Fang estaba riendo con Vane cuando un escalofrío le recorrió la columna. Un escalofrío que se convirtió en un millar de agujas en cuanto sus instintos se pusieron alerta.
En un abrir y cerrar de ojos supo de qué se trataba.
—Aimée está en peligro.
Fury enarcó una ceja con gesto sarcástico al tiempo que resoplaba.
—¿En el cuarto de baño? ¿Y qué le ha pasado? ¿Ha comido algo en mal estado?
Fang lo fulminó con la mirada.
—No, está en el Santuario.
Vane lo miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo?
—Debe de haberse teletransportado para ver a su familia.
Como no quería perder un segundo más intentando explicarles la historia a los tarugos de sus hermanos, se teletransportó y la encontró en el callejón, rodeada de demonios contra los que luchaba con su báculo.
Contó más de veinte, aunque seguían surgiendo más, como si alguien hubiera abierto un portal directo al infierno.
Fang miró su expresión decidida e hizo aparecer su espada para luchar.
—Ve dentro.
Por una vez, Aimée no discutió.
—Pediré ayuda.
Tras tener la seguridad de que Aimée había entrado en el Santuario sana y salva, Fang miró a los demonios con expresión arrogante.
—¿Queréis bailar, capullos? Ha llegado la hora de morir.
Aimée corrió hacia la barra, donde estaban Dev, Rémi, Colt, Wren y su padre. La miraron como si fuera un fantasma.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó su padre.
Ella intentó calmar su agitada respiración; sentía que el sudor le corría por la espalda. Le temblaba todo el cuerpo por la pelea que acababa de abandonar y estaba segura de que en su cara se podía ver la marca de centinela, a juzgar por cómo la miraba Rémi, pero no tenía ni tiempo ni ganas de preocuparse por esa cuestión.
—Tara está muerta. Fang se encuentra en el callejón, rodeado de demonios. Necesita ayuda. ¡Rápido!
Dev echó a andar, pero la seca voz de su madre lo detuvo.
—Ese lobo no significa nada para nosotros. Nos declararon la guerra cuando provocaron que Savitar revocara nuestra licencia. No nos interesan. Que lo maten los demonios.
Aimée se quedó helada en un primer momento, pero a continuación estalló. La rabia la consumía cuando se volvió para encararse con su madre.
—Puede que Fang no signifique nada para ti, maman, pero es mi pareja. —Levantó la mano para que su madre pudiera ver la marca—. Y si ninguno de vosotros lo ayuda, lo haré yo sola, pero nunca os lo perdonaré.
Su intención era teletransportarse al callejón, pero antes de hacerlo vio que el clan de Blakemore entraba por la puerta.
La expresión de todos sus miembros, hombres y mujeres, revelaba que habían ido allí a por sangre de oso. Iban en formación militar, muy juntos, con la cabeza agachada y los ojos alerta.
Evidentemente, no era una coincidencia. Se trataba de un ataque muy bien planeado al Santuario. De repente, la presencia de los demonios del callejón cobraba sentido.
Y sabía quién era el culpable.
Eli.
Había invocado a los demonios para aniquilar a los osos justo esa noche en que se cumplía el aniversario de la muerte de su hijo.
Dev cogió las dos espadas que había en la pared sobre la barra. Le lanzó una a Kyle y se quedó con la otra.
—Chaval, vamos a salvar a Fang antes de que Aimée nos haga daño. Rémi, vosotros sacad la basura del bar y aseguraos de triturarla antes.
El aludido inclinó la cabeza y un segundo después saltó por encima de la barra y fue hacia los lobos.
Lo último que vio Aimée antes de teletransportarse al callejón fue que se desataba el infierno: los matones de Eli atacaban al personal del Santuario. Hubo gritos, disparos y los cuerpos se mezclaron en una vorágine letal.
Sin embargo, en ese preciso momento había alguien que luchaba solo.
