MANUEL PEYROU

Tuyo fue el ejercicio generoso

De la amistad genial. Era el hermano

A quien podemos, en la hora adversa,

Confiarle todo o, sin decirle nada,

Dejarle adivinar lo que no quiere

Confesar el orgullo. Agradecía

La variedad del orbe, los enigmas

De la curiosa condición humana,

El azul del tabaco pensativo,

Los diálogos que lindan con el alba,

El ajedrez heráldico y abstracto,

Los arabescos del azar, los gratos

Sabores de las frutas y las aves,

El café insomne y el propicio vino

Que conmemora y une. Un verso de Hugo

Podía arrebatarlo. Yo lo he visto.

La nostalgia fue un hábito de su alma.

Le placía vivir en lo perdido,

En la mitología cuchillera

De una esquina del Sur o de Palermo

O en tierras que a los ojos de su carne

Fueron vedadas: la madura Francia

Y América del rifle y de la aurora.

En la vasta mañana se entregaba

A la invención de fábulas que el tiempo

No dejará caer y que conjugan

Aquella valentía que hemos sido

Y el amargo sabor de lo presente.

Luego fue declinando y apagándose.

Esta página no es una elegía.

No dije ni las lágrimas ni el mármol

Que prescriben los cánones retóricos.

Atardece en los vidrios. Llanamente

Hemos hablado de un querido amigo

Que no puede morir. Que no se ha muerto.