del montón. Con la aguja cogió un hilo más delgado, le hizo un nudo firme y lo pasó por las delicadas pieles de cormorán de su suk.
Cosió la tira de cuero por ambos lados y por la parte inferior, pero dejó la superior abierta. Comprobó que ninguno de los dos hombres la veía, enrolló en sus dedos varias tiras largas de tendón y los deslizó a lo largo del interior de la tira hasta que quedaron en el bajo de su suk.
Luego trazó una línea de agujeros con la lezna, justo por encima del tendón, y cosió el rollo en el interior. Volvió a comprobar que Hombre-que-mata no la veía y deslizó un pequeño alfiletero de marfil a lo largo de la tira de cuero. El alfiletero contenía varias agujas y la tapa servía como dedal para obligar a la lezna a atravesar el grueso cuero. Hizo otra costura a través de la tira, con el alfiletero en el interior.
Llenó con sumo cuidado la tira de cuero: mechas para lámparas, un paquete con hojas de salud secas, una bolsa de red para recoger bayas que dobló, anzuelos y una delgada línea de fibra de ortiga, pedernal y piedra para el fuego guardadas en saquitos de cuero. Metió todo lo que necesitaría cuando abandonara aquel sitio, todo lo que necesitaría cuando se ocultara de Hombre-que-mata.