En el callejón, Aimée vio que Fang y Varyk, que se le había unido, estaban sobrepasados por la marea de demonios que los atacaban.
La puerta trasera del club se abrió y Dev cogió a Fang y a Varyk por el cuello de la camiseta y los metió en el Santuario de un tirón.
—Entra y cierra la puerta —le gruñó Dev a Aimée.
Ella obedeció sin dudarlo.
Varyk y Fang se zafaron de Dev.
—No soy tu novia, tío —masculló Varyk—. No vuelvas a tocarme de esa manera.
Dev puso los ojos en blanco.
—La próxima vez dejaré que te den para el pelo.
Jadeando, Fang abrazó a Aimée y la besó en la sien. Al igual que ella, sudaba por el esfuerzo y el corazón le latía a mil mientras la estrechaba con fuerza.
Varyk miró fijamente a Kyle.
—Trae sal. Toda la que puedas conseguir.
—¿Por qué?
Varyk tosió antes de contestar.
—Son demonios limacos. Si echamos una buena cantidad de sal en las puertas y las ventanas, no podrán entrar.
—Demasiado tarde —apuntó Wren al tiempo que se reunía con ellos. Señaló la parte delantera con la cabeza.
—¡La madre que los parió! —exclamó Dev.
Aimée jadeó.
Parecía una escena sacada de una película de zombis. Los últimos humanos que quedaban en el local corrían hacia la salida mientras katagarios, arcadios y demonios se enfrentaban. Pero lo más sorprendente fue ver a Vane, a Fury, a Lia y al resto del clan katagario Kattalakis en la refriega.
Rémi la miró a los ojos.
—Si decides salir por la puerta, no te lo tendré en cuenta.
—La familia permanece unida —dijo ella al tiempo que le tendía la mano.
Su hermano la abrazó con decisión antes de devolverla a los brazos de Fang.
—Protégela.
—Con mi vida.
Se unieron a la lucha. Aimée creía que se le saldría el corazón por la boca cuando se encaró con un lobo arcadio. Un lobo corpulento, feo y que la doblaba en tamaño.
Cuando el lobo hizo ademán de abalanzarse sobre ella, Thorn apareció de la nada acompañado de refuerzos que incluían a Wynter, a Zeke y a Ravenna.
Fang se quedó de piedra al verlos.
—¿Qué hacéis aquí?
Thorn le guiñó un ojo.
—Uno para todos y todos a pasárselo teta, amigo mío. No creerías que te íbamos a dejar solo para que lucharas contra los demonios, ¿verdad?
—No sería la primera vez.
Thorn soltó una carcajada al tiempo que decapitaba a un demonio que había cometido el error de acercarse demasiado.
—¿Eso quiere decir que podemos matar a estos bichos?
Thorn recogió la espada y lo atravesó con la mirada.
—Cuando te pique la marca, no los mates. Cuando te escueza, ve a por ellos.
Así que esa era la diferencia en lo que sentía…
—Tendrías que desarrollar un poquito tus habilidades comunicativas.
—No pierdas el tiempo —dijo Zeke mientras atrapaba a un demonio junto a Fang y le partía el cuello—. Es una persona introvertida y nunca vamos a conseguir que aprenda modales.
Fang dio un cabezazo a uno de los lobos de Eli. Quería adoptar forma de lobo, su cuerpo se lo pedía, pero necesitaba los brazos para luchar contra los demonios.
¡Joder!
Aimée se alejó del demonio al que acababa de matar y echó un vistazo al sangriento panorama. Había demasiados demonios. Aunque Xedrix y su gente habían acudido para ayudar, seguían superándolos en número. Tenía la sensación de haber caído dentro de un hormiguero. Allí donde mirara había un demonio o un miembro del clan de Blakemore.
Vamos a morir, pensó.
Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras intentaba contener el pánico. Pero ¿cómo iban a resistir? Nuevos demonios seguían llegando, y en cambio ellos empezaban a estar cansados por el combate. Sentía el báculo cada vez más pesado, y aunque sus heridas eran insignificantes, le dolían.
