Habían pasado varias semanas y Fang seguía sin marcharse.
Estoy mal de la cabeza, pensó.
No, era un imbécil incapaz de separarse de Aimée. Prefería quedarse con los Peltier, donde se sentía amargado pero al menos podía abrazarla cuando nadie los veía, a marcharse y vivir amargado sin ella.
Pero la cosa empeoraba a medida que pasaban los días.
Thorn tenía razón. Algo muy chungo se estaba cociendo en el Santuario. Habían echado a Wren porque se había liado con la hija de un político y en esos momentos tanto los Peltier como el Omegrion querían darle caza y matarlo por una acusación que el primo del tigardo había hecho en la última reunión del consejo.
Nicolette estaba convencida de que el muchacho era una amenaza para su querida familia y Aimée repetía con insistencia que todo era un malentendido. Madre e hija no paraban de discutir, y en un par de ocasiones Fang había estado a punto de lanzarse al cuello de Nicolette al escuchar cómo le hablaba a Aimée.
«Por favor, Fang, no te metas. Es mi madre y la quiero», le decía Aimée, pero le costaba mantenerse al margen cuando su madre la trataba tan mal.
En lo referente a Wren, Fang estaba de acuerdo con Aimée. Los parientes del tigardo lo habían arreglado todo para quedarse con su herencia. Pero no había manera de demostrarlo. En ese momento Wren estaba en busca y captura, y había una manada de tigres tras su rastro.
Fang sentía lástima por él y esperaba que todo se solucionara a favor del muchacho.
Esa noche le tocaba trabajar en el bar con Sasha, Étienne, Colt y Cherif. De todos los Peltier, Dev era su preferido, aunque Cherif también le caía genial. Carecía de la mala leche de Rémi, pero irradiaba un aura tan letal que no necesitaba discutir ni amedrentar para establecer su dominio.
Porque era él quien dominaba, y si alguien intentaba arrebatarle el trono, lo mataba.
Sasha era otro lobo katagario que pasaba temporadas con los Peltier, dependiendo de su humor. Era el último superviviente de su manada y técnicamente trabajaba de guardaespaldas de una diosa. Pero desde que la diosa se casó, estaba bastante desocupado, y cuando se aburría, se dejaba caer por el Santuario para encontrarse con los demás.
Sasha era alto y rubio, de temperamento fuerte y dado al sarcasmo, lo que Fang apreciaba. En resumen, le caía bien pero, dada la naturaleza de su especie, no aguantaban pasar mucho rato juntos. Como no pertenecían a la misma manada, ambos se mostraban muy territoriales.
El gemelo de Kyle, Cody, estaba sentado a la barra al lado de Sasha, bebiendo Coca-Cola. En un momento dado, se atragantó.
Extrañado, Fang se volvió para ver qué le había pasado. Y entonces vio a Aimée, que llevaba un top ajustado de tirantes y unos pantalones vaqueros cortos… muy cortos.
—¡Ni de coña! —exclamó antes de poder morderse la lengua—. No vas a trabajar así.
Cherif estaba de acuerdo con él.
—¡Eso, eso! Ya puedes subir a cambiarte antes de que mamá o papá te vean.
Ella los mandó al cuerno con la mirada.
—Pero ¿es que habéis nacido en el sol o qué? Aquí dentro hace un calor horroroso, y a diferencia de vosotros, imbéciles, yo tengo que pasarme la noche corriendo de un lado para otro sirviendo mesas.
Fang resopló.
—Alégrate de que no te obliguemos a ponerte un abrigo.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—Lobo, tú no tienes ninguna autoridad sobre mí. —Miró a su hermano con expresión altiva—. Y tú, menos.
Cherif se sacó el móvil del bolsillo.
—Voy a llamar a maman. Ahora mismo.
Aimée soltó un bufido.
—Te odio. Te juro que algún día voy a envenenarte la comida. —Y después se volvió para ventilar su furia con Fang—. Y a ti no pienso hablarte en toda la noche.
Por él, estupendo, siempre y cuando se tapara. No pensaba dejarla trabajar así con ese cuerpazo. Bastantes problemas tenían ya para evitar que tanto los humanos como los animales la magrearan.
Cherif levantó la cerveza e hizo un brindis.
—Por ti, hermano.
Fang se echó a reír, alzó su botella y la acercó a la de Cherif como muestra de solidaridad masculina en contra de ciertas modas femeninas que solo sentaban bien a las mujeres que no formaban parte de la familia.
—Oye, Fang, tienes visita.
Al escuchar la voz de Dev a través del auricular, frunció el ceño.
—¿Vane o Fury?
—Ninguno de los dos.
Fang dejó la botella, intrigado. La única persona que se le ocurría era Thorn, pero él no solía aparecer por la puerta principal.
Se quedó sin respiración al sentir una abrasadora punzada en la marca que le había hecho Thorn.
¿Qué coño estaba pasando?
Intentando disimular el dolor, inspeccionó el bar hasta que vio a Varyk. No sabía cómo podía estar tan seguro de que se trataba de él, pero su nombre relampagueaba en su mente como si fuera un faro.
