Fang no podía respirar. Estaba acostado en la cama, en forma de lobo. El hombro tatuado lo estaba matando. La marca le quemaba de tal modo que de buena gana se habría arrancado el brazo.
¿Qué me está pasando?, se preguntó.
Empezó a escarbar en la cama, presa del dolor, intentando enterrarse en la colcha azul y blanca. Nada aliviaba el dolor. Ni aun cambiando de posición ni estirándose.
Jadeó y pensó que le estaban arrancando las entrañas.
Dentro de un momento me saldrá un alien, como en la película, pensó.
Escuchaba todos los ruidos amplificados. Cada latido de su corazón le atravesaba el cráneo.
Ansiaba matar a alguien.
El olor a sangre le saturó las fosas nasales, incitándolo. Llamándolo…
«Si matas a los osos, podrás quedarte con sus poderes y con Aimée», le dijo una voz.
Frunció el ceño al oír esa voz, desconocida hasta el momento, en su cabeza. ¿Estaba volviéndose loco?
«¿Qué han hecho realmente por ti? Nada. Echaron a tu hermano a la calle y dejaron que se las apañara como pudiera para defender a su pareja. No se preocupan por vosotros. Véngate por lo que les han hecho a Vane y a Wren. ¡Muerte a los osos!», continuó la voz.
Fang meneó la cabeza, intentando desterrar esa ira tan hostil. ¿Qué le pasaba? Era como si estuviera borracho, como si los sonidos a su alrededor se difuminaran y su visión se redujera a un túnel estrecho.
—¿Fang?
Aimée apareció en su dormitorio. Un bocadito delicioso que lo miraba desde delante de la cómoda mientras la luz que entraba por la ventana arrancaba destellos a su pelo claro. Las sombras jugueteaban con su piel, creando ángulos en su preciosa cara. Le recordó a la primera noche que la vio en el Santuario.
Sin embargo, esa noche no quería su ternura.
El demonio que llevaba dentro quería su sangre.
—Vete —masculló.
No quería estar con ella cuando se sentía así. Carecía de control sobre sí mismo y sobre el demonio, que se extendía por momentos y le iba arrebatando el cuerpo poco a poco.
Tenía miedo de sí mismo, porque se sentía violento y letal.
Y no sabía cuánto tiempo podría seguir conteniéndose. Que los dioses ayudaran a Aimée si alguna vez el demonio se liberaba estando con ella. El odio y el deseo de hacerle daño eran arrolladores e implacables.
No quiero hacerle daño…, pensó.
Sin embargo, no estaba seguro de poder controlarse. El ansia que lo embargaba era demasiado poderosa.
Aimée titubeo; había agresividad en la voz de Fang. Saltaba a la vista que le pasaba algo. Se acercó a él y extendió una mano para acariciar su pelaje.
—¿Qué te pasa, cariño?
Él se revolvió de repente y chasqueó las fauces cerca de su mano, como si se hubiera vuelto loco. En un abrir y cerrar de ojos se transformó en humano.
Salió de la cama y se acercó a ella con actitud amenazadora. Estaba completamente desnudo y cubierto de sudor. Llevaba barba de varios días y el pelo le caía húmedo sobre los ojos. Todos los músculos de ese poderoso cuerpo estaban tensos, como si estuviera conteniéndose para no atacarla.
El miedo se apoderó de ella mientras retrocedía. Fang se movía con actitud depredadora. Como si ella fuera su presa.
—Fang, háblame.
—¿Y qué quieres que te diga?
Siguió avanzando hasta que la tuvo acorralada contra la pared. Después, ladeó la cabeza para mirarla. Sus ojos tenían un brillo realmente aterrador. Un brillo que la advertía de que tuviera cuidado porque ese no era el lobo al que había aprendido a amar.
Ese era el lobo al que había visto el primer día en el Santuario. El lobo feroz que aterrorizaba a todo el mundo.
Fang hundió la cara en su cuello y aspiró hondo mientras le acariciaba una mejilla.
—Casi puedo saborear tu sangre.
Y le clavó los colmillos en el cuello.
Aimée soltó un bufido, lo apartó y le asentó un fuerte puñetazo en el plexo solar.