Ninguno de ellos podía usar sus poderes, pues eso solo conseguiría reforzar a los demonios. Incluso Aquerón luchaba únicamente con su báculo y una espada.
Simi era la única que parecía estar disfrutando: corría de un lado para otro con un bote de salsa barbacoa intentando rociar a los miembros del clan de Eli. Los demás…
Es inútil, pensó. ¡Ya basta! Todavía no nos han vencido, se reprochó.
Era una Peltier emparejada con un Kattalakis. La sangre de dos linajes reales de katagarios corría por sus venas, y bien sabían los dioses que no pensaba rendirse ni capitular.
Con renovadas fuerzas, se abalanzó sobre el lobo que tenía más cerca. Lo golpeó con el báculo con tanta fuerza que lo levantó por los aires y lo lanzó contra la espalda del demonio que luchaba contra Wren. A continuación, se impulsó con el báculo para asestarles una patada a ambos demonios.
Wren soltó una carcajada.
—Dales duro, guapa —le dijo antes de adoptar forma de tigre.
Cuando se disponía a rematarlos, vio que Eli se acercaba sigilosamente a la espalda de su madre. Nicolette estaba ocupada con un demonio y no se había percatado de la presencia del lobo.
Sin embargo, la sed de sangre de su mirada era inconfundible.
Iba a matarla.
Con la única idea de salvar a su madre, Aimée adoptó forma de oso y se lanzó hacia él.
Su madre se volvió justo cuando Eli se encaraba con Aimée y le asestaba un golpe en el costado que la lanzó por los aires. Aimée volvió a adoptar forma humana e intentó recuperar el aliento y superar el dolor. Desnuda y sangrando, hizo esfuerzos por concentrarse. ¿Cómo narices conseguía Fang mantener su forma secundaria?
Ella no podía moverse…
¡Joder, el cuerpo le dolía horrores!
Eli se disponía a atravesarla con la espada cuando su madre, que seguía en forma de oso, se abalanzó a por él y lo tiró de espaldas. Después se volvió para comprobar cómo estaba Aimée, que se había recuperado lo suficiente para vestirse utilizando sus poderes.
Nicolette le colocó una enorme zarpa en la mejilla, allí donde su marca de centinela debía ser visible. El miedo y la preocupación que vio en sus ojos negros le arrancaron una trémula sonrisa.
—Estoy bien, maman.
Su madre se lanzó a por Eli, pero el cobarde huyó. Lo persiguió mientras Fang corría al lado de Aimée para ver cómo se encontraba.
La ayudó a ponerse en pie y le tomó la cara entre las manos.
—¿Estás bien?
Ella asintió.
—¿Por qué sigues en forma humana? —preguntó.
—Es la única manera de enfrentarse a los demonios y ganar.
Aimée miró a su alrededor, fijándose en los cadáveres y en los combatientes, tan ensangrentados como el suelo.
—No tengo muy claro que estemos ganando.
Fang le regaló esa sonrisa burlona tan típica de él y consiguió que se sintiera mejor aun en mitad de una carnicería.
—Todavía no estamos muertos.
No, pero eso era lo único que podía decir.
Fang la besó y regresó a la lucha. Aimée se volvió y vio cómo Rémi retrocedía por el impacto de una patada al tiempo que uno de los demonios soltaba una bocanada de fuego. Rémi la esquivó. La llamarada pasó por encima de la barra de madera y le prendió fuego. Las llamas danzaron por la superficie pulida e incendiaron las botellas de licor.
—Oh, no —murmuró Aimée viendo que el fuego se extendía.
Con el corazón en un puño, corrió hacia un extintor al tiempo que Kyle hacía lo propio.
—¡Fang! —gritó Aimée. Necesitaba más ayuda.
Fang se volvió justo cuando Eli lo atacaba.
Aimée se quedó helada al darse cuenta de la inevitabilidad de lo que iba a suceder.
