29

Una semana más tarde

Fang estaba en la habitación de su sobrino viendo cómo Vane le cambiaba el pañal. Le resultaba raro verlo hacer algo así cuando pensaba en todas las batallas que habían librado juntos. Las manos de Vane habían derramado tanta sangre como las suyas y, sin embargo, ahí estaba…

Un padre cariñoso.

Riendo a carcajadas, Trace extendió las manos hacia su padre y Vane tiró de él, le acarició la espalda y le colocó bien la camiseta amarilla de Bob Esponja. Trace le rodeó el cuello con sus bracitos regordetes y le plantó un húmedo beso en la mejilla. Eran como dos gotas de agua.

Salvo en las babas… Vane no babeaba tanto.

Fang se preguntó cómo habría sido su vida si hubieran tenido ese tipo de relación con su padre, y de ahí acabó pensando en lo que Aimée había perdido. Estaba desolada por la pérdida de su familia. Y no la culpaba.

Pese a todos sus defectos, Nicolette adoraba a sus hijos.

Vane dejó a Trace en el suelo para que el niño corriera a por sus juguetes.

—Te lo repito otra vez. Sois bienvenidos en esta casa durante todo el tiempo que necesitéis.

—Gracias. —Fang estaba mirando a Trace, que se llevó a la boca una enorme figura de LEGO para mordisquearla—. Y no solo por el ofrecimiento. —Señaló a Trace con un gesto—. Es increíble que estuvieras dispuesto a arriesgarlo todo por mí.

Vane se encogió de hombros para restarle importancia, aunque ambos sabían que la tenía. Vane le había dado su apoyo incondicional y él aún no entendía por qué.

—Fang, somos hermanos. Nada cambiará ese hecho.

—Ya, pero yo nunca fui tan mono —replicó Fang señalando a su sobrino con un gesto de la cabeza.

Vane se echó a reír.

—Cierto.

Lo más increíble era que Bride hubiera permitido que Vane acudiera a Savitar con semejante propuesta, a sabiendas de que también le habría costado la vida a ella. Ese sacrificio borraba el rencor que les guardaba por haberlo abandonado en el plano infernal. Por primera vez desde que se levantó de la cama de la casa de los Peltier después del coma, volvía a sentirse unido a su hermano.

—Sabes que te quiero, ¿verdad?

Vane le dio un fuerte abrazo.

—No quiero volver a perderte. La próxima vez que desaparezcas, ya sea en este mundo o en el otro, te juro que te las cargas.

Fang rió y lo apartó de un empujón.

—Tío, deja de abrazarme. Eres un pervertido.

Vane le dio un puñetazo en el brazo.

—Y tú un gilipollas.

Trace jadeó.

—¡Papá, has dicho una palabrota!

Fang lo cogió en brazos entre carcajadas.

—Di que sí, cachorro. No le pases ni una.

Por primera vez desde hacía años, volvía a sentirse entero.

Aimée todavía se sentía un poco incómoda con Bride y con Angelia, la pareja de Fury. Angelia, a la que llamaban Lia, era alta y rubia. Una loba arcadia que pertenecía al clan de nacimiento de Fury. Se habían vuelto a encontrar el otoño anterior, cuando Lia se presentó en el Santuario para matarlo.

En cambio ahora Lia habría matado a cualquiera que mirara mal a Fury.

Sí, la vida era cualquier cosa menos predecible.

Lia estaba con ellos porque Fury había ido a ver a Sasha para que lo pusiera al día sobre lo que estaba pasando en el Santuario. Aimée no soportaba la falta de noticias, y Fury se había ofrecido para ejercer de contacto con sus hermanos.

—Aimée, ¿puedes poner la mesa?

Se disponía a colocar los platos cuando se produjo un fogonazo en el vano de la puerta y Dev se materializó al instante en la cocina, a su lado.

No se le cayeron los platos de puro milagro. Ningún miembro de su familia le había dirigido la palabra desde que su madre la echó.

Dev miró con timidez a Bride y a Lia y a continuación se volvió hacia Aimée.

—¿Puedo hablar un momento contigo?

Aimée le pasó los preciosos platos azules a Lia y después condujo a Dev al salón, donde podrían hablar sin que los escucharan.

—¿Qué pasa?

Dev hizo aparecer su maleta.

—Quería que tuvieras tus cosas. No estoy de acuerdo con la decisión de maman, ninguno lo estamos. Hacemos lo posible por aplacarla, pero…

—Pero es maman, sí.