—¿Qué estás haciendo?
Él le aferró el brazo y la pegó a su cuerpo con una mano que parecía de acero.
—Esto es lo que quieres, ¿no? Que te ataque tu lobo, ¿verdad?
Aimée se zafó de su ofensivo abrazo.
—¿Quién eres?
—Soy Fang, nena. ¿Es que no me conoces?
No. Ese no era Fang. Algo andaba mal. Ni siquiera olía como siempre.
Y en ese momento lo vio. Un minúsculo destello rojizo en los ojos. Y al instante supo lo que pasaba.
Estaba poseído.
—No… —susurró, consumida por el terror.
¿Lo habría seguido algún demonio del plano infernal?
Fang intentó morderla de nuevo.
Y ella reaccionó de forma instintiva. Le dio un rodillazo en la entrepierna con todas sus fuerzas y lo apartó de un empujón. Él se llevó la mano a la zona en cuestión y trastabilló.
Por favor, que sea el demonio quien sufra mi rodillazo y no Fang, suplicó. Porque a Fang jamás le haría daño. El demonio era otra cuestión…
Se acercó a él, sintiéndose culpable por causarle dolor, pero no tanto como para que volviera a capturarla.
—Fang, si me oyes, necesito que te libres de esto y vuelvas a mi lado.
De repente los ojos de él adquirieron un brillo rojizo que destelló en la oscuridad. Sin replicarle siquiera, la aferró de muy malos modos.
Ella gimió por el dolor.
Y su gemido pareció alcanzar esa parte de Fang que todavía parecía seguir intacta. Vio que la miraba arrepentido, y luego la soltó.
Se apartó de ella tambaleándose y consumido por la culpa.
—Corre, Aimée. ¡Vete!
Ella titubeó, renuente a dejarlo solo. Pero sabía que estaba conteniéndose a duras penas para no hacerle daño. Si se quedaba, su situación empeoraría.
—Conseguiré ayuda.
Las piernas de Fang cedieron y cayó al suelo, donde comenzó a retorcerse como si estuviera sufriendo una agonía. Volvió a adoptar forma animal.
Aimée dio un respingo, desesperada por consolarlo.
Pero antes tenía que estar segura de que no le iba a hacer daño. Sabía que debía marcharse, por más que le pesara. Era lo mejor para los dos.
Sin saber qué hacer, usó sus poderes para trasladarse al Club Caronte, un bar que los carontes habían abierto con la ayuda de su hermano Kyle. Seguro que un demonio sabría decirle cómo sacar a Fang de ese atolladero. No se le ocurría nadie más que pudiera saber qué hacer.
Si Xedrix no podía ayudarla, se acabaron sus opciones.
Esa noche el club estaba a rebosar de universitarios, jóvenes de la zona y turistas que no paraban de bailar en la pista mientras los demonios se movían entre ellos, ya que eran quienes trabajaban en el local.
Si los humanos lo supieran…
Pero ellos no eran lo importante. Lo importante era Fang.
La música hip-hop inundaba el local, las luces parpadeaban y destellaban sobre la gente, los demonios, el suelo y la barra. La multitud la rodeaba. Parejas y grupos, y demonios intentando encajar en el ambiente. Algunos incluso mostraban su piel marmórea, aunque los humanos tampoco se quedaban atrás en cuanto a maquillaje…
La gente era muy rara.
Aimée detuvo a un caronte de piel roja con cuernos de color rojo y naranja que pasó por su lado con una bandeja vacía bajo el brazo.
—Oye, ¿dónde está Xedrix?
El demonio la miró de arriba abajo con recelo.
—Soy la hermana de Kyle Peltier y necesito hablar con él.
Eso pareció tranquilizarlo. Pulsó el micrófono de los auriculares que llevaba.
—Xed, te está buscando una osa aquí abajo. —Asintió con la cabeza y después la miró—. Ahora viene.
—Gracias.
El demonio se alejó hacia la zona de la barra, cubierta de espejos.
Aimée vio que se abría una puerta en la planta alta, el despacho posiblemente. Tenía una ventana con un cristal espejado desde la que sin duda Xedrix podía observar y espiar a sus trabajadores y a su clientela.
