Fang se despertó con la cabeza como un bombo en un callejón del Barrio Francés; el sol del mediodía se colaba entre los edificios, alumbrando las sombras en las que debía de haberse desmayado. Le dolía todo el cuerpo.
¿Cómo había llegado hasta allí?
Cambió de posición y vio la sangre que le manchaba el pelaje, pero no era suya. Aunque estaba dolorido, no tenía heridas abiertas. Sin embargo, estaba cubierto de sangre, como si se hubiera revolcado en ella. Incluso podía saborearla en la boca.
Adoptó forma humana para poder hacer aparecer una botella de agua con sus poderes y al menos quitarse el fuerte sabor metálico. Le saturaba las papilas gustativas y le provocaba náuseas.
Después de enjuaguarse la boca, se apoyó en la cálida pared de ladrillos y observó el enrejado del balcón de hierro forjado que tenía encima.
¿Qué había pasado? Una sucesión de imágenes incompletas cruzó por su cabeza; se sentía como si hubiera estado de borrachera. Vio de nuevo a Aimée en su dormitorio. Pero no le había hecho daño. Las otras imágenes no eran tan claras. Con él había más gente… y uno era un arcadio.
Una pantera…
Estaba luchando contra esa otra gente, eran dos… ¿o tal vez tres? Pero no sabía el motivo. Cerró los ojos e intentó encontrar sentido a esas imágenes. Sin embargo, estaban borrosas y eran confusas. Había gruñidos e insultos. Puños y espadas. Brillo de metal mientras brotaba la sangre.
—¿Maté a alguien?
Recordaba un… ¿Había un hombre luchando con él? Tal vez fuera un demonio. Las imágenes no eran lo bastante claras, no le ayudaban a recodar. Lo único que hacían era confundirlo todavía más. Le dolía la cabeza.
Necesitaba algo que lo centrase, así que hizo aparecer un móvil y llamó a Aimée.
—¿Fang?
Soltó un suspiro aliviado al oír su dulce voz. No sabía qué tenía Aimée, pero era un bálsamo para él.
—Hola, nena…
—¿Dónde estás?
Fang enarcó una ceja ante el tono brusco de su pregunta. Parecía aterrada y rara.
—No lo sé. En un callejón.
—¿Qué te pasó anoche? —le preguntó con un deje de reproche—. Intenté localizarte y no pude.
—¿Qué ha ocurrido?
—Te busca la policía.
La noticia fue un mazazo. Se pasó la mano por el pelo e intentó encontrarle sentido a la situación.
—¿Qué?
—Quieren interrogarte. Dos humanos y un arcadio fueron asesinados anoche. Greg, que llegó al Santuario hace dos días, salió en busca de una mujer y no volvió. Lo encontraron anoche con mordeduras… alguien le había arrancado la yugular. —Hizo una pausa antes de susurrar—: Todos creen que has sido tú, Fang.
Claro, cómo no… Era lógico, en una ciudad llena de demonios, daimons, arcadios y katagarios, ¿quién si no lo iba a hacer? La furia lo asaltó al pensar que entre un sinfín de personas y animales era el sospechoso.
—¿Por qué lo creen?
—Junto al cuerpo encontraron una camiseta rota. Estaba impregnada de tu olor.
Vaya. En fin, eso lo inculpaba más de lo que le gustaría. Las palabras de Aimée hicieron aflorar el recuerdo de alguien que salía de las sombras para atacarlo. Su oponente le había arrancado la camiseta mientras peleaban, pero no recordaba nada después de eso.
¿Por qué se habían peleado?
Tragó saliva y aferró el móvil con fuerza.
—¿Y tú qué crees?
—No… no lo sé. Anoche estabas fuera de control.
«Asesino.»
Aimée no pronunció la palabra, pero no hizo falta. Su voz lo había insinuado, y le destrozó que ella pudiera albergar dudas, por pequeñas que fueran, después de lo que habían pasado juntos. ¿Por qué no confiaba alguien en él aunque fuera una sola vez?
Pero no. Siempre tenían que pensar lo peor.
Daba igual, estaba acostumbrado a que ni los animales ni los humanos confiaran en él. ¿Por qué iba a hacerlo Aimée? Su propio hermano había pensado que era débil y egoísta. ¿Por qué iba a ser distinta ella?
—¿Dónde los mataron?
—A los humanos en Exchange Place, y a Greg en un callejón de Royal Street.
Fang levantó la vista para ver el letrero del callejón donde se encontraba.
«Royal», leyó.
—Mierda —masculló.
—¿Qué pasa?
Agachó la cabeza, presa del miedo. A lo mejor lo había hecho después de todo. No lo recordaba, pero era evidente que la noche anterior había peleado con alguien por algo muy importante. Y que alguien que no era él había sufrido heridas considerables. Lo bastante como para que él tuviera sangre en la boca y en el pelaje.
Como si le hubiera mordido a alguien en la yugular…
Mierda, mierda, mierda. Era culpable. Tenía que serlo.
No, nunca habrías hecho algo así, se corrigió.
¿O sí? Con el demonio que llevaba dentro, era capaz de cualquier cosa, y la noche anterior el demonio había estado fuera de control. Hambriento.
Sin embargo, no quería decírselo a Aimée.
—Nada. ¿Sabes a qué hora se produjeron las muertes?
—Las de los humanos no. Pero Greg murió alrededor de las dos de la madrugada.
En su mente aparecieron imágenes de una pantera arcadia. Se vio atacándola. Al principio lo vio en forma humana, luego se convirtió en pantera y después, cuando empezó la lucha, volvió a adoptar forma humana.
