19

Fang estaba sentado en el borde de la cama, con los pies en el suelo, los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Estaba cansado de todo. Cansado de tener que mantener la compostura. Cansado del dolor. De desear cosas que no podía tener.

Solo quería un minuto de paz.

¿Por qué era tan difícil de conseguir? Debería ser muy fácil, pero era el objetivo más esquivo que había perseguido en la vida.

Antes de que pudiera moverse, Vane apareció delante de él. Lo levantó de la cama y lo abrazó con tanta fuerza que le crujieron las costillas.

Fang se debatió.

—¡Suéltame, pervertido de mierda!

Vane lo soltó y después le dio un fuerte puñetazo en el brazo.

Con una mueca, Fang empujó a su hermano y le devolvió el puñetazo, pero Vane lo esquivó.

—¿A qué ha venido eso?

Vane le gruñó.

—Eso ha sido por no decirme lo que te estaba pasando, gilipollas. —La última palabra destilaba tanto veneno que habría derribado a un elefante furioso.

Sin entender nada, Fang frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?

Vane lo cogió por la pechera.

—Aimée me ha contado dónde has estado todos estos meses que yo te creía en coma. Lo que más me cabrea es que deberías habérmelo dicho tú. No ella.

Enfadado por su tono y por su actitud, Fang lo apartó de un empujón.

—Claro, y tú deberías haber sido quien me ayudara a recuperar el alma. No ella.

—Creía que estaba soñando.

Fang resopló.

—Vane, ven a ayudarme —dijo con frialdad, usando las mismas palabras con las que había intentado una y otra vez llamar la atención de su hermano—. No fui muy sutil que digamos.

En el mentón de Vane apareció un tic nervioso mientras señalaba la cama deshecha.

—Y cuando venía aquí a verte, parecías estar en coma. Todo el mundo me decía que era eso lo que te pasaba. ¿Cómo iba a pensar que no era así?

Eso, ¿cómo? Fang fulminó a su hermano con la mirada por su terca estupidez.

—Deberías haberlo sabido. ¿Alguna vez me he escondido para lamerme las heridas? ¡Venga ya, hombre!

Vane apartó la mirada con expresión arrepentida, había comprendido su error. Fang no era un cobarde. Era un luchador de los pies a la cabeza.

—Tienes razón. Debería haberlo sabido. Debería haber pensado mejor de ti. Pero sé lo mucho que te importaba Anya. Solo supuse que…

Que era débil e incompetente. Eso era lo que Vane siempre había pensado de él, y ya se había hartado de ser su sombra.

—Mira, no tengo ganas de hablar de esto. Lo hecho, hecho está. Gracias a Aimée y a sus hermanos ya estoy de vuelta.

Y una mierda, pensó. Menuda putada le habían hecho Fury y Vane… En fin, pero para bien y para mal, volvía a estar en el plano humano.

Puestos a pensarlo, podría decirse que había cambiado un infierno por otro.

A ver si recuerdo por qué luché tanto por volver aquí…, se dijo.

Claro que al menos allí nadie intentaba destriparlo.

De momento.

—Hagamos borrón y cuenta nueva.

Vane conocía bien a su hermano y no acabó de creerse sus palabras. Le había hecho daño a Fang y pasaría bastante tiempo antes de que los dos fueran capaces de asumir todo lo que había ocurrido. A decir verdad, se odiaba por no haber estado donde debería haber estado.

Sin embargo, tal como Fang había dicho, el pasado no se podía deshacer. Lo único que estaba en su mano era intentar que nunca se repitiera.

—Somos hermanos, Fang. Lo eres todo para mí. Solo quería que lo supieras.

Fang hizo una mueca.

—¿Cuándo te convertiste en mujer? Joder, tío, si eso es lo que pasa cuando te emparejas, no quiero saber nada del tema.

Vane meneó la cabeza.