El demonio, que llevaba vaqueros y una camiseta holgada de manga corta, bajó la escalera. Aimée tuvo que reconocer que para ser un demonio estaba muy bien. Era moreno, tenía un cuerpo de infarto y un rostro casi perfecto.
Pero la expresión lúgubre de su cara al detenerse delante de ella fue casi cómica.
—Seguro que esto no es bueno para mí.
—Yo también me alegro de verte.
—Eso mismo. ¿Qué necesitas ahora?
—Información sobre un demonio.
La expresión de Xedrix se endureció.
—No nos cabrees. No nos gusta.
Aimée puso los ojos en blanco.
—Si un demonio posee a alguien, ¿cómo se puede expulsar?
—Llamando a un cura. —Comenzó a alejarse de ella.
Aimée lo cogió del brazo y lo detuvo. Xedrix irradiaba impaciencia por todos los poros de su cuerpo.
—Xedrix, estoy hablando en serio. Y no me refiero a un humano. Se trata de Fang. ¿Te imaginas el daño que podría causar un demonio en el cuerpo de un katagario?
—Mucho —respondió Xedrix en un tono tan seco como el Sahara—. Definitivamente no molaría ser su víctima.
Aimée no tenía tiempo para bromas.
—¿Qué puedo hacer?
—Yo que tú me marchaba de la ciudad.
—¡Xedrix!
El caronte levantó las manos, exagerando una pose de inocencia.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que le rasques la barriguita? Ni siquiera sé qué tipo de demonio lo ha poseído. Por si no te has dado cuenta, somos cientos de especies. Y no estás hablando con uno especializado en posesiones. Los carontes nos limitamos a matar lo que se nos pone por delante. O lo que nos irrita. —La miró con gesto elocuente para enfatizar el comentario—. La posesión es para los… —Dejó la frase en el aire al fijarse en algo situado tras ella.
Aimée se volvió y vio a una rubia guapísima que miraba a Xedrix con los brazos en jarras.
—¿Qué ibas a decir? —preguntó la rubia.
—Pues que… que la posesión es para demonios geniales que tienen… muchísimos poderes.
Verlo acobardado era gracioso, pensó Aimée. Saltaba a la vista que la rubia era muy importante para él y que no quería enfurecerla.
La mujer le tendió la mano.
—Soy Kerryna, ¿y tú quién eres?
—La hermana de Kyle. —Xedrix contestó con tanta rapidez que Aimée comprendió que tenía una relación muy íntima con la tal Kerryna y que no quería dar lugar a equívocos—. Aimée. Y ya se iba.
Aimée soltó la mano de Kerryna y lo corrigió.
—No, todavía no me voy.
—Sí que te vas. Adiós. Ahí está la puerta. El pomo gira a la izquierda. Se abre hacia dentro. Úsala. No te cortes. Así seguirás respirando. Y nosotros seguiremos tan contentos.
Aimée suspiró tras el sarcástico sermoncito. Pasó de él y lo intentó con Kerryna.
—Necesito saber cómo ponerle fin a una posesión demoníaca. ¿Por casualidad podrías hacerme alguna sugerencia?
Kerryna frunció el ceño.
—¿Qué tipo de demonio?
—No lo sé. ¿Supone una gran diferencia?
—Muchísima. A algunos se los puede matar, otros es posible sacarlos sin más y los hay que acaban siendo parte de la persona que los exorciza. Esta última posibilidad, y parafraseando la frase favorita de Xedrix, no mola nada.
Aimée miró de reojo al caronte antes de volver a mirar a la rubia.
—¿Qué hago para saber a qué me enfrento?
—Llévame contigo.
Xedrix hizo un sonido de protesta muy poco humano.
—¡Ni de coña!
Kerryna lo fulminó con la mirada.
—Xedrix…
Él retrocedió de inmediato.
—Sé que soy caronte y que nos sometemos a la voluntad de nuestras hembras, pero comprenderás que como caronte me veo obligado a defender a las hembras hasta el final. Tú eres mi hembra. Yo te protejo.