Dev asintió con la cabeza mientras dejaba la maleta junto al sofá.

—No nos escucha. Nos pasamos los días deseando que en cualquier momento nos diga que vengamos a buscarte, pero no hay manera. Te echo mucho de menos y quería que supieras que puedes llamarnos para cualquier cosa si nos necesitas.

Su oferta la conmovió. Por desgracia, no podía tomarle la palabra. No a menos que quisiera ocasionarle un sinfín de problemas a Dev, hasta el punto de que tal vez él también tuviera que acabar viviendo con ella en el hogar de los Kattalakis.

Maman se pondría furiosa.

Él se encogió de hombros.

—Ya estoy crecidito. Puedo aguantarlo.

Sí, claro, pensó Aimée. Nadie era tan valiente. Su madre no soportaba que contradijeran sus órdenes, tal como demostraba su situación actual.

—¿Cómo van las cosas? —le preguntó a Dev, ansiosa por ponerse al día.

—Tensas. Hay mucha chusma que aparece para tocarnos las narices porque saben que no tendrán que hacer frente a la ira de Savitar. Pero Rémi está en su salsa ahora que no está restringido por las leyes del Santuario. Bueno, la verdad es que todos hemos dejado que surjan nuestros instintos más salvajes.

Aimée se percató de que su hermano tenía los nudillos morados. Meneó la cabeza, preocupada y al mismo tiempo contenta por ellos.

—¿A cuántos habéis matado?

—A ninguno, pero no pierdo la esperanza.

Su hermana se rió muy a su pesar.

—Estás fatal.

Dev sonrió con orgullo. ¡Por todos los dioses! Cómo había echado de menos esa sonrisa chulesca tan suya.

—¿Y cómo están los demás? ¿Van a volver?

Esas preguntas hicieron que su hermano recobrara la seriedad de inmediato.

—Siguen en Oregón. Volverán cuando nazcan los cachorros.

Justo lo que ella imaginaba.

—Y entonces empezaréis a moveros. De un sitio a otro, como antes.

—No. —Los ojos azules de Dev la atravesaron—. Este es nuestro hogar. Nadie va a echarnos.

El corazón de Aimée dio un vuelco al escuchar esas palabras. Seguir con el bar sin contar con el respaldo de Savitar sería un suicidio.

—¿Maman lo ha pensado bien?

—Sí. Al fin y al cabo, Dante regenta un bar que no es un limani y tampoco tienen tantos incidentes.

—Sí, pero…

—Es una decisión tomada entre todos —la interrumpió, para que no protestara—. Además, ahora contamos con más gente, incluido a Constantine, que está dispuesto a defendernos todo el tiempo que sea necesario.

—Es lo menos que debe hacer.

Dev no pudo llevarle la contraria.

—Los Cazadores Oscuros se turnan por las noches para ayudarnos —explicó—. Kirian, Talon y hasta Valerio, joder, vienen de vez en cuando… por si acaso. Y luego está Nick. Ese cabroncete pasa tanto tiempo con nosotros que estoy pensando en cobrarle un alquiler.

Ese comentario consiguió que Aimée se echara a reír, aunque las noticias eran sorprendentes. Sí, muchos de ellos eran clientes del Santuario desde hacía décadas, pero no esperaba semejante lealtad por su parte.

—¿De verdad?

—Sí. Como los Cazadores Oscuros no pueden permanecer mucho tiempo juntos sin que sus poderes se vean afectados, van turnándose. Así que, en resumen, las cosas no van tan mal como cabría esperar.

Aimée lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Pero?

—Pero ¿qué?

—He percibido un pero en tu voz.

Lo vio meterse las manos en los bolsillos, como si fuera un niño tímido.

—No sé. Tengo un mal presentimiento y creo que maman también lo tiene. Lleva unos días con los nervios de punta.

—Como siempre.

—Sí, pero ahora… —dejó al frase en el aire y clavó la mirada más allá del hombro de Aimée.

Cuando ella se volvió, vio a Fang en el vano de la puerta.

La tensión entre ellos era palpable. Como dos enemigos que se midieran mutuamente en busca del momento adecuado para atacar. Detestaba que los dos hombres más importantes de su vida se comportaran de esa manera.

Miró a Dev y vio que tenía los ojos clavados en su mano, donde la marca seguía sin aparecer.

Su hermano carraspeó.

—Será mejor que me vaya.

—Dev, espera. —Le dio un beso en la mejilla—. Gracias.

—De nada.