—No fue Bride quien me enseñó eso. Fue perder a Anya. Había muchas cosas que desearía haberle dicho antes de morir. No quiero cometer el mismo error contigo.

Fang torció el gesto.

—Por favor, ahórratelo. Me estás poniendo nervioso con tanta gilipollez sensiblera. —Señaló la puerta con la cabeza—. Tu mujer está abajo. No deberías hacerla esperar.

Vane no se movió.

—Queremos que vivas con nosotros.

Fang todavía no estaba preparado para eso. Habían cambiado demasiadas cosas, y vivir con Vane y con su pareja humana… Mejor no.

—Creo que me quedaré aquí una temporada. Os vendrá bien pasar un tiempo solos sin el incordio de tu hermano.

Vane resopló.

—¿Solo es por eso?

—¿Por qué si no?

Vane miró la puerta antes de susurrar:

—Aimée.

Fang resopló, aunque su hermano se había acercado más a la verdad de lo que le estaba dispuesto a admitir.

—Somos amigos.

—Si tú lo dices… Pero ten presente que si estás jugando con ella…

—No soy imbécil —replicó entre dientes—. Los lobos y los osos no se mezclan.

—Que no se te olvide. Tal vez eso te salve la vida.

Fang puso los ojos en blanco.

Vane le dio una palmada en la espalda.

—Si me necesitas…

—Te llamaré.

—No volveré a fallarte, Fang —afirmó Vane meneando la cabeza—. Te lo juro.

—Lo sé. —Sin embargo seguía sin saber si podía confiar en él. Su hermano no había querido defraudarlo. Pero lo había hecho.

Vane le tendió la mano.

Cuando Fang la aceptó, Vane lo abrazó con fuerza, le dio unas palmaditas en la espalda y se marchó.

Una vez solo, Fang regresó a la cama, pero alguien más llamó a la puerta. Supo quién era de inmediato. Solo una persona llamaba con tanta suavidad e incertidumbre y olía a lavanda… con notas de vainilla.

—Entra, Aimée.

La vio abrir la puerta con el ceño fruncido. Llevaba una bandeja de comida.

—¿Cómo has sabido que era yo?

—Te he olido.

Aimée chasqueó la lengua.

—Y pensar que me gasto una fortuna en jabón y me baño todos los días… ¿para qué me molesto cuando es evidente que apesto?

Fang sonrió muy a su pesar mientras Aimée dejaba la bandeja en la cómoda.

—Me gusta más el olor puro a lavanda, sin el toque de vainilla que llevas ahora mismo.

Aimée ladeó la cabeza, fingiendo sentirse ofendida, y puso los brazos en jarras.

—Y me insulta el mismo lobo que ha estado sin bañarse… ¿Cuántos meses han sido?

—No fue culpa mía. Podrías haberme bañado tú.

—¡Ja! Te habría rapado y no habrías vuelto a necesitar un baño en la vida.

Fang detestaba lo mucho que le gustaba esa conversación. Y sobre todo lo mucho que le gustaba su presencia.

—¿A qué has venido?

—Quería estar segura de que Vane y tú habíais hecho las paces.

—Sí.

Lo miró con expresión suspicaz al tiempo que se acercaba a la cama.

—Pues no pareces muy convencido.

—No es eso. Quiero a mi hermano. Pero es que me siento… —Amargado. Era la única palabra que describía adecuadamente su espantoso estado de ánimo. Ojalá fuera temporal—. Ya se me pasará.

Aimée le dio una cerveza.

—Si tú lo dices…

Fang aceptó la cerveza y miró la bandeja con la comida que Aimée había dejado sobre la cómoda.

—Creía haberte dicho que no tenía hambre.

—Supuse que mentías.

Fang soltó una carcajada.

—Gracias por el voto de confianza.

Aimée frunció la nariz y destapó un plato en el que había jamón, pavo, salsa y patatas.

—¿Necesitas algo más?

A ti, pensó él.