—¿Qué era Greg?
—Una pantera arcadia.
Mierda otra vez.
Quizá las dudas de Aimée sobre su inocencia no eran tan infundadas. Todo parecía indicar que era culpable.
—Tengo que irme.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé.
—Fang, ten cuidado, por favor. —La sinceridad de su voz lo desarmó.
A lo mejor Aimée tenía dudas sobre su integridad, pero todavía se preocupaba por él.
—Tú también.
Colgó y se guardó el móvil en el bolsillo. Apoyó de nuevo la espalda en la pared de ladrillo rojo y se pasó una mano por el pelo mientras intentaba averiguar qué había pasado. No tenía nada claro. Solo recordaba emociones. La rabia. El hambre…
¿Qué he hecho?, se preguntó.
De repente, tuvo la sensación de que alguien o algo lo vigilaba… Miró a su alrededor, pero no advirtió nada raro. Ni con los ojos ni con los sentidos. Al menos, hasta que un enorme cuervo se posó en la verja de hierro forjado que tenía al lado. El pájaro ladeó la cabeza como si lo estuviera estudiando.
Sí… un pájaro. Un puñetero pájaro lo estaba poniendo de los nervios.
Me estoy volviendo loco, se dijo.
Pero seguía teniendo la sensación de que lo observaban, aunque nada a su alrededor parecía indicarlo. El sol incluso había desterrado las sombras que había visto al despertarse. Nadie podía verlo donde estaba sentado. No sin que él lo viera a su vez.
Salvo el pájaro.
De no ser porque no había ni arcadios ni katagarios de esa especie, a juzgar por su modo de observarlo creería que el animal tenía inteligencia.
¡Uf! Soy tan patético que hasta un pájaro me da miedo, pensó.
En ese momento escuchó el estruendo de una moto. Tenía un motor potentísimo y alcanzaba a escuchar los cambios de marcha cada vez que el conductor aceleraba. Sabía conducirla. El sonido fue aumentando de volumen hasta resultar casi ensordecedor.
Joder, tío, ponle un silenciador nuevo.
Eso fue lo que pensó hasta que la moto se detuvo con un chirrido de frenos en el callejón, delante de él. Era una reluciente Honda F6C Valkyrie, del año 2000, con un rugido de fuerza absoluta y unas llamas pintadas por encargo sobre el negro de serie.
El motorista llevaba un mono de cuero negro de Aerostitch con un casco del mismo color. El único toque diferente eran los brazales de plata que lo protegían de la muñeca al codo y las chapas a juego de sus botas de motero.
El recién llegado lo miró y puso la moto al ralentí.
—Creo que te conviene huir.
—Y una mierda, yo no huyo de nada.
El motero meneó la cabeza al tiempo que apagaba el motor y desplegaba la pata de apoyo, tras lo cual se bajó.
—Como quieras.
En ese momento Fang lo escuchó…
Era un sonido que lo había atormentado durante cada segundo que había pasado en el plano infernal. Un sonido que le helaba la sangre en las venas. Era inconfundible y claro, e hizo que toda la rabia acumulada en su interior estallara.
El sonido de un Recolector…
No, no de uno.
De muchos.
Una nauseabunda oleada de miedo le provocó un nudo en el estómago. Creía que había dejado atrás esas batallas. Pero era evidente que el recién llegado no solo los conocía. Sino que se estaba preparando para luchar contra ellos.
—¿Quién eres?
—Zeke.
Este extendió un brazo y su moto se transformó al instante en una espada enorme que no se parecía a nada de lo que Fang hubiera visto en la vida.
El cuervo salió volando. En cuanto llegó a la altura de la espalda de Zeke, se convirtió en una mujer vestida con un ajustado mono de cuero, un corsé y un largo abrigo negro. Tenía una melenita corta y negra que enmarcaba un rostro perfecto y resaltaba sus ojos negros. Delgada y de aspecto letal, quitaba el hipo.
La mujer bajó los brazos y sus manos quedaron cubiertas con una armadura y unas garras.
Zeke la miró por encima del hombro.
—Te presento a Ravenna, y es tu última oportunidad para salir de aquí mientras puedas.
Fang meneó la cabeza.
—Me quedo.
Ravenna lo miró de arriba abajo con incredulidad.
—Eres imbécil, lobo. Yo saldría por patas si pudiera.
A continuación, se desató un infierno: llegaron los Recolectores. Salieron en masa de las paredes de ladrillo y del suelo que tenían bajo los pies. Al menos dos docenas, aunque era difícil contarlos. Luchaban como un enjambre unido y su estrategia consistía en apabullar a su oponente, tirarlo al suelo y despedazarlo.
Fang hizo aparecer una espada. No la que Thorn le había dado, sino otra distinta.
—¿Puedo matar a estos bichos?
Zeke ensartó a uno antes de obligar a retroceder a otro de una patada. A continuación, trazó un arco con la espada para decapitar a un tercero de un solo mandoble.
—¡Desde luego, joder!
Fang se enfrentó al primer Recolector que se acercó a él y lo partió por la mitad. El demonio cayó al suelo chillando al tiempo que otro se abalanzaba sobre su espalda.
Ravenna lo atrapó desde atrás.
—No cambies de forma —le advirtió antes de dar la vuelta para encarar a otro.
A Fang ni se le había pasado por la cabeza. En forma de lobo no podría enfrentarse a ellos. Al no poder morderlos, la única alernativa que le quedaría era salir corriendo.