Espada en mano, Eli iba a decapitarlo.
Gritó, corrió hacia Fang para salvarlo, él se volvió pero la hoja ya descendía. Aimée se sintió morir: jamás llegaría a tiempo, aunque se teletransportara.
Justo cuando la espada estaba a punto de tocarlo, su madre se puso delante. En vez de decapitar a Fang, la hoja se clavó en el costado de Nicolette.
—¡No! —gritó Aimée al ver la escena.
Su madre cayó sobre Eli, aplastándolo contra el suelo y golpeándolo hasta que el lobo dejó de moverse. Cuando se quedó quieto, Nicolette intentó ponerse en pie, pero se tambaleó.
Aimée llegó junto a su madre, que temblaba y jadeaba. Había sangre por todas partes, sangre que salía a borbotones de la herida.
—¿Maman? —consiguió preguntar.
Su madre adoptó forma humana y la miró. En ese momento tomó consciencia de lo grave que era la herida. Aimée hizo aparecer una manta para cubrir el tembloroso y desnudo cuerpo de su madre.
Carson llegó de repente y meneó la cabeza al ver que la herida casi la había partido en dos.
—No puedo hacer nada. Lo siento muchísimo, Aimée… Nicolette…
Aimée lo agarró de la pechera.
—Ve a por Talon al pantano. —Él podía sanar heridas así—. Es su única esperanza.
Carson desapareció.
Nicolette, jadeando por falta de aire, le cogió la mano para ver las marcas de su palma. Y entonces sus labios esbozaron una débil sonrisa.
—Mi preciosa hija. —Le besó la palma.
Aimée contuvo los sollozos cuando sus hermanos las rodearon.
—Aguanta, maman. Talon viene de camino.
Su madre tragó saliva.
—Es demasiado tarde, ma petite. —Con una sonrisa triste, le tocó la mejilla marcada—. Siempre has sido preciosa… deberías haberme contado la verdad hace mucho tiempo.
Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Aimée.
Fang se colocó tras ella justo cuando Papá Oso se unió a ellos.
Se postró de rodillas con los ojos llenos de lágrimas.
—Nicolette…
Ella se echó a llorar; extendió una mano para tocar a su pareja.
—Mi maravilloso Aubert. Je t’aime pour toujours.
Las manos de Aubert temblaban cuando abrazó a Nicolette con fuerza.
—Moi aussi, ma petite.
Su madre cogió la mano de Fang y la colocó sobre la de Aimée.
—Perdonadme —dijo entre jadeos—. Que los dioses os concedan tanta felicidad como a Aubert y a mí, y que tengáis unos hijos tan maravillosos como los nuestros. —Con los labios temblorosos, miró a sus hijos, que se habían congregado a su alrededor—. Os quiero, mes enfants. Cuidad los unos de los otros por mí.
Acto seguido, adoptó forma de oso. Su padre sollozaba contra el pelaje de Nicolette y la abrazó con más fuerza todavía. En su rostro aparecieron las marcas de centinela.
—Haced que nos sintamos orgullosos, hijos míos.
Su madre exhaló su último aliento. Aubert esbozó una sonrisa triste, agachó la cabeza y se reunió con su pareja en la muerte.
Aimée rugió de dolor mientras Fang la acunaba contra su cuerpo.
No sabía qué hacer para consolarla. Aimée sollozaba como una niña a la que le hubieran partido el corazón. Había zonas que todavía ardían en el bar, pero Wren, Aquerón y Max parecían tener la situación bajo control.
Thorn, Varyk, Wynter, Zeke y los carontes habían conseguido ahuyentar a los demonios.
Rémi gritó de dolor un segundo antes de adoptar forma de oso. Se abalanzó sobre el cuerpo de Eli y lo despedazó. Fang hizo una mueca y dio gracias por que Aimée no pudiera ver un acto tan violento.
