24

Aimée respiró hondo mientras entraba en casa de los Peltier por la puerta trasera. Era el último lugar donde le apetecía estar, pero nadie mejor que ella para entender por qué debía volver.

Su familia mataría a Fang y a toda su manada si no volvía.

Hizo acopio de valor para enfrentar la situación, cerró la puerta y echó a andar hacia la escalera.

Ni siquiera había llegado a la altura del taquillón del vestíbulo cuando apareció su hermano Dev por la puerta de la cocina. Vio el alivio que asomaba a sus ojos, aunque no tardó en sustituirlo por la furia.

—Así que has regresado.

Ella se encogió de hombros.

—Es mi casa.

Dev resopló.

—Yo que tú me buscaría otra.

La frialdad de su voz la puso en guardia.

—¿Me van a echar?

—Te van a dar un aviso. Elegiste el bando equivocado.

—Déjanos solas.

Aimée alzó la vista al escuchar la voz imperiosa de su madre. Estaba en la parte superior de la escalera y los miraba con expresión furiosa.

Su hermano sacudió la cabeza y volvió a la cocina.

—Ni se te ocurra levantarme la mano, maman —le advirtió Aimée después de materializarse a su lado—. No estoy de humor. Y esta vez te devolvería el golpe.

Su madre la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Nos sacrificarías a todos por un híbrido sin clan?

Su madre se refería a Wren, y aunque contaba con su lealtad y su amistad, Fang era lo más importante en ese momento.

—Jamás. Pero no pienso quedarme de brazos cruzados viendo cómo condenan a un inocente. ¿Es que no ves que lo que te han contado es mentira, maman? Conozco a Wren. Hablo con él. No es una amenaza para nadie salvo para sí mismo.

Sin embargo, la expresión de su madre seguía siendo furiosa y distante. Su familia, y en especial su madre, no era imbécil. Sus padres sabían que se había ido de forma voluntaria con Fang. Dado que él había estado protegiéndola durante todos esos meses, era evidente para todos que en realidad no pensaba hacerle daño.

—Nos has traicionado.

La acusación le arrancó un suspiro.

—Si hacer lo correcto es una traición, sí, supongo que lo que dices es cierto. ¿Qué vas a hacer ahora, maman? ¿Matarme?

Su madre gruñó de forma amenazadora, pero Aimée no se amilanó.

El aire que las rodeaba crepitó un momento antes de que algo se hiciera pedazos en el dormitorio de Wren.

Su madre corrió hacia la puerta y ella la siguió, esperando en parte encontrarse con Wren, aunque le habían dejado claro que se mantuviera alejado hasta que solucionaran todo el asunto. No obstante, aunque el olor delataba la presencia de un tigre, el tipo rubio que vieron al abrir la puerta no era Wren.

—¿Qué estás haciendo aquí, Zack? —escuchó que preguntaba su madre.

El tigre abrió un cajón.

—Ese cabrón se nos ha escapado. Necesito algo que tenga su olor para poder llevárselo a los strati.

La respuesta hizo que Aimée enarcara una ceja. Los strati eran soldados de élite katagarios, sometidos a un entrenamiento exhaustivo para rastrear y matar. Sus hermanos Zar y Dev, al igual que su padre, eran en teoría guerreros strati aunque no deberían serlo. Sin embargo, el clan Peltier sabía cómo guardar las apariencias.

—No necesitas nada de Wren —replicó su madre, sorprendiéndola—. Fuera de mi casa.

El tigre hizo oídos sordos a sus palabras y abrió otro cajón.

Su madre utilizó sus poderes y lo cerró de golpe.

—He dicho que te largues.

El tigre se acercó a ella.

—No me toques las narices, osa. Tú tienes tanto que perder con este asunto como yo.

—¿Qué quieres decir?

Su madre no lo sabía, pero Aimée sí. Sus poderes la ayudaban a entender lo que estaba pasando.

—Fuiste tú quien habló contra Wren en el Omegrion —dijo Aimée—. Mentiste.

