Sería la media noche próximamente, cuando Genoveva oyó que alguien llamaba a la puerta del ventanillo de su prisión, y que una voz, débil y llorosa, exclamaba:
—Querida condesa; ¿estáis aún despierta, a esta hora? ¡Dios Santo! Ignoro si las lágrimas me dejarán decíroslo… Ese infame Golo… ¡Ay! ¡Castigue Dios a ese malvado y arrójelo en lo más profundo del infierno! —¿Quién sois?— interrogó Genoveva, levantándose y avanzando hacia, el ventanillo, defendido por una fuerte reja.
—Soy la hija del centinela de la torre, Berta; ¿no os acordáis de mí? Berta, que ha estado enferma mucho tiempo, y que lo está todavía, y para la cual habéis sido siempre tan buena. ¡Ay! Os amo mucho, y mi mayor deseo sería poder demostraros mi gratitud. En vez de esto, sólo os puedo traer una noticia espantosa. Esta misma noche debéis morir; así lo ha ordenado el conde, el cual, engañado por las calumnias de ese infame Golo, os cree verdaderamente culpable. Le ha escrito, por consiguiente, y ya han dado la orden a los verdugos que han de cortaros la cabeza. Yo misma he oído a Golo que les daba las instrucciones; pero ¡ay, Dios mío!, no es esto todo. El conde no ha querido reconocer a vuestro hijo, y éste también debe morir. Señora, la angustia apenas me deja respirar, y no he podido dormir un solo momento en todo lo que va de noche. Cuando vi que todos estaban durmiendo, he abandonado, el lecho en que el mal me tiene postrada y, a costa de esfuerzos indecibles, he procurado llegar hasta vos, pues me habría sido imposible vivir si no os hablaba una vez siquiera, para, despedirme de vos y demostraros mi gratitud por todo el bien que me habéis hecho. Si tenéis algo que mandarme, o bien algún encargo que hacerme, hablad y desahogad conmigo vuestro corazón; que no se sepulten con vos en la tierra todos vuestros secretos. ¡Quién sabe si estaré yo destinada a demostrar vuestra inocencia algún día!
Genoveva, profundamente conmovida por la terrible noticia que acababa de recibir, no pudo articular palabra en un principio; más, recobrando en breve todo su valor, dijo a la cariñosa joven:
—Hija mía, ten la bondad de traerme luz, tinta, papel y una pluma.
Apresuróse la joven a complacerla, y Genoveva escribió la siguiente carta, en el mismo suelo, pues no tenía mesa ni escaño alguno en la prisión:
«Amado esposo»:
«Te escribo por última vez, echada sobre el frío pavimento de mi calabozo».
«Cuando llegues a leer esta carta, ya hará mucho tiempo que la mano que la escribió estará pudriéndose en el sepulcro. Dentro de pocas horas ya habré comparecido ante el tribunal del Supremo Juez. Tú, creyéndome desleal e infame, me has condenado a muerte, pero bien sabe Dios que muero inocente. Te lo juro por Él y hallándome a las puertas de la eternidad. Cree que no sería capaz de mentir al abandonar este mundo».
«¡Ah!, querido esposo; si algún desconsuelo experimento es solamente por ti. Sé bien que, a no haber sido engañado por una calumnia espantosa, no condenarías a muerte a Genoveva y a tu hijo. Cuando, andando el tiempo, llegues a descubrir la infame impostura, no sientas remordimientos. Siempre me has amado y no puedes acusarte de mi muerte; si así sucede, es porque Dios lo ha permitido. Puesto que ya no tiene remedio, pide a Dios que te perdone, y no vuelvas a condenar a nadie sin oírle antes, y que esta sentencia, que es la primera que has pronunciado impremeditadamente, sea también la última. Esta acción, que es la única mancha que empaña tu vida, y en la que sólo tienes una mínima parte, trata de borrarla con acciones benéficas y generosas, puesto que es lo mejor que puedes hacer, ya que el desesperarte y afligirte de nada te ha de servir. Piensa igualmente que hay un cielo y que en él volverás a ver a tu Genoveva, y allí reconocerás su lealtad y su inocencia; allí, por último, conocerás al hijo que no has podido ver sobre la tierra, sin que haya malvados que nos puedan volver a separar».
«Sólo me quedan algunos momentos de vida y quiero emplearlos en cumplir mis últimos deberes y el primero es demostrarte mi gratitud por todo el amor que me tuviste en mejores días, y cuyo recuerdo me acompañará hasta el sepulcro».