¡Por todos los dioses!, exclamó para sus adentros. Era un imbécil. Lo único que quería era hincarle el diente a su trasero. En ese momento se la imaginaba desnuda y haciéndole el amor hasta que ninguno de los dos pudiera moverse.

Carraspeó y pensó que ojalá despejarse la cabeza fuera tan fácil como aclararse la garganta.

—No, y siento mucho cómo te he tratado antes.

—Haces bien, pero lo entiendo. Yo siento lo mismo, y eso me cabrea muchísimo.

Fang dio un largo trago a la cerveza.

—Nos pasa algo, ¿verdad?

—Sí. No tenemos remedio.

Fang dejó la cerveza a un lado y tiró de ella hasta que Aimée estuvo entre sus rodillas separadas. Su aroma lo envolvió como una cálida capa mientras se imaginaba quitándole la camiseta para desnudar sus pechos.

—Nunca había deseado a una mujer tanto como te deseo a ti.

Aimée le colocó las manos en los hombros y lo miró con expresión ardiente.

—Nunca había deseado a un hombre hasta que apareciste tú.

Fang inclinó la cabeza para apoyarla en el vientre de Aimé, que le acarició primero el pelo y después los hombros.

—¿Qué vamos a hacer?

Sus caricias le provocaron escalofríos.

—Tenemos que mantener las distancias. Soy la heredera de mi madre. Tengo que encontrar a un oso con el que emparejarme.

La furia lo asaltó al escucharla. No soportaba la idea de que otro la tocara. Sin embargo, dejó que el calor corporal de Aimée lo tranquilizara hasta recuperar el control.

—Podemos comportarnos como adultos.

—Por supuesto. Solo somos amigos.

—Amigos.

¿Se habría inventado alguna palabra más detestable?

Aimée lo miró justo cuando él levantaba la vista. Tenía el pelo alborotado y la barba comenzaba a oscurecerle las mejillas, confiriéndole un atractivo feroz muy difícil de resistir. Y esos preciosos ojos… podría entregarse a él sin problemas.

No lo hagas, le advirtió su conciencia.

—Me vuelvo a mi dormitorio.

Fang se mostró de acuerdo y la soltó. Con el corazón en un puño, la vio salir de la estancia, aunque en realidad quería decirle que volviera para huir a un lugar donde a nadie le importase que ella fuera una osa y él, un lobo.

—¿Qué he hecho?

Te has fastidiado la vida por completo, se contestó en silencio.

Cierto. Todo se había ido al traste y no tenía ni idea de cómo recomponerlo.

Con un suspiro, se acercó a la bandeja que le había llevado Aimée y se sentó a comer.

Aimée puso todo su empeño en conciliar el sueño. Pero, por algún motivo, no podía. Serían las tres de la mañana cuando fue al cuarto de baño y vio luz por debajo de la puerta de Fang.

En contra de lo que le dictaba el sentido común, recorrió el pasillo y llamó suavemente a su puerta.

No hubo respuesta.

—¿Fang? —susurró.

Tampoco contestó esa vez.

Cerró los ojos y miró en el interior de la habitación. Allí estaba. Dando vueltas por el dormitorio como un animal enjaulado. Salvaje. Frío. Letal.

Algo iba mal.

Sin pensar en el peligro, Aimée entró para ver qué le ocurría.

Fang se volvió hacia ella con tanta rapidez que ni siquiera pudo protegerse. La cogió por la garganta y la pegó a la pared, como si fuera a matarla allí mismo.

Sin embargo, en cuanto la tocó, sus ojos se aclararon y se concentró en su cara.

—¿Qué haces aquí?

—Vi luz por debajo de la puerta y me preocupé.

Fang se apartó con una expresión atormentada al tiempo que se pasaba una mano por el pelo.

—No puedo respirar, Aimée. No puedo relajarme. Me aterra acostarme. ¿Y si no despierto?

El hecho de que lo confesara indicaba hasta qué punto estaba alterado.