Pero en esa ocasión los quería muertos. Todos los meses de encierro en el infierno con esos seres, todos los meses en los que lo habían mordido y desgarrado, se apoderaron de él. Quería venganza, e iba a obtenerla matando a todos los Recolectores que pudiera.
Extendió la mano para lanzar una descarga a uno de los demonios, pero Ravenna le cogió la muñeca.
—Eso solo los fortalecerá. Los Recolectores son especiales. Sólo se puede luchar contra ellos cuerpo a cuerpo.
Al menos le había informado de las reglas antes de que cometiera un error.
Muchas gracias, Thorn, mira que eres cabrón, pensó.
Fang le asestó una patada al siguiente mientras Zeke ensartaba a otro. Los demonios parecieron doblar sus filas en cuestión de minutos, como si hubieran pedido refuerzos.
Hasta que Ravenna soltó un chillido agudo. Deseando aullar, Fang se dobló por culpa del dolor que le atravesó la cabeza. Era agónico. Claro que no era el único que lo sentía. Los Recolectores retrocedieron entre gritos hasta desvanecerse.
Con un pitido espantoso en los oídos, Fang se incorporó y la fulminó con la mirada. Quería arrancarle la cabeza por el sufrimiento que le había provocado.
Zeke se quitó el casco y su expresión dejó bien claro que sentía más o menos lo mismo que él. Su pelo castaño oscuro, despeinado y sudoroso por el casco, le caía hasta los hombros. La barba de varios días le otorgaba un aspecto letal pese al aire angelical de sus facciones. Se llevó una mano al oído y miró a Ravenna con los ojos tornados.
—¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso?
—Estaban llegando refuerzos. Si quieres, la próxima vez dejo que te maten.
—Depende de cuánto me dure el dolor de cabeza. Joder, tía, la próxima clávame algo y así acabamos antes. —Zeke movió la mandíbula para destaparse los oídos.
—No me tientes.
Meneando la cabeza para librarse del dolor, Fang se levantó y miró los cuerpos de los seres alados que los rodeaban. La sangre corría por la acera mientras algunos se retorcían por los estertores de la muerte. Se deshizo de la espada e intentó recuperar el aliento.
Zeke y Ravenna se volvieron para mirarlo.
—Buen trabajo —lo felicitó Zeke.
Fang respondió al cumplido con un gesto de la cabeza; observaba los cuerpos.
—¿A qué ha venido esto?
Ravenna le dio unas palmaditas en el pecho, sobre el corazón.
—Llevas a Frixo dentro, campeón. —Señaló los restos de los demonios—. Quieren sus poderes. Si te matan, conseguirán los de Frixo y también los tuyos. Chaval, eres tan valioso como el mejor diamante.
Fang no quería aceptarlo. No tenía sentido.
—¿Cómo es posible que hayan llegado hasta aquí?
Zeke extendió la mano y una llamarada calcinó los cuerpos.
—Siempre han estado aquí. Solo que tú no los veías hasta tu desafortunado viaje a sus dominios, cuando te abrieron los ojos. El portal entre su mundo y este apenas está protegido, de modo que ir y venir no es tan difícil para ciertos seres, como es el caso de estos.
Fang entrecerró los ojos cuando lo entendió por fin.
—¿Eso quiere decir que también sois Rastreadores del Infierno?
Zeke resopló como si acabara de insultarlo.
—No. Nosotros trabajamos para los buenos de la película —respondió con un deje desdeñoso.
Entonces, ¿él no trabajaba para los buenos? ¿Qué quería decir Zeke?
—A ver, colegas, hablad en un idioma que pueda comprender, porque ahora mismo estoy muy perdido. Hasta ahora yo era uno de los buenos.
Zeke meneó la cabeza.
—Tal vez tú lo seas, pero el gilipollas para el que trabajas desde luego que no.
—¿Qué quieres decir?
—Yo recibo órdenes de los arcángeles Samael y Gabriel. Aunque Thorn está supuestamente de nuestro lado, es el hijo natural de nuestro peor enemigo, y por tanto no sabemos a quién es leal. Dice que a nosotros, pero no me fío ni un pelo. Dado su padre y su pasado, es cuestión de tiempo que cambie de bando y nos deje con el culo al aire.
—¿Peor enemigo?
La cara de Zeke adoptó una expresión pétrea.
—Lucifer.
Fang se quedó boquiabierto cuando la realidad cayó sobre él de golpe. ¿Thorn era el hijo de Lucifer? ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta?
Porque estabas desesperado, se recordó. La vida de Aimée corría peligro y eso era lo único que le importaba. Con razón Thorn no quería soltar prenda.
—¿Qué he hecho?
Ravenna le dio un apretón en el hombro.
—Vendiste tu alma a los malos, tío. Felicidades.
Fang seguía sin querer creerlo.
—Pero Thorn lucha contra los demonios.
Zeke soltó un largo suspiro.
—De momento. Quién sabe lo que hará mañana. Si algo he aprendido en este trabajo, es que la gente cambia, que traiciona y que solo puedes confiar en ti mismo.
Ravenna le lanzó una mirada adusta.
Zeke resopló.
—Vamos, seguro que serías capaz de rebanarme el pescuezo si te dieran la oportunidad.
—Vale, eso es verdad —replicó ella con una carcajada al tiempo que asentía con la cabeza—. Te odio casi todos los días.
Fang no les hizo caso; intentaba comprender lo que estaba pasando.
—Un momento. ¿Os importaría explicarme cómo va esto? Thorn no ha sido muy comunicativo que digamos. ¿Qué hacemos exactamente y cómo encajamos en esta ecuación?