«Cuídate de mis amados padres; consuélalos en su dolor y sé para, ellos un hijo afectuoso. ¡Ay! Yo no tengo ya tiempo de escribirles, pues se aproxima mi última hora; pero diles que su hija no fue nunca criminal, que murió inocente, y que, al morir, pensaba en ellos y les agradecía con el alma todos los beneficios que de ellos había recibido».
«Respecto a Golo, al desventurado loco, no lo mates en un arrebato de ira. Perdónalo como yo lo perdono. ¿Me oyes? Te lo ruego. No quiero que odio alguno llegue conmigo a la tumba. No quiero ser la causa de que se vierta, una sola gota de sangre».
«No guardes tampoco rencor a mis verdugos; en vez de aborrecerlos, porque muero inocente a sus manos, ayúdales a ellos y a sus familias. No han hecho más que obedecer, y seguramente obedecen contra su voluntad».
«El buen Draco, que fue asesinado sin culpa alguna, era, ten la seguridad de ello, el más fiel de tus servidores. Socorre, pues, a su desamparada viuda, y sirve de padre a los infelices que, con su muerte, ha dejado huérfanos, pues ésta es para ti una obligación imprescindible, toda vez que su lealtad hacia ti, ha sido la sola y verdadera causa del desdichado fin que ha tenido. Créelo, ha muerto por ti. No lo olvides, y procura rehabilitar su memoria pública y solemnemente».
«También te pido que recompenses a la generosa criatura que se ha encargado de hacer llegar a tus manos esta carta; se llama Berta, y ella es la única que me ha permanecido fiel, precisamente en los momentos en que todos, personas y sucesos, se han puesto en contra mía; éstos, por la fatalidad; aquéllas, por temor al odio vengativo del infame Golo».
«Sé un señor indulgente para tus vasallos y trata de disminuir los crecidos impuestos que sobre ellos pesan. Haz por darles administradores honrados, sacerdotes piadosos y médicos hábiles. No desatiendas a nadie que se llegue a ti en demanda de socorro o de justicia y, sobre todo, sé compasivo y generoso con los pobres, a los cuales pensaba yo, ¡ay!, servirles de madre y colmarles de beneficios; procura tú hacerles el bien que yo ya no podré hacer, pues ahora estás doblemente obligado a ser para ellos un verdadero padre».
«Adiós, por última vez, esposo mío; adiós, y no sufras porque yo muero, pues dejo contenta una vida tan corta y llena de tribulaciones; una vez más sabe que muero inocente de las calumniosas acusaciones que me ha dirigido el infame Golo. Dios se apiadará de mí. Adiós, una vez más, y ruega por mi eterno descanso. Te dejo en este mundo con el corazón lleno de perdón y ternura, siendo hasta en la misma hora de la muerte tu fiel esposa».
«GENOVEVA»
He aquí la carta que escribió la condesa, en tanto que las lágrimas inundaban sus ojos de tal modo, que, confundiéndose la tinta con el llanto, apenas si podía leerse lo que había escrito. En seguida púsola en manos de Berta, y le dijo:
—Querida mía; guarda esta carta como la más preciosa joya y que no la vea nadie; ponla en manos de mi esposo cuando éste regrese de la guerra.
Luego, despojándose de un collar de perlas que aun llevaba al cuello, se lo dio, exclamando:
—Mi buena Berta, toma estas perlas, con las que trato de recompensar esas lágrimas que prueban tu fidelidad y la compasión que sientes por tu señora. Este collar es uno de los regalos y adornos de mi boda, y no se ha separado de mi cuello desde que lo recibí de manos de mi esposo. Quiero que él te sirva de dote, pues vale mil florines de oro; pero que, en modo alguno, sea causa para ti de que te aficiones a las cosas mundanas. No olvides que el cuello que adornaron estas perlas ha sido cortado por el hacha de los verdugos, y que mi suerte te sirva de ejemplo para que jamás te fíes ni aun del hombre que más bueno te parezca. ¡Cuán distante me hallaba yo de pensar que, el que adornaba mi cuello con esta espléndida alhaja, habría de ordenar que me lo segasen en lo mejor de mis años! Así, pues, pon solamente en Dios toda tu confianza, y sé siempre tan buena y generosa como hoy lo eres. Yo voy a prepararme para dejar este mundo, disponiendo a mi alma para que entre en la vida eterna.