Kerryna le sonrió.
—Entonces ven con nosotras y deja de refunfuñar.
—No estoy refunfuñando. —Miró a Aimée como si estuviera planteándose la posibilidad de descuartizarla—. ¿Por qué cada vez que te veo tengo que ir a algún sitio en contra de mi voluntad? Supongo que esta vez por lo menos tendré que agradecerte que no sea el infierno.
—Demonio, no seas tan infantil. Vamos a ver a Fang.
Xedrix puso cara de desconcierto.
—¿Qué os traéis ese lobo y tú? ¿No podemos pegarle un tiro para que me deje tranquilo?
—Antes te pegaría un tiro a ti.
—A este paso, acabaré deseando que lo hagas.
Kerryna le dio un puñetazo suave en el abdomen.
—Xed, sé bueno o seré yo quien te dispare.
—Sí, akra.
Aimée meneó la cabeza, exasperada, y los llevó al dormitorio de Fang.
Estaba vacío.
Xedrix cruzó los brazos por delante del pecho.
—¿Dónde está?
Frustrada y preocupada, Aimée inspeccionó la habitación. La cama seguía revuelta, pero las dos cómodas estaban intactas. Todo estaba como lo había dejado, salvo por la ausencia de Fang.
—No lo sé, cuando me marché, estaba acurrucado en el suelo, retorciéndose de dolor.
Kerryna se acercó como si de algún modo supiera exactamente dónde había estado Fang. Al tocar el suelo, jadeó.
—¡Vamos mal!
Aimée sintió que se le caía el alma a los pies.
—¿Cómo dices?
—Lo ha poseído un primus. Uno muy poderoso.
Aimée no estaba segura de lo que significaba eso, pero a juzgar por el tono de voz de Kerryna no era nada bueno.
—¿Puedes sacarle el demonio?
—No lo sé. —Kerryna se enderezó de nuevo—. Si tuviera a mis hermanas, podría. Pero yo sola… no lo sé.
—Entonces, ¿qué hacemos?
Xedrix fue quien contestó:
—Matarlo.
—¡Xedrix! —exclamó Aimée, furiosa.
—¿Qué pasa? —replicó él con un gesto inocente que habría resultado cómico de no ser porque estaban hablando de la vida de Fang—. Los lobos están ricos. No tanto como otras cosas, pero no están mal. Y si le ponemos salsa picante… todavía mejor.
Aimée, que empezaba a desear servirlo a él en una bandeja en el Santuario, miró a Kerryna.
—Puedo seguir su rastro y localizarlo. —Cerró los ojos y pensó en Fang.
Pero por primera vez desde que lo conocía, no percibió nada.
Absolutamente nada.
¿Cómo era posible? Sus poderes eran los de una diosa. Siempre podía rastrear a quien quisiera. Sin embargo, no había ni rastro de Fang. Era como si estuviese muerto.
La simple idea bastaba para postrarla casi de rodillas.
Eres demasiado fuerte para eso, se dijo.
Los miró con una tranquilidad que estaba lejos de sentir.
—No puedo localizarlo.
Kerryna observó de nuevo al suelo.
—Es un demonio poderoso. Estoy segura de que puede camuflar su esencia, salvo si lo persigue un dios.
—¿Qué hacemos?
Xedrix se encogió de hombros. Su ambigüedad comenzaba a cabrear a Aimée.
Kerryna entrecerró los ojos y comenzó a darse golpecitos en la barbilla con un dedo.
—Menyara, creo.
Aimée frunció el ceño, era la primera vez que escuchaba esa palabra.
—¿Es algún tipo de ritual extraño?
Kerryna se echó a reír.
—No, es una persona. Vive en Nueva Orleans y fue quien me ayudó cuando llegué. Creo que si alguien puede ayudarte, es ella. —Lanzó una mirada penetrante a Xedrix—. Como no la tragas, estoy segura de que podré ir sola.
El caronte se llevó el puño izquierdo al hombro derecho e hizo una exagerada reverencia.
—Sí, akra. Tu alegría es mi tristeza.
Kerryna resopló.
—Bien, lo recordaré esta noche cuando intentes colarte en mi cama.