—Vamos, Fang —contestó Ravenna como si le hablara a un niño pequeño sin capacidad de raciocinio—. No creerías que el panteón griego y el atlante eran los únicos en los que seguía habiendo una lucha entre el bien y el mal, ¿verdad? Ni que los daimons eran los únicos demonios. Conoces a los carontes, a los gallu, a las Dimme, a los Segadores y a los Recolectores. A los demonios limacos como Desdicha… Hay miles de tipos de demonios, y todos nosotros, con independencia del panteón o de la fuente de poder, tenemos soldados para luchar contra ellos.
Fang la miró con recelo.
—¿Qué eres?
—Mitad humana y mitad demonio kalios.
Los kalios eran demonios benignos. Lo había aprendido en el plano infernal. El único al que había conocido fue despedazado por un Segador mientras intentaba ayudarlo.
Miró a Zeke con los ojos entrecerrados.
—¿Y tú?
—Yo nací humano. Ahora entro en la categoría de necrodaimon, que viene a ser más o menos «muerte para los demonios» o «asesino de demonios». A diferencia de un Rastreador del Infierno, puedo matar demonios sin sufrir las consecuencias, siempre y cuando me ciña a unas reglas que en la mayoría de los casos son una putada.
—En cambio yo solo tengo que mandarlos de vuelta.
Zeke hizo un gesto sarcástico.
—Empiezas a pillar el asunto.
Fang puso los brazos en jarras.
—Todavía no entiendo cómo he acabado metido en este lío.
Ravenna le dio unas palmaditas en el hombro para que se calmara.
—Han despertado al último malacai y los poderes más oscuros y antiguos se están confabulando de nuevo para hacerse con el control de la tierra. Estamos movilizando a nuestros ejércitos y tú, amigo mío, te has metido de lleno en el campo de batalla.
—Solo quería proteger a Aimée.
—Y esa emoción es lo que ha condenado a muchas almas buenas.
Fang supuso que tenía razón. Sin embargo, eso no quitaba el hecho de que se hubiera cargado su propia vida. Y todo porque un día entró en un bar a tomarse una caña…
Y salió pescado por una osa.
—¿Eso quiere decir que Thorn es malo? —le preguntó a Zeke.
—Es el hijo de uno de los poderes más oscuros jamás conocidos. Y su padre era un leal servidor del bien hasta que cambió de bando. A diferencia de su padre, Thorn resiste la tentación casi todo el tiempo. —Zeke soltó un suspiro cansado—. La verdad es que no lo sabemos. Sí sabemos que muchos de sus soldados han cambiado de bando y han tenido que ser eliminados… normalmente después de cometer el error que tú cometiste al matar a Frixo. Cuando un demonio mata a un Rastreador del Infierno, se vuelve más poderoso y nos cuesta más matarlo. Y eso suscita una pregunta: ¿Thorn no avisa a sus Rastreadores a propósito para que los demonios que sirven a su padre se vuelvan más poderosos o es así de olvidadizo?
Ravenna resopló con desdén.
—Yo prefiero pensar que el tío es un cabrón retorcido al que le gustan los juegos mentales.
A Fang le gustaría saber la respuesta.
—Quizá si se lo preguntara…
—Obtendrías la misma respuesta que nosotros. O te lanzaría contra una pared o te pegaría fuego. —Zeke torció el gesto—. Por cierto, el fuego duele horrores. No sé qué tiene ese cabrón en la mano, pero quema como ninguna otra cosa que hayas sentido en la vida. Un consejo: no lo cabrees.
Genial. La cosa mejoraba por momentos. No cabrear a un hombre engendrado por el mal absoluto.
—Vamos, que las voy a pasar igual de canutas aquí que en el plano infernal.
Ravenna soltó una carcajada.
—¿Estás de coña? Estás mucho mejor aquí. Puedes dormir sin miedo a que te torturen y hay comida que merece la pena tragar. Pero… tienes una diana en la espalda del tamaño de un avión. Dado que los demonios están ansiosos por recabar más poder, eres muy apetitoso para ellos. Un katagario poseído… Tienes suerte de que yo no intente matarte.
Fang pasó por alto ese último comentario.
—¿Cómo me quito esa diana?
Zeke se rascó la barbilla.
—Bueno, mis jefes son tan poco comunicativos como el tuyo. Podríamos intentar resucitar a Frixo para que saliera de tu cuerpo, lo cual sería muy jodido y no serviría de nada. También podríamos matarte. O podríamos buscar a la persona que lo invocó y romper la cadena que usó. Eso eliminaría al colega.
—¿Por qué eso no me lo ha dicho Thorn?
—Como acabamos de explicarte, no sabemos de qué lado está. Tal como lo vemos, o quiere que el demonio te coma para aumentar su poder a la hora de enfrentarse a nosotros, o quiere que tú seas más fuerte para enfrentarte a ellos. Como ignoramos si va a ganar el Fang bueno o el Fang malo, está jugando con fuego.
—Pues yo quiero librarme del demonio. ¿Cómo puedo encontrar a la persona que lo invocó?
Ravenna lo miró con una ceja enarcada.
—Estamos en Nueva Orleans, tío. ¿Sabes la cantidad de gente que pudo hacerlo?
—En fin… —dijo Zeke—. Hay otra opción.
—¿Cuál?
—Actúa de forma tan pura y tan desinteresada que el demonio salga de tu cuerpo.
A Fang le gustaba cómo sonaba eso. Al menos era la opción que más posibilidades tenía de funcionar sin que le costase la vida… teniendo mucha suerte.
—¿Y qué hago? ¿Salvo a un bebé?
Zeke se encogió de hombros.
