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Las checas al servicio directo de la seguridad republicana

La secretaría técnica del director de Seguridad

En contra de lo que señalaría durante su proceso el creador de la checa de Bellas Artes, su existencia no sólo no puso coto a los asesinatos llevados a cabo por las organizaciones del Frente Popular en las docenas de checas instaladas en Madrid sino que les proporcionó una clara apariencia de legitimidad para la práctica del saqueo y de los fusilamientos e incluso proporcionó un camino para el exterminio de los considerados adversarios aún en el caso de que hubieran sido considerados inocentes por los tribunales ordinarios. La utilización de la fuerza del Estado para perpetrar detenciones y procesos sin garantía procesal alguna, torturas, saqueos y asesinatos no fue, lamentable y vergonzosamente, comportamiento exclusivo de la checa de Bellas Artes. En realidad, los medios de ese Estado que había dejado de ser la República del 14 de abril —con todas sus limitaciones— para convertirse en una entidad abiertamente revolucionaria se pusieron al servicio de la represión en diversas manifestaciones de especial gravedad. A tal efecto no deja de ser claramente significativo que la secretaría técnica del director de Seguridad a cargo de José Raúl Bellido ofreciera a las checas y milicias todos los datos que operaban en sus archivos para que procedieran con más facilidad a su tarea de represión.

No sólo facilitaba de esa manera la labor de localizar y señalar a los que debían ser detenidos, torturados y fusilados sino que además esa secretaría técnica cursaba órdenes a los establecimientos penitenciarios para que entregaran a las checas a aquellos detenidos cuyo asesinato había sido decidido.

La perversión jurídica a que había llegado el Estado revolucionario no puede, por lo tanto, resultar más evidente. Las instituciones estatales no sólo habían renunciado a garantizar los derechos de los detenidos sino que se ocupaban directamente de facilitar su asesinato. Incluso, como tuvimos ocasión de ver en el capítulo anterior, en ocasiones utilizaron aquel nuevo orden revolucionario para saldar cuentas personales que afectaban a personajes tan significados como Azaña, Largo Caballero o Galarza.

La Escuadrilla del Amanecer

No concluyó, sin embargo, con estas conductas la implicación de la secretaría del director de seguridad en las tareas represivas. De hecho, la citada entidad organizó bajo su mando directo un grupo dedicado a realizar detenciones, incautaciones y ejecuciones, cuya sede se hallaba en la propia Dirección de Seguridad y que recibiría la denominación de Escuadrilla del Amanecer. La célebre Escuadrilla, cuyos méritos glosaría en repetidas ocasiones la prensa de la zona controlada por el Frente Popular[139], debía su sobrenombre al hecho de que actuaba preferentemente durante la madrugada, una circunstancia que acrecentaba comprensiblemente el terror producido por su sola mención. De ella diría el ABC de 9 de agosto de 1936 que sus componentes eran «héroes de la retaguardia» y que entre sus servicios destacaban «las 500 detenciones» realizadas en un par de semanas.

Los miembros más destacados de la Escuadrilla fueron el guardia de asalto Valero Serrano Tagüeña, Eloy de la Figuera, León Barrenechea, Francisco Roig y Carmelo Olmeda, más conocido como Tarzán. El hecho de que varios los miembros de la Escuadrilla, aparte de Valero Serrano, pertenecieran a la Guardia de Asalto, muestra nuevamente hasta qué punto las instituciones republicanas estaban imbricadas en una forma de represión que contaba con precedentes en la Rusia bolchevique pero no en España.

La Escuadrilla del Amanecer contó con varios grupos siendo uno de los más activos el que se hallaba bajo el mando de Luis Pastrana Ríos, un funcionario de Hacienda al que se había procesado por malversación. Pastrana Ríos protagonizaría diversos asesinatos como el de un vecino de las Rozas de veintisiete años de edad llamado Blas Riaza Bravo[140]. Detenido en su pueblo el 25 de septiembre de 1936, Biaza fue trasladado a la Ciudad Universitaria de Madrid donde la Escuadrilla procedió a darle muerte.