Claro que Aimée conocía muy bien el lado más oscuro de Rémi y era muy posible que ella misma hubiera actuado igual de no fallarle las fuerzas. Fang hundió la cara en su pelo y la meció mientras ella daba rienda suelta a su dolor. Odiaba no poder sufrir en su lugar.
Pero solo podía ofrecerle consuelo.
Cuando los demás se percataron de lo sucedido y de que Eli yacía muerto, la lucha cesó.
Stone soltó un grito de dolor al ver el cuerpo despedazado de su padre. Cayó de rodillas al suelo, sollozando. El resto de su clan lo miraba sin dar crédito.
—¡Me las pagaréis, cabrones! —gritó Stone—. ¡Lo juro! ¡Os mataré a todos!
Dev meneó la cabeza.
—Ya ha habido demasiadas muertes, Stone. Vete a casa, por lo que más quieras.
Stone se abalanzó sobre Dev.
Janice, una Cazadora Oscura, lo atrapó y lo mandó de un empujón a los brazos de los arcadios que tenía a su espalda.
—Chaval, será mejor que prestes atención. Se ha acabado. Llévate a tus matones a casa ahora que aún puedes. Es una oferta limitada que está a punto de caducar. Lárgate.
Stone se fue, pero en sus ojos había una promesa inconfundible.
Volvería.
Los arcadios y los demonios se marcharon. Constantine y Varyk se miraron con odio mutuo antes de que Varyk, Thorn y los demás salieran en pos de los arcadios para asegurarse de que no regresaban.
Fang recorrió el bar con la mirada. Las mesas, las sillas y las barandillas estaban destrozadas, así como todos los adornos. La zona de la barra había quedado calcinada. Había armas y cristales rotos desperdigados por el suelo, y todo estaba cubierto de sangre.
Jamás había visto nada parecido.
Y cuando su mirada se posó en el cartel colgado junto a la puerta, el corazón le dio un vuelco.
«Entrad en paz o saldréis despedazados.»
La pregunta era si podrían recomponer las piezas de todo lo que se había roto esa noche.
Dev se acercó para apartar a Aimée de Fang y poder abrazarla. Fang quiso protestar, pero comprendió que ella necesitaba tanto a su familia como a él. Aunque sentía su pérdida, Dev la comprendía a la perfección. Dado que conocía ese dolor de primera mano, dejó que su hermano se la llevara.
Dev le acunó la cabeza contra su hombro.
—Todo se arreglará, Aimée. Estamos aquí.
Sus palabras no consiguieron mitigar el dolor que sentía Aimée. Su única intención había sido compartir su emparejamiento con su madre…
Y con su padre…
Por eso había ido al bar esa noche. Quería que sus padres estuvieran orgullosos de ella. Quería compartir su alegría.
Pero ya no estaban. Se habían ido. Para siempre.
Si yo no hubiera venido, los habrían atacado por sorpresa y maman habría muerto sin que hubiera podido verla por última vez, pensó.
Eso era cierto, pero no conseguía mitigar el dolor. No mitigaba la pena que la hacía llorar por el amor de su madre. ¿Cómo era posible que hubieran muerto? ¿Cómo?
Era muy injusto, y quería venganza…
Fang se quedó a un lado mientras los osos se abrazaban y lloraban juntos. Eran una familia unida.
Se sentía como un intruso.
Hasta que Aimée y Dev extendieron los brazos para que se uniera a ellos. Titubeó, pero Rémi lo cogió de la muñeca y lo obligó a sumarse al círculo.
—Eres uno de los nuestros, lobo —dijo Rémi. Luego miró a Fury, a Vane, a Lia y a los demás—. Todos lo sois. Gracias por ayudarnos en nuestra lucha. No lo olvidaremos.
Aimée limpió con la mano unas gotas de sangre que Fang tenía en la cara y luego lo besó.
—Supongo que somos losos después de todo.
Dev frunció el ceño.
—¿Losos?
Simi resopló como si creyera que era un imbécil integral.
—Una familia de lobos y de osos. Hay que ver, ¿es que nadie entiende la jerga caronte?