—No sé. Los PF son muy parcos en detalles.
—¿Los PF?
Ravenna le dio la respuesta.
—Los Poderes Fácticos.
—Genial. Entonces, ¿qué? ¿Me quedó de brazos cruzados a la espera de que el demonio se largue o de que quien lo haya invocado se meta debajo de mi moto?
Ravenna soltó una carcajada siniestra.
—Agárrate, que vienen curvas.
—Gracias, guapa. Pero me gustaría algo un pelín más concreto.
Zeke recogió el casco del suelo.
—Pues es todo lo que podemos hacer por ahora. Lo siento.
¿Que lo sentía? Solo por eso a Fang le entraron ganas de comérselo.
—Has mencionado al malacai. ¿Qué es eso?
Zeke le dio una patada al polvo resultante de los Recolectores, que habían dejado de arder.
—Lo más sencillo es que pienses en los malacai como en un ejército de ángeles caídos. Demoníacos, desalmados y capaces de destrozar cualquier cosa que se interponga en su camino.
—Pero has dicho que solo quedaba uno.
Zeke asintió.
—En otro tiempo hubo dos ejércitos —explicó—. Los sefirot, que luchaban por el bien, y los malacai, que eran el mal encarnado. Ahora solo queda uno de cada especie. El último de los sefirot está esclavizado y el último de los malacai ha desaparecido. Lo dábamos por muerto hasta hace unos cuantos meses, cuando se produjo una fisura en el éter.
—¿Una fisura?
Zeke volvió a asentir.
—Adarian, el último malacai, tuvo un hijo cuya existencia desconocíamos. De alguna manera ese cabroncete nació sin que nos enteráramos. Cuando tomó posesión de sus poderes, produjo un clamor inconfundible.
—¿Dónde está el último malacai?
—Ese es el problema, que no lo sabemos. Intentamos encontrarlo, pero quienquiera que lo esté escondiendo está decidido a ocultarlo muy bien, y no sabemos por qué.
—Seguro que no es por nada bueno.
—Sí… Sea como sea, estás entre la espada y la pared. Cuídate mucho, lobo.
Zeke lanzó la espada al aire y al instante esta se transformó en su moto.
Ravenna adoptó forma de cuervo y salió volando mientras Zeke arrancaba el motor.
—Intentaré echarte un ojo, lobo. Cuidado con las sombras, y más cuidado todavía con Frixo, que intentará controlarte.
Preocupado por el giro que habían dado los acontecimientos, Fang esperó a que se marcharan. Seguía sin saber qué había pasado la noche anterior ni qué sucedería en su futuro, pero sí tenía algo muy claro: no iba a permitir que la policía lo interrogara hasta averiguar qué había sucedido.
Y sobre todo no iba a permitirlo hasta saber qué se estaba cociendo.
Durante los meses posteriores, que pasó esquivando a la policía y a su propia familia, Fang comprendió a la perfección lo que Ravenna había querido decir con aquello de que Fang tenía una diana en la espalda. Era casi como si hubiera regresado al plano infernal: lo atacaban un demonio tras otro.
Sin embargo, lo peor de todo era que sufría pérdidas de conciencia en las que no recordaba lo que había hecho.
Ni dónde había estado.
Seguía con vida, pero eso era lo único que sabía con certeza. Y como esos episodios eran cada vez más frecuentes, le daba miedo acercarse a Aimée. Además, despertaba con un montón de heridas que era incapaz de explicar. Mordiscos, arañazos, moratones…
Si al menos supiera cómo se las había hecho…
Más humanos, arcadios y katagarios estaban muriendo, y comenzaba a sospechar que él era el culpable. Todas las mañanas se despertaba cubierto de sangre sin una explicación plausible.
Se adentró todavía más en el pantano con la esperanza de que si se apartaba del mundo no le haría daño a nadie más. La idea de herir a Vane o a Bride o sobre todo a Aimée, lo torturaba.
¿Por qué no podía recordar lo que hacía por la noche? Ansiaba acudir a Aimée y contarle lo que estaba pasando, pero no se atrevía. En primer lugar porque estaba eludiendo a la policía. Y en segundo lugar porque le daba miedo hacerle daño sin querer durante uno de sus bloqueos mentales.
Había estado a punto de suceder la última vez. Si ella no le hubiera dado un rodillazo…
No quería ni pensar en esa posibilidad. Sería incapaz de seguir viviendo de haberla herido.
¿Qué está pasando?, se preguntó.
—¡Quiero que salgas de mi cuerpo! —le rugió a Frixo, que había vuelto a su cabeza y le decía que matase.
¿Por qué no podía tener paz?
Lo peor de todo era que quería ver a su sobrino y a Aimée. Quería disfrutar de un momento en el que alguien lo abrazara sin recelo y sin tener que estar en guardia. Sin embargo, no podía ponerlos en peligro.
Al menos hasta que él supiera la verdad.
Aimée colgó el teléfono, frustrada. Estaba sola en el despacho de su madre. Le habría gustado romper en mil pedazos ese inservible chisme de plástico.
—¿Sigues sin encontrarlo?
Levantó la vista y vio a Dev en el vano de la puerta, mirándola con expresión preocupada.
—¿De qué hablas?
—Sé que llamabas a Fang.
Su primer impulso fue mentirle, pero ¿para qué? Su hermano olería la mentira.
—Me tiene preocupada.
—No me extraña. Los cadáveres siguen apareciendo y Stu ha llamado para comunicarnos que han formado un grupo especial para atraparlo.
Stu los habían mantenido informados sobre las muertes. Todas parecían cometidas por un animal. Como un lobo o un perro.