Llevaba un traje de lino y el pelo peinado hacia atrás. Parecía tan fuera de lugar como Fang lo estaría en el yate de un millonario.
Fang se reunió con él en el centro del bar; se quitó el auricular de la oreja y lo desconectó.
—¿Qué haces aquí?
Antes de que Varyk pudiera contestar, Sasha se acercó a ellos. Miraba a Varyk como si estuviera viendo a un fantasma.
—¿Sobreviviste?
Varyk lo miró muy despacio. A diferencia de Sasha, su cara no demostraba la menor emoción.
—Traidor —dijo Varyk con tanto veneno como el que podría sacarse de un nido de víboras.
Sasha soltó un gruñido amenazador.
—Yo no traicioné a nadie.
La expresión Varyk dejó bien claro que no lo creía.
—Sin embargo, tú sobreviviste mientras a los demás nos perseguían para matarnos.
—Para estar muerto, te veo muy sano.
—Esa afirmación encierra más ironía de la que piensas, imbécil. Y ahora quítate de en medio antes de que decida que matarte es más importante que las ridículas leyes de Savitar.
Sasha hizo ademán de alejarse, pero se detuvo.
—Lera tomó su decisión basándose solo en mi edad.
—Mi hermano era más joven que tú y sin embargo fue asesinado. Lárgate, Sasha, o muere.
Sasha se marchó.
Fang no dijo nada hasta que el otro lobo se hubo alejado.
—¿Qué pasa entre vosotros?
Varyk, un hombre poco dado a explayarse con explicaciones, se encogió de hombros.
—Una historia antigua. Tú, sin embargo, eres mi presente.
—¡Madre mía! Has conseguido que me emocione.
Varyk, sin inmutarse siquiera, sacó un trozo de tela.
—¿Reconoces el olor?
Fang captó el olor antes incluso de llevárselo a la nariz. El hedor era inconfundible; de repente lo vio todo rojo.
—Desdicha.
Varyk asintió.
—Ha escapado —dijo—. Y no la localizo. He alertado a Wynter y ahora te lo digo a ti. Estoy seguro de que ha poseído el cuerpo de alguien. La pregunta es ¿de quién? Mantén los ojos abiertos, está obsesionada contigo. Esperamos que se ponga en contacto o que al menos meta la pata y así podamos encontrarla y devolverla al lugar al que pertenece.
—Estaré atento.
Varyk inclinó la cabeza, tras lo cual dio media vuelta y salió del bar. Fang volvió a ponerse el auricular y lo conectó justo cuando Varyk salía por la puerta que custodiaba Dev.
—Me gustaría tener una alfombra de piel de oso.
Dev resopló.
—Qué gracia. Yo estaba pensando que una cabeza de lobo disecada sobre la chimenea quedaría genial.
—Vigila tu espalda, oso.
—Y tú mantén la vista siempre al frente, quiero mirarte a la cara cuando te mate.
Varyk le hizo un gesto obsceno y salió.
Fang meneó la cabeza.
Dev se colocó mejor el auricular en la oreja.
—¿Qué quería, Fang?
—Nada. Cosas de lobos.
Pese a la distancia, Fang se percató de que lo miraba echando chispas por los ojos. Lo ignoró y volvió al bar. Aimée ya había regresado. Ahora llevaba una camiseta de manga corta y unos vaqueros. Y aun así a él se le puso dura en cuanto la vio. Pero ya no podía quejarse por su atuendo.
—Mucho mejor.
—Cierra la boca, lobo —masculló ella al tiempo que cogía una bandeja de la barra.
—¡Uy! —se burló Cherif mientras ella se alejaba hecha una furia.
Fang habría ido tras ella, pero no podía hacerlo con la mitad de los Peltier como testigos. Decidió hablarle de forma telepática.
—¿Sabes lo que te digo? Que voy a acercarme a esa mesa de universitarias que llevan toda la noche mirándome como si fuera el último chuletón de Nueva Orleans y voy a hablar con esa pelirroja tan mona. ¿Qué te parece?
Aimée miró hacia la mesa y se puso tensa.
—Tendré que sacarte los ojos.
—Entonces, ¿por qué te enfada que me muestre celoso?
Aimée tuvo la decencia de parecer un poco arrepentida mientras limpiaba una mesa.
—Porque es distinto.
—A mí no me lo parece.
Ella le sacó la lengua y luego se alejó para anotar la comanda de otra mesa.
Fang se echó a reír.
Aimée intentó ignorar a Fang durante el trabajo. Esa noche andaban un poco cortos de personal, de ahí que estuviera trabajando en vez de leyendo en su dormitorio. Matt no había ido porque estaba enfermo, y Tara se comportaba de forma muy rara. No paraba de mezclar comandas, algo muy extraño en ella.
Se acercó a Tara, que iba de camino a la cocina con una bandeja de pollo frito.
—¿Te pasa algo?
La chica negó con la cabeza.
—Solo estoy cansada, y la gente es imbécil. ¿Alguna vez te he dicho lo que odio a los vivos?
Aimée resopló.
—Más o menos lo mismo que yo la mayoría de los días.