Vio que su madre giraba la cabeza con brusquedad para mirarla.

—No seas tonta, cachorra. Habría olido una mentira.

—No —la contradijo Aimée meneando la cabeza—. No si el animal en cuestión está acostumbrado a mentir. Sería un juego de niños para él camuflar su olor.

Zack dio un paso hacia ella, pero su madre se pudo delante.

—¿Aimée está diciendo la verdad?

Zack contestó con otra pregunta:

—¿Y tú? —Arqueó una ceja—. ¿De verdad crees que Wren se está volviendo loco? Lo único que te interesaba era sacarlo de aquí y te has aferrado a la primera excusa para echarlo. Reconócelo, Lo. No quieres a nadie en tu casa salvo a tu familia y te pone de los nervios tener que aguantarnos a los demás como una buena chica.

Nicolette gruñó de forma amenazadora.

No era cierto. Su madre los protegería a casi todos ellos con su propia vida, pero algunos, como Wren, no habían conseguido ganarse su confianza. En el caso de esos últimos, el tigre había dado en el clavo, Nicolette aborrecía la obligación de tenerlos bajo su techo. Por culpa de Josef.

Su familia estaba muy traumatizada por el pasado. Por haber confiado en alguien que había acabado matando a sus hermanos. Y por eso Aimée jamás podría culpar a su madre.

Zack entrecerró los ojos.

—Si Savitar descubre la verdad, vendrá a por ti y a por tus cachorros. No quedará ni un ladrillo en pie de tu precioso Santuario.

Esas palabras consiguieron que su madre lo agarrara y lo estampara contra la pared. Aunque el tigre rebotó con fuerza, el golpe no pareció atontarlo siquiera.

Al contrario, soltó una carcajada.

—¿Qué ha pasado con las reglas del Santuario, Nicolette?

—Lárgate —masculló Aimée, agarrando a su madre para que no se abalanzara sobre él—. Si la suelto, no quedará nada de ti para preocuparse por lo que Savitar nos haga ni por ninguna otra cosa.

Zack se apartó de la pared y las miró con expresión asesina.

—Tenéis mucho que perder, mucho más que yo. Dadme lo que necesito para que podamos cubrirnos las espaldas.

En esa ocasión fue su madre la que estalló en carcajadas.

—¿Eres idiota o qué? Wren nunca ha dejado su olor en nada. Echa un vistazo a tu alrededor, imbécil. No hay ni un solo objeto personal. Tan pronto como se quita la ropa, la lava o la destruye. Hasta tiene un mono para camuflar su olor. Nunca podrás encontrar su rastro. Admítelo, Zack, el cachorro es más inteligente que tu padre y tú juntos.

La respuesta de su madre dejó a Aimée impresionada. Aunque estaba al tanto del motivo, había permitido a Wren que se quedara con Marvin. Una actitud muy inusual en ella que le provocó un renovado orgullo.

Zack resopló por la nariz, enfurecido.

—Esto no acaba aquí.

Oui, acaba aquí y ahora. Si vuelves a poner un pie en mi casa, te mataré con código o sin él.

El tigre se desvaneció con un gruñido.

La tensión se alivió considerablemente.

Nicolette se giró hacia su hija y soltó el aire muy despacio.

—Aimée, llama a tu lobo y cuéntale lo que ha pasado. Estoy segura de que sabe dónde está Wren y podrá decirle que el tigre está acorralado y desesperado. Dada su posición, Zack es capaz de cualquier cosa.

El repentino cambio de su madre le resultó extraño.

—No lo entiendo. ¿Por qué te muestras tan comprensiva de repente? No te ofendas, maman, pero me estás asustando.

Su madre le lanzó una mirada acerada.