La amenaza pareció horrorizar al caronte.
—Nena, era una broma. No lo he dicho en serio.
Ella le dio unos cariñosos golpecitos en una mejilla.
—Ya lo veremos.
Aimée apenas tuvo tiempo de concentrarse antes de que Kerryna la llevara del dormitorio de Fang a una casita pintada de un azul chillón. Un azul evidente pese a la oscuridad. Aunque colorida, era de diseño discreto, exactamente igual que cualquier otra casa del Barrio Francés. Tras las contraventanas, de color blanco, se atisbaban unas cortinas blancas de encaje. No parecía que aquel pudiera ser el hogar de alguien capaz de derrotar a un poderoso demonio.
Claro que cuando Hello Kitty atacaba… era mejor andarse con cuidado.
Kerryna llamó a la puerta.
Tras unos segundos, abrió una mujer guapísima y muy sonriente. Era negra, tenía el pelo largo y rizado, y un rostro de facciones elegantes y exóticas. Llevaba un jersey amarillo chillón que hacía juego con la cinta de su cabeza y unos vaqueros. La rodeaba un aura tan poderosa que el aire a su alrededor crepitaba.
No había duda de que esa mujer podía enfrentarse a un demonio y vencerlo.
—Kerrytina… ¿A quién has traído a casa de Menyara, niña? —Tendió la mano a Aimée—. Adelante, ma petite osita, como si estuvieras en tu casa.
Aimée miró a Kerryna con los ojos muy abiertos y entró.
—¿Cómo sabes quién soy? —preguntó a Menyara.
La mujer sonrió y frunció la nariz.
—Niña, sé muchas cosas de este mundo. Visibles e invisibles. Y ahora entrad, acabo de hacer una infusión de manzanilla egipcia con mucha miel.
Aimée la siguió al interior de la casita, decorada como el interior de una pirámide egipcia. En la repisa de la chimenea se alineaban estatuillas de dioses; Aimée pensó en un altar. Las paredes estaban adornadas con papiros. La casa, en negro, dorado y tonos marrones, resultaba muy acogedora. Era como entrar en el hogar de una cariñosa abuelita.
Se sentó en un sillón pequeño y Kerryna lo hizo en el sofá. Menyara sirvió la infusión.
Kerryna cogió la taza que su anfitriona le ofrecía.
—Estoy segura de que sabes para qué hemos venido.
Menyara sostuvo la tapa de la tetera mientras servía una taza para Aimée.
—Lo sé. Pero ahora mismo hay muchísimo movimiento. Poderes que se alinean y que se enfrentan. —Le pasó la taza a Aimée—. Te has ganado un enemigo muy poderoso, chère. Un enemigo que no se detendrá hasta verte muerta.
—Eso me da igual. Lo que me preocupa es Fang.
Menyara inclinó la cabeza y se sirvió su propia taza.
—El engaño lo ha llevado por un sendero sombrío. Pero no me corresponde a mí contarte lo que ha hecho. Solo él puede hacerlo.
—¿A qué te refieres?
Menyara extendió una mano y frente a su cara apareció una esfera de fuego.
—Todos creamos cosas a voluntad. —Agitó la mano sobre la esfera para que aumentara de tamaño—. Cada uno de nuestros actos conforma nuestras creaciones. —Dividió la esfera en dos con la mano y la convirtió en pavesas que se apagaron al caer a la alfombra—. Y pueden destruirlas.
A lo mejor era un poco lenta de entendederas, pero Aimée no acababa de ver la relación entre la esfera de fuego y la situación de Fang.
—Me parece muy bien, pero…
—No hay peros que valgan, niña. Fang está siguiendo la senda trazada. Y debe llegar al final.
Sí, muy bien, pero desde su punto de vista las estaba pasando canutas.
—¿No puedo ayudarlo?
—No. No puedes hacer nada. Solo él puede derrotar al demonio que lleva dentro.
—¿No se puede hacer un exorcismo?
Menyara se arrodilló en el suelo, frente a Aimée, le tomó las manos y estrechó con fuerza.