El celo de la Escuadrilla, indudable, desde luego, fue altamente apreciado por las autoridades frentepopulistas de tal manera que en octubre de 1936 se procedió al envío de tres de sus miembros a Albacete para estimular a una policía que no parecía lo suficientemente eficaz en las tareas represivas. En el curso de su acción, los chequistas de la Escuadrilla llevaron a cabo el asesinato de Consuelo Flores, vecina de Albacete, consignando después por escrito su responsabilidad en los hechos a la vez que señalaban que la revolución que se estaba viviendo justificaba la ausencia de formalismos legales. Los formalismos significaban, entre otras cuestiones, una orden de detención emitida por una autoridad judicial competente, un juicio justo e imparcial con derecho a defensa o el respeto a la integridad física y a la vida de la detenida.

La Escuadrilla del Amanecer no siempre actuó de manera autónoma y, de hecho, resultó habitual que colaborara con otras organizaciones represivas. Por ejemplo, en repetidas ocasiones no procedió al asesinato de los detenidos sino que los entregó con tal fin a la checa de Fomento o realizó actos similares en relación con checas anarquistas o comunistas. Así, el 9 de noviembre de 1936, por ejemplo, entregó a la checa comunista de la calle Méjico número 6 a Anselmo Parrondo González y a su hijo Anselmo Parrondo Rodríguez, de dieciséis años. Ambos fueron asesinados inmediatamente.

La Brigada de Servicios Especiales

Otro ejemplo de la relación directa existente entre las instituciones republicanas y las tareas de represión similar a los ya citados es el ofrecido por la Brigada de Servicios Especiales. En el mes de septiembre de 1936, se procedió a crear la misma y a situarla en dependencia directa de Carlos de Juan Rodriguez, a la sazón subdirector general de Seguridad. Como era habitual, el organismo recientemente creado procedió a incautarse de varios pisos, en este caso los sitos en el edificio correspondiente al número 19 de la calle del Marqués de Cubas. De estos inmuebles, uno se destinó al servicio particular del subdirector de Seguridad y otro a checa y almacén de los objetos incautados en el curso de las detenciones[141].

La Brigada de Servicios Especiales —conocida popularmente como la checa del Marqués de Cubas— era dirigida por Elviro Ferret Obrador, un mallorquín afiliado al Partido Sindicalista, es decir, al grupo fundado por Ángel Pestaña y que, a pesar de su orientación anarquista, se había desvinculado de la CNT-FAI. Ferret Obrador era secundado en sus labores represivas por algunos policías pero también por delincuentes comunes[142].

La checa del Marqués de Cubas no tardó en caracterizarse por el uso frecuente de la tortura así como por el número de incautaciones. Con la finalidad de llevar a cabo sus funciones represoras, disponía de una checa auxiliar domiciliada en el número 22 de la calle de la Montera. En este inmueble funcionaba la Sociedad de listeros y encargados de obras de la UGT, colocada bajo el mando de Felipe Ortiz Torres. Los milicianos de la citada sociedad acudían diariamente a los locales de la checa del Marqués de Cubas para recibir las instrucciones pertinentes y a ellos correspondía la tarea de sacar a los detenidos y proceder a su asesinato[143]. No fueron, desde luego, pocas las víctimas de la represión llevada a cabo por esta checa. Andrés y Conceso Coso Langa, Emilio Llopis Roig, Manuel Lagunillo Bonilla, Juan Vázquez Armero, Carlos Pajares Bectas o José Sureda Hernández fueron tan sólo algunos de los que hallaron la muerte como consecuencia de sus actividades.

Como en el caso de otras checas, también ésta fue testigo de la intervención de personas que pretendían interesarse por la suerte de alguno de sus detenidos. Los que así actuaron —y dieron con ello muestra de un valor nada habitual en aquellos tiempos de terror revolucionario— padecieron una suerte no por común y esperada menos terrible. Así, el 18 de septiembre de 1936, un empleado municipal, vigilante nocturno provisto de su carnet sindical, de nombre Manuel Espasandín Bouza[144], se personó en la checa del Marqués de Cubas a instancias de Carmen Rodríguez Urba. Su intención era interesarse por la situación en que se hallaba uno de los detenidos. Espasandín no podía ser acusado ciertamente de enemigo del Frente Popular e incluso había razones para pensar que era simpatizante. Sin embargo, su conducta fue considerada como un imperdonable atrevimiento y, tras ser insultado y golpeado por algunos chequistas, quedó detenido en la checa. Se procedería a su asesinato de manera inmediata.