Pero las más sangrientas habían sido las de los arcadios. Ningún animal normal y corriente habría podido hacerlo. Había otro arcadio o katagario dándoles caza.
Aimée tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta mientras sopesaba una posibilidad en la que ni siquiera quería pensar.
—¿Crees que los ha matado él?
Dev suspiró.
—Ocho de los muertos eran arcadios. La cosa no pinta bien para Fang.
No, era verdad. Y el hecho de que se negara a hablar con ella lo empeoraba. Por no mencionar que ya no vivía con su hermano. Nadie sabía dónde estaba.
Y eso hacía que tuviera ganas de llorar.
—¿Aimée?
Miró por encima del hombro de Dev al escuchar la voz de su madre desde el pasillo. Dejó libre el asiento de Nicolette y se colocó junto a su hermano.
—¿Sí?
Dev se apartó para que su madre pudiera entrar.
—Han convocado una reunión extraordinaria del Omegrion. Creo que deberías asistir.
Aimée frunció el ceño por la extraña petición.
—¿Por qué?
—Porque van a hablar de Fang.
El corazón le dio un vuelco y la cabeza empezó a darle vueltas. Dev la sujetó para que no se cayera.
—Yo iré con vosotras —dijo su hermano.
Aimée asintió, agradecida por su apoyo.
—Gracias por decírmelo, maman.
Su madre inclinó la cabeza.
Tras darle unas palmaditas en el brazo a su hermano, Aimée subió a su habitación para ponerse un traje gris de corte clásico. Nunca había asistido a una reunión del consejo y no tenía ni idea de lo que iba a encontrarse.
Dev la esperaba al pie de la escalera, vestido con unos vaqueros y una camisa azul oscuro. Estaba junto a su madre. Aimée se detuvo al verlos juntos. Nicolette era muy voluptuosa y tenía una belleza exquisita. Un porte majestuoso. Poseía una elegancia tan femenina que Aimée siempre se había sentido como el patito feo a su lado.
Aunque no siempre estaban de acuerdo, la quería de todo corazón. Le habría gustado parecerse más a su madre y que se sintiera orgullosa de ella.
Dev se comportaba con su habitual alegría, derrochando encanto. Aunque carecía de la elegancia que su madre les había transmitido a Zar y a Alain, su práctico carisma tenía algo irresistible.
—¿Estamos listos, mes enfants?
Aimée se cogió de la mano de Dev.
—Estamos listos.
Nicolette usó sus poderes para llevarlos a Neratiti, la misteriosa isla donde vivía Savitar. Una isla en constante movimiento por todo el mundo, ya que Savitar, un surfero empedernido, se pasaba la vida a la búsqueda de la ola perfecta. Era un ser con miles de contradicciones y secretos.
Un ser al que Aimée había visto en contadas ocasiones. A decir verdad, le ponía los pelos como escarpias.
Sin embargo, Savitar no se encontraba en la sala cuando llegaron. Suspiró aliviada y se tomó un momento para echar un vistazo por la enorme estancia circular. Decorada en tonos dorados y burdeos, tenía una serie de ventanales abiertos que se extendían desde la cúpula dorada hasta el mármol negro bajo sus pies. La recargada ornamentación podría haberle dado un toque hortera, pero los intensos colores y los elaborados diseños combinaban a la perfección y el resultado era muy hermoso.
En el centro de la sala se emplazaba una enorme mesa redonda con un trono impresionante. Supuso que ese era el asiento de Savitar.
Casi todos los katagarios estaban sentados a la mesa. Aimée retrocedió un paso, algo intimidada. Dev se quedó a su lado con expresión inescrutable, por lo que no supo qué estaba pensando.
Su madre miró los asientos vacíos y se acercó a una pantera alta y de pelo oscuro.
—Parece que los arcadios se están comportando como de costumbre, ¿no, Dante?
—Unos gallinas, como siempre, Lo. No se atreven a encontrarse a solas con nosotros ni siquiera aquí. —Dejó de mirar a Nicolette para fijarse en Aimée.
—Es mi hija, Aimée —dijo Nicolette con una sonrida cálida—. Aimée, te presento a Dante Pontis.
Aimée le tendió la mano.
—Eres el dueño del Infierno, en Minnesota.
Aunque no era un santuario propiamente dicho, sí era un club muy famoso.
—Veo que lo conoces. —Aceptó la mano y luego se la endió a Dev—. Me alegro de volver a verte.
—Lo mismo digo.
Aimée frunció el ceño.
—¿Cómo es que os conocéis?
Dante le guiñó un ojo.
—De nuestra época de cazatalentos… entre otras cosas.
Aimée levantó una mano para protestar por lo que seguía.
—Eso fue antes de que Dante se emparejara.
El aludido se tocó el corazón. El amor que vio en sus ojos hablaba por sí solo.
—Y no lo cambiaría por nada del mundo, Dev. Ojalá algún día conozcas la alegría que Pandora me brinda.
—Pues no es lo que decías cuando estaba embarazada.
Dante se echó a reír.
En ese momento Fury y Vane entraron en la sala con caras largas.
Aimée se acercó a ellos de inmediato.
—¿Sabéis algo de Fang?
—No. —La voz de Vane estaba cargada de emoción—. Esperaba que tú sí.
Aimée meneó la cabeza. En ese momento el resto de los miembros se teletransportó y ocupó sus asientos a la enorme mesa.
Dev y ella retrocedieron cuando una gigantesca puerta de doble hoja se abrió por efecto de unos poderes primigenios que sacudieron la estancia. Savitar, ataviado con una vaporosa túnica que le recordó al estilo egipcio, entró rodeado por tal aura de poder que a Aimée se le erizó el vello de la nuca.