—No le tengo el menor aprecio a Wren y lo sabes. Pero respeto al depredador que lleva dentro y no me gusta que nadie me manipule. Mucho menos que me dejen en ridículo. —Meneó la cabeza—. Debería haberme cuestionado el porqué de la insistencia de Zack y de su padre por saber cómo estaba Wren desde que lo trajeron. Permití que sembraran la semilla de la duda en mi mente y acabé viéndolo como ellos querían que lo viera. No me puedo creer lo idiota que he sido. —Su expresión se suavizó mientras acariciaba la mejilla de su hija—. Reconozco el mérito de tu actitud, Aimée. No te has dejado engañar. Tenemos que arreglar esto antes de que la ira de Savitar caiga sobre nosotros. —La instó a volver a la escalera—. Ve a avisarlos. A ti te harán caso.

—¿Qué vas a hacer tú?

—Voy a hablar con tu padre y con tus hermanos. Mucho me temo que por mi culpa estamos al borde de un peligroso precipicio y quiero que estén preparados.

Aimée dio un paso hacia la puerta, pero se detuvo.

—Te quiero, maman.

Je t’aime aussi, ma petite. Ahora vete, a ver si podemos solucionar esto de alguna manera.

Fang apretó el medallón que Aimée le había dado justo antes de irse; contemplaba la lluvia que caía en el exterior. Estaba solo en su habitación, en casa de Vane, sentado en la cama con la espalda apoyada en la pared y una pierna doblada. Oía las risas su hermano y de Bride abajo.

Las carcajadas aumentaban sus deseos de estampar un puño contra la pared.

Aunque su cuerpo le pedía que se transformara en lobo debido a las heridas que Papá Peltier le había causado, se negaba a hacerlo. En forma animal no podría aferrarse al trocito de Aimée que le quedaba. Y en ese momento necesitaba tocarlo.

Se llevó el medallón a los labios para aspirar su olor y recordarla tal como la había visto por última vez. En el barco de Jean-Luc. Con las mejillas húmedas por las lágrimas mientras lo besaba en los labios antes de dejarlo solo. Sus manos lo habían acariciado, renuente a marcharse, pero al final se había apartado de él y había desaparecido.

El dolor era tan brutal que apenas lo soportaba.

Con razón se había negado a abandonar el Santuario.

En ese momento lo llamaron al móvil. Pensó en dejarlo sonar cuando de pronto vio que se trataba de Aimée. Al extender el brazo para cogerlo, perdió el equilibrio y acabó en el suelo. Por temor a que ella cortara la llamada, lo abrió, ignorando el dolor que sentía en el hombro y el brazo heridos.

—Aquí estoy.

—¿Estás bien?

Fang volvió a la cama y apretó los dientes para contener un gemido.

—Perfectamente.

—Pues no lo parece. Diría que te duele algo.

Qué momento más oportuno para mostrarse tan perceptiva, pensó él.

Echó un vistazo a la sangre fresca que le manchaba la camisa e hizo una mueca.

—Qué va. Estoy bien. —Menos mal que no había ninguna cámara grabándolo, pensó mientras articulaba las palabras «Hijo de puta», rabioso por el palpitante dolor de la herida—. ¿Tú estás bien?

—Aunque no te lo creas, sí. Maman no me ha atacado. De hecho, me ha pedido que te llame para advertirte de que Zack va detrás de Wren. Tal como sospechábamos, mintió para quedarse con el dinero de Wren.

—Se lo diré a Vane.

—Vale… te echo de menos, cariño.

—Lo mismo digo. —Frang apretó el teléfono, deseaba que Aimée no cortara todavía la llamada, pero no sabía qué decir. Nunca se le había dado bien lo de hablar con la gente. Los comentarios mordaces eran otra cuestión, pero una conversación normal y corriente estaba fuera de su alcance.

—Intentaré escaparme dentro de un ratito para verte —dijo ella.

La idea le arrancó una sonrisa.

—Aquí estaré, esperándote.

—Vale. Te quiero.

—Yo también.

Aimée rió.

—Te quiero, Aimée —dijo ella—. Que sepas que no vas a morir fulminado si lo dices.

—Lo sé.

—Muy bien. Tengo que dejarte. Hasta luego.