—Lo sé. Pero es que… —Dejó la frase en el aire y miró hacia la barra, donde estaban los chicos—. Fang me tiene acojonada.
Aimée no podría haberse quedado más pasmada ni aunque le hubiera lanzado la bandeja con pollo a la cara.
—¿Fang?
La chica asintió con la cabeza.
—No me gusta su forma de mirarme.
—¿Fang? —repitió Aimée, incapaz de creer lo que le estaba diciendo. ¿Tara se había vuelto loca o qué?
Drogas, seguro que se había fumado algo.
—Sí, Fang. —Tara se echó a temblar—. No para de mirarme. Como si me fuera a atacar o algo.
Aimée frunció el ceño y volvió a mirar a Fang, que estaba de espaldas a ellas, hablando con Colt. No parecía prestarles la mínima atención.
—Estoy segura de que no lo hace a propósito.
—Sí, claro. Pues que sepas que anoche se llevó a una tía arriba.
A Aimée se le cayó el alma a los pies al comprender lo que insinuaba Tara. Sus hermanos habían insonorizado una habitación que en teoría debía acoger a aquellos que de repente perdieran el control de sus poderes en público. Pero en realidad se había convertido en el lugar donde los salidos de sus hermanos, los que no estaban emparejados, podían pasar un rato con cualquier mujer que les llamara la atención.
—¿En el ropero?
—Sí. Los oí.
En un primer momento Aimée dudó. Pero después se negó a creerla. Fang no era un mujeriego como Dev. Además, la noche anterior estuvo con ella después de que los demás se acostaran y sabía que no se había desahogado con nadie porque ella misma tuvo que «echarle una mano» para que se relajara.
Se apartó de Tara y usó sus poderes para comunicarse con él.
—Oye, guapo, dime una cosa. ¿Has estado molestando a Tara?
—¿Quién es Tara?
—La camarera que está detrás de mí.
Fang se volvió para mirarlas. Parecía tan perplejo como ella.
—Molestándola ¿en qué sentido?
Eso era lo que ella pensaba.
—Tranquilo, cariño. Es una tontería.
Nunca había visto que Fang mirara a otras mujeres. Solo tenía ojos para ella, y a diferencia de Dev, Étienne y Serre, no era un picaflor. Lo sabía muy bien.
Así que, ¿a qué estaba jugando Tara?
Tal vez sean imaginaciones suyas…, se dijo.
Eso era lo más probable.
Volvió al trabajo y se olvidó del tema.
Fang acabó de trabajar antes que Aimée y se marchó a su dormitorio. Tenía el cuerpo tenso y dolorido después de haber pasado tantas horas en forma humana, de modo que necesitaba convertirse en lobo durante un rato. Se tumbó en la cama, adoptó su forma natural y suspiró.
Sin embargo, echaba de menos a Aimée. La escuchaba abajo, en el bar, y la sentía con su alma.
Cerró los ojos y esperó a que se reuniera con él.
Acababan de dar las dos cuando apareció por la puerta. Llevaban varias semanas compartiendo la cama. Ella dormía en forma humana y él lo hacía en forma animal. «Jugaban» en el dormitorio de Fang, ya que estaba bastante alejado de la zona ocupada por los Peltier y de ese modo evitaban que los oyeran. Pero dormían en la habitación de Aimée, por si acaso su familia la llamaba.
Cuando eso sucedía, Fang se teletransportaba antes de que entraran. El suyo era un juego muy peligroso.
Un juego que acabaría con su vida si los pescaban, pero en opinión de Fang, merecía la pena arriesgarse.
Suspiró mientras Aimée le acariciaba el pelaje del cuello. No había nada tan maravilloso como sus caricias. Sus dedos obraban magia en su piel y en su pelo.
Aimée inclinó la cabeza, frotó la cara contra su pelaje y se apretó a él.
—Te he echado de menos.
Fang adoptó su forma humana y se tumbó de espaldas. Estaba completamente desnudo. La abrazó y la estrechó con fuerza.
—Yo también te he echado de menos.
Aimée suspiró, extasiada, cuando la besó en los labios. Ese cuerpo tan musculoso y potente era lo único que necesitaba en la vida. El impulso de fugarse con él jamás había sido tan poderoso como lo era esa noche.
Ansiaba emparejarse con él. Bajó una mano y sonrió al sentir el respingo de Fang, que fue seguido por un suspiro.
Fang ansiaba quedarse así para siempre, disfrutando de las caricias de Aimée. Aunque se limitaban a acariciarse y besarse, y él comenzaba a perder la paciencia. Porque quería mucho más. Claro que no pensaba obligarla a nada, sobre todo dado el odio que sus propios padres se profesaban. Si de verdad eran pareja, quería que Aimée lo aceptara por completo, sin reservas y sin dudas.
Estaba relajado en la cama cuando sus sentidos demoníacos lo alertaron. Un ruido apenas perceptible en el pasillo.
Preocupado por la posibilidad de que se tratara de un hermano de Aimée, ladeó la cabeza y luego maldijo.
Era Wren.
Y estaba ahí para matar a Nicolette.