—Todos llevamos en nuestro interior cosas negativas. —Volvió la cabeza para mirar a Kerryna—. Los demonios no son ni buenos ni malos. Al igual que tú, tienen múltiples facetas. Es esa esencia interior o, si lo prefieres, la motivación, lo que nos guía a través de la vida. A veces esas voces que nos motivan despiertan recuerdos que hemos enterrado en lo más hondo y que nos resultan tan dolorosos que nos obligan a herir a aquellos que nos rodean. Sin embargo, en otras ocasiones habla la voz del amor y de la compasión y nos lleva a un lugar mucho más sereno. Al final, somos nosotros quienes debemos elegir qué camino tomar. Nadie puede ayudarnos.
Aimée meneó la cabeza.
—No me lo creo. Nuestros caminos se cruzan por una razón. Al igual que tú has hecho con la esfera, con un solo movimiento podemos aliviar el odio y el dolor.
Menyara le dio unas palmaditas en la mano.
—Niña, ahora sí estás razonando. Pero recuerda: el demonio que lleva en su interior es poderoso. Está sediento de sangre y no será fácil aplacarlo. Mira en tu corazón y verás la verdad.
Al escucharla, Kerryna dejó con fuerza la taza sobre el platillo.
—A mí me dijiste que el corazón nos ciega.
Menyara soltó una carcajada.
—Y es cierto. —Se quitó un anillo de un dedo y se lo dio a Aimée—. Póntelo, niña. Te protegerá.
—¿De qué?
—Lo sabrás cuando llegue el momento.
Aimée lo miró. Era un anillo muy bonito, y la piedra, un granate tan oscuro que parecía negro, estaba engastada en una banda de filigrana de oro.
—Tanta evasiva me recuerda a Aquerón Partenopaeo. No seréis familia, ¿verdad?
Menyara se rió.
—Somos viejos amigos y, al igual que yo, Aquerón sabe que hay momentos en los que la verdad solo causa dolor. Debes encontrar tu propio camino en todo esto. Las mismas leyes del universo me prohíben intervenir.
—Pues qué estupendo. Gracias. —Aimée se puso el anillo y después reflexionó—. Lo siento, Menyara. No quería parecer desagradecida.
—Lo sé, niña. No te preocupes. Se está haciendo tarde y deberíais regresar a casa. Tu lobo volverá a tu lado cuando llegue el momento adecuado.
Aimée asintió con la cabeza y se despidió de ambas. Había planeado pasar una mañana acurrucada junto a Fang, compartiendo besos y abrazos… Y en cambio estaba aterrada por lo que pudiera pasarle.
Se teletransportó a su dormitorio y al materializarse oyó una animada conversación en el vestíbulo. ¿Qué narices estaba pasando? Era tarde, la mayoría del personal debería haber acabado su jornada.
Curiosa, abrió la puerta y fue hacia la escalera. La familia entera se hallaba reunida junto con Jasyn, Max, Colt, Carson y Justin. Mientras bajaba los oyó hablar.
—¿Qué ha dicho la policía?
—Es uno de los tres asesinados esta noche. Creen que se trata de una cuestión de bandas, pero dado que Stu es escudero de los Cazadores Oscuros, sabe que van mal encaminados. Dice que tiene toda la pinta de ser el ataque de un demonio.
Aimée se tropezó en el último peldaño.
—¿Estás bien? —le preguntó Dev.
—Estaba comprobando las leyes de la gravedad.
Su hermano soltó una carcajada y meneó la cabeza.
Aimée se enderezó y se acercó a ellos.
—¿De qué estáis hablando?
—Han encontrado a Greg, la pantera arcadia que llegó hace dos días, muerto en un callejón de Royal Street. Y en Exchange Place han encontrado dos cadáveres más. Humanos.
Kyle la miró con una sonrisa diabólica.
—Todos estaban secos, no tenían ni gota de sangre, así que los polis creen que han sido vampiros.
Aimée frunció el ceño.
—¿Han sido los daimons?
—No —contestó su padre muy serio—. Sus almas están intactas. Ha sido un demonio sediento de sangre.
Aimée solo sabía de un demonio nuevo en la ciudad sediento de sangre.
El que Fang llevaba en su interior…