La checa del Marqués de Cubas no limitó sus actividades a las detenciones, saqueos y asesinatos individuales ya que, como tendremos ocasión de ver, desempeñó un papel muy activo en la matanza realizada en la cárcel Modelo el 22 de agosto de 1936. Tampoco se circunscribió en sus tareas represivas a la capital de la provincia. Así, durante el avance del ejército de Franco en septiembre y octubre de 1936, Elviro Ferret y sus hombres actuaron en diversos pueblos de Madrid como fue el caso de Navalcarnero.

Volveremos a hacer referencia a Elviro Ferret más adelante, pero antes de ello debemos ocuparnos de otra checa de Madrid cuya actuación se llevó también a cabo bajo las órdenes directas de las autoridades republicanas.

Los Linces de la República

A inicios de agosto de 1936, la Dirección General de Seguridad dio órdenes para que se les incorporaran efectivos de Seguridad y Asalto con la finalidad de constituir con ellos un retén que dependería de la secretaría particular de Manuel Muñoz, el director general de Seguridad al que ya nos hemos referido en páginas anteriores. Estos efectivos debían tener como funciones la realización de registros, detenciones y otras actividades relacionadas con la represión que les fueran encomendadas por la inspección de guardia o la secretaría particular del director de Seguridad a partir de informaciones recibidas. El grupo inicial estaba formado, por lo tanto, por personal que, ocasionalmente, era policial o administrativo y que siempre contaba con una filiación política de carácter frentepopulista. Así, el mando fue ejercido por el teniente Juan Tomás Estalrich y Emilio Losada, un capitán de milicias socialista que había estado empleado temporalmente en la sección de estadística del Ayuntamiento de Madrid.

A semejanza de las checas a las que nos hemos referido con anterioridad, el grupo —que recibiría la denominación de Linces de la República— se prodigó en detenciones, saqueos y asesinatos que, como en otros casos, fueron alabados en la prensa de la zona frentepopulista. También de manera semejante a otras checas de carácter gubernamental, los miembros de los Linces de la República entregaban parte de lo incautado, especialmente alhajas y objetos de especial valor, personalmente a Manuel Muñoz, el director de Seguridad[145].

A mediados de septiembre de 1936, los Linces de la República fueron agregados al cuartel general del teniente coronel Mangada, con sede en la Casa de Campo madrileña. Sin embargo, este cambio de mando orgánico no significó una mutación en la naturaleza de las actividades llevadas a cabo por la unidad. Por el contrario, prosiguió con sus tareas de represión realizadas en cooperación estrecha con otras checas como la de Fomento o la socialista de García Atadell a la que nos referiremos en el capítulo siguiente. Así, cuando los Linces de la República detuvieron a Eusebio y Tomás Merás del Hierro, procedieron inicialmente a conducirlos al puesto de mando de Mangada para a continuación hacer entrega de ellos a personal de la checa de Fomento que procedió a asesinarlos. Una suerte similar padecieron Laura López Jáuregui, sus hijos Isabel y Salvador Renedo López, y la señorita María de la Luz Álvarez Villanueva que fueron detenidos por los Linces durante los días 29 y 30 de noviembre de 1936. Poco después se procedió asimismo a la detención de la niña de quince años Laura Renedo López que no había corrido antes la suerte de sus hermanos porque se hallaba enferma. Los cinco fueron llevados hasta el puesto de mando de Mangada, a la sazón en el palacio nacional, donde se decidió darles muerte a todos sin excluir a la niña. Semejantes actos no sólo eran considerados hechos meritorios sino que allanaron el camino para sucesivos ascensos militares de Juan Tomás Estalrich, al que volveremos a encontrar.