Su largo pelo oscuro le llegaba por los hombros. Estaba muy moreno y llevaba una perilla bien recortada. Sus ojos color lavanda relampaguearon mientras inspeccionaba la estancia.
Todos los presentes se pusieron en pie cuando él se acercó a su trono. Parecía estar furioso, lo cual explicaba el pánico que irradiaban las criaturas allí reunidas.
Savitar los fulminó con la mirada.
—Abreviando, gente y animales. Me apetece tanto estar aquí como a vosotros, así que… aligeremos. Acabemos pronto con las chorradas pedagógicas y tal. ¡Bienvenidas seáis, oh buenas gentes…! —Se detuvo como si quisiera golpear algo o a alguien—. ¿Quién narices ha escrito esta mierda? En fin… ¡Bienvenidos a la Cámara del Omegrion! Aquí nos reunimos los representantes de cada uno de los clanes arcadios y katagarios. Venimos en paz —resopló con sorna— para lograr la paz. Soy Savitar, vuestro mediador. Y si todavía no lo sabéis, buscad una buena pared para golpearos la cabeza y que os reemplacen, porque entonces es que sois demasiado tontos para representar a vuestro clan. Pero por si resulta que sois duros de mollera y se os ha olvidado, soy la suma de todo lo que fue y de todo lo que volverá a ser algún día. Ordeno el caos y desordeno el orden, razón por la que estoy metido en esta mierda. Ahora vayamos al grano antes de se os empiece a caer el pelo… —Su mirada voló hacia Nicolette—. Ha habido bastantes quejas contra el Santuario de un tiempo a esta parte, Nicolette.
A Aimée la abrumó el pánico.
Su madre, en cambio, se mantuvo impasible.
—¿Quejas? ¿De quién?
Savitar se inclinó hacia un lado y la miró con los ojos entrecerrados.
—De un grupo de chacales que dicen que no solo te negaste a ayudarlos a atrapar a un criminal buscado, sino que además le diste su ubicación e hiciste que los persiguiera.
Su madre abrió la boca, dispuesta a replicar, pero Savitar levantó la mano para silenciarla.
—Un clan de lobos ha dicho que cuando un miembro de tu personal los atacó sin mediar provocación en un callejón detrás del Santuario, no solo no condenaste sus actos, sino que te negaste a entregárselo. Además, dejaste que Wren fuera falsamente acusado y perseguido por este consejo a sabiendas de que era inocente. Y atacaste al tigre en tu propio hogar. Hay otros que dicen que eliges a quiénes ayudas y cuándo lo haces, en vez de acoger a todo el mundo como juraste hacer. ¿Qué tienes que decir al respecto?
Nicolette ni se inmutó.
—Que mienten.
Vane se puso en pie.
—Respaldo a Nicolette sin reservas.
Savitar desvió su atención al lobo.
—Chaval, todavía no he empezado contigo. Ahora mismo tu palabra no vale mucho.
Aimée miró de reojo a Dev.
Su hermano la cogió de la mano para indicarle que guardara silencio.
Savitar fulminó a Nicolette con la mirada.
—¿Ordenaste a tu hijo que avisara a Constantine de que un grupo de chacales iba a por él?
—Atacaron a mi hija en mi propio establecimiento. Amenazaron su vida.
Aimée miró el asiento vacío que debía ocupar Constantine. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué no estaba allí para apoyar a su madre?
Savitar no se mostró clemente con ella.
—Tendrías que habérmelo dicho, Nicolette. Avisar a su enemigo para que les tendiera una emboscada va en contra del código de neutralidad, y lo sabes. Además, no me has contestado. ¿Se lo dijiste?
—Sí. Fui yo, no mis hijos, quien informó a Constantine de que lo perseguían.
Aimée sintió el apretón de su hermano al escuchar la mentira. Había sido Dev quien había prevenido a Constantine. Su madre lo estaba protegiendo, ofreciéndose como chivo expiatorio en el proceso.
—Y cuando Eli Blakemore y su clan te dijeron, bajo juramento, que habían atacado a su hijo y a sus amigos junto a tu club, ¿no es cierto que te negaste a entregarles a sus atacantes?
Aimée dio un paso adelante.
—¡No lo hagas! —le ordenó Dev mentalmente—. Savitar te matará.
—¡Esto está mal!
—Aimée, no avergüences a maman. Sabes que no debes hacerlo.
Cierto, pero le costaba quedarse de brazos cruzados mientras atacaban a su madre con unos hechos que se habían exagerado.
Nicolette levantó la barbilla con la dignidad de una reina.
—No confío en su clan ni en sus mentiras.
—¿Les entregaste o no les entregaste a los atacantes?
Por su culpa… pensó Aimée. Se le formó un nudo en la garganta al comprender el tremendo lío en el que había metido a su madre. Con razón era tan dura a veces. Aunque sabía de antemano que Savitar era cruel, verlo en acción…
¿Qué había hecho? Había puesto en peligro a su madre para salvar a su amigo.
Y en ese momento asumía todas las culpas para protegerlos.
—No se los entregué.
Savitar meneó la cabeza.
—Y cuando nos reunimos para emitir la orden en contra de Wren, ¿mentiste a los miembros de este consejo?
—No, dije lo que creía que era verdad.
—¿Estás segura?
—Absolument. Sí.
Savitar soltó un suspiro cansado y se atusó la perilla.