Y desapareció tan rápido que bien podría haber dejado un rastro de humo.

Fang se acercó con expresión contrita.

—Lo siento mucho, Aimée.

Ella lo silenció poniéndole una mano sobre los labios.

—No te disculpes por quererme, Fang. Es lo único que me ha pasado en la vida que jamás cambiaría.

Fang la estrechó con fuerza.

—Sí, pero me repatea el coste que estás pagando.

A ella también, pero no pensaba decírselo. Apoyó la cabeza contra su hombro. Entre sus brazos siempre se sentía segura. Hasta por las noches, cuando él dormía en forma animal. Fang siempre se acostaba a su lado, y ella muchas veces lo usaba de almohada y él nunca se quejaba.

Fang cerró los ojos y la abrazó. No alcanzaba a entenderlo, pero estar con ella era como sentirse en casa. Y aunque había escuchado esa expresión durante toda la vida, hasta ese momento no había comprendido su verdadero significado.

De repente, comenzó a sentir una espantosa quemazón en la mano. Soltó un taco y se apartó de Aimée.

—¡Ay! —exclamó ella sacudiéndose su propia mano y soplándose a continuación la palma.

Ambos se quedaron pasmados al comprender lo que estaba pasando. Porque no había duda.

Estaban emparejados.

Aimée se acercó y colocó la mano junto a la de Fang para ver cómo sus marcas aparecían a la vez. Los estilizados símbolos eran similares a los de Vane y Fury, pero con ciertas diferencias que los hacían únicos y personales.

Después de todo ese tiempo…

La realidad confirmaba lo que ya sabían en el fondo de sus corazón.

Aimée colocó la palma de su mano sobre la de Fang y entrelazaron los dedos.

—Es una cabeza de lobo, ¿verdad?

Fang frunció el ceño.

—No.

Ella giró la mano para examinar la marca.

—Que sí. Mira, tiene orejas y todo.

Fang ladeó la cabeza y vio que Aimée tenía razón. Parecía la silueta de un lobo.

—¿Te parece bien lo que acaba de pasar? —le preguntó.

—¿No debería?

La verdad era que Fang esperaba que a Aimée le entrara el pánico en cualquier momento. Y no sería de extrañar, teniendo en cuenta todo lo que había sufrido últimamente.

—No lo sé, es que… lo has perdido todo.

Aimée tragó saliva. En cierto modo Fang tenía razón, pero…

—No te he perdido a ti. Siempre he tenido muy claro que no podría protestar la elección de las Moiras y, la verdad, no pienso protestar. Nunca había pensado que pudiera sentir por mi pareja lo que siento por ti, Fang. ¿Crees que habría bajado a dos infiernos distintos por cualquier otro?

Él se echó a reír.

—Espero que no.

Aimée lo cogió de la mano y se pegó a su cuerpo, de forma que sus senos quedaron aplastados.

—Y tú, ¿cómo te sientes?

Fang tragó saliva y sintió que se le ponía dura. ¡Joder! Aimée era la mujer más guapa que había visto en la vida. Y, como ella, jamás había pensado que pudiera sentir algo así por otra persona, mucho menos por su pareja.

—Aliviado de no ser un bicho raro.

—¡Fang! —lo reprendió ella.

Él parpadeó con gesto inocente.

—¿Qué?

Aimée meneó la cabeza.

—Tenemos que hacer algo con tu brutal sentido de la sinceridad.

—Como si tú no hubieras pensado lo mismo…

Bueno, sí, a lo mejor. Pero nunca lo admitiría en voz alta.

—¿Vais a venir a comer?

Molesta por la interrupción, Aimée miró hacia la puerta y vio a Bride.

—Ya vamos. —Hizo amago de alejarse, pero Fang se lo impidió estrechándola con fuerza.

Solo quiero sentirte así un poquito más —le dijo él mentalmente.

Sus palabras consiguieron que se le llenaran los ojos de lágrimas. Fang la abrazaba como si fuera lo más valioso que hubiera tocado en la vida, y eso aumentó el amor que sentía por él. ¡Por todos los dioses! Le encantaba sentirlo tan cerca. Sentir la dureza de su cuerpo. El olor tan masculino de su piel. Habría podido quedarse entre sus brazos para siempre.

—Tío Fang…

Aimée miró hacia abajo con una sonrisa y vio que Trace estaba tirando a Fang de los pantalones.

—¿Qué quieres, trasto?

Trace abrazó la pierna de su tío y después se fue corriendo a la cocina.

Aimée se echó a reír.