Fang hizo una mueca cuando ella colgó. Cerró su móvil; le ardían los ojos por las ganas de llorar. Pero él no era de los que lloraban. Era más duro que el acero y se negaba a que los demás vieran lo mucho que Aimée significaba para él.

Con el corazón en un puño, bajó la escalera para trasladarle el mensaje a Vane, a quien aquella información no le hizo ni pizca de gracia. Su hermano se marchó de inmediato para advertir a Wren y Fang se quedó en la casa con Bride.

—¿Eso es sangre? —le preguntó ella.

Fang se miró el hombro.

—Un poco. Voy a limpiarme.

—Siéntate.

Su brusco tono de voz le hizo enarcar una ceja.

Ella sonrió.

—Lo siento. Soy muy mandona, lo sé. Mi padre es veterinario, trabaja con Carson y he crecido ayudándolo en la clínica. Siéntate y deja que le eche un vistazo para ver qué puedo hacer.

Fang la obedeció y ella fue al cuarto de baño en busca de un pequeño botiquín. Hizo ademán de quitarse la camisa, pero le dolía tanto que se limitó a usar sus poderes.

Bride gimió en cuanto vio la enorme herida.

—¿Eso es un zarpazo?

—Sí. De un oso cabreado.

—¿Papá Peltier?

Él asintió con la cabeza.

Bride sacó una gasa esterilizada y la empapó en agua oxigenada.

—Tienes suerte de que no apuntara más abajo.

Fang guardó silencio y al bajar la vista reparó en la marca que Bride tenía en la mano. Se miró la palma vacía de la suya.

—¿Te resulta difícil vivir con animales?

Bride se apartó un poco.

—Fang, no os considero animales.

—No somos precisamente humanos.

Ella le cogió la barbilla y lo obligó a levantar la cabeza para que la mirara a los ojos.

—Me educaron respetando todas las formas de vida. Sin pelo, peludas, con aletas o con plumas.

—Sí, pero debe de ser difícil vivir aquí sin nadie de los tuyos.

—Pues no. Todos sois mi familia. Esta casa está a rebosar de los míos.

Fang se apartó mientras reflexionaba sobre sus palabras. Se preguntaba si Aimée sentiría alguna vez lo mismo por él. El amor era una cosa, pero de momento ella había elegido a su familia. Parecía que el amor de Fang no le bastaba.

Y eso le revolvía el estómago. Además, aunque su amor hubiera bastado, seguía estando al servicio de Thorn y no tenía alma. De hecho, carecía incluso de libertad.

¿Qué podía ofrecerle en realidad?

Aimée llamó con suavidad a la puerta del despacho de su madre. Cuando le dio permiso para entrar, abrió y la vio sentada al ordenador.

Nicolette se acomodó en el sillón. Una pose impecable y una apariencia sofisticada y autoritaria.

—¿Necesitas algo?

Sí, a Fang, pensó Aimée.

Sin embargo, se mordió la lengua, paralizada por el miedo. Hasta ese momento su madre se había mostrado comprensiva. ¿Cuánto le duraría esa actitud?

—Quería hablar contigo sobre Fang.

La cara de su madre adoptó una máscara inexpresiva.

—No hay nada de que hablar.

—Pero me dijiste que lo pusiera sobre aviso.

—Como favor para reparar un error. Hija mía, sabes muy bien por qué no podéis volver a hablar.

Aimée aferró con fuerza el pomo de la puerta que tenía a la espalda.

—¿Y si no puedo vivir sin él?

—Harás lo que hacemos los demás. Cumplir con nuestras obligaciones. Los sentimientos no tienen nada que ver con nuestra forma de emparejarnos y lo sabes muy bien. Mira a Alain. ¿Lo ves llorar por la mujer a la que quiere? Non, tiene a su pareja y ha aprendido a ser feliz.

—Yo quiero ser feliz, maman.

Nicolette le dirigió una mirada gélida.

—Tu deber te hará feliz. Hazme caso, ma chérie. Con el tiempo harás lo que debes hacer y olvidarás a Fang.

Aimée no lo creía ni por asomo, pero sabía que no debía discutir. Su madre no iba a claudicar.