—Estás bien. Has vuelto y estás a salvo.

—¿Lo estoy? Antes no pude despertarme.

Lo abrazó con fuerza.

—Ya ha pasado todo.

Fang quería creerlo, pero ¿cómo hacerlo?

—No, no ha pasado. Todavía siento sus garras clavadas en mi piel. Todavía escucho el aleteo de las alas de los Recolectores y veo a los Segadores en busca de víctimas. Vienen a por mí. Lo sé.

Aimée le tomó la cara entre las manos y lo obligó a mirarla.

—Me quedaré contigo y me aseguraré de que nadie te lleva de vuelta.

Fang resopló al oír sus palabras.

—Escúchame —le dijo ella con firmeza—. No creerás que he pasado unos meses infernales cazando daimons y entrando en Kalosis para dejar que te atrapen de nuevo, ¿verdad?

En fin, si lo decía de esa manera…

—No.

—Pues confía en mí. No voy a dejar que te atrapen. Si hay algo que los osos hacemos bien es pelear.

Fang asintió y volvió a la cama. Aimée lo arropó y se sentó en el borde del colchón.

Él le cogió la mano y se la llevó hasta el lugar donde Thorn lo había marcado. Pero Aimée no podía ver la marca a través de la camiseta. Quería hablarle del trato que había hecho.

Ojalá pudiera. Lo cierto era que le avergonzaba no haber podido protegerla sin haber accedido a ese trato.

Y lo más importante: le aterraba la posibilidad de que el demonio que llevaba dentro se manifestase y le hiciera daño.

—Si hago algo raro, te largas enseguida. ¿Entendido?

Aimée frunció el ceño, recelosa.

—¿A qué te refieres con raro?

—No sé. Si intento comerte, por ejemplo.

Ella enarcó las cejas.

—Vale… ¿Te da a menudo?

—La verdad es que no, pero nunca se sabe después de lo que ha pasado. A lo mejor cuando no estás mirando me salen cuernos y me convierto en Simi.

—En fin, te prometo que si te acercas con malas intenciones, te saco las tripas. Y si te transformas en un demonio adolescente con pinta de gótico, me parto el culo de la risa.

—Bien.

Ella se echó a reír.

—Eres la única persona que conozco a quien aliviaría esa amenaza.

Fang intentó sonreír, pero el cansancio comenzaba a pasarle factura. Aimée tenía algo que hacía que se sintiera a salvo. Antes de darse cuenta, se durmió.

Aimée se quedó allí sentada una hora, viendo dormir a Fang. Le resultaba raro verlo de esa manera. Le recordaba a su sobrino, que no le gustaba la oscuridad.

Solo que Micah tenía cuatro años.

¿A qué horrores se había tenido que enfrentar Fang allí abajo para seguir atormentado?

—Ojalá pudiera ayudarte.

Sin embargo, solo el tiempo podría curar lo que se había roto en su interior. Ella solo podía estar a su lado cuando necesitara fuerza y amistad.

¿En qué estás pensando?, se reprendió.

Tenía que mantener las distancias. Sin embargo, le costaba mucho, sobre todo porque se moría por desnudarse, meterse en la cama con él y sentirlo muy adentro.

Fang tenía algo contagioso.

¿Y si es mi pareja?, se preguntó.

Seguro que las Moiras no eran tan crueles.

¿A quién quería engañar? Claro que lo eran. Conspiraban para que los hombres se comieran a sus hijos. Para que las madres mataran a sus bebés. No había nadie más traicionero que las Moiras.

Con el corazón en un puño, le acarició la áspera mejilla. Adoraba su tacto. Adoraba su aspecto.

Sobre todo, adoraba su sarcástico y algo amargado sentido del humor.

Soltó un suspiro cansado y se apoyó en la pared.

—¿Qué va a ser de nosotros?