—Supongo que quería lo mismo que yo.

—Supongo. —Fang la cogió de la mano y tiró de ella en dirección al comedor.

Bride los miraba con el ceño fruncido.

—¿Qué os traéis entre manos?

Fang miró a Aimée y después volvió a mirar a su cuñada.

—Parece que hayáis encontrado un hueso. —Una expresión muy katagaria que quería decir que se les veía satisfechos.

Bride bajó la vista hasta la mano de Fang. Jadeó y estuvo a punto de que se le cayera el cuenco de ensalada que llevaba en las manos. Después de dejarlo en la mesa, aferró la mano de Fang para verla bien.

—¡Por Dios! ¡Estás emparejado! —Y en ese momento abrió los ojos como platos—. Espero que sea con Aimée…

La aludida soltó una carcajada y después levantó la mano para enseñársela.

—Menos mal, sí. Si no, tendría que matar a la muy zorra y después darle una tunda a Fang.

Él levantó las manos en un gesto de rendición.

—Ya sabes que tú controlas mi vida.

—Y que lo digas.

Vane entró en el comedor y los miró extrañado.

—¿Qué pasa?

—Tu hermano está emparejado.

—Ya, con Angelia.

—No me refiero a Fury, cariño.

Vane tardó unos segundos en asimilar la noticia. Y después jadeó y tendió la mano a Fang.

—Felicidades.

—Gracias —replicó él, estrechándosela.

Lia llegó corriendo desde la cocina.

—¡Déjame verla! —le pidió a Aimée.

Ella sonrió mientras comparaban sus respectivas marcas, que eran casi iguales salvo por los colores. La de Aimée era azul y la de Lia, roja.

—Bienvenida a la familia. Aunque ya formaras parte de ella, ahora es oficial.

Pese a la alegría que la embargaba, esas palabras le provocaron una dolorosa punzada, pues sabía que su otra familia no se alegraría por las noticias.

Era muy injusto.

Sin embargo, no pensaba permitir que eso empañara su felicidad. Al menos eso fue lo que se dijo. La verdad, en cambio, era que sí la entristecía. Pasara lo que pasase, la familia era la familia, y ella quería a los suyos a su lado.

Su ausencia le causaba un profundo dolor en el corazón, pero disimuló para que los demás no se dieran cuenta. Todos se alegraban mucho y ella estaba tan agradecida que no encontraba palabras para expresarlo. De modo que se sentó, conteniendo las lágrimas, mientras Vane y Bride iban en busca de una botella de champán para brindar y celebrarlo.

Hasta Fury se alegró cuando volvió. La besó en la mejilla y felicitó a Fang con un apretón de manos.

Aimée se disculpó y fue al cuarto de baño. En cuanto estuvo sola, cerró la puerta y se teletransportó al callejón trasero del Santuario. Estaba totalmente a oscuras. Tanto que parecía un poco siniestro. Miró hacia la bombilla que siempre les había dado problemas. ¿Cuándo pensaba arreglarla Griffe?

Se disponía a abrir la puerta, ansiosa por ver a su familia, pero de pronto se detuvo.

No van a alegrarse en absoluto, se dijo. Se le llenaron los ojos de lágrimas al pensarlo. Lo que quería era correr hacia sus padres para contárselo. Verlos reír y que la felicitaran como habían felicitado a sus hermanos después de que se emparejaran. Quería que Dev, Rémi y los demás también la felicitaran.

Pero eso jamás sucedería.

Vete a casa, se dijo.

Una solitaria lágrima resbaló por su mejilla. Esa era su casa…

Era, en pasado. Jamás volvería a serlo.

Su casa estaba con Fang. Era su pareja. Se obligó a soltar el pomo de la puerta y retrocedió. Al hacerlo, vio algo de color rosa con el rabillo del ojo.

Se acercó para ver qué era. Y se le cayó el alma a los pies al descubrir que se trataba de Tara, la camarera. Estaba muerta y sin una gota de sangre, al igual que las otras víctimas que la policía había intentado endosar a Fang.

Sin embargo, conservaba su alma…

Trastabilló hacia atrás al comprender lo que estaba viendo.

Se trataba del asesinato de un demonio.

Con la respiración acelerada, corrió hacia la puerta al tiempo que sentía una presencia malévola en el callejón.

Alguien chasqueó la lengua.

—No creerás que vamos a permitir que nos interrumpas y que después te largues, ¿verdad?

Y de la oscuridad surgió no un demonio, sino un ejército de demonios.