—Muy bien, maman. —Abrió la puerta y se marchó.

¿Qué voy a hacer?, se preguntó.

Lo que quería hacer era mandar al cuerno a su familia e irse con Fang. Pero ¿merecería la pena?

Se teletransportó a la planta alta y se materializó en la habitación de los niños, donde los cachorros de Alain dormían en forma animal. Era una estancia sin amueblar, con un árbol artificial para que treparan y con acogedores murales de tema forestal en las paredes. Los dos cachorritos estaban acurrucados como si fueran dos bolas de pelo en la mullida alfombra verde en vez de en la cama situada en un rincón. Uno era marrón y el otro, negro. Aimée adoraba a sus sobrinos; eran preciosos y muy tiernos.

Se sentó junto a ellos; acarició una pata a Bryce y comenzó a juguetear con sus garras sin despertarlo. Recordaba que cuando era pequeña dormía exactamente igual con sus hermanos.

El dolor le atenazó el pecho al recordar la cara de Bastien. Añoraba a sus hermanos de una forma terrible. El tiempo no había curado el dolor ni la tristeza.

Y ese hecho la llevó a preguntarse si sería capaz de olvidar a Fang. ¿La torturaría su recuerdo como la torturaba el de sus hermanos?

Sin embargo, al mirar a los cachorros de Alain, reconoció que merecía la pena. Si Alain no hubiera cumplido con su deber, no tendría esos hijos tan preciosos.

Si ella se marchaba con Fang, sería estéril. Un lobo y una osa jamás podrían tener descendencia.

Podríais adoptar, se recordó.

Sí, era cierto. Quería a Wren como si fuera de la familia y a Fang muchísimo más. Pero un niño adoptado nunca heredaría su sitio en el Omegrion.

Su madre jamás la perdonaría por eso.

—¿Por qué tengo que elegir? —musitó mientras las lágrimas la ahogaban de repente.

¿Por qué no podía encontrar un oso con el que emparejarse?

No tengo remedio, pensó.

Suspiró y se marchó a su dormitorio. Con cada paso que daba, se sentía peor.

Eli Blakemore se detuvo junto a Cosette. Estaba comunicándose con sus espíritus, arrodillada en mitad de la estancia, sobre una tela negra en la que había dibujado un pentagrama. Las paredes estaban cubiertas de extraños símbolos pintados con sangre. Cosette levantó las manos y comenzó a murmurar con los ojos en blanco.

Eli aborrecía todas esas gilipolleces; el hedor del incienso que usaba la mujer ofendía su agudo olfato. Ardía en deseos de tirar al suelo todos los abalorios que tenía en el altar de vudú situado frente a ellos.

Pero eso la ofendería. De modo que esperó a que Cosette terminara de bailar, cantar y todo lo demás.

Cuando por fin se sentó y abrió los ojos, tuvo la impresión de que había pasado una vida entera.

—¿Y bien? —quiso saber Eli.

—En su hogar no hay armonía. La hija está prometida con un lobo.

Eli puso cara de asco. La información acabó de convencerlo con respecto a los Peltier. ¿Cómo se atrevían a ir contra natura?, se preguntó.

—Eso es repugnante.

—Para ellos no.

—Si yo lo digo, lo es. Pero… —Dejó la frase en el aire, asaltado por nuevas ideas.

—Pero ¿qué?

Eli se echó a reír al pensar en la simplicidad del plan que acabaría con los osos.

—La osa buscará la forma de reunirse con él.

—¿Y?

Esbozó una sonrisa ladina.

—Creo que ya va siendo hora de que hagas una de tus pociones —contestó él.

Cosette rió al entender por fin el plan.

Satisfecho consigo mismo, Eli cruzó los brazos por delante del pecho. Esos parásitos desaparecerían en breve, y si jugaba bien sus cartas, también eliminaría al mayor obstáculo de todos.

Los lobos que habían arrebatado a su familia su puesto en el Omegrion.

Oh, sí… La cosa iba a ponerse muy interesante…