Eli levantó la vista cuando Cosette entró en su despacho. Con su piel clara, la criolla era tan guapa como su antepasada, Marie Laveau, una de las sacerdotisas vudú más afamadas del mundo. Era bajita y delgada, y llevaba una falda de vuelo blanca y una blusa azul claro que le dejaba un hombro al aire. Se había recogido la melena rubia con un pañuelo rojo y los rizos le caían desordenados sobre los hombros.

Pero eran sus ojos verdosos y almendrados los que le daban un toque embrujador. La vio recorrer la estancia con un contoneo seductor que le recordó a una gata salvaje y que habría llamado la atención de cualquier hombre. Un contoneo que hacía sonar unas campanillas ocultas a la vista.

Joder, era preciosa.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó al tiempo que cerraba la agenda donde había estado anotando cosas.

—Tenemos un problema, cher.

—¿Cuál?

—Mi demonio ha muerto.

Eli se quedó inmóvil durante tres segundos, asimilando esas palabras.

—¿Qué quieres decir?

—Mis espíritus me han dicho que un loup-garou se lo cargó cuando fue a encargarse de la zorra que yo le había ordenado matar. Es muy difícil tenderles una trampa a tus enemigos si mis siervos mueren antes de que puedan cumplir su misión. Creí que deberías saberlo.

Eli unió las manos con una tranquilidad que estaba lejos de sentir. Se suponía que ese demonio debía matar a una estudiante y dejar pruebas que incriminasen a Kyle Peltier como su asesino. El callejón del ataque se había escogido con cuidado, ya que se encontraba a una manzana del club que el joven oso estaba remodelando.

—No estoy contento, Cosette.

—¿Y te parece que yo sí? —Le lanzó tal mirada que cualquier otro hombre habría temido por su alma.

—¿No puedes invocar a otro demonio?

Cosette resopló, enfadada.

—Invocar a un demonio con tanto poder no es fácil. Me pasé tres días en cama después de hacerlo.

—Los detalles no me importan.

—Pues deberían.

—¿Por qué?

Ella esbozó una sonrisa burlona.

—El universo se caracteriza por un meticuloso equilibrio. Lo que envías fuera siempre encuentra la manera de regresar. Este loup-garou es un cazador, a órdenes de otro. Mis espíritus me han dicho que lo deje en paz.

Eli resopló ante toda esa palabrería supersticiosa.

—Deberías tener cuidado, ma petite. En el universo hay cosas mucho más aterradoras que tu cazador.

—Sé que es verdad. Pero… algo malvado está preparándose en esta ciudad. Una convergencia de espíritus. Me preocupa.

—Debería preocuparte más el hecho de fallarme. No me gustan las decepciones. —Tamborileó sobre el cuero negro mientras analizaba lo que Cosette acababa de decirle—. Dime una cosa… ¿Por casualidad tus espíritus te han dicho el nombre de ese loup-garou?

—Lo llaman Fang.

Sus dedos se quedaron inmóviles. Fang…

Se suponía que ese cabrón iba a morir. El que había puesto sus sucias garras encima de su hijo.

Eli cerró las manos; notaba que una rabia salvaje y abrasadora lo consumía.

—No tienes ni idea de lo mucho que me enfadan tus noticias.

—En eso te equivocas. Lo sé. Pero debes hacerme caso. Mis espíritus nunca se equivocan. Un poder maligno brotará en esta ciudad y nos amenazará a todos. Debemos estar atentos.

Eli tenía la intención de estar más que atento a cualquier problema. Iba a aprovecharlo a su favor. Y así nació un plan brillante.

¿Por qué no se le había ocurrido antes?

Las leyes de un santuario no se aplicaban a todas las especies. Había una en concreto que ni estaba protegida ni controlada. Una especie que no estaba obligada a seguir las leyes del Omegrion.

A la mierda con Varyk y su trabajo. Eso era muchísimo mejor. Los Peltier ni se lo imaginarían.

Y los destruiría para siempre.

—Cosette, querida mía, tengo una nueva idea para tus espíritus y para ti.