—Lo… De todos los miembros del consejo, tú mejor que nadie deberías saber lo que no se debe hacer. ¿En qué estabas pensando?
—Estaba pensando en que Constantine, como Gran Regis en este consejo, debería ser advertido. Sus perseguidores vinieron a mi casa y le pusieron un puñal al cuello a mi única hija y atacaron a mis hijos. Si no me preocupara la licencia, los habría aniquilado allí mismo. Sin embargo, me pareció justo advertir a Constantine de que esa gente —dijo, escupiendo la palabra— no honraría las leyes del Santuario y que no le serviría de nada buscar refugio en uno.
Savitar se inclinó hacia delante.
—Limani significa «santuario». Decirle a un enemigo sentenciado a muerte dónde se encuentran los que quieren matarlo no aparece en el código. ¿Qué me dices de la otra acusación?
—Blakemore es un cerdo. Su hijo atacó a Wren en el callejón trasero y nosotros lo capturamos allí, después de que atacara a mi hija, que intentaba a ayudar a Wren.
—Tengo las declaraciones juradas de diez miembros de su clan que dicen que Wren fue el primero en atacar.
—Solo en defensa propia.
—Él fue el primero en derramar sangre. —El tono de Savitar era gélido.
Aun así, su madre no se amilanó, y Aimée sintió un renovado respeto por ella.
—Y Blakemore lo habría matado al instante si se lo llego a entregar. Yo no condenaría ni a un enemigo a muerte si sé que actúa espoleado por un grupo de matones.
Savitar se puso en pie, algo que arrancó jadeos a varios miembros del consejo. Nicolette, en cambio, no movió ni un músculo.
—Si lo que dices es cierto —dijo Savitar al tiempo que se acercaba a ella—, ¿por qué no me informaste?
—No me pareció tan importante como para molestarte.
Savitar se detuvo junto a su sillón.
—Pues te equivocaste. A partir de este momento, tu licencia está revocada por seis meses. Si quebrantas una vez más la ley, será una medida permanente. —Se volvió hacia Vane—. Y a ti… te dije que trajeras a tu hermano.
En esa ocasión fue Vane quien adoptó una expresión inescrutable.
—No sé dónde está.
Savitar lo miró de forma penetrante.
—¿En serio quieres que me lo crea?
—Es la verdad.
Eso no le sentó muy bien al mandamás. Savitar parecía a punto de desatar su ira sobre ellos.
—Muy bien. Veo que necesitas un pequeño incentivo para obedecerme. Tienes cuarenta y ocho horas para traerme a Fang y que sea juzgado o destruiré al clan Kattalakis. —Miró a Fury con los ojos entrecerrados—. A los dos. ¡Se levanta la sesión! —Rugió esa última frase y desapareció.
Muy afectados, los miembros del consejo comenzaron a marcharse, pero no antes de que varios de ellos hicieran comentarios ofensivos sobre Fang y los Peltier.
Anonadada por lo que acababa de suceder, casi todo culpa suya, Aimée se acercó a su madre.
—¿Maman?
Nicolette no demostraba emoción alguna. Sin embargo, Aimée podía sentirla. Sabía lo duro que era para ella. Sin su licencia cualquiera podría atacarlos.
No tenían refugio. Todo aquello por lo que tanto había trabajado se había desmoronado.
¿Qué he hecho?, se preguntó.
Dev se arrodilló junto a su madre.
—Maman, todo se arreglará.
Nicolette le cogió la mano y la observó como si le sorprendiera su tamaño.
—Non, mon fils. Quiero que regreses a casa y reúnas a toda la familia. Marchaos y no volváis hasta que nos devuelvan la licencia.
Dev meneó la cabeza y apretó los dientes, una expresión obstinada que todos conocían muy bien.
—No podemos abandonarte.
Su madre lo abofeteó. Con fuerza.
—No me lleves la contraria. Vete y haz lo que te digo. ¡Ahora!
La expresión de Dev se tensó. Aimée se percató de que quería devolverle el golpe, pero su hermano comprendía la situación tanto como ella. Su madre estaba alterada y actuaba siguiendo el instinto animal. Acababa de arriesgar su vida para proteger la de sus hijos.
Sin decir nada más, Dev se marchó.
Aimée se acercó a Vane y lo miró a los ojos.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—¿Tú qué crees? —rugió Vane.
El miedo se apoderó de ella.
—No puedes entregar a Fang a ese…
Iba a decir «monstruo», pero sabía que no podía hacerlo. Era posible que Savitar estuviera escuchando, y solo los dioses sabían cómo podía responder.
—Tengo esposa y un hijo. Mi pareja está embarazada de nuevo, Aimée, y es humana. ¿Se supone que tengo que renunciar a ella por un hermano que ni siquiera se digna hablarme?
Nicolette se puso en pie. Miró a Vane con expresión hostil y gélida.
—Todo esto es culpa vuestra. Los lobos me habéis traído esta desgracia. Antes de que aparecierais disfrutábamos de paz, y ahora…
—¿Culpa nuestra? —gruñó Vane—. ¡Mi hermano no estaría metido en este lío de no ser por tu hija! Estoy a punto de perder a mi clan y a mi pareja y ¿por qué? Por una osa.
Aimée retrocedió como si la hubiera abofeteado.
Vane la fulminó con la mirada.
—Ya estás tardando en encontrar a mi hermano y traérmelo.
—¿Y si no puedo?
—Más vale que ni te plantees esa opción, osa. Hazme caso.
Aimée dio un respingo al darse cuenta de lo que estaba pasando. Vane iba a traicionar a Fang una vez más, y quería que ella fuera el instrumento para hacerlo.