Dev meneó la cabeza y contempló a la miríada de criaturas que consideraban el Santuario su hogar.
—Menuda familia de inadaptados.
Fang soltó una carcajada.
—Creo que en todas las familias hay algún inadaptado.
Aimée se limpió las lágrimas.
—Simi… ¿Qué fue lo que me dijiste en una ocasión acerca de las familias?
—Que hay tres tipos de familias: la de nuestro nacimiento, la que creamos y la que acogemos en nuestro corazón.
Aimée le tendió la mano a Fang sin salir de los brazos de Dev.
La familia.
Eso era lo único que importaba de verdad.
«La de nuestro nacimiento, la que creamos y la que acogemos en nuestro corazón.»
Los seres congregados en el Santuario eran una familia, y eso nada podría cambiarlo jamás. La familia solo podía destruirse desde dentro.
Nunca desde fuera.
Y esa noche se habían unido más que nunca. Se habían unido por el dolor. Unidos en esencia.
Unidos por amor.
Siempre con el Santuario.
Una semana después
Aimée se hallaba en el centro del bar mientras Quinn y Serre colocaban las luces en el techo. Estaban restaurando el bar con la intención de abrirlo al público lo antes posible, pero sin duda tenían por delante una tarea ingente.
Según la tradición katagaria, habían incinerado a sus padres y colocado la urna con sus cenizas en la estancia especial de la casa de los Peltier que a modo de capilla guardaba también los restos de Bastien y de Gilbert.
Aimée los había visitado esa misma mañana. No creía posible que alguna vez dejara de echar en falta a su madre o los cálidos abrazos de su padre.
Los echaría de menos siempre.
Fang se colocó tras ella y le ofreció una taza de té.
—¿Estás bien?
¿Cómo responder a esa pregunta?
Echó un vistazo a su alrededor, fijándose en todos los destrozos que quedaban por reparar. En una noche sus vidas se habían visto alteradas para siempre. Esa noche les dejaría a todos una cicatriz permanente.
Sin embargo, del dolor también podía nacer la esperanza. Como el mítico Fénix, el Santuario renacería de sus cenizas y sería tan fuerte como antes.
Aún tenían que recuperar la licencia como limani, pero daba igual. Así podrían escoger a quién ayudar y Rémi y Dev tendrían libertad para darle una paliza a todo aquel que se pasara de la raya.
—Sí, creo que sí —respondió con una sonrisa antes de que Fang se alejara para ayudar a Dev y a Xedrix a mover unos muebles.
El bar reabriría en un par de semanas. Todo volvería a la normalidad salvo por dos cosas.
Mamá Osa y Papá Oso ya no estarían allí, nunca más. El dolor que le provocaba esa idea la quemaba por dentro.
Sin embargo, sus hermanos habían decidido que Fang y ella serían los nuevos propietarios del establecimiento. Serían las dos caras visibles que continuarían con el legado que sus padres habían empezado, sobre todo porque ya no buscaban a Fang por los crímenes de los demonios. Stu se había encargado de que así fuera.
Para bien o para mal, el Santuario seguiría en pie. Y recibirían a todos con los brazos abiertos siempre y cuando respetaran una única ley: «Entrad en paz o saldréis despedazados».
—¿Hola?
Aimée se volvió al escuchar una voz desconocida al otro lado de la puerta principal.
—¿Sí?
Un rubio muy alto estaba a plena luz del día observando todo aquel trajín.
—¿Cuándo vais a volver a abrir?
Quinn se bajó de la escalera.
—El cuatro del mes que viene.
—Genial. Nos vemos entonces.
Cuando se marchó, se dieron cuenta de algo.
Ese hombre era un daimon.
Y estaba caminando a plena luz del día.
—¡Joder! —exclamó Dev—. ¿Creéis que los Cazadores Oscuros lo saben?
Fang negó con la cabeza.
—No, y me da que lo